«La Iglesia en la educación»

por redaccion,

fundación manjón y palencia burgos

 

Escucha el mensaje de Mons. Iceta

 

 

Queridos hermanos y hermanas:

 

El Concilio Vaticano II «considera atentamente la importancia decisiva de la educación en la vida de la persona y su influjo cada vez mayor en el progreso social contemporáneo» (Declaración Gravissimum educationis sobre la educación cristiana).

 

La labor educativa de la Iglesia a través de múltiples instituciones ha sido inmensa a lo largo de los siglos. Nuestra Iglesia burgalesa ha contribuido notablemente a esta tarea a través de colegios diocesanos, de entidades religiosas dedicadas a la educación y de iniciativas sociales católicas, dirigida de modo particular a las personas y familias más desfavorecidas, con un profundo y amplio compromiso social. Cómo no recordar al sacerdote natural de Sargentes de Lora, don Andrés Manjón, pionero en la educación y gran promotor de esta tarea más allá de nuestras fronteras, cuyo centenario de fallecimiento acabamos de celebrar.

 

Precisamente el pasado diecisiete de febrero celebramos en el Forum de la Evolución en Burgos el primer encuentro de los cinco colegios diocesanos, junto con el del Círculo Católico, que forman parte de la Fundación Manjón y Palencia. Allí testimoniamos el compromiso de caminar juntos y ayudarnos en la búsqueda de la excelencia sobre el surco de la mejor tradición y cultura educativa de la Iglesia.

 

Con el objetivo primordial de renovar la presencia y el compromiso de la Iglesia con la educación, se ha celebrado en Madrid el congreso ‘La Iglesia en la Educación. Presencia y Compromiso’. Ayer asistimos a la sesión final de este evento que ha reunido a una gran cantidad de personas de diferentes delegaciones diocesanas de educación y de instituciones educativas implicadas activamente en esta iniciativa que desea, sobre todo, promover la presencia de la Iglesia en los distintos ámbitos educativos.

 

Desde la Comisión Episcopal para la Educación y Cultura se ha percibido la urgencia de que la Iglesia «continúe haciendo su aportación específica». Para ello, propusieron abrir un «proceso de encuentro y participación» que tuviese en cuenta todos los ámbitos en los que estamos presentes: colegios de ideario cristiano, profesorado de religión católica, profesorado cristiano, centros de educación especial, centros de formación profesional, universidades católicas y escuelas de magisterio, colegios mayores y residencias universitarias, educación no formal y su relación con la parroquia, la familia y la escuela.

 

El trabajo generado en cada uno de estos ámbitos ha puesto en común el camino recorrido para reconocer, de primera mano, los desafíos de la educación del siglo XXI. La Comisión Episcopal para la Educación y Cultura es consciente de la urgencia de «estar presente en este camino» y de «continuar un diálogo en el que la Iglesia pueda hacer su aportación específica a los retos y desafíos de la educación que se plantean a nuestras propias instituciones e iniciativas educativas en este momento particular».

 

La Iglesia está comprometida con la educación, porque tiene un papel esencial para el crecimiento y desarrollo armónico e integral del ser humano en todas sus dimensiones, también la trascendente, y con la capacidad de transformar la sociedad haciendo presente el Reino de Dios. Educar es un acto vocacional que ha de llevar al Amor, un sendero forjado con teselas de humanidad, que responda a los interrogantes que anidan en el corazón humano, que le abra al conocimiento de la Verdad y del Amor, y que rompa la cultura del individualismo para la edificación de una sociedad fraterna.

 

Educar va más allá de transmitir contenidos para superar una serie de pruebas y conseguir una determinada titulación. Así lo señaló el Papa Francisco durante su discurso en el Congreso Mundial Educar hoy y mañana: una pasión que se renueva, pronunciado en noviembre de 2015: «La educación formal se empobreció debido al positivismo. Solo conoce un tecnicismo intelectual y el lenguaje de la cabeza. Y por eso se empobreció». Asimismo, en dicho encuentro denunció la ruptura del pacto educativo entre la escuela, la familia, las instituciones y la sociedad que, sin duda alguna, «desestabiliza la educación».

 

Hoy también es una ocasión para agradecer a tantos profesionales que viven su vocación en la tarea educativa. Gracias por vuestro testimonio apasionado y entrega generosa a las jóvenes generaciones. Damos gracias a la Virgen María por este trabajo coral desempeñado entre todos; un espacio de colaboración que ha hecho visible la labor imprescindible de la Iglesia en la educación, su servicio a las personas, a las familias y a la sociedad, particularmente a los más desfavorecidos.

