Apertura del simposio de Misionología

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Facultad de Teología – 6 marzo 2013

Una vez más –es la vigésimo sexta– la Facultad de Teología del Norte de España, en su Sede de Burgos, abre sus puertas a un numeroso grupo de profesores y alumnos para celebrar un Simposio Internacional sobre el siempre apasionante tema de la misión. El de esta edición es, si cabe, aún más apasionante por la temática que abordará: La Fe, se hace misión entre las gentes».

«La fe se hace misión entre las gentes» tenía, hasta fechas muy recientes, resonancias y connotaciones que remitían a lo que coloquialmente se denominaba «misiones». Es decir, a geografías y culturas a las que se enviaba un misionero desde un país de larga tradición cristiana, especialmente europea. «Misión», «misionero» y anuncio de la fe, en lugar de ser realidades que implicasen y responsabilizasen a todos los bautizados del anuncio de la fe a todos los no bautizados, se referían únicamente a algunos, especialmente religiosos y religiosas.

El Vaticano II dio un vuelco a esta mentalidad, mediante la insistencia en el carácter esencialmente misionero de toda la Iglesia y la afirmación rotunda de que la Iglesia está llamada para la misión, para el anuncio de Jesucristo a quienes todavía no le conocen o, si le conocen, han abdicado de ser sus discípulos. Ese gran surco no sólo no se ha cerrado con el paso de los años posteriores al Vaticano II, sino que ha seguido ampliándose con documentos tan importantes como la Evangelii nuntiandi y la Redemptoris missio. Y, lo que es quizás más importante, ha seguido creciendo con la toma de conciencia generada en toda la Iglesia, como consecuencia de la secularización creciente de las sociedades de larga tradición cristiana, el Magisterio del Papa y de los Obispos y promoción de iniciativas e instituciones, tales como el Pontificio Consejo para la Nueva Evangelización. Gracias a Dios, hoy puede decirse que es una verdad adquirida –al menos en el plano de las ideas– que la misión pertenece a la esencia de la Iglesia y que todos y cada uno de los bautizados son misioneros en el sentido verdadero y propio y, por ello, responsables del anuncio de la fe a los no bautizados y a los que, estando bautizados, han dejado de creer o de vivir su fe. Si en la mitad del siglo XX sonaba a escandaloso preguntarse: «Francia, ¿país de misión?», hoy ya no lo es afirmar que no sólo Francia sino toda Europa y el mundo entero son un inmenso país de misión. Consecuentemente, «La fe se hace misión entre las gentes» es equivalente a decir que el primer anuncio de la fe ha de resonar en las calles y plazas del mundo entero, incluyendo los pueblos y ciudades de España y de Burgos.

En este contexto se comprende bien que el Papa Benedicto XVI haya convocado un Año de la Fe, con el fin de «redescubrir la alegría de creer y volver a encontrar el entusiasmo de comunicar la fe» y reavivar la conciencia de que Jesucristo «nos envía por los caminos del mundo para proclamar su Evangelio a los hombres de cada generación» (Porta fidei 7).

Para ello, «habrá que intensificar –dice el mismo Romano Pontífice– la reflexión sobre la fe, para ayudar a todos los creyentes en Cristo a que su adhesión al Evangelio sea más consciente y vigorosa» (Porta fidei 8). Esta tarea no es privativa de una Facultad de Teología. Pero es claro que las Facultades de Teología están especialmente concernidas y han de sentir la urgencia de implicarse en esta tarea. También en ellas ha de resonar con mucha fuerza las palabras del Apóstol: «Caritas Christi urget nos: es el amor de Cristo el que llena nuestros corazones y nos impulsa a evangelizar».

Si esto vale para todas las Facultades de Teología, vale especialmente para la nuestra, que tiene un Instituto especializado de Misionología, el cual viene organizando, desde hace años, Simposios Internacionales de esta materia, cuyas Actas publica poco después y pone al servicio de la comunidad teológica y pastoral. Quizás sea el Año de la Fe la ocasión propicia para volver a repensar una idea que hace años aleteaba en la mente de varios profesores de la Facultad, a saber: canalizar una de las dos secciones de Licenciatura hacia la especialización en Misionología.

