«Cuaresma: el camino de vuelta a casa»

por redaccion,

«Cuaresma: el camino de vuelta a casa»

 

Escucha aquí el mensaje de Mons. Iceta

 

 

Queridos hermanos y hermanas:

 

La Cuaresma es volver a descubrir que «estamos hechos para el fuego que siempre arde, para Dios, para la eternidad del Cielo, no para el mundo». El Papa Francisco, desde esta mirada compasiva que pronunció un día como hoy hace cinco años, nos invita a reflexionar sobre todas las sendas que recorremos a diario en nuestra vida para encontrar el camino de vuelta a casa y nos recuerda que hoy es el momento de regresar a Dios.

 

Adentrados en este tiempo de espera, penitencia y perdón, el Espíritu vuelve a soplar su aliento sobre el barro de nuestras vidas para adentrarse en esos rincones donde más nos cuesta estar.

 

Con el Miércoles de Ceniza comienzan cuarenta días de limosna, oración y ayuno, como sendero de preparación para la Semana Santa. Un nuevo comienzo que nos llevará a un destino seguro: la Resurrección de Cristo, su indudable promesa y nuestra eterna victoria.

 

No es un tiempo para las renuncias sin sentido, sino para descender hasta las profundidades de nuestro interior, recorrer cada una de sus espinas, acogerlas y amarlas como Dios las ama. Solo así, podremos volver al Padre, salir a recorrer sus caminos y allanar sus sendas con la entrega generosa hacia quienes más nos necesitan.

 

La ceniza sobre nuestra cabeza simboliza el camino para volver al Señor, pero no de cualquier manera, porque Dios infunde su espíritu de vida sobre ese polvo enamorado que nos habita para hacernos libres, resucitados y alegres.

 

«Es tiempo de conversión y de libertad. Jesús mismo fue conducido por el Espíritu al desierto para ser probado en su libertad. Durante cuarenta días estará ante nosotros y con nosotros: es el Hijo encarnado». El Papa, en su mensaje para esta Cuaresma, nos invita a entrar en el desierto para resurgir con Cristo y renovar nuestra identidad cristiana. Asimismo, nos recuerda que «el desierto es el espacio en el que nuestra libertad puede madurar en una decisión personal de no volver a caer en la esclavitud». En Cuaresma, insiste, «encontramos nuevos criterios de juicio y una comunidad con la cual emprender un camino que nunca antes habíamos recorrido».

 

Vivamos este tiempo penitencial y de gracia siendo conscientes de que tenemos un Padre que nos espera con el alma y los brazos totalmente abiertos. «Es tiempo de actuar», y «en Cuaresma actuar es también detenerse: detenerse en oración, para acoger la Palabra de Dios, y detenerse como el samaritano, ante el hermano herido.

 

El amor a Dios y al prójimo es un único amor», señala el Papa, porque «delante de la presencia de Dios nos convertimos en hermanos, percibimos a los demás con nueva intensidad; en lugar de amenazas y enemigos encontramos compañeros de viaje. Este es el sueño de Dios, la tierra prometida hacia la que marchamos cuando salimos de la esclavitud».

 

Durante esta Cuaresma, detengámonos en la carne del prójimo, cuidemos la dimensión contemplativa de la vida, abracemos el riesgo de darnos sin esperar nada a cambio, vayamos a lo esencial, ayunemos de lo superfluo, ahoguemos las vanidades, seamos plenamente humanos, avivemos las cenizas de nuestra fragilidad dormida y hagamos nuevas, de una vez y para siempre, todas las cosas (cf. Ap 21, 1-6).

 

Comencemos este tiempo de gracia de la mano de la Virgen María. Ella nos enseña a tomar el camino de la entrega (ese que llega hasta el corazón de Dios), hasta el encuentro con Cristo vivo. La limosna, la oración y el ayuno son el camino, pero la meta de este viaje es el encuentro con Cristo en el desierto: el lugar, como anuncia el profeta Oseas, del primer (cf. Os 2, 16-17) y definitivo amor.

 

Con gran afecto, pido a Dios que os bendiga.

 

+ Mario Iceta Gavicagogeascoa

Arzobispo de Burgos

«Creados para cuidar y compartir la vida»

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«Creados para cuidar y compartir la vida»

 

Escucha aquí el mensaje de Mons. Iceta

 

 

«No conviene que el hombre esté solo» (Gn 2,18). Con estas palabras, que nacen del deseo fraterno de Dios para el ser humano, el Papa Francisco comienza su mensaje para la XXXII Jornada Mundial del Enfermo, que celebramos hoy.