 

Con gran afecto, pido a Dios que os bendiga.

 

+ Mario Iceta Gavicagogeascoa

Arzobispo de Burgos

«Cuaresma: el camino de vuelta a casa»

por redaccion,

«Cuaresma: el camino de vuelta a casa»

 

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Queridos hermanos y hermanas:

 

La Cuaresma es volver a descubrir que «estamos hechos para el fuego que siempre arde, para Dios, para la eternidad del Cielo, no para el mundo». El Papa Francisco, desde esta mirada compasiva que pronunció un día como hoy hace cinco años, nos invita a reflexionar sobre todas las sendas que recorremos a diario en nuestra vida para encontrar el camino de vuelta a casa y nos recuerda que hoy es el momento de regresar a Dios.

 

Adentrados en este tiempo de espera, penitencia y perdón, el Espíritu vuelve a soplar su aliento sobre el barro de nuestras vidas para adentrarse en esos rincones donde más nos cuesta estar.

 

Con el Miércoles de Ceniza comienzan cuarenta días de limosna, oración y ayuno, como sendero de preparación para la Semana Santa. Un nuevo comienzo que nos llevará a un destino seguro: la Resurrección de Cristo, su indudable promesa y nuestra eterna victoria.

 

No es un tiempo para las renuncias sin sentido, sino para descender hasta las profundidades de nuestro interior, recorrer cada una de sus espinas, acogerlas y amarlas como Dios las ama. Solo así, podremos volver al Padre, salir a recorrer sus caminos y allanar sus sendas con la entrega generosa hacia quienes más nos necesitan.

 

La ceniza sobre nuestra cabeza simboliza el camino para volver al Señor, pero no de cualquier manera, porque Dios infunde su espíritu de vida sobre ese polvo enamorado que nos habita para hacernos libres, resucitados y alegres.

 

«Es tiempo de conversión y de libertad. Jesús mismo fue conducido por el Espíritu al desierto para ser probado en su libertad. Durante cuarenta días estará ante nosotros y con nosotros: es el Hijo encarnado». El Papa, en su mensaje para esta Cuaresma, nos invita a entrar en el desierto para resurgir con Cristo y renovar nuestra identidad cristiana. Asimismo, nos recuerda que «el desierto es el espacio en el que nuestra libertad puede madurar en una decisión personal de no volver a caer en la esclavitud». En Cuaresma, insiste, «encontramos nuevos criterios de juicio y una comunidad con la cual emprender un camino que nunca antes habíamos recorrido».

 

Vivamos este tiempo penitencial y de gracia siendo conscientes de que tenemos un Padre que nos espera con el alma y los brazos totalmente abiertos. «Es tiempo de actuar», y «en Cuaresma actuar es también detenerse: detenerse en oración, para acoger la Palabra de Dios, y detenerse como el samaritano, ante el hermano herido.

 

El amor a Dios y al prójimo es un único amor», señala el Papa, porque «delante de la presencia de Dios nos convertimos en hermanos, percibimos a los demás con nueva intensidad; en lugar de amenazas y enemigos encontramos compañeros de viaje. Este es el sueño de Dios, la tierra prometida hacia la que marchamos cuando salimos de la esclavitud».

 

Durante esta Cuaresma, detengámonos en la carne del prójimo, cuidemos la dimensión contemplativa de la vida, abracemos el riesgo de darnos sin esperar nada a cambio, vayamos a lo esencial, ayunemos de lo superfluo, ahoguemos las vanidades, seamos plenamente humanos, avivemos las cenizas de nuestra fragilidad dormida y hagamos nuevas, de una vez y para siempre, todas las cosas (cf. Ap 21, 1-6).

 

Comencemos este tiempo de gracia de la mano de la Virgen María. Ella nos enseña a tomar el camino de la entrega (ese que llega hasta el corazón de Dios), hasta el encuentro con Cristo vivo. La limosna, la oración y el ayuno son el camino, pero la meta de este viaje es el encuentro con Cristo en el desierto: el lugar, como anuncia el profeta Oseas, del primer (cf. Os 2, 16-17) y definitivo amor.

 

Con gran afecto, pido a Dios que os bendiga.

 

+ Mario Iceta Gavicagogeascoa

Arzobispo de Burgos

«Creados para cuidar y compartir la vida»

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«Creados para cuidar y compartir la vida»

 

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«No conviene que el hombre esté solo» (Gn 2,18). Con estas palabras, que nacen del deseo fraterno de Dios para el ser humano, el Papa Francisco comienza su mensaje para la XXXII Jornada Mundial del Enfermo, que celebramos hoy.

