Pedro de la Virgen del Carmen: nuevo burgalés camino a los altares

El papa Francisco decreta las virtudes heroicas de este siervo de Dios, religioso escolapio natural de Pampliega que vivió como maestro y confesor en Zaragoza.
Foto: Vatican News.

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El pasado sábado, el papa Francisco reconocía las «virtudes heroicas» del sacerdote burgalés Pedro de la Virgen del Carmen. Así se lo comunicó al prefecto del dicasterio para la Causa de los Santos, el cardenal Marcello Semeraro. El Santo Padre también reconocía las virtudes heroicas de otros ocho siervos de Dios, así como el martirio de Giuseppe Beotti, un sacerdote italiano.

 

Nacido en Pampliega el 14 de abril de 1913, a causa del trabajo como ferroviario de su padre, pronto tuvo que trasladarse con toda la familia a Tolosa. Allí, Pedro Díez Gil –como se llamaba antes de ser religioso– conoció la orden de los Clérigos Regulares Pobres de la Madre de Dios de las Escuelas Pías, conocidos popularmente como «Escolapios» o «Calasancios», en honor de su fundador. Tras pasar nuevamente por Venta de Baños (Palencia) a causa de problemas de salud de su padre, ingresó en la orden en Zaragoza en 1926.

 

Realizó sus votos temporales en 1929 y fue trasladado a Irache (Navarra) y Albelda de Iregua (La Rioja), donde realizó sus votos solemnes. El 25 de marzo de 1937 recibió la ordenación sacerdotal. Durante la Guerra Civil, fue enviado al frente como capellán militar, donde comenzó a sufrir una úlcera de estómago que lo acompañó durante toda la vida.

 

Al finalizar la guerra fue enviado al colegio de los Escolapios a Zaragoza, donde permaneció toda la vida desarrollando una intensa actividad escolar, visitando enfermos y ejerciendo como confesor. En los años 80 su salud empeoró y acabó muriendo en Zaragoza el 14 de diciembre de 1983, rodeado del afecto de sus hermanos de comunidad y numerosos zaragozanos, a los que acompañó durante sus años de ministerio.

 

De su vida, la Santa Sede destaca su «profunda unión con el Señor, contemplado y celebrado en la eucaristía y al servicio de las personas que le fueron confiadas». Fue un devoto de la Virgen María y un «auténtico testimonio del evangelio». Se convirtió en una «guía segura para sus alumnos, acompañándolos en su maduración humana y cristiana». Su itinerario de santidad se caracterizó por cumplir los consejos evangélicos, añadiendo el específico de enseñanza, característico de los Escolapios.

 

La declaración de «venerable» supone el primer paso en el camino a la santidad. Para que un venerable sea beatificado es necesario que se haya producido un milagro debido a su intercesión y para que sea canonizado, se precisa un segundo milagro.

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