La «Humanae Vitae», un mensaje importante y actual

por redaccion,

(Courtesy of filmmaker Daniel di Silva).

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Se ha celebrado este año el 50 aniversario de la publicación de la Encíclica Humanae Vitae, del Papa Pablo VI, recientemente canonizado por el Papa Francisco. Es un doble motivo para recordar en esta reflexión de hoy tanto al documento como a su autor, viendo el sentido de la Encíclica, en la que se trata el tema de la regulación natural de la natalidad, y su valor en la actualidad.

 

«El gravísimo deber de transmitir la vida humana» es el punto de partida de la Encíclica y el motivo de la intervención por parte del Magisterio de la Iglesia. La transmisión de la vida humana es un acto de tanta transcendencia que no puede quedar al margen de los criterios morales, ni expuesta al capricho de los individuos o a las conveniencias de grupos ideológicos. Recientemente los medios de comunicación se han hecho eco de investigaciones científicas que plantean en toda su crudeza el alcance y la gravedad de intervenir artificialmente en los procesos y en las estructuras mismas de la vida. Por eso las reacciones han sido de preocupación y mayoritariamente negativas.

 

San Pablo VI se encontró en su tiempo con otros debates y controversias. En base a argumentos de carácter sociológico y filosófico eran muchas las opiniones que justificaban los métodos artificiales del control de nacimientos o la interrupción directa del proceso generador de la vida ya iniciado: «El hombre, dice la Encíclica, ha llevado a cabo progresos estupendos en el dominio y en la organización racional de las fuerzas de la naturaleza, de modo que tiende a extender ese dominio a su mismo ser global: al cuerpo, a la vida psíquica, a la vida social y hasta las leyes que regulan la transmisión de la vida» (HV, 2).

 

El Papa era consciente, como él mismo indica, del rechazo que iba a provocar su toma de postura en amplios sectores de la opinión pública. No obstante, consciente de que la transmisión de la vida no puede ser banalizada, reafirma las normas morales que la Iglesia ha mantenido desde siempre sobre el matrimonio y la familia y afirma que, «al defender la moral conyugal en su integridad, la Iglesia sabe que contribuye a la instauración de una civilización verdaderamente humana» (VH, 18). Estos principios morales afectan a la concepción de la vida y del ser humano: la generación de una nueva vida no es una simple efusión del instinto o del sentimiento. El amor conyugal, porque es fecundo, está abierto a la vida, al surgimiento de nuevas vidas; debe, por ello, ser entendido y vivido a la luz de Dios, que es Amor, como colaboración de los esposos para que se realice en la humanidad ese designio de amor.

 

Los esposos, por tanto, deben respetar la naturaleza y la finalidad del acto matrimonial, en coherencia con la intención creadora de Dios, sin alterar artificialmente el ritmo natural de fecundidad. Los debates actuales sobre la «producción artificial de vida humana» advierten de los riesgos y peligros que ello lleva consigo. La generación de vida humana en el seno del matrimonio no puede tampoco quedar al margen. La paternidad responsable ha de asumir estos criterios y hacer de la familia una intimidad conyugal de vida y amor.

 

El Papa Francisco, reconociendo que la acción pastoral debe estar muy atenta a la situación de cada persona, nos anima a redescubrir hoy el mensaje de la Humanae Vitae, y reconoce en Pablo VI su «genialidad profética», pues tuvo el coraje de ir contracorriente y de alertar sobre las consecuencias que tendría el uso de métodos anticonceptivos: abrir el camino a la infidelidad conyugal, a la degradación general de la moralidad, al desprecio de la disciplina, al sometimiento ante «colonizaciones ideológicas que buscan destruir la familia».

 

La Humanae Vitae suscitó en su momento fuertes incomprensiones, polémicas y hasta rechazos. Ahora, en un escenario distinto pero con nuevas amenazas contra la vida humana y contra la familia, debe ser releída y repensada con mayor serenidad. Su interpelación profética debería ayudarnos a comprometernos en la defensa de la vida humana, de la paternidad responsable, del amor conyugal, de la educación afectivo-sexual de los hijos, y de la vivencia de la familia como comunicadora y cuidadora generosa de la vida según el plan de Dios.