En momentos de debilidad, cuando apenas quedan fuerzas para mantener el cuerpo y el alma en pie, saberse acompañado puede llegar a convertirse en la mejor medicina de quien pierde hasta las ganas de continuar. «Hemos sido creados para estar juntos, no solos», revela el Papa, «y es precisamente porque este proyecto de comunión está inscrito en lo más profundo del corazón humano, que la experiencia del abandono y de la soledad nos asusta, es dolorosa e, incluso, inhumana». Y lo es aún más en tiempos de «fragilidad, incertidumbre e inseguridad», continúa, «provocadas, muchas veces, por la aparición de alguna enfermedad grave».
Hoy, además, celebramos la Campaña Contra el Hambre de Manos Unidas. El lema, La única especie capaz de cambiar el planeta. El efecto ser humano, nos adentra en el sentido de la justicia y la igualdad, poniendo de manifiesto que los desafíos globales nos afectan a todos por igual.
En ambos casos, la vocación de servicio comienza y termina en los ojos de Cristo, en lo más alto de la Cruz. Pero no es una cruz forjada en la tristeza o la desesperación, sino que alcanza su plenitud en la alegría de la Resurrección. Un consuelo que recibimos por medio de Cristo (2 Cor 1, 5), quien sufre con cada hermano que sufre y desea que participemos con Él en esta preciosa misión.
El departamento de Pastoral de la Salud de la Conferencia Episcopal Española propone como lema para la Campaña del Enfermo de este año Dar esperanza en la tristeza. A través de esta campaña, que comienza hoy –festividad de la Virgen de Lourdes– y concluye el 5 de mayo con la Pascua del Enfermo, desean (de la mano del profeta Jeremías) convertir la tristeza en gozo, alegrar y aliviar las penas de los sufrientes (cf. Jer 31, 13).
El Papa recuerda que «los cristianos estamos especialmente llamados a hacer nuestra la mirada compasiva de Jesús». Por ello, no solo es esencial cuidar al enfermo, sino también las relaciones, invitando a cuidar «a quienes sufren» y están «solos, marginados y descartados». Con la intención de «contrarrestar la cultura del individualismo y del descarte», insiste en «hacer crecer la cultura de la ternura y de la compasión». Y nos invita a «sanar las heridas de la soledad y el aislamiento» con el amor recíproco que Cristo nos da en la oración y, sobre todo, en la Eucaristía. «Los enfermos, los frágiles y los pobres –destaca el Papa– están en el corazón de la Iglesia y deben estar, también, en el centro de nuestra atención humana y solicitud pastoral».
Una llamada al amor derramado que nace en la imagen del Buen Samaritano (cf. Lc 10, 25-37) y que coincide, de principio a fin, con el lema Dar esperanza en la tristeza. «Desde Pastoral de la Salud, se quiere promover la reflexión sobre un tema que nos parece particularmente urgente, el aumento de las personas que padecen sufrimiento psicológico y emocional».
Del mismo modo, no podemos olvidar –en esta Jornada Nacional de Manos Unidas– que muchos hermanos nuestros, en muchos lugares del planeta, viven la desnutrición, el hambre y la muerte, y se ven sumidos en la desesperanza. Hay desigualdad e injusticia, sí, y está en nuestras manos ayudar a poner fin a este drama que fragmenta el corazón y la humanidad.
Le pedimos a la Virgen María por estos hermanos que, en estos momentos, están pasando por el valle del dolor y que, a veces, ni siquiera saben ponerle nombre a ese desfiladero de angustias. La pobreza y la ausencia de salud, siempre amenazadas por las circunstancias del mundo en el que vivimos, han de estar acompañadas por el Amor: el de Dios y el de los hermanos. Un Amor en mayúscula que no siempre es capaz de evitar el dolor, pero que le puede dar sentido y alivia siempre el sufrimiento con el compartir lo que somos y tenemos, derramando el bálsamo de la esperanza.

Con gran afecto, pido a Dios que os bendiga.

 

+ Mario Iceta Gavicagogeascoa

Arzobispo de Burgos

«La vida consagrada: signo permanente de la fidelidad de Dios»

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«La vida consagrada: signo permanente de la fidelidad de Dios»

Escucha aquí el mensaje de Mons. Mario Iceta para este domingo

 

Queridos hermanos y hermanas:

 

El pasado 2 de febrero, fiesta de la Presentación del Señor, celebramos la XXVIII Jornada Mundial de la Vida Consagrada. Con el lema Aquí estoy, Señor, hágase tu voluntad, nos adentramos en el templo, a los cuarenta días del nacimiento de Jesús, portado en los brazos de María y de José.