En cualquier caso, me congratulo de que los Simposios Internacionales sigan organizándose y se rejuvenezcan sin cesar con nuevas perspectivas y participaciones. Espero que el simposio que hoy inauguramos tenga una especial importancia por la temática que aborda y la calidad de los ponentes.

Antes de terminar quisiera agradecer a los directores del Simposio toda la labor de preparación y organización, que, como todos sabemos, pasa inadvertida pero es fundamental. Así mismo, agradezco a todos los profesores, tanto de esta Facultad como de las demás Facultades e Instituciones Académicas representadas, que hayan querido añadir a su ya cargada agenda, la tarea de hacerse presente entre nosotros y brindarnos una ponencia o la dirección de alguna mesa redonda. Doy también las gracias a todos los que habéis querido acercaros a nuestra ciudad para participar como oyentes en el Simposio. A todos, profesores y no profesores, doy mi más cordial bienvenida.

Además de abriros mis brazos de hermano en la fe, os deseo unos días de intenso y fecundo trabajo y, a la vez, unos días para disfrutar las bellezas artísticas de nuestra ciudad, especialmente la Catedral y el Monasterio de las Huelgas.

Que os acompañe la presencia maternal de Santa María. Muchas gracias.

Tiempo de rezar

por administrador,

Cope – 3 marzo 2013

Después de leer las palabras de despedida del Papa al Clero de Roma, escribí de mi puño y letra: «Última lección magistral del teólogo-catequista, Papa Ratzinger». Tengo que rectificar. Porque lo de «última lección magistral» de este sabio y santo Papa que Dios nos ha dado en la persona de Benedicto XVI, más que al discurso sobre el Vaticano II a los sacerdotes de su diócesis, corresponde a la última audiencia concedida a toda la Iglesia, representada en la muchedumbre que abarrotó la Plaza de san Pedro el pasado miércoles. ¡Cuánta sabiduría, sinceridad y verdad! Habría que transcribir todas sus palabras. No es posible. Gustemos, al menos, la dulzura exquisita de algunas.

Para mí, lo más importante fue esta reflexión. «Siempre he sabido que la barca de la Iglesia no es mía, no es nuestra, sino suya y no la deja hundirse. Es él quien la conduce, por supuesto a través de hombres que ha elegido. Esta es una certeza que nada puede ofuscar». Algunos se empeñan en ver a la Iglesia como un tinglado humano, como una institución que se rige según las reglas de juego de los partidos políticos o como un club de lobbys enfrentados. Lo lógico es que no sólo no entiendan nada, sino que lo que entienden, lo entiendan al revés. Les sucede como al que no conoce el alfabeto Morse y sólo ve puntos y rayas donde hay mensajes urgentes de gozo o de dolor. La clave de comprensión la ha dado el Papa: «La Iglesia no es mía (del Papa), no es nuestra» sino de Jesucristo.

El que tiene esa clave, al contemplar la vida de la Iglesia se encontrará con lo que Benedicto XVI ha señalado, haciendo balance de su Pontificado: luces y sombras, calma y tormenta, pero siempre paz. «El Señor me ha dado muchos días de sol y ligera brisa, días en los que la pesca fue abundante. Pero también momentos en los que las aguas estuvieron muy agitadas y el viento contrario, como en toda la historia de la Iglesia y el Señor parecía dormir». Sin embargo, nunca perdió la paz ni se sintió solo sino acompañado siempre por el Señor: «Como san Pedro con los demás apóstoles en la barca en el lago de Galilea».

