El IPP de los salesianos en Burgos ha acogido la 45° edición del Festival de la Canción Misionera organizado por Cristianos Sin Fronteras. El funeral del papa Francisco ha estado permanentemente de fondo durante toda la mañana.
Más de 400 escolares llegados de varios puntos de España se han dado cita en este encuentro bajo el lema Generación Esperanza. Al comienzo de las jornadas los asistentes han recibido la bienvenida de Andrea Ballesteros, concejal de Cultura del Ayuntamiento de Burgos, y de Carlos Izquierdo, vicario general de la archidiócesis.
En una lluviosa tarde de Viernes Santo, Mons. Mario Iceta Gavicagogeascoa, arzobispo de Burgos, ha presidido la Solemne Conmemoración de la Pasión del Señor, una celebración en la que se recuerda la Pasión de Cristo y, siguiendo una antiquísima tradición de la Iglesia, no hay consagración, sino que se consume el Santísimo Sacramento consagrado en la Santa Misa de la Cena del Señor y conservado en el Monumento Eucarístico. Una liturgia austera y profundamente contemplativa, marcada por el silencio, la proclamación de la Pasión según san Juan y la adoración de la Cruz
Sobre el presbiterio le acompañaban el arzobispo emérito, Mons. Fidel Herráez Vegas, y gran parte del Cabildo Metropolitano de Burgos, encabezado por su deán-presidente, Félix José Castro Lara. La liturgia ha comenzado con el arzobispo postrado en el suelo, y el resto de asistentes a la celebración poniéndose de rodillas.
La liturgia ha continuado con las lecturas y la proclamación de la Pasión del Señor según san Juan. En el momento en el que el relato anuncia la Muerte del Señor, Mons. Iceta ha indicado a los asistentes que se podían poner de rodillas y se ha vivido un momento de silencio.
«Sabéis lo que es un sacrificio»
Concluida la proclamación de la Pasión, Mons. Iceta ha propuesto a los fieles una meditación centrada en cuatro momentos clave del relato evangélico. «Todo está cumplido», ha comenzado recordando el arzobispo, citando las palabras de Cristo en la cruz. Ha explicado que esa plenitud se refiere a la misión que el Padre había encomendado al Hijo: que los hombres tengan vida. «Lo que el Señor cumple es que tú y yo vivamos», ha dicho, evocando el Salmo 39 y el pasaje evangélico del Buen Pastor. «A mí no me quitan la vida —ha recordado que dice Jesús—, yo la entrego voluntariamente». En esa entrega total culmina su amor redentor.
Mons. Iceta ha querido detenerse también en el carácter sacrificial de la muerte de Cristo: «Sabéis lo que es un sacrificio, porque lo hacéis cada día», ha dicho dirigiéndose especialmente a los padres y madres de familia. Un sacrificio, ha explicado, es asumir un mal por un bien mayor, por amor a alguien. Como ejemplo, ha citado a quienes estarían dispuestos a donar un órgano a un hijo o a trabajar sin descanso por el bienestar de los suyos. «Eso es lo que hace el Señor por ti», ha afirmado. Y ha subrayado que la voluntad del Padre no es la muerte del Hijo, sino su amor. «El Padre no quiere la sangre del Hijo. Quiere su amor», ha recalcado.
En un tercer momento de su predicación, el arzobispo ha evocado la escena en que Jesús mira a Pedro tras haber sido negado por él. «¿Cuál sería esa mirada?», se ha preguntado. «Seguramente nosotros habríamos mirado con reproche, pero no fue así». Para Mons. Iceta, aquella mirada fue de infinita misericordia: «Pedro, te amo. Me has negado, pero yo te amo». Una mirada que ha comparado con la que Jesús dirigió a la mujer adúltera, a los leprosos y a todos los que se acercaban a Él en busca de consuelo. Frente a los juicios humanos, incluso los que hoy se vierten con dureza en las redes sociales, Jesús ofrece una mirada de perdón y ternura.
«¿A quién buscáis?»
Finalmente, Mons. Iceta ha puesto el acento en una de las primeras frases del evangelio proclamado: «¿A quién buscáis?». Una pregunta que, ha dicho, interpela hoy también a cada creyente. «Señor, yo busco a quien me ama. Y como he experimentado tu amor, por eso te busco», ha afirmado, recordando que nadie ha amado como Cristo y que solo Él es capaz de sostenernos en la oscuridad, levantarnos del fango y abrirnos un camino nuevo.