En momentos de debilidad, cuando apenas quedan fuerzas para mantener el cuerpo y el alma en pie, saberse acompañado puede llegar a convertirse en la mejor medicina de quien pierde hasta las ganas de continuar. «Hemos sido creados para estar juntos, no solos», revela el Papa, «y es precisamente porque este proyecto de comunión está inscrito en lo más profundo del corazón humano, que la experiencia del abandono y de la soledad nos asusta, es dolorosa e, incluso, inhumana». Y lo es aún más en tiempos de «fragilidad, incertidumbre e inseguridad», continúa, «provocadas, muchas veces, por la aparición de alguna enfermedad grave».
Hoy, además, celebramos la Campaña Contra el Hambre de Manos Unidas. El lema, La única especie capaz de cambiar el planeta. El efecto ser humano, nos adentra en el sentido de la justicia y la igualdad, poniendo de manifiesto que los desafíos globales nos afectan a todos por igual.
En ambos casos, la vocación de servicio comienza y termina en los ojos de Cristo, en lo más alto de la Cruz. Pero no es una cruz forjada en la tristeza o la desesperación, sino que alcanza su plenitud en la alegría de la Resurrección. Un consuelo que recibimos por medio de Cristo (2 Cor 1, 5), quien sufre con cada hermano que sufre y desea que participemos con Él en esta preciosa misión.
El departamento de Pastoral de la Salud de la Conferencia Episcopal Española propone como lema para la Campaña del Enfermo de este año Dar esperanza en la tristeza. A través de esta campaña, que comienza hoy –festividad de la Virgen de Lourdes– y concluye el 5 de mayo con la Pascua del Enfermo, desean (de la mano del profeta Jeremías) convertir la tristeza en gozo, alegrar y aliviar las penas de los sufrientes (cf. Jer 31, 13).
El Papa recuerda que «los cristianos estamos especialmente llamados a hacer nuestra la mirada compasiva de Jesús». Por ello, no solo es esencial cuidar al enfermo, sino también las relaciones, invitando a cuidar «a quienes sufren» y están «solos, marginados y descartados». Con la intención de «contrarrestar la cultura del individualismo y del descarte», insiste en «hacer crecer la cultura de la ternura y de la compasión». Y nos invita a «sanar las heridas de la soledad y el aislamiento» con el amor recíproco que Cristo nos da en la oración y, sobre todo, en la Eucaristía. «Los enfermos, los frágiles y los pobres –destaca el Papa– están en el corazón de la Iglesia y deben estar, también, en el centro de nuestra atención humana y solicitud pastoral».
Una llamada al amor derramado que nace en la imagen del Buen Samaritano (cf. Lc 10, 25-37) y que coincide, de principio a fin, con el lema Dar esperanza en la tristeza. «Desde Pastoral de la Salud, se quiere promover la reflexión sobre un tema que nos parece particularmente urgente, el aumento de las personas que padecen sufrimiento psicológico y emocional».
Del mismo modo, no podemos olvidar –en esta Jornada Nacional de Manos Unidas– que muchos hermanos nuestros, en muchos lugares del planeta, viven la desnutrición, el hambre y la muerte, y se ven sumidos en la desesperanza. Hay desigualdad e injusticia, sí, y está en nuestras manos ayudar a poner fin a este drama que fragmenta el corazón y la humanidad.
Le pedimos a la Virgen María por estos hermanos que, en estos momentos, están pasando por el valle del dolor y que, a veces, ni siquiera saben ponerle nombre a ese desfiladero de angustias. La pobreza y la ausencia de salud, siempre amenazadas por las circunstancias del mundo en el que vivimos, han de estar acompañadas por el Amor: el de Dios y el de los hermanos. Un Amor en mayúscula que no siempre es capaz de evitar el dolor, pero que le puede dar sentido y alivia siempre el sufrimiento con el compartir lo que somos y tenemos, derramando el bálsamo de la esperanza.

Con gran afecto, pido a Dios que os bendiga.

 

+ Mario Iceta Gavicagogeascoa

Arzobispo de Burgos

«La vida consagrada: signo permanente de la fidelidad de Dios»

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«La vida consagrada: signo permanente de la fidelidad de Dios»

Escucha aquí el mensaje de Mons. Mario Iceta para este domingo

 

Queridos hermanos y hermanas:

 

El pasado 2 de febrero, fiesta de la Presentación del Señor, celebramos la XXVIII Jornada Mundial de la Vida Consagrada. Con el lema Aquí estoy, Señor, hágase tu voluntad, nos adentramos en el templo, a los cuarenta días del nacimiento de Jesús, portado en los brazos de María y de José.