Otra reflexión-confesión importante ha quedado reflejada en lo que ha dicho sobre las cartas que ha recibido las últimas semanas: «Me han escrito como hermanos y hermanas, como hijos e hijas, con el sentido de una relación familiar muy afectuosa; en esas cartas y mensajes de personas sencillas se puede tocar lo que es la Iglesia: no una organización, no una asociación para fines religiosos o humanitarios, sino un cuerpo vivo, una comunión de hermanos y hermanas en el Cuerpo Místico». Es un modo bellísimo de decir que la Iglesia es una familia y que él lo ha experimentado de modo especial estos días.

Una última confidencia, hecha con la conciencia de que hablaba con «hermanos y hermanas, con hijos e hijas». «He dado este paso –el de la renuncia– consciente de su gravedad y novedad», porque un padre de familia tiene que tomar por amor decisiones importantes, y «amar a la Iglesia significa también tomar decisiones difíciles». Pero la renuncia no es abandono ni búsqueda de comodidad: «No regreso a la vida privada, a una vida de viajes, encuentros, recepciones, etc. No abandono la cruz sino que permanezco de un modo nuevo junto al Señor Crucificado».

En estos días que faltan hasta la elección del nuevo Papa, debemos escuchar como buenos hijos e hijas de Benedicto XVI su última petición: rezar por él, «por los Cardenales que lo habrán de elegir» y «por el nuevo Sucesor de san Pedro». Estamos, por tanto, en un tiempo fuerte de oración y súplica, no de comentarios frívolos y superficiales. Hagamos, junto con María, un nuevo Pentecostés, para que los cardenales electores sean dóciles a la inspiración del Espíritu Santo y así tengamos el Papa que la Iglesia y el mundo necesitan.

Rito de elección de catecúmenos adultos

por administrador,

Parroquia de la Sgda. Familia – 3 marzo 2013

Las familias numerosas tienen que comunicar con frecuencia a sus parientes y amigos alguna noticia importante: el nacimiento de un hijo, su primera comunión, su boda; y, también la muerte del padre o de la madre o de un familiar próximo. La Iglesia es una gran familia y hoy tiene que comunicaros a todos vosotros una gran noticia: la próxima Vigilia Pascual se va a enriquecer con varios nuevos hijos, todos ellos mayores. Cinco tienen alrededor de diez años y otros tres entre 25 y 30. Estos tres se encuentran aquí presentes. Dentro de poco les escucharéis decir el nombre que han elegido para hacerse cristianos.

Quizás os extrañe esto, pues estamos acostumbrados a que los niños se bauticen al poco de nacer. Es lo que ocurrió con todos nosotros, a quienes nuestros padres llevaron a bautizar a los pocos días o semanas. Desde hace algunos años las cosas han cambiado. Un alto tanto por ciento de los niños que nacen siguen bautizándose al poco de nacer. Es estupendo que esto sea así. Porque el Bautismo es un don inmenso, una especie de premio gordo de un lotería espiritual.

Sin embargo, hay un tanto por ciento significativo que no son llevados a bautizar en ese momento. Algunos lo piden ellos o sus padres cuando llega la edad de la Primera Comunión. Bendito sea Dios, porque es una cosa maravillosa pedirlo entonces.

Además, hay bastantes personas mayores –emigrantes y nacidos en España– que no están bautizados y –llegado un determinado momento– ellos piden recibir las aguas bautismales. Cada día serán más los no bautizados y también los que piden el bautismo siendo mayores. Demos también gracias a Dios, que a cada uno llama en su momento y a todos quiere hacer hijos suyos. No es una novedad, en sentido estricto, porque durante los primeros siglos del cristianismo era lo normal.

Como es lógico, la Iglesia les acoge con alegría y les prepara para que puedan recibir el Bautismo. Esa preparación es larga, porque la conversión no suele darse de repente, sino de modo gradual y poco a poco. La norma es que sea de alrededor de dos años.

Esto es lo que ha hecho con estos tres. Ahora, próxima ya la Pascua, les prepara con más intensidad, mediante una serie de celebraciones, en las que Dios tiene la parte más importante. Estas celebraciones son: a) la que hoy estamos realizando y b) la entrega del Credo y del Padre nuestro, es decir, la fe y la oración, que son los dos grandes tesoros que la Iglesia puede ofrecerles antes del Bautismo.