Antes de concluir, el arzobispo ha recordado que, en la Cruz, Cristo nos entrega a su Madre como un don inmenso. «El último gran regalo es tener una madre», ha dicho, destacando que es ella quien convierte la Iglesia en hogar. «Bien sabemos que en las casas donde falta la madre no es lo mismo», ha señalado. Y ha subrayado cómo el pueblo burgalés ha querido honrar a Santa María la Mayor dándole una casa digna de su grandeza. «Esta catedral es imagen y figura del amor de los burgaleses por la Madre», ha afirmado.
Con estas palabras, Mons. Iceta ha invitado a los fieles a contemplar la Cruz como signo del amor redentor y a vivir, especialmente en este Año Jubilar, como «peregrinos de esperanza».
Tras la homilía, se ha realizado la Oración de los Fieles, que en la liturgia propia del Viernes Santo es más extensa que en una celebración eucarística. Después, se ha adorado la Cruz, portada hasta el altar mayor por el vicepresidente del Cabildo Metropolitano y prefecto de Liturgia, Agustín Burgos Asurmendi. El arzobispo ha recordado que la colecta del Viernes Santo estará destinada, como es tradición, a los cristianos de los Santos Lugares.
Tras la adoración de la Cruz, el deán ha tomado el Santísimo conservado en el Monumento Eucarístico, situado en la capilla de Santa Tecla de la Catedral, y Mons. Iceta y Mons. Herráez han distribuido la sagrada comunión.
La liturgia del Viernes Santo ha concluido con el recordatorio de que, hasta la celebración de la Solemne Vigilia Pascual –en la noche del Sábado Santo–, al pasar ante la Cruz se debe realizar una genuflexión.
Este Miércoles Santo, el altar mayor de la catedral de Burgos ha acogido la celebración de la Santa Misa Crismal en la que, como cada Semana Santa, se bendicen los Santos Óleos y se consagra el Santo Crisma que serán utilizados en la administración de los sacramentos durante el año. La celebración eucarística ha estado presidida por Mons. Mario Iceta Gavicagogeascoa, arzobispo de Burgos, y concelebrada por Mons. Fidel Herráez Vegas, arzobispo emérito, así como por Mons. Cecilio Raúl Berzosa Martínez, obispo emérito de Ciudad Rodrigo; Dom Lorenzo Maté Sadornil OSB, abad del Monasterio de Santo Domingo de Silos; y Dom Roberto de la Iglesia OCSO, abad del Monasterio de San Pedro de Cardeña.
Como es tradición, en la celebración de la Misa Crismal ha participado un gran número de sacerdotes de la archidiócesis, con actividad pastoral en la ciudad y también en la provincia. Además han concelebrado los vicarios episcopales, los representantes de la vida consagrada y de la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz, los arciprestes, gran parte del Cabildo Metropolitano de Burgos, encabezado por su deán-presidente, Félix José Castro Lara, el decano de la Facultad de Teología del Norte de España, sede de Burgos, Roberto Calvo Pérez y los rectores de los seminarios diocesanos de San José y Redemptoris Mater, Javier Pérez Illera y Javier Martínez Uriarte. Todos ellos han renovado sus promesas presbiterales.
«La comunión es un don del Espíritu Santo»
En la homilía de la Misa Crismal, el arzobispo ha centrado su reflexión en los tres grandes ejes que configuran esta liturgia: Cristo como el Ungido, los óleos sagrados y la renovación del ministerio sacerdotal. «La liturgia de hoy tiene como tres elementos fundamentales: Cristo, el ungido; el santo óleo; y nuestra renovación de las promesas sacerdotales», ha resumido al comienzo de su predicación.
Mons. Iceta ha explicado el significado profundo de la unción, que define la identidad misma de Cristo. «Cristo: ‘Mesías’, en arameo; ‘Khristós‘, en griego; ‘Ungido’, en español. El que porta el Espíritu», ha recordado. Y ha subrayado que su misión es «un ministerio de anuncio y de consolación», como ya profetizó Isaías: proclamar la libertad, consolar a los oprimidos, devolver la vista a los ciegos.
La homilía ha destacado la relación entre el óleo y la misericordia, a través del paralelismo etimológico en griego: eláion (‘aceite’) y eleos (‘misericordia’). «Es un óleo que porta misericordia, el aceite que derrama la misericordia sobre todo sufrimiento humano, y es el que porta el Señor», ha afirmado. Y ha vinculado esta unción al momento más doloroso de la Pasión: «El Ungido va a entrar en Getsemaní, que significa ‘prensa de aceite’. Es curioso: el Ungido va a ser prensado, es decir, el don del Espíritu Santo va a ser tensionado por la violencia y por la muerte».
Cristo, ha explicado, se convierte en cauce del Espíritu y en soporte de nuestra propia redención. Citando a san Gregorio de Elvira, ha recordado que «nosotros no podemos recibir el Espíritu si no es a través del Cuerpo de Cristo». Porque el Espíritu, ha subrayado, no es una fuerza genérica, sino que «conforta la Pasión del Señor y conforta nuestra pasión».
Mons. Iceta ha insistido en que la comunión eclesial no nace de afinidades personales, sino del Espíritu: «La comunión no es fruto de nuestra afectividad, de que nos caigamos mejor o peor. Es un don del Espíritu Santo». Y ha remarcado que este don «sana toda herida, transforma la muerte en esperanza, hace una creación nueva».
En este contexto, ha explicado el sentido profundo de los óleos que se bendicen en esta misa: el Óleo de los Catecúmenos, que prepara para el bautismo; el Santo Crisma, que sella la confirmación y la ordenación; y el Óleo de los Enfermos, que lleva consuelo y fortaleza a quienes sufren. «El don del Espíritu Santo hace nuevas todas las cosas, rehace toda la humanidad», ha afirmado.
«Que seamos mensajeros de la salvación y la misericordia»
La segunda parte de la homilía de la Misa Crismal se ha centrado en el ministerio sacerdotal. «Uno es el sacerdote: Jesucristo. Y nosotros participamos de su ministerio», ha recordado, repasando las tres unciones que han marcado la vida de cada presbítero: en el bautismo, en la confirmación y en la ordenación. «A través de nuestras manos llega el Espíritu Santo: en la epíclesis, en el perdón, en la unción de los enfermos», ha dicho.
Mons. Iceta ha invitado a sus sacerdotes a mirar con verdad su fragilidad antes de renovar las promesas: «El Espíritu nos tiene que sanar. Me tiene que sanar a mí. Nos tiene que sanar a cada uno de nosotros». Y ha citado al papa Francisco al recordar que «la Iglesia es un hospital de campaña, y los primeros atendidos somos nosotros».
En este punto, ha animado a vivir el presbiterio como un espacio de confianza y ayuda mutua: «Tenemos que mostrar estas llagas seguramente a un hermano sacerdote, y de su mano, también sobre nosotros, recibiremos esa curación». Ha puesto en valor la diversidad de carismas entre los presbíteros, pero ha insistido en que «la unidad no la genera la simpatía, sino el Espíritu Santo».
Al finalizar, ha elevado una súplica personal: «Sumérgeme en ese crisma, renuévame por dentro. Que al renovar las promesas, renueves en mí la alegría de tu presencia». Y ha pedido al Señor que el ministerio sacerdotal esté marcado por la entrega: «Tú has dado la Sangre por cada uno de ellos, y me pides que yo también participe en esta donación».
La homilía de la Misa Crismal ha concluido con una referencia al Jubileo Universal de la Iglesia, que celebramos este 2025 bajo el lema Peregrinos de esperanza. Mons. Iceta ha invitado a sus sacerdotes a vivir y contagiar esa esperanza: «Es el vino nuevo que nos introduce la alegría del Espíritu Santo. Que también nosotros seamos, en el pueblo santo que se nos confía, mensajeros y operadores de la salvación, del consuelo y de la misericordia».
Tras la homilía, los presbíteros han renovado las promesas sacerdotales y, después de la consagración, en un «signo de esperanza» ofrecido «a los enfermos que están en sus casas», el arzobispo ha bendecido en primer lugar el Óleo de los Enfermos. Ya tras la comunión, ha consagrado el Santo Crisma y bendecido el Óleo de los Catecúmenos, que serán distribuidos en los próximos días a todos los templos y comunidades cristianas de la archidiócesis para acompañar la vida sacramental del Pueblo de Dios a lo largo de todo el año.
El arzobispo ha concluido la celebración de la Misa Crismal con un sentido agradecimiento a los sacerdotes de la archidiócesis, por su «entrega» y su «testimonio», así como por su «perseverancia y fortaleza» en las dificultades, y les ha pedido perdón «por sus deficiencias». «Si a veces defraudo vuestras expectativas, no es fruto de una mala voluntad sino de mis defectos y limitaciones», ha afirmado.
La noche se preveía complicada para la Cofradía de las 7 Palabras y del Santísimo Cristo de Burgos. La lluvia, intermitente durante todo el día, ha impedido hasta el último momento saber con seguridad si la procesión con la venerada imagen del Crucificado y las siete cruces-farolas con las Siete Palabras de Jesús en la Cruz iban a poder salir a la calle en la noche del Martes Santo en su tradicional procesión por el centro de la ciudad.
Finalmente, y acompañados por la Agrupación Musical San Fernando Rey y una representación de la Guardia Civil, el paso ha salido de la Catedral a eso de las 22:15h, aunque la alegría ha durado poco. A la altura del cruce entre la calle de Santa Águeda y la de Barrantes, el fuerte aguacero que ha comenzado a caer ha obligado a detener la procesión para colocar un plástico protector sobre la imagen articulada, réplica de la original del siglo XIV que se conserva en la capilla del Santo Cristo de la Catedral.
Sólo ha dado tiempo a meditar sobre dos de las Siete Palabras que pronunció Cristo en la Cruz. La intensa lluvia ha obligado a acelerar el paso, reduciendo las paradas –la premura ha hecho que no se detuvieran ante el balcón del Palacio Arzobispal, desde donde ha presenciado la procesión el arzobispo, Mons. Mario Iceta Gavicagogeascoa y el plástico ha ‘aguado’ la que es una de las estampas más bonitas de la procesión–. Ya en Eduardo Martínez del Campo han decidido acortar el recorrido, atajando por la calle de la Asunción de Nuestra Señora, y hacerlo sobre ruedas, con el objetivo de minimizar el tiempo pasado bajo el agua.
El abad de la Cofradía, Andrés Picón Picón, lamentaba haber tenido que reducir el recorrido previsto para el desfile procesional, porque los cofrades llevaban tiempo esperando este día y lo habían preparado con mucha devoción. Sus caras compungidas, una vez llegados al atrio de la Catedral, lo atestiguaban. Ahora lo fían todo al Desenclavo del Santísimo Cristo, que se celebrará el Viernes Santo. Si el tiempo impidiera hacerlo en la calle, tendrá lugar en la nave central de la Catedral.
Después de 11 meses de trabajo, a finales del pasado mes de marzo han concluido las obras en la iglesia parroquial de San Antonio Abad, en el entorno del Monasterio de Santa María la Real de las Huelgas. Los trabajos de restauración han consistido en la renovación total de la cubierta del templo, un tejado que se encontraba en malas condiciones y que gracias a Patrimonio Nacional y a la empresa Valuarte, que ha llevado a cabo la labor constructiva, va a permitir a la parroquia seguir contando con una iglesia totalmente remozada. En el interior de la cubierta se ha instalado, además, una plataforma que permite desplazarse por encima de las bóvedas. Desde el exterior, el templo proyecta una nueva imagen con el tejado de la cúpula, que se ha elevado ligeramente, y en cuyas paredes luce la letra TAU, símbolo de san Antonio Abad.
Por otra parte, a finales del mes de febrero dieron comienzo las obras en la ermita de San Amaro. Unas obras en las que se va a intervenir tanto en el exterior como en el interior del pequeño templo, pero que consistirán, fundamentalmente, en la consolidación de la tapia del recinto. También el pasado 8 de abril han comenzado las obras en el Hospital del Rey, unas obras en las que se va a reforzar la torre de este lugar histórico que es tan querido en la ciudad de Burgos. Tanto la obra de la ermita de San Amaro como la del Hospital del Rey son promovidas por Patrimonio Nacional y las está realizando la empresa ITARQ.