 

Hoy, también nosotros, como pueblo de Dios consagrado, somos llevados y presentados por nuestra madre, la Iglesia, ante el Dios vivo y verdadero.

 

Nuestro mundo anhela la luz, la esperanza y la fraternidad que nacen del Costado del Señor, en medio de tanto desencuentro y división. Y solo si hacemos la voluntad de Jesús Resucitado, bálsamo eterno de paz, podremos ahondar en el corazón de Dios.

 

La Jornada que celebramos, como manifiestan los obispos de la Comisión Episcopal para la Vida Consagrada, recuerda el don para la Iglesia y para el mundo de las personas consagradas «en su riqueza de modos y carismas», inspirados por el Espíritu Santo «a través de la escucha y el discernimiento comunitario».

 

En su carta, los obispos señalan que la Iglesia necesita la profecía de la Vida Consagrada: «“¡Aquí estoy!, “¡Aquí estamos!” y “¡Hágase tu voluntad!” encierran un compromiso profético para una Iglesia en misión». Una llamada que todos, cada uno desde su propia vocación, debemos hacer nuestra.

 

La voluntad de Dios «acrisola todos los ámbitos de vida de los consagrados a la luz de la oblación de Cristo». Esta oblación de Jesús para cumplir la voluntad del Padre, reconocen desde la Comisión Episcopal, es luz para los consagrados: «Desde Getsemaní, se nos invita a seguir a Jesús hasta la cruz, como todo discípulo; igualmente, allí recibimos la consigna de vivir unidos a los hermanos en la oración y en la entrega de la propia vida para cumplir la voluntad de Dios hasta el final.”».

 

Y ahora quisiera dirigirme, de un modo especial, a los miembros de la vida consagrada de nuestra Iglesia burgalesa: nos enseñáis, con vuestra oración y entrega, a vivir con el corazón desempañado, a correr las piedras pesadas de tantos sepulcros por descubrir (cf. Mc 16, 3) para abrazar al Señor resucitado y vivo (cf. Mt 28, 9), a desenclavar espinas, a consolar sufrimientos, a colmar de armonía rincones habitados por la indiferencia y soledad, a abandonar las riquezas efímeras para abrazar a Aquel que siempre permanece.

 

Vuestra vida nace y renace del encuentro con el Señor; desde la obediencia humilde, la pobreza alegre y la castidad luminosa. Así, abiertos al carisma del Amor, habéis decidido liberaros de cualquier posesión para ser completamente de Dios y, por añadidura, de los demás, particularmente de los desfavorecidos. Merced a vuestra palabra dada y al juramento sellado, el Señor se acuerda de su alianza eternamente (cf. Sal 104).

 

Vuestra voz es la voz del Padre que habla en el lenguaje del amor, que escucha el dolor del herido, que abre caminos donde hay penumbra, que conduce hacia metas y horizontes de luz, que espera contra toda desesperanza, que invita a beber de la fuente de la caridad, que escucha en el silencio, que custodia el sufrimiento del abandonado y que derrama –en cada paso y con sus manos– plenitud de vida.

 

Vuestro corazón late al son del corazón de Jesús de Nazaret, porque participáis de su carne y de su sangre como Él hace de la vuestra (cf. Hb 2, 14). Por eso, actualizáis con vuestra vida la redención realizada por Cristo, «aquel por quien y para quien todo fue hecho» (Hb 2, 10). Jamás olvidéis que Él, la novedad que hace nuevas todas las cosas, cada mañana os vuelve a llamar y a ungir.

 

Dios tomó posesión de María, la Virgen del fiat, para que vosotros escribáis en lo más profundo de vuestra alma que Dios es quien os ha amado primero (cf. 1 Jn 4, 10-19), con un amor gratuito, que debe suscitar una permanente acción de gracias.

 

Gracias, una vez más, por cumplir la voluntad del Padre, por ser el eco de un Evangelio vivo y por dejarle a Dios entrar por las grietas del carisma que os completa y os hace entera y eternamente suyos para poneros al servicio de quienes necesitan la luz del amor y la esperanza.

 

Con gran afecto, pido a Dios que os bendiga.

