Sacerdotes de la diócesis comienzan hoy sus ejercicios espirituales

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Juan Miguel Díaz Rodelas impartirá esta tanda de ejercicios espirituales a los sacerdotes de la diócesis.

Juan Miguel Díaz Rodelas impartirá esta tanda de ejercicios espirituales a los sacerdotes de la diócesis.

Algunos de los sacerdotes de la diócesis han comenzado hoy una tanda de ejercicios espirituales organizados para ellos desde la delegación diocesana del clero.  Una práctica piadosa que deben realizar, según detalla el Código de Derecho Canónico, al menos una vez al año.

Los 17 sacerdotes que participan en esta tanda permanecerán en el monasterio de benedictinas de Aranda de Duero hasta el próximo viernes 25 de marzo, escuchando las meditaciones que les dirigirá Juan Miguel Díaz Rodelas, decano presidente de la Facultad de Teología San Vicente Ferrer, de Valencia.

Con el objetivo de facilitar a los sacerdotes cumplir con la práctica de los ejercicios espirituales, la delegación diocesana del clero organiza para ellos tres tandas diferentes a lo largo del año: en adviento, pascua y los meses de verano. Igualmente, se encarga de preparar para ellos retiros espirituales mensuales y los temas de su formación permanente.

2014 04 21 lunes:resumen de prensa

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Semana Santa:

Los medios hacen un repaso de los últimos eventos de la Semana Santa de la provincia de Burgos, relatando los principales acontecimientos que han tenido lugar este fin de semana y la mañana de hoy:

 

 

Cultura:

Los monasterios pueden esconder pequeños tesoros insospechados, tal y como demuestra el monasterio Santa María de Bugedo.  Allí, los hermanos de La Salle conservan una extraordinario colección de insectos:

 

Sociedad

La nueva web de la archidiócesis de Burgos vuelve a ocupar su espacio en los medios, ya que el Domingo de Pascua fue su estreno oficial:

 

El Banco de Alimentos de Burgos cuenta con el apoyo de los ciudadanos que contribuyen de diversas maneras para ayudar a los necesitados y evitar el despilfarro:

 

 

 

 

 

 

Domingo de Pascua de la Resurrección del Señor

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Catedral, 20 abril 2014

El primer Viernes Santo de la historia, Jesús de Nazaret –poderoso en obras y palabras y que pasó por el mundo haciendo el bien a todos- fue vendido por uno de sus discípulos, renegado por otro, al que había prometido ponerle al frente de su obra, y abandonado por todos los demás del grupo que había elegido para que continuaran su obra y le dieran a conocer a todo el mundo.

Ese mismo día, un político cobarde, llamado Pilato, lo condenó a muerte, a sabiendas de que era inocente. Las dos principales autoridades religiosas judías –Anás y Caifás-  le crucificaron con odio y con saña. Y la turba, zarandeada y manipulada como siempre por los agitadores de turno, pidió la libertad de un homicida y la muerte del inocente Jesús.

Han pasado veinte siglos desde aquellos infaustos días y acontecimientos. ¿Quién sigue hoy al cobarde Pilato? ¿Quién se considera discípulo de los crueles Anás y Caifás? ¿Quién desea seguir el ejemplo de Judas? Nadie. A todos esos personajes se les ha tragado la tierra con olvido y con desprecio.

En cambio, a ese Jesús traicionado, condenado y matado en un patíbulo infame, le siguen miles de millones de personas de todos los continentes, de todas las razas y lenguas, de todas las clases sociales. No se conoce un caso semejante en toda la historia de la humanidad. ¿Qué ha pasado? ¿Qué explicación satisfactoria puede aclarar este hecho sin igual?

La explicación se encuentra en este Cirio que nos preside. En él están escritas la primera y la última palabra del alfabeto griego –para indicar que es el principio y el fin de todo-. Está escrito el año de gracia que corre: 2014, -indicando que la historia comienza a contarse a partir de la persona que representa-. En él hay una cruz escoltada por cinco granos de incienso, -símbolos de las cinco llagas. En él hay una luz encendida, -símbolo de la vida, de la verdad y del amor-. Todas estas cosas -y el Cirio mismo- son símbolo de Jesucristo Resucitado. Indican que, quien estuvo clavado y murió en la Cruz, volvió a la vida al tercer día, convirtiéndose así en Señor de la muerte, de la vida y de la historia.