Hoy me he hecho presente, porque es el obispo de la diócesis –como sucesor de los Apóstoles– el que recibe a los candidatos en nombre de la Iglesia, para que la próxima Pascua sean bautizados. Dentro de quince días celebrarán la entrega del Credo y del Padre Nuestro. Dos en esta parroquia y otro en Baños de Valdearados.

Hermanos: hoy resuenan con una fuerza especial el mandato de Jesús: «Id por todo el mundo y predicad el Evangelio, los que crean y se bauticen se salvarán». Todos hemos de sentirnos urgidos por este mandato y ver si conocemos en nuestra familia o en nuestro ambiente alguna persona a la que podamos invitar a hacerse cristiano.

Hoy es también un día especialísimo para renovar nuestro Bautismo: dar gracias a Dios por este gran don y examinar cómo estamos cumpliendo nuestros compromisos de discípulos.

Misa de acción de gracias por el pontificado de Benedicto XVI

por administrador,

Parroquia de S. Lesmes – 28 febrero 2013

«Tú eres Pedro; y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia». Estas palabras resuenan hoy con una fuerza y claridad muy particulares. Porque en este momento la Iglesia no tiene Papa, ya que Benedicto XVI ha pasado a ser «Papa emérito». Y, por ello, aunque siga siendo obispo y, por supuesto, cristiano, ya no es el Pastor supremo de la Iglesia, ni su principio y fundamento visible de unidad. No obstante, la Iglesia no se ha derrumbado ni se ha venido abajo. La Iglesia continúa existiendo. Sigue teniendo la Palabra de Dios, los sacramentos, la fuerza de la caridad, la presencia de Cristo y del Espíritu.

En sus palabras de despedida en la Plaza de San Pedro, decía ayer Benedicto XVI: «Siempre he sentido que la barca de la Iglesia no es mía, no es nuestra, sino suya». La Iglesia no es de Pedro ni de sus Sucesores ni de los obispos y sacerdotes, ni de los simples fieles. La Iglesia es de Cristo. Él mismo se lo dijo claramente a Pedro: «Tú eres la piedra sobre la que yo construiré mi Iglesia». «Mi Iglesia», no la tuya ni la de nadie. La Iglesia es de Cristo, porque Cristo la engendró y dio a luz en el lecho del dolor de la Cruz. Allí la hizo Esposa suya y contrajo con ella un matrimonio único y para siempre. Allí la entregó el sacramento del Bautismo para que engendrara nuevos hijos sin cesar. Allí le entregó las arras de la Eucaristía, para que pudiera nutrirse con su Cuerpo y con su Sangre y así tener fuerzas para caminar sin desfallecer en el largo peregrinaje de este mundo hacia el Padre. Allí le convirtió en instrumento de salvación para todos los hombres y mujeres de todos los tiempos.

Cristo es, pues, la verdadera Cabeza, el verdadero cimiento, el verdadero principio de unidad. El Papa –el que sea– no es una Cabeza, un cimiento y un principio alternativo. Cristo y el Papa son la misma Cabeza, el mismo principio y el mismo fundamento. Cristo, invisible; el Papa visible.

Esto ha de llenarnos de fe, de confianza y de amor. Como ha ocurrido en toda la Historia de la Iglesia y en el Pontificado de Benedicto XVI –según reconocía ayer públicamente–, hay «muchos días de sol y suave brisa, días en que la pesca es abundante. Pero también momentos en los que las aguas están muy agitadas y el viento es contrario». Es decir, hay días en los que brilla la santidad de la Iglesia y vienen a ella nuevos hijos, como sucede con las beatificaciones y canonizaciones y cuando reciben el bautismo millares de personas adultas, como sucederá la próxima Pascua. Y días en que el demonio, los poderes políticos, económicos y mediáticos, los escándalos del clero, los pecados de abandono y traición aumentan y llenan de dolor a los pastores y a los fieles. Pero nada ni nadie podrá acabar con la Iglesia. Nada ni nadie impedirá que la Iglesia siga anunciando que Jesucristo ha muerto y resucitado por los hombres y mujeres de nuestro mundo y siga invitando a convertirse y bautizarse y así entrar en esa barca de salvación y llegar a la meta de la Pascua eterna.