Adviento: caminar atentos, vigilantes y esperanzados

por redaccion,

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Comenzamos hoy el camino del Adviento que culminará en la Navidad. El Adviento es un tiempo de gracia y de esperanza, de vigilancia y espera. Un año más evocamos y actualizamos que el Señor viene, se hace uno de nosotros. Y debemos prepararnos. Jesucristo se manifiesta y desvela la grandeza de un misterio que ha cambiado la historia y que sigue iluminado hoy el camino de toda la humanidad.

 

El Adviento, en palabras del Papa Francisco, «es el tiempo que se nos da para acoger al Señor que viene a nuestro encuentro, también para verificar nuestro deseo de Dios, para mirar hacia adelante y prepararnos para el regreso de Cristo…, viviendo atentos, vigilantes y esperanzados. La persona que está atenta es la que, en el ruido del mundo, no se deja llevar por la distracción o la superficialidad, sino que vive de modo pleno y consciente, con una preocupación dirigida en primer lugar a los demás… La persona vigilante es la que acoge la invitación a velar, es decir, a no dejarse abrumar por el sueño del desánimo, la falta de esperanza, la desilusión; …estar atentos, alerta y esperanzados son las condiciones para permitir a Dios irrumpir en nuestras vidas».

 

El tiempo del Adviento debe suscitar en nuestro corazón de Iglesia diocesana esa esperanza viva, de profundas raíces bíblicas. El Adviento nos sitúa ante el rostro amoroso de Dios que quiere trasmitirnos en su Hijo, Jesucristo, su mensaje de salvación y de amor, convirtiéndose así en nuestra auténtica esperanza. Al igual que ocurría en los primeros tiempos del cristianismo, la Iglesia hoy ha de ser portadora y sembradora de una «nueva esperanza». Para ello hemos de procurar vivir y comunicar lo genuino de nuestro vivir esperanzados. En realidad, si falta Dios, falla la esperanza. Todo pierde sentido… Pero nadie está excluido de la esperanza de la Vida, del Amor de Dios; y la Iglesia está invitada a anunciarlo y a despertar por todas partes esa esperanza.

 

Comencemos hoy el Adviento, despertando en nuestro interior la esperanza y la espera del DIOS QUE VIENE. La tradición de la Iglesia siempre ha contemplado su venida en tres momentos: el acontecimiento de Belén, en referencia al pasado; la venida gloriosa al final de la historia, mirando al futuro; y la venida en el presente, que tiene lugar en la vida y en el corazón de los creyentes como una “encarnación espiritual”, según la feliz expresión del Papa Benedicto XVI. La Palabra de Dios que se nos regala en la liturgia de los próximos domingos de Adviento, nos urge a que preparemos los caminos y reavivemos nuestra esperanza en el Señor que está viniendo.

 

En el primer domingo, se describen, con términos apocalípticos, los signos que precederán el fin de los tiempos: entonces «veremos al Hijo del hombre venir en una nube con gran poder y gloria», y por ello se nos dice: «levantaos, alzad la cabeza, se acerca vuestra liberación» (Lc 21,27s.), para que crezca nuestra esperanza en la plenitud de vida definitiva.

 

En el segundo, la voz de Juan el Bautista nos llama a la conversión para preparar el camino del Señor y fortalece nuestro vivir esperanzado, cuando anuncia que «toda carne verá la salvación de Dios» (Lc 3,6).

 

El tercero nos convoca a una esperanza comprometida –¿qué debemos hacer?– porque Juan nos invita también a nosotros a llevar una vida digna y solidaria con los demás, pues hemos recibido el bautismo no con agua sino «con Espíritu Santo y fuego» (Lc 3,16), y San Pablo nos urge a vivir y a dar razón de nuestra esperanza desde la alegría del Evangelio (Flp 4,5s.).