¡¡La Resurrección!! Esto es lo que explica que el Crucificado sea seguido por miles de millones de discípulos, que están dispuestos a confesarle como su Señor y a dar la vida por él. Como decía anoche cuando bendecía el Cirio, la resurrección hace que Jesucristo sea “el principio y el fin, que suyos sean el tiempo y la eternidad, y que a él pertenece la gloria por los siglos de los siglos”. No se puede decir con más grafismo y fuerza que Cristo Resucitado es el centro de la creación, de la historia y de todos y de cada uno de los hombres; que de él arranca todo y que todo se orienta a él; que pasarán el Cielo y la tierra pero él permanecerá para siempre; que nada ni nadie podrá prescindir de él ni salvarse fuera de él.

Nosotros, hermanos, no terminamos la Semana Santa en el Descendimiento de la Cruz y en la procesión del Santo Entierro, del Viernes Santo. Si termináramos ahí, seríamos dignos de lástima. Iríamos detrás de alguien a quien vencieron sus enemigos y hubo de contentarse con dejarnos un ejemplo digno de admiración. Pero no, no somos dignos de lástima sino de santa envidia, porque somos discípulos del que ha vencido al mal en todas sus formas y hasta a la misma muerte. Seguimos al Vencedor absoluto y para siempre.

Ese es el hecho maravilloso que nos han proclamado todas las lecturas de hoy. Ellas son el testimonio escrito de quienes tuvieron constancia del hecho de la Resurrección, porque vieron con sus propios ojos, palparon, comieron y hablaron con el Resucitado. Y, como lo vieron y experimentaron, se sintieron urgidos a comunicárselo a quienes querían escucharles. Primero, lo hicieron de palabra. Luego, cuando ya no podían dejar oír su voz en todas y cada una de las comunidades cristianas que fundaron, lo  pusieron por escrito. Desde ellos, y generación tras generación, el boca a boca de los discípulos se lo ha ido trasmitiendo hasta llegar a nosotros. Con la misma sencillez y verdad con la que se trasmiten las cosas de familia de padres, a hijos y a nietos. Nosotros se lo trasmitiremos a los vengan detrás. Y así, la cadena que arranca de los apóstoles, no se interrumpirá hasta el fin del mundo.

Eso lo vamos a hacer con nuestra palabra. Pero, sobre todo, con nuestra vida. Ahora nos corresponde a nosotros situar a Jesucristo Resucitado en el centro de nuestra vida personal, de nuestra familia, de nuestro trabajo, de nuestras diversiones, de nuestros compromisos sociales, de todas las actividades nobles que realicemos. Pero no vamos a contentarnos con esto. Además, anunciaremos a cuantos se crucen en el camino de nuestra existencia, que somos felices de seguir a Jesucristo, que para nosotros la vida no tiene sentido sin él, que confiamos ahora en él y que el día de nuestra muerte sabemos que nos dará un abrazo de amor y nos llevará al Cielo. Tenemos que decirles que la felicidad no está en el dinero, ni el poder, ni en la fama, ni en placer; sino en vivir según la fe que profesamos.

Alegría, hermanos, mucha alegría por ser discípulos del Resucitado. Y un propósito firme: no vivir mirando hacia la tierra sino hacia el cielo. Con los pies en la tierra, ciertamente, pero con la vista del alma en el Cielo, en Dios. Que la Eucaristía de hoy sea el alimento y la ayuda que necesitamos para ello.

In Memoriam Joaquín de Letona Cordejuela

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Precisamente en la tarde del Primer Día, cuando todo es una explosión y una celebración de la Vida, Joaquín se nos ha ido, ha renacido a esa Vida que estamos celebrando. Para él ya es realidad nuestra esperanza Su partida, en cuanto ruptura, nos causa dolor, pero, Hoy, para nosotros fiesta de la Esperanza, para él Realidad, no podemos estar tristes, es Pascua.

Joaquín, sacerdote desde 1955. Los Ausines; Villalba de Losa; par. Espíritu Santo (Miranda de E.); Bujedo y Orón; El Buen Pastor (Miranda de E.), HH. De La Salle (Bujedo), son testigos del silencioso, mucho y bien hacer de este hombre bueno, de trato, aparentemente, seco y frío pero, en el fondo, sincero, noble y aunque podía parecer lo contrario, optimista y con un propio sentido del humor, y, siempre, siempre, agradeciendo los detalles. Aún recuerdo mi última conversación con él, “¡Gracias!¡ ¡Gracias! ¡Muchas gracias!…!” me repetía.