 

Hoy, también nosotros, como pueblo de Dios consagrado, somos llevados y presentados por nuestra madre, la Iglesia, ante el Dios vivo y verdadero.

 

Nuestro mundo anhela la luz, la esperanza y la fraternidad que nacen del Costado del Señor, en medio de tanto desencuentro y división. Y solo si hacemos la voluntad de Jesús Resucitado, bálsamo eterno de paz, podremos ahondar en el corazón de Dios.

 

La Jornada que celebramos, como manifiestan los obispos de la Comisión Episcopal para la Vida Consagrada, recuerda el don para la Iglesia y para el mundo de las personas consagradas «en su riqueza de modos y carismas», inspirados por el Espíritu Santo «a través de la escucha y el discernimiento comunitario».

 

En su carta, los obispos señalan que la Iglesia necesita la profecía de la Vida Consagrada: «“¡Aquí estoy!, “¡Aquí estamos!” y “¡Hágase tu voluntad!” encierran un compromiso profético para una Iglesia en misión». Una llamada que todos, cada uno desde su propia vocación, debemos hacer nuestra.

 

La voluntad de Dios «acrisola todos los ámbitos de vida de los consagrados a la luz de la oblación de Cristo». Esta oblación de Jesús para cumplir la voluntad del Padre, reconocen desde la Comisión Episcopal, es luz para los consagrados: «Desde Getsemaní, se nos invita a seguir a Jesús hasta la cruz, como todo discípulo; igualmente, allí recibimos la consigna de vivir unidos a los hermanos en la oración y en la entrega de la propia vida para cumplir la voluntad de Dios hasta el final.”».

 

Y ahora quisiera dirigirme, de un modo especial, a los miembros de la vida consagrada de nuestra Iglesia burgalesa: nos enseñáis, con vuestra oración y entrega, a vivir con el corazón desempañado, a correr las piedras pesadas de tantos sepulcros por descubrir (cf. Mc 16, 3) para abrazar al Señor resucitado y vivo (cf. Mt 28, 9), a desenclavar espinas, a consolar sufrimientos, a colmar de armonía rincones habitados por la indiferencia y soledad, a abandonar las riquezas efímeras para abrazar a Aquel que siempre permanece.

 

Vuestra vida nace y renace del encuentro con el Señor; desde la obediencia humilde, la pobreza alegre y la castidad luminosa. Así, abiertos al carisma del Amor, habéis decidido liberaros de cualquier posesión para ser completamente de Dios y, por añadidura, de los demás, particularmente de los desfavorecidos. Merced a vuestra palabra dada y al juramento sellado, el Señor se acuerda de su alianza eternamente (cf. Sal 104).

 

Vuestra voz es la voz del Padre que habla en el lenguaje del amor, que escucha el dolor del herido, que abre caminos donde hay penumbra, que conduce hacia metas y horizontes de luz, que espera contra toda desesperanza, que invita a beber de la fuente de la caridad, que escucha en el silencio, que custodia el sufrimiento del abandonado y que derrama –en cada paso y con sus manos– plenitud de vida.

 

Vuestro corazón late al son del corazón de Jesús de Nazaret, porque participáis de su carne y de su sangre como Él hace de la vuestra (cf. Hb 2, 14). Por eso, actualizáis con vuestra vida la redención realizada por Cristo, «aquel por quien y para quien todo fue hecho» (Hb 2, 10). Jamás olvidéis que Él, la novedad que hace nuevas todas las cosas, cada mañana os vuelve a llamar y a ungir.

 

Dios tomó posesión de María, la Virgen del fiat, para que vosotros escribáis en lo más profundo de vuestra alma que Dios es quien os ha amado primero (cf. 1 Jn 4, 10-19), con un amor gratuito, que debe suscitar una permanente acción de gracias.

 

Gracias, una vez más, por cumplir la voluntad del Padre, por ser el eco de un Evangelio vivo y por dejarle a Dios entrar por las grietas del carisma que os completa y os hace entera y eternamente suyos para poneros al servicio de quienes necesitan la luz del amor y la esperanza.

 

Con gran afecto, pido a Dios que os bendiga.