 

Y el cuarto domingo, ya a las puertas del día de Navidad, nos acerca a María, Virgen de la Esperanza. Ella nos invita a celebrar la Navidad con su misma actitud: humilde, agradecida, abierta a la voluntad del Señor; y siempre en camino hacia las necesidades de los demás llevando entrañablemente a Jesús, Evangelio de esperanza para el mundo (cf. Lc 1,39-45).

 

El Señor está cerca. Él viene a nuestro encuentro, para que nos encontremos con Él. Y para que cada uno podamos llevar a otros la esperanza y la alegría de la buena Noticia que celebramos en Navidad. Hoy os invito a que os preguntéis en algún momento: ¿Como quiero vivir este Adviento…?, ¿…en la familia, en el trabajo, en relación con Dios y con los demás…?

 

El Señor está cerca. ¡Ven, Señor Jesús!

Llamada a la purificación, a la conversión y a la comunión en la Iglesia

por redaccion,

pederastia

 

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«Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque Tú vas conmigo» (Sal 22,4). Con estas palabras del salmo del Buen Pastor quiero iniciar hoy la breve reflexión que comparto semanalmente con vosotros. Porque voy a referirme a una realidad delicada y dolorosa: el grave tema de los hechos de pederastia, cometidos por algunos ministros de la Iglesia en diversas partes del mundo, que además no fueron atajados del modo adecuado cuando sucedieron. El Papa Francisco hablaba de «dolor y vergüenza» al expresar sus sentimientos sobre tan cruda realidad en su «Carta al Pueblo de Dios», escrita el 20 de agosto pasado, en la que afloraba abiertamente la preocupación y el sufrimiento de su corazón.

 

Estos hechos han provocado, en el conjunto de la Iglesia, también sin duda entre los que me escucháis y leéis, una profunda sensación de desconcierto, escándalo, desánimo, desconfianza, desmoralización… Como cristiano y como obispo me siento profundamente unido a vosotros en estos momentos de perplejidad, de «cañadas oscuras» en el caminar de la Iglesia; al tiempo que me encuentro estrechamente vinculado al dolor y a la vergüenza que manifestaba el Papa ante la ofensa y el daño irreparable padecido por las víctimas, marcadas ya con heridas que no desaparecen y que nunca prescribirán. Ante el rostro misericordioso de Dios Padre, que siempre está cerca de los más débiles y vulnerables, debemos asumir la realidad y la humillación del momento presente para avanzar por el camino de la purificación y de la conversión.

 

Los delitos y los pecados son responsabilidad de quienes los cometen. Y quienes son responsables de tales hechos han de ser apartados de su ministerio, pues han traicionado su misión y han violado su propia vocación; además será necesario empeñarse y emplearse en llegar al origen de este profundo mal para erradicarlo. Pero no podemos decir que la Iglesia es culpable, porque también son Iglesia tantos sacerdotes, laicos y consagrados que siguen con fidelidad incondicional a Jesús y entregan totalmente su vida al servicio del Evangelio. No obstante, la Iglesia entera sufre cuando sufre cualquiera de sus miembros y, al igual que sucede en una gran familia, siente vergüenza por la inmoralidad o la irresponsabilidad de algunos de sus ministros, a quienes dejamos al juicio y compasión de Dios. Por eso todos nos debemos sentir unidos en la petición de perdón y comprometidos en el difícil proceso de sanar las memorias heridas, de extirpar las causas que han hecho posible tanto mal y de mostrar al mundo el rostro luminoso de la Iglesia, que también existe, con la ayuda del Espíritu. ¡Ojalá viéramos este momento como una oportunidad muy especial de conversión eclesial, personal y comunitaria para vencer el mal a fuerza de bien! En esa línea se han realizado ya notables esfuerzos para impedir que se vuelvan a repetir sucesos semejantes, y éstos se van reduciendo, gracias a Dios, de modo radical. En nuestra diócesis ya se estableció hace tiempo un protocolo de prevención y de actuación, como garantía para que tales hechos no sean ni tolerados, ni encubiertos.