Ahora bien, Jesucristo quiere que su Iglesia tenga una persona de carne y hueso que haga sus veces, que sea su Vicario en la tierra, que sea un Pastor que cuide y apaciente a los demás pastores y a las ovejas, que sea un principio y fundamento visible de unidad, que acoge y excluye de su Rebaño con autoridad Suprema, que dictamine qué caminos conducen al Cielo y qué caminos apartan de él. Esa persona es el Papa.

Hasta hace unos minutos ha sido Benedicto XVI; dentro de unos días, alguien cuyo nombre y demás circunstancias personales desconocemos en este momento. Esto es lo que justifica que ahora estemos reactualizando lo que vivió la primera comunidad cristiana –la Iglesia madre– de Jerusalén. Estamos, en efecto, reunidos para escuchar la Palabra que nos ha sido trasmitida por la Tradición Apostólica de los legítimos pastores, en íntima fraternidad de fe y de vida, celebrando la Eucaristía y orando a Dios intensamente. Si no hiciéramos esto, Jesucristo no estaría contento de nosotros y seríamos unos desagradecidos.

Porque Benedicto XVI ha sido un Papa cuyo Pontificado no ha sido largo en años pero ha sido fecundísimo en frutos. Con su ejemplo y con su palabra, nos ha llevado a las cosas esenciales, como éstas: que existe un Dios Personal, que ese Dios es amor y nos ama a cada uno entrañablemente; que ser cristiano no es una decisión ética sino el encuentro con una Persona, Jesucristo, que cambia el horizonte de la vida y la da un nuevo y radical sentido; que la Eucaristía es la fuente de la que mana continuamente la vida y el ser mismo de la Iglesia; que la fuerza de la Iglesia no es el dinero ni el poder sino la humildad; que el dinamismo de la Iglesia no depende primordialmente de la acción sino de la oración; que la fe y la razón no sólo no se excluyen sin que se reclaman y necesitan mutuamente. Demos, pues, gracias a Dios. Sí, muchas, muchísimas gracias.

Además, no podemos olvidar que si es verdad que Benedicto XVI no llevará ya sobre sus hombros el ministerio de gobernar a la Iglesia, eso no significa que se despreocupe de la Iglesia. Él mismo lo decía ayer en estos términos: «Ya no llevaré la potestad de gobierno de la Iglesia, pero permanezco en el servicio de la oración […], continuaré acompañando el camino de la Iglesia con mi oración y mi reflexión, con la dedicación al Señor y a su Esposa que he tratado de vivir durante toda mi vida y quiero seguir viviendo hasta el fin». Como él mismo ha dicho, no vuelve a su vida privada, como vuelven los que se jubilan: «No vuelvo a la vida privada, a viajes, reuniones, recepciones, etcétera. No abandono la cruz, sino que permanezco junto al Señor Crucificado». ¡Qué fe y qué amor tan inmensos! Demos gracias a Dios.

Pero esta acción de gracias para que sea completa, ha de ser el comienzo de un río de oración que vaya creciendo hasta desbordarse, mientras llega el momento de la elección del nuevo Papa. El mismo Benedicto XVI nos ha pedido reiteradamente y nos lo pidió ayer de modo muy solemne que acudamos a Dios para pedirle que le ayude a él en este tramo final de su vida, y –son sus palabras– «especialmente por los Cardenales que tienen el grave deber» de elegir un nuevo sucesor de San Pedro; y por el nuevo Papa que salga elegido. Pidamos con insistencia, bien unidos a la Santísima Virgen, que los cardenales electores sean muy dóciles a las inspiraciones del Espíritu Santo y así nos den el Papa que necesitamos para hacer frente a los grandes desafíos intraeclesiales y del mundo actual.