 

+ Mario Iceta Gavicagogeascoa

Arzobispo de Burgos

«Llamados a vivir un auténtico ecumenismo»

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«Llamados a vivir un auténtico ecumenismo»

Escucha el mensaje de Mons. Iceta para este domingo

 

 

Queridos hermanos y hermanas:

 

Amarás al Señor, tu Dios… y a tu prójimo como a ti mismo (cf. Lc 10,27). Con este tema, escogido por un equipo ecuménico de Burkina Faso, hemos celebrado –del 18 al 25 de enero– la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos.

 

La Iglesia «tiene que ser posada donde todos puedan refugiarse» y «lugar de acogida para los hombres y mujeres que buscan», destacan los obispos de la Subcomisión Episcopal para las Relaciones Interconfesionales y el Diálogo Interreligioso de la Conferencia Episcopal Española.

 

Así, como «comunidad que sana», los cristianos de Burkina Faso han propuesto como tema de reflexión para esta Semana la parábola del buen samaritano, en la que Jesús revela el sentido de amar al prójimo hasta el último aliento.

 

San Juan Crisóstomo, en un momento muy especial de su vida, confesó que la Iglesia «es una posada colocada en el camino de la vida que recibe a todos los que vienen a ella, cansados del viaje o cargados con los sacos de su culpa».

 

El Amor es la fuente infinita de la gracia, el origen de todo, la raíz donde brota la vida en plenitud. Y solo ese amor conduce a la unidad: para cuidar las llagas de los caídos al borde del camino, para que todos seamos uno en Él (cf. Jn 17, 21).

 

Los obispos descubren que la posada a la que Jesús –el buen samaritano– lleva a la persona herida es la Iglesia. «El samaritano confía a la Iglesia la humanidad hasta que Él vuelva». Y, por ello, ahora tiene la misión de «sanar al ser humano con el vino y el aceite, que simbolizan los sacramentos». Esa ha de ser nuestra condición como discípulos del Señor, invitando a entrar a cualquier malherido, acogiendo su dolor y cuidando, una a una, sus heridas.

 

Si negamos auxilio al moribundo, nos habremos apartado de la comunión con Cristo. Esta es la unidad, la que hoy celebremos y debemos celebrar todos los días de nuestra vida.

 

La Semana de Oración es una oportunidad para que todas las Iglesias se hagan solo una y, así, el mundo crea. «La desunión es una herida en el cuerpo de la Iglesia de Cristo», aseveró el Papa Francisco durante una jornada de diálogo y oración en mayo de 2015, en la diócesis estadounidense de Phoenix, junto a un grupo de pastores evangélicos pentecostales. Y nosotros, continuó el Papa, «no queremos que esa herida permanezca», pues la desunión «es obra del padre de la mentira, del padre de la discordia, que siempre busca que los hermanos estén divididos».

 

Estamos llamados a vivir un ecumenismo verdadero porque nos une la misma sangre, la de Cristo, una cultura de la fraternidad, una comunión de verdaderos hermanos que acorte las distancias entre la discordia y la unidad y que nos aúne en torno a un solo Dios.

 

La Subcomisión Episcopal para las Relaciones Interconfesionales y el Diálogo Interreligioso apuesta por crear comunidades «abiertas, alegres y vivas», con una capacidad inmensa de acogida «para que todos se encuentren como en su casa». Además, llaman a la acogida y a la hospitalidad sin fronteras como un signo distintivo de la Iglesia de Cristo: «Pensemos en el posadero, que no pregunta quién es la víctima, ni cuál es su estado o condición. Simplemente lo acoge y, desde el amor, lo ayuda a sanar».

 

Vivamos la plenitud de la comunión en la fe (cf. LG 15), seamos apóstoles de la unidad y rompamos con la división y la discordia. La división entre nosotros, apuntan los obispos de la Subcomisión, «contradice clara y abiertamente la voluntad del Señor y es un grave escándalo para todo el mundo (cf. UR 1)».

 

De la mano acogedora de la Virgen María, el arca de la alianza que ofreció su seno al Verbo y le meció durante nueve meses en el sagrario de su cuerpo bendito, caminemos unidos hacia ese encuentro definitivo, siendo reflejo del buen samaritano, posada cuidadosa y casa de acogida. Oremos los unos por los otros, de palabra y de obra, en comunión. Y amemos a Dios y al prójimo, sin olvidar que el amor de Cristo, que hermana a todos en un solo sentir, es más fuerte que la desunión.

 

Con gran afecto, pido a Dios que os bendiga.

 

+ Mario Iceta Gavicagogeascoa

Arzobispo de Burgos