 

El dolor de la Iglesia se ha agravado últimamente porque en estas circunstancias tan difíciles se han dirigido contra el Papa algunos ataques y acusaciones insidiosas, sobre presuntos encubrimientos, capaces de agitar el temporal junto a la Roca de Pedro y de sembrar la incertidumbre y la desconfianza del pueblo sencillo en su Pastor. Mucho se ha escrito y se ha escuchado, como bien sabéis, en los medios de comunicación. Más que abundar en ello, quiero poner el acento en lo que debiera ser nuestra actitud en confianza y comunión eclesial. Como pastor de esta diócesis, quiero deciros lo que entiendo que debe ser nuestra reacción: creo que más allá de la fragilidad de las mediaciones y estructuras humanas, hemos de vivir lo fundamental; no permanecer impasibles ante el dolor de este momento y vivirlo en actitud de purificación y conversión; buscar el apoyo en Aquél que es la razón de nuestra fe y de nuestra esperanza, Jesucristo, el Señor de la Iglesia; y sentirnos profundamente unidos en torno al Papa, que es la garantía de la unidad eclesial. Vivamos este paso por «cañadas oscuras», desde la comunión afectiva y efectiva con el sucesor de Pedro; orando, como se dice de la Comunidad cristiana en los Hechos de los Apóstoles refiriéndose a Pedro: «la Iglesia oraba insistentemente a Dios por él» (Hch 12, 5); unidos en torno a Pedro para estar protegidos por la fuerza de Jesús.

 

Termino repitiendo con confianza el salmo del comienzo: «Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque Tú vas conmigo»… La mirada puesta en la gloria del Resucitado seguirá alimentando el gozo de vivir como Iglesia en Burgos y de avanzar, como os vengo diciendo desde el inicio de este curso pastoral, para lograr una transparencia eclesial, que por encima de toda sombra deje pasar la luz del Señor.

Iglesia de creyentes maduros y corresponsables

por redaccion,

Instantánea de la jornada diocesana de formación del año pasado.

Instantánea de la jornada diocesana de formación del año pasado.

 

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El próximo viernes, en la Facultad de Teología, estamos convocados a la Jornada Diocesana de Formación. Hoy quiero subrayar esta palabra, formación, para que nos resuene a lo largo de todo el curso y nos prepare como creyentes para vivir y dar testimonio razonable de nuestra fe. Comenzaremos esta Jornada Diocesana con una conferencia y a continuación nos distribuiremos en diferentes talleres, todos muy interesantes, que pretenden reflexionar sobre algunas de las prioridades pastorales que nos hemos planteado para este año. Será, sin duda, un momento de encuentro y de experiencia pastoral en el que viviremos el gozo de la fe y de la comunión eclesial.

 

La Jornada, a la que estamos invitados todos, pretende dar inicio de manera formal a este curso pastoral. Un curso en el que, como os decía en mi último mensaje, tenemos una nueva oportunidad de crecer y de responder a las llamadas que el Señor nos hace en este tiempo concreto para la Iglesia en Burgos. A partir de ese día, se nos irá convocando en cada parroquia, arciprestazgo, movimiento o grupo apostólico para hacer experiencia eclesial de la fe y responder a los retos que se nos presentan con la fuerza del Espíritu.

 

El lema que se ha escogido para esta Jornada, que se prolongará en otro día de convivencia a finales de octubre, es muy sugerente: Iglesia de creyentes maduros y corresponsables. El VIII Centenario de la Catedral que nos disponemos a celebrar debe de contribuir precisamente a sentirnos más Iglesia, a crecer en nuestra identidad eclesial que surge en el Bautismo. Todos, cada uno desde nuestro propio servicio eclesial, formamos parte de esta gran familia que llamamos la Iglesia. Una Iglesia que está constituida fundamentalmente por hombres y mujeres creyentes, es decir, personas que han hecho una experiencia viva de fe, de encuentro personal con el Señor que cambia nuestras vidas. La experiencia personal en el caminar de la fe, –que ciertamente se alimenta en la vida comunitaria, pero que necesita igualmente de una formación seria que pueda dar sentido a tantos interrogantes del mundo actual–, es fundamental como punto de partida para experimentar el protagonismo eclesial.