 

+ Mario Iceta Gavicagogeascoa

Arzobispo de Burgos

«Llamados a vivir un auténtico ecumenismo»

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«Llamados a vivir un auténtico ecumenismo»

Escucha el mensaje de Mons. Iceta para este domingo

 

 

Queridos hermanos y hermanas:

 

Amarás al Señor, tu Dios… y a tu prójimo como a ti mismo (cf. Lc 10,27). Con este tema, escogido por un equipo ecuménico de Burkina Faso, hemos celebrado –del 18 al 25 de enero– la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos.

 

La Iglesia «tiene que ser posada donde todos puedan refugiarse» y «lugar de acogida para los hombres y mujeres que buscan», destacan los obispos de la Subcomisión Episcopal para las Relaciones Interconfesionales y el Diálogo Interreligioso de la Conferencia Episcopal Española.

 

Así, como «comunidad que sana», los cristianos de Burkina Faso han propuesto como tema de reflexión para esta Semana la parábola del buen samaritano, en la que Jesús revela el sentido de amar al prójimo hasta el último aliento.

 

San Juan Crisóstomo, en un momento muy especial de su vida, confesó que la Iglesia «es una posada colocada en el camino de la vida que recibe a todos los que vienen a ella, cansados del viaje o cargados con los sacos de su culpa».

 

El Amor es la fuente infinita de la gracia, el origen de todo, la raíz donde brota la vida en plenitud. Y solo ese amor conduce a la unidad: para cuidar las llagas de los caídos al borde del camino, para que todos seamos uno en Él (cf. Jn 17, 21).

 

Los obispos descubren que la posada a la que Jesús –el buen samaritano– lleva a la persona herida es la Iglesia. «El samaritano confía a la Iglesia la humanidad hasta que Él vuelva». Y, por ello, ahora tiene la misión de «sanar al ser humano con el vino y el aceite, que simbolizan los sacramentos». Esa ha de ser nuestra condición como discípulos del Señor, invitando a entrar a cualquier malherido, acogiendo su dolor y cuidando, una a una, sus heridas.

 

Si negamos auxilio al moribundo, nos habremos apartado de la comunión con Cristo. Esta es la unidad, la que hoy celebremos y debemos celebrar todos los días de nuestra vida.

 

La Semana de Oración es una oportunidad para que todas las Iglesias se hagan solo una y, así, el mundo crea. «La desunión es una herida en el cuerpo de la Iglesia de Cristo», aseveró el Papa Francisco durante una jornada de diálogo y oración en mayo de 2015, en la diócesis estadounidense de Phoenix, junto a un grupo de pastores evangélicos pentecostales. Y nosotros, continuó el Papa, «no queremos que esa herida permanezca», pues la desunión «es obra del padre de la mentira, del padre de la discordia, que siempre busca que los hermanos estén divididos».

 

Estamos llamados a vivir un ecumenismo verdadero porque nos une la misma sangre, la de Cristo, una cultura de la fraternidad, una comunión de verdaderos hermanos que acorte las distancias entre la discordia y la unidad y que nos aúne en torno a un solo Dios.

 

La Subcomisión Episcopal para las Relaciones Interconfesionales y el Diálogo Interreligioso apuesta por crear comunidades «abiertas, alegres y vivas», con una capacidad inmensa de acogida «para que todos se encuentren como en su casa». Además, llaman a la acogida y a la hospitalidad sin fronteras como un signo distintivo de la Iglesia de Cristo: «Pensemos en el posadero, que no pregunta quién es la víctima, ni cuál es su estado o condición. Simplemente lo acoge y, desde el amor, lo ayuda a sanar».

 

Vivamos la plenitud de la comunión en la fe (cf. LG 15), seamos apóstoles de la unidad y rompamos con la división y la discordia. La división entre nosotros, apuntan los obispos de la Subcomisión, «contradice clara y abiertamente la voluntad del Señor y es un grave escándalo para todo el mundo (cf. UR 1)».

 

De la mano acogedora de la Virgen María, el arca de la alianza que ofreció su seno al Verbo y le meció durante nueve meses en el sagrario de su cuerpo bendito, caminemos unidos hacia ese encuentro definitivo, siendo reflejo del buen samaritano, posada cuidadosa y casa de acogida. Oremos los unos por los otros, de palabra y de obra, en comunión. Y amemos a Dios y al prójimo, sin olvidar que el amor de Cristo, que hermana a todos en un solo sentir, es más fuerte que la desunión.

 

Con gran afecto, pido a Dios que os bendiga.

 

+ Mario Iceta Gavicagogeascoa

Arzobispo de Burgos

«Hacia un mañana que nos renueve en el Amor»

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«Hacia un mañana que nos renueve en el Amor»

Celebración de la Jornada de la Infancia Misionera en Uganda. | Foto: OMP

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Queridos hermanos y hermanas:

 

«Es necesario crear una cultura que en lugar de pensar en cómo dejar a los niños de lado, excluidos con paredes y cerraduras, se preocupe por ofrecer cuidados y belleza». Con estas palabras pronunciadas por el papa Francisco en 2018 en el Instituto de los Inocentes de Florencia, el Santo Padre reclamaba una vida digna para los más pequeños: «A los débiles, especialmente a los niños, hemos de darles lo mejor que tenemos».

 

Hoy, cinco años más tarde del citado discurso, sería preciso reiterar su mensaje a esta humanidad tan necesitada de atención y cuidado. Cuando celebramos hoy la Jornada de la Infancia Misionera, reavivamos esa invitación a ayudar a los niños, «especialmente a los que no tienen lo necesario para vivir o no conocen a Dios», tal y como señalan desde Obras Misionales Pontificias.

 

El lema –Comparto lo que soy– implica a todos, niños, jóvenes y adultos, y desea recordar nuestra vocación bautismal como misioneros para ayudar a quienes menos tienen, con nuestra oración y nuestra ofrenda, para que los misioneros continúen proveyendo educación, salud y formación cristiana a más de 4 millones de niños en 120 países del mundo.

 

Compartir lo que somos supone caminar hacia un mañana que nos renueve en el Amor; un amor vivido en el abrigo acogedor de una comunidad que no deja a nadie a un lado, que comparte hasta lo último que tiene y rompe con la barrera del individualismo porque desea entregarse hasta la última gota, como lo hizo el Señor Jesús.

 

Cada persona es creada a imagen y semejanza de Dios, y solo haciéndonos como niños podremos habitar la morada celestial (cf. Mt 18, 1-3).Y este mandamiento, esencial en el credo que nos hermana, no puede ser sustituido por ninguno de los demás. Un detalle que no solo refleja nuestra misión, sino también nuestra cultura: «Una cultura –sostiene el Papa Francisco– que reconozca en todos los rost­­­­­ros, también en el de los más pequeños, el rostro de Jesús». En este sentido, «debemos imaginar que nuestros pobres tienen una medalla rota, y que nosotros tenemos la otra mitad».

 

Qué importante es, en medio de tanto ruido, el cuidado de la infancia y la adolescencia para forjar una humanidad verdadera y plena. Por eso, el carisma de la Infancia Misionera propone y testimonia el Evangelio en cualquier lugar de la Tierra donde haya un solo niño necesitado.

 

Porque cuidar no es solo proteger, es también entregarse, darse por entero aun cuando se agotan las fuerzas. Es lo que hacen los misioneros y que hemos de hacer, también, cada uno de nosotros: hasta vivir plenamente el discipulado misionero, a la luz del Espíritu Santo y a imagen y semejanza de Jesús.

 

Ojalá tengamos muy presente, cada día de nuestra vida, que nuestras manos han de ser las del Señor. Seamos discípulos de corazón misionero y evangélico, atravesemos los muros del egoísmo, recorramos los corazones varados en tantos desiertos que nos rodean sin apenas luz, vistamos a los desnudos de fe, vayamos a donde nadie quiere estar para ofrecer compañía, abramos caminos de esperanza, desatemos tantos sueños mudos y quebremos muros imposibles.

 

Santa Teresa del Niño Jesús, patrona de las Misiones, dedicó su existencia a orar y a entregarse por los sacerdotes, especialmente los misioneros. Su sencillez, sin salir siquiera del convento, manifiestan que la oración es el abrazo eterno que anhela la Iglesia para desarrollar la labor misionera cada día. Ella, nuestra intercesora para recordar a los misioneros, nos lleva a esos rincones tan necesitados del Evangelio de la misericordia y del amor.

 

Le pedimos a la Virgen María, mediante la intercesión de Teresita de Lisieux, que nos ayude a ser promotores del carisma y la espiritualidad de la Infancia misionera. Para que podamos testimoniar, sin complejos y sin miedos, con los más necesitados en el centro de nuestro corazón, las palabras que esta santa dejó escritas con el reflejo de su vida: «En el corazón de la Iglesia, yo seré el Amor».

 

Con gran afecto, pido a Dios que os bendiga.

 

+ Mario Iceta Gavicagogeascoa

Arzobispo de Burgos