Joaquín, nos ha dejado, inesperadamente, ningún síntoma hacía presagiar este final. Así son las cosas de Dios, siempre misteriosas, pero, siempre para bien.

Descansa en paz, Joaquín. Ha sido una gozada poder compartir contigo, sentirte hermano cercano que, desde la sencillez y el silencio, tanto nos has enseñado.

¡Descansa en paz!

Jesús Yusta Sainz

Resucitar: ¿utopía o realidad?

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En una ocasión, conversando con un profesor universitario que no tenía fe pero estaba en eso que ahora llaman “en búsqueda”, me hizo esta pregunta: “He leído en algún sitio que Jesucristo no vino a quitar el hambre ni a elevar el nivel cultural de los pueblos ni a establecer un determinado sistema de gobierno. Si no vino para esto, ¿para qué vino?” Mi respuesta fue, más o menos, esta: “Jesucristo vino, sobre todo, para manifestarnos el rostro verdadero de Dios y para que, cuando tú y yo cerremos los ojos a este mundo, no nos muramos sino que nos durmamos para despertar un día y vivir para siempre. ¿Te parece poco?”

Este suceso ha venido a mi memoria debido a que hoy los cristianos de todo el mundo celebramos la Resurrección de Jesucristo. Nosotros, en efecto, no terminamos la Semana Santa el Viernes por la tarde, cuando bajan de la Cruz a Jesús y le dan sepultura. La terminamos al amanecer del domingo, cuando Cristo sale vivo del sepulcro, después de haber quitado a la muerte ser la última palabra. Si siguiéramos a un muerto y a un vencido por sus enemigos, seríamos unos pobres hombres.

Ya lo dijo san Pablo: “Si Cristo no resucitó, vana es nuestra predicación, vana vuestra fe”. La única salida lógica sería esta: “Comamos, bebamos y disfrutemos todo lo que podamos, que vivimos cuatro días”. Sin embargo, san Pablo reacciona con viveza y dice: “Pero no, Jesucristo ha resucitado de entre los muertos”. Más aún, ha resucitado como “primicia de los que duermen”. Que es lo mismo que decir: “Si Cristo ha resucitado, también nosotros resucitaremos”.

Esta creencia se apoya en la roca firme de la transmisión de la fe a través de la cadena de testigos que se inició con los Apóstoles y se ha ido transmitiendo de boca en boca generación tras generación. Las catacumbas de Roma conservan todavía algunos restos gráficos en los que aparece patente la fe en la Resurrección. Además, cuando nació el cristianismo, el mundo grecorromano llamaba “necrópolis” al lugar donde se enterraban a los difuntos. Necrópolis, como todos sabemos significa “ciudad de los muertos”. Los cristianos cambiaron pronto ese nombre por el de cementerio, que significa “dormitorio”. La razón no es otra que su creencia en que el difunto no está muerto de modo definitivo sino transitorio. Y así como despierta cada mañana, también despertará definitivamente la mañana del fin del mundo. Pero con una ventaja, que ese despertar será eterno, para siempre.

Quizás alguno se pregunte: ¿No será la resurrección un invento de los apóstoles, que luego se ha ido transmitiendo como una bola de nieve que se inicia en la cumbre y baja por la pendiente cada vez más acelerada y cada vez más grande?

Durante décadas este fue el argumento de muchos ateos o agnósticos. Pero a estas alturas, ya no se toma en serio la objeción. Para ese “invento” se necesitaba mucho más talento, mucho más valor y mucha más audacia que lo que los Apóstoles tenían. Por otra parte, los primeros enemigos de la resurrección fueron ellos. Baste pensar que, cuando vino la Magdalena anunciándoles que Jesús estaba vivo y que ella lo había encontrado, lo tomaron como “cosas de mujeres”. Fue necesario que ellos mismos le viesen y tocasen y comiesen con él.

Si esto es tan claro, ¿por qué hay mucha gente que no lo admite? Yo no encuentro mejor respuesta que los Evangelios. ¿No vieron los dirigentes del pueblo judío los milagros de Jesús, por ejemplo, que había resucitado a Lázaro y curado al ciego de nacimiento? Sin embargo, le rechazaron y crucificaron. Fue el pueblo sencillo, las almas descomplicadas y humildes, quienes le creyeron y se hicieron discípulos suyos. Es cuestión de fe. Pero estemos atentos, porque la fe llega por el camino de la humildad intelectual, no por el de la soberbia autosuficiente.