 

La Iglesia necesita de todos y todos nos enriquecemos en este caminar en sinodalidad. Solo desde ahí podremos avanzar en algo que ya os escribía en mi última Carta Pastoral: «Los laicos sois Iglesia y debéis manifestarlo en vuestra vida cotidiana, en todas vuestras actividades en la sociedad y en el mundo. Me gustaría que cada uno de vosotros se preguntara de modo personal: ¿qué puedo yo aportar para que la Iglesia realmente refleje toda la belleza del Espíritu?» (pág. 11). Y os decía también: «La participación activa en la vida de la Iglesia sólo será efectiva cuando cada bautizado reconozca que el otro posee algo que él no posee y que sin embargo necesita, convirtiendo así las diferencias en bendición para todos y cada uno, y en un riqueza para la misión compartida» (pág. 12).

 

Sobre la madurez y la corresponsabilidad de los laicos hay unas palabras de Benedicto XVI, en la Asamblea de la diócesis de Roma (2009) que dice: «es necesario que se promueva gradualmente la corresponsabilidad de todos los miembros del Pueblo de Dios, en particular por lo que respecta a los laicos, pasando de considerarlos colaboradores del clero a reconocerlos realmente como corresponsables del ser y actuar de la Iglesia, favoreciendo la consolidación de un laicado maduro y comprometido».

 

Por eso, encuentros de formación como estos y como tantos otros que a lo largo del curso se irán repitiendo, nos deben de ayudar a experimentar la belleza de una «Iglesia de creyentes maduros y responsables». Los tiempos actuales son tiempos recios, como decía la santa de Ávila, por lo que es urgente estar preparados y bien formados: solo así, desde sólidos criterios, podremos seguir dando razones de nuestra esperanza. Os invito, por ello, a que aprovechéis todos los medios formativos que nuestra Iglesia pone a nuestra disposición: tanto desde nuestra Facultad de Teología que estrena estos días el nuevo curso escolar con tantas novedades y posibilidades, como desde las parroquias, grupos o movimientos. Todas estas iniciativas son, en verdad, experiencias privilegiadas que nos ayudan a profundizar en la fe y a celebrar nuestro encuentro con Dios y con los hermanos.

 

Juntos formamos esta Iglesia que camina en Burgos. Una Iglesia que queremos que sea, con la ayuda de Dios, Iglesia de creyentes maduros y corresponsables. ¡Nos vemos el viernes!

«Una catedral no es mero fruto de la estética, sino de la fe de quienes la fueron construyendo»

por redaccion,

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El periodista José Luis Restán entrevistó ayer al arzobispo de Burgos, don Fidel Herráez, en el programa El Espejo de Cadena Cope. La intervención de don Fidel se centró en la catedral y en los preparativos de la conmemoración del VIII Centenario de la colocación de la primera piedra de la seo.

 

Don Fidel insistió en el valor de la catedral no solo como expresión artística, sino como signo de la fe de un pueblo y de quienes fueron interviniendo en ella a lo largo de los siglos: «Una catedral no es fruto de la estética ni es fruto tampoco de la mera arquitectura. Es fruto de la fe de quienes la fueron construyendo», aseveró.

 

En este sentido, el templo tiene un contenido de memoria, pero es una realidad presente también. Según el pastor de la diócesis, los que estamos en ese presente tenemos tres tareas que realizar: recibir agradecidamente ese pasado que heredamos;  hacer que ese pasado y su mensaje sean accesibles a quienes se acercan a la catedral y transmitirlo adecuadamente al futuro. «De este modo estamos colaborando con la obra que Dios inspiró a quienes la hicieron y se nos hace también a nosotros mediadores para las generaciones venideras».

 

Aquí puedes escuchar la entrevista completa: