Abuelos y mayores: un signo de esperanza para la Iglesia

por redaccion,

Queridos hermanos y hermanas:

 

Hoy, cuando celebramos la III Jornada Mundial de los Abuelos y de los Mayores, recordamos que para acoger mejor «el estilo de actuar de Dios», hemos de tener presente que «el tiempo tiene que ser vivido en su plenitud», porque «las realidades más grandes y los sueños más hermosos no se realizan en un momento, sino a través de un crecimiento y una maduración; en camino, en diálogo, en relación».

 

De esta manera lo expresa el Papa Francisco en su mensaje para esta Jornada que, en esta ocasión, celebramos con el lema Su misericordia se extiende de generación en generación (Lc 1, 50). Mediante el Magníficat, María –una vez que se ha dejado invadir por el fuego del Espíritu Santo– proclama que la misericordia del Señor inunda, de principio a fin, la tierra. Y lo hace de generación en generación: entre abuelos y nietos, entre jóvenes y ancianos. «Dios desea que, como hizo María con Isabel, los jóvenes alegren el corazón de los ancianos, y que adquieran sabiduría de sus vivencias», expresa el Santo Padre. Pero, sobre todo, el Señor desea que «no dejemos solos a los ancianos» y que «no los releguemos a los márgenes de la vida», como por desgracia sucede frecuentemente.

 

Esta fiesta, celebrada en torno a la solemnidad de los santos Joaquín y Ana, abuelos de Jesús, que tiene lugar el 26 de julio, pone de manifiesto el cuidado y la atención a las personas mayores, pues la riqueza que aportan –tanto a la propia familia como a la sociedad– rebasa cualquier fortuna, reconocimiento o condición.

 

La mirada de los abuelos y mayores es un signo de esperanza para la Iglesia: porque su experiencia creyente da sentido a la comunidad, la colma de sabiduría, de confianza, de compromiso y de vida; porque su piel delicada, que guarda las cicatrices del tiempo, adorna el cuerpo de una Iglesia que vive en la fe; porque conserva muy adentro el Cuerpo místico de Cristo.

 

En el encuentro entre María e Isabel, entre jóvenes y ancianos, «Dios nos da su futuro», expresa el Papa. «El camino de María y la acogida de Isabel abren las puertas a la manifestación de la salvación» y, por tanto, «a través de su abrazo, la misericordia de Dios irrumpe con una gozosa mansedumbre en la historia humana».

 

Sus corazones no se escriben en pasado, sino que atraviesan las ventanas de un presente que quedará eternamente escrito en los albores del futuro. Si ellos conmemoran y transmiten la pertenencia al pueblo santo de Dios, ¿cómo vamos a construir un futuro sin contar con sus manos?

 

El encuentro entre María e Isabel no solo hace saltar de gozo a san Juan Bautista, sino que nos despierta a nosotros a la esperanza y al encuentro con Dios. Desde los ojos de una joven y de una anciana, hemos de advertir la presencia de los mayores; muchas veces callada y en demasiadas ocasiones encubierta en soledad.

 

Nosotros también estamos, tantas veces, entre el camino de María y la puerta de la casa de Isabel. Tenemos miedo al encuentro, a la acogida sin reservas, a vencer toda resistencia para dar ese paso que nos conduzca al abrazo personal con Cristo.

 

Descartar la vejez es traicionar la vida. Por ello, hemos de ser apóstoles y testigos de una generación que eche raíces, que no olvide que el futuro se edifica a fuerza de un amor que pone en el centro la alegría desbordante del encuentro entre pequeños y mayores. Sin excepción.

 

Le pedimos a la Virgen María que nos alcance el abrazo entre Ella e Isabel y aprendamos a ser, a ejemplo de los abuelos y mayores, ese testimonio elevado de santidad que se hace semejante –con cada palabra del Magnificat– al corazón misericordioso del Padre.

 

Con gran afecto, pido a Dios que os bendiga.

 

+ Mario Iceta Gavicagogeascoa

Arzobispo de Burgos

El corazón carmelita de Burgos

por redaccion,

Queridos hermanos y hermanas:

 

«Si en medio de las adversidades persevera el corazón con serenidad, con gozo y con paz, esto es amor», decía santa Teresa de Jesús, reformadora de la Orden de Carmelitas Descalzas y doctora de la Iglesia universal. Hoy, en la festividad de Nuestra Señora del Carmen, recordamos la vida, el compromiso y la perseverante misión de la orden carmelita en nuestra ciudad de Burgos.

 

Volvemos la mirada a aquel 26 de enero de 1582, cuando Teresa de Jesús llegaba a Burgos después de un viaje agotador, colmado de adversidades de todo tipo. Los padres de la compañía de Jesús le advirtieron de que Burgos era una ciudad complicada para fundar, pero ella confiaba en el Señor por encima de todo y sabía que nada es imposible para quien cree. Por ello, el 2 de enero de 1582 se despide de Ávila, consciente de que no volverá ya a su tierra. El frío, las dificultades y la enfermedad que padecía le hicieron el camino infinitamente penoso. Pero ella no cejó en su empeño por llegar a nuestra ciudad. Recorrió los conventos de Medina del Campo, de Valladolid y de Palencia. Por encima de todo y de todos.

 

Su sacrificio encontró su recompensa cuando puso sus pies por vez primera en la ciudad en la que deseaba fundar con todas sus fuerzas y, tras saludar al Cristo de Burgos, se instaló donde su corazón más anhelaba. Después de muchos avatares, en 1582 la mística y escritora española erigió la fundación del convento carmelita de San José y Santa Ana, un cenobio de monjas descalzas situado en lo que hoy conocemos como Plaza de Santa Teresa, al final del Paseo Sierra de Atapuerca.

 

Moriría días después, en Alba de Tormes, mientras regresaba de Burgos a Ávila. Pero lo hacía en paz, pues ya había conseguido lo que tanto deseaba: «Darse del todo al Todo, sin hacernos partes». Así nació la última fundación de Teresa de Ávila, comprobando en sí misma que, a veces, «la vida es una mala noche en una mala posada», tal y como afirmó con el testimonio perseverante de su vida.

 

Nuestra archidiócesis de Burgos cuenta, además, con varios carmelos tanto en su rama femenina como masculina, que viven su consagración con fidelidad, gratitud y alegría en su seguimiento al Señor. No es extraño visitar el corazón de estos conventos y comprobar cómo Dios pasea emocionado por cada una de sus casas. Rostros generosos que han decidido cooperar con el plan de Dios desde una mirada carmelitana que encuentra en la fraternidad, en la contemplación, en la oración, en el silencio y en el servicio la razón primera de sus vidas.

 

Recuerdo ahora, con especial recogimiento y admiración, a tantos hermanos y hermanas que hacen, de nuestra archidiócesis de Burgos, un precioso Carmelo donde quedarse eternamente a morar.

 

La voz de santa Teresa de Jesús aún resuena en cada rincón de la Iglesia. Ella «se ha hecho palabra viva acerca de Dios, ha invitado a la amistad con Cristo y ha abierto nuevas sendas de fidelidad y servicio a la Santa Madre Iglesia», expresó el Papa san Juan Pablo II en la Misa celebrada el 1 de noviembre de 1982, en el IV centenario de la santa.

 

María, madre y patrona del Carmelo, modelo de acogida y escucha de la Palabra de Dios, nos marca el camino que hemos de recorrer hasta alcanzar el corazón del Padre. A Ella nos encomendamos y en Ella ponemos la esperanza para que nos ayude a comprender que “quien a Dios tiene, nada le falta. Sólo Dios basta”. También hoy celebro el 29º aniversario de mi ordenación sacerdotal en la catedral de Córdoba de manos del obispo Infantes Florido. Doy gracias a Dios por este tiempo largo y breve al mismo tiempo, donde he experimentado la fidelidad y misericordia de Dios para conmigo. Os pido que os unáis a la acción de gracias que hoy elevo a Dios junto con todos vosotros.

 

Que María Santísima nos ayude a mantener siempre vivo el mensaje de santa Teresa de Jesús y de san Juan de la Cruz, hasta que comprendamos –siguiendo la estela de la andariega de Dios– que «solo el amor es el que da valor a todas las cosas».

 

Con gran afecto, pido a Dios que os bendiga.

 

+ Mario Iceta Gavicagogeascoa

Arzobispo de Burgos

Campamento Europa: un viaje al corazón de Dios

por redaccion,

 

Queridos hermanos y hermanas:

 

Hay horizontes de vida en abundancia donde solo cabe quedarse, abandonar la rutina y escuchar con atención… «Jóvenes, ¡no perdáis nunca la valentía de soñar y de vivir en grande! Os necesitamos, necesitamos vuestra creatividad, vuestros sueños y vuestra valentía, vuestra simpatía y vuestras sonrisas, vuestra alegría contagiosa y también esa audacia que sabéis llevar a cada situación, y que ayuda a salir del sopor de la rutina y de los esquemas repetitivos en los que a veces encasillamos la vida».

 

Detrás de estas palabras que el Papa Francisco dirigió en Roma a jóvenes pertenecientes a la Escuela del Sagrado Corazón de las Hermanas Misioneras Combonianas, nace la hoja de ruta de cualquier joven que esté dispuesto a poner por entero su corazón en la alegría del Evangelio.

 

Y retomo este encargo del Papa para recordar el Campamento Europa que celebramos esta semana en nuestra archidiócesis, a través de la delegación de Pastoral para las Vocaciones. Este encuentro, que girará en torno al Sagrado Corazón de Jesús y al Santo Cura de Ars, aunará a jóvenes que se plantean la vocación sacerdotal.

 

Visitaremos Ars, un pequeño pueblo del sudeste de Francia donde san Juan María Vianney, el patrono de los párrocos, dedicó toda su vida al cuidado de los fieles y donde, entre tantas obras buenas, fundó el Instituto Providencia para acoger a los huérfanos y visitar a los enfermos y a las familias más pobres. También recorreremos Paray-Lemonial, un pueblo francés asentado en Borgoña, que es origen de la devoción al Sagrado Corazón de Jesús por las apariciones de Jesús a la religiosa santa Margarita María de Alacoque en el convento de la Visitación. En aquel lugar santo, Jesús reveló in aeternum el infinito amor de su Corazón.

 

Recuerdo, con cariño y una enorme gratitud, las palabras que Cristo le dirigió a esta admirable santa en 27 de diciembre de 1673 y que me acompañaron durante mis primeros años de Seminario: «Mi Corazón divino está tan apasionado de amor por los hombres, y por ti en particular, que, al no poder contener en sí las llamas de su ardiente caridad, desea transmitirlas con todos los medios».

 

El campamento es solo el puente, mientras que el destino es el corazón de Dios. ¿Acaso no es razón suprema su infinito y único amor por cada uno de nosotros para derramarlo, sin reservas, por todos los lugares donde se necesite su presencia, haciéndonos nosotros mismos prójimos de todos (cf. Lc 10, 29-37)?

 

El mundo anhela una presencia joven y amable que supere la indiferencia, que salga de sí misma y se empape hasta el fondo de los dolores y sufrimientos del hermano, que rompa la barrera del individualismo, que acompañe la soledad no deseada y que se haga cargo de cualquier necesidad que le haga sufrir a quien tiene al lado. Una presencia amiga que sea, por encima de todo, cuidadosa y enteramente servicial, como hace el Señor con cada uno de nosotros.

 

Estos días en comunidad dan sentido a nuestra vida como cristianos y apóstoles de Jesús, quien salía a los caminos para encontrarse con las personas, para mirarlas a los ojos, para escucharlas, para quedarse a su lado, para sentir sus angustias, para tocar sus heridas y para hacerse cargo. Solo así, si vivimos para imitar cada uno de sus gestos y acciones, tendrá sentido el hecho de que queramos ser sacerdotes suyos. Así nos lo recuerda san Juan: «¿Cómo puede amar a Dios, a quien no ve, el que no ama a su hermano, a quien ve? Este es el mandamiento que hemos recibido de él: el que ama a Dios debe también amar a su hermano» (1 Jn 4, 20-21).

 

Dicen que cada mañana una enorme muchedumbre de todas partes de Francia se confesaba con el Santo Cura de Ars. Tanto era así que Ars fue rebautizado como «el gran hospital de las almas