Ponemos esta petición en la patena de esta eucaristía, para que el Pastor de los Pastores y el Salvador de todos los hombres la presente ante el Padre por nosotros. Amén.

Benedicto XVI: decálogo de agradecimientos

por administrador,

Cope – 24 febrero 2013

El próximo jueves, 28 de febrero, a las ocho de la tarde, Benedicto XVI renunciará de hecho al Pontificado y, en consecuencia, dejará de ser Papa. Ese mismo día y a la misma hora, la Iglesia que camina en Burgos se congregará en la Iglesia Parroquial de san Lesmes para celebrar una solemne Eucaristía, dar gracias a Dios por habernos dado este santo y sabio Pontífice y, a la vez, siguiendo sus indicaciones, pedir al Espíritu Santo que los cardenales electores elijan al que Él tiene ya ‘marcado’. Si Dios quiere, yo mismo presidiré esa Eucaristía rodeado de un amplio grupo de sacerdotes, a la que invito cordialmente a todos los diocesanos.

Aunque la Eucaristía es el mejor agradecimiento posible, no me quedaría satisfecho si dejara de escribir aquí algunos de los motivos por los que daremos gracias a Dios. Los he agrupado en forma de decálogo, pero la lista es más larga.

Daremos gracias porque Benedicto XVI nos ha redescubierto a todos quién es Dios y cuál es el lugar que le corresponde. «Dios es amor» y ocupa «el centro» en la creación, en la Iglesia y en la vida de cada persona.

Daremos gracias porque Benedicto XVI nos ha dicho, en todos los tonos y modos, que se es cristiano no por una decisión ética sino por el encuentro con una Persona, que cambia radicalmente nuestra vida. Esa Persona es Jesucristo. Por eso, hizo de Él el programa de su Pontificado.

Daremos gracias porque Benedicto XVI nos ha regalado inolvidables discursos sobre el maridaje que existe entre la fe y la razón, a los cuales será indispensable volver en el futuro para comprender que una y otra, lejos de oponerse, se necesitan mutuamente.

Daremos gracias porque no ha regateado sinsabores y disgustos para limpiar a la Iglesia de la terrible lacra de la pederastia.

Daremos gracias por la convocatoria del Año de la Fe, para que los cristianos redescubramos la alegría de ser discípulos de Jesucristo y nos decidamos a comunicar esa gran noticia a los demás.

Daremos gracias por su clarividencia e insistencia en afirmar que Europa tiene unas raíces cristianas y que sería una incalculable pérdida cultural y religiosa cortar esas raíces y adentrarse en un mundo cultural y ético que nos es ajeno.

Daremos gracias por su amor insobornable a la verdad y su fortaleza para desafiar la dictadura del relativismo.

Daremos gracias por las visitas pastorales que ha realizado a España, distinguiéndonos más que a ningún otro país del mundo. ¿Cómo olvidar su presencia en Valencia con motivo del Año de la Familia y en Madrid para la Jornada Mundial de la Juventud?

Daremos gracias por la creación del Pontificio Consejo para la Nueva Evangelización, con el cual no sólo ha señalado a la Iglesia la ruta que debe continuar sino que la ha dotado de un organismo permanente que la oriente e impulse.

En fin, daremos gracias por la importancia que Benedicto XVI ha dado a la Eucaristía y a la Palabra de Dios, insistiendo en que son las dos mesas en las que se alimenta y nutre la vida cristiana.

Todos estos motivos muestran que el Pontificado de Benedicto XVI no sólo ha sido muy fecundo para la Iglesia sino que ha llevado muchos motivos de esperanza a tantas personas no creyentes pero que son buscadoras de Dios con sinceridad y, a veces, con pasión. Todo ello no hubiera sido posible si el Papa que se nos va no fuera un místico y un verdadero santo. Pido a Dios que le siga bendiciendo durante el resto de su vida y que la Iglesia pueda seguir beneficiándose de su oración y de su sabiduría durante largos años.