Misionero Burgalés
Cope – 9 junio 2013
En un museo de Roma se conserva una pintura muy sencilla y tosca pero de excepcional valor para la fe cristiana. En ese dibujo elemental se ve a un hombre rezando delante de un crucificado con cabeza de burro. Debajo tiene esta leyenda: «Alexameno adora a su Dios». El tal Alexameno era un cristiano que frecuentaba la Escuela de los pajes del Emperador. Para burlarse de él, sus compañeros de clase no cristianos hicieron esa «pintada», recogiendo una de tantas mofas que circulaban entre los gentiles. Cuando la vio el joven cristiano, lejos de amedrentarse, se adelantó y escribió debajo de la «pintada»: «Alexameno fiel». No sabemos la reacción que tuvieron los demás alumnos, pero es fácil imaginar que sintieron una profunda admiración hacia Alexameno y probablemente, más de uno se hizo cristiano como él. En cualquier caso, ¡la fe se había hecho misión! La fe de Alexameno en Jesucristo le había llevado a profesarla con santo orgullo y a difundirla.
Así es como se propagó la fe durante los primeros siglos de la vida de la Iglesia. Los apóstoles y sus sucesores, los obispos, tuvieron un papel relevante en su difusión. Pero si la fe llegó pronto a todos los estratos y ambientes sociales, se debió a que el esclavo cristiano anunciaba la fe a la señora pagana a la que servía, el hermano al hermano, el amigo al amigo, el filósofo a sus alumnos, el padre a sus hijos, el soldado al soldado, el zapatero a sus clientes. Ser cristiano y ser testigo de la fe con la palabra y la vida era lo normal. Por otra parte, los cristianos no tenían la sensación de ser héroes sino de actuar con coherencia, dando a conocer a los demás la fe que ellos habían recibido y con la que su vida había cambiado de sentido. Con frecuencia tuvieron que sufrir calumnias, burlas y persecuciones. Pero todo esto les parecía una insignificancia comparado con la alegría que les había traído la fe en Jesucristo.
«Al celebrar el Día del Misionero Burgalés, que este año lleva por lema «La fe se hace misión», el ejemplo de Alexameno y de los primeros cristianos cobra una especial actualidad e importancia. Porque hoy es imprescindible recuperar el ejemplo que ellos nos dieron, de modo que cada cristiano se convierta en un verdadero discípulo y apóstol que anuncie a Jesucristo en el medio ambiente en que se encuentra.
Recientemente nos lo ha recordado el Papa Francisco: «Aquellos cristianos tuvieron la fuerza, el coraje de anunciar a Jesús. Lo anunciaban con las palabras, pero también con su vida. Tenían sólo la fuerza del Bautismo. Y el Bautismo les daba este coraje apostólico» (Homilía 17 de abril de 2013). Y nos interpelaba: «¿Nosotros nos creemos que el Bautismo sea suficiente para evangelizar? Hemos recibido el Bautismo, nos hemos confirmado, hemos hecho la primera comunión. Pero ¿dónde está esta fuerza del Espíritu que nos lleva adelante? ¿Somos fieles al Espíritu para anunciar a Jesús con nuestra vida, con nuestro testimonio y con nuestras palabras?». Las consecuencias de este proceder las explicaba así el Papa: «Cuando hacemos esto, la Iglesia se convierte en una Iglesia Madre que genera hijos. Pero cuando no lo hacemos, la Iglesia se convierte no en madre sino en niñera, que cuida para que el niño duerma. Es una Iglesia adormecida. Pensemos en la responsabilidad de nuestro bautismo».
El Día del Misionero Burgalés del año pasado esbozaba ya estas ideas. En el de este año las reafirmo con toda convicción y urgencia. Europa, de la que forma parte España y Burgos, se ha convertido en un inmenso espacio de misión, que reclama de nosotros la inaplazable tarea de anunciar con gozo y pasión la fe que profesamos. Son muchos, especialmente entre los jóvenes, los que no conocen quién es Jesús, qué ha hecho por ellos, qué mensaje les ha dejado, qué está esperando de ellos. Bastantes no lo conocieron nunca; otros, lo han olvidado. Unos y otros lo necesitan, porque Jesús es su único Salvador.
El Papa Francisco nos ha trazado ya la hoja de ruta. Con palabras sencillas pero exigentes, nos ha dicho que «toda la pastoral ha de estar realizada en clave misionera. Una Iglesia que no sale, a la corta o a la larga, se enferma en la atmósfera viciada de su encierro. Es verdad que a una Iglesia que sale le puede pasar lo que a cualquier persona que sale a la calle: tener un accidente. Ante esta alternativa les quiero decir francamente que prefiero mil veces una Iglesia accidentada que una Iglesia enferma».
Si cada uno de nosotros se convierte en testigo de la fe, ésta volverá a dar vocaciones abundantes para el sacerdocio, para la vida consagrada, para el matrimonio y para ir hasta los confines de la tierra a predicar la gran Buena Nueva del amor que Dios nos ha demostrado y nos tiene en Jesucristo. ¡Recuperemos el gozo y la alegría de nuestra fe y seamos misioneros en nuestra familia, entre nuestros amigos y en nuestros ambientes! Nuestra fe se convertirá en misión. Será el mejor regalo que hagamos a nuestros hijos, hermanos y parientes misioneros. Desde aquí les felicitamos con nuestro afecto y nuestra oración y les deseamos frutos apostólicos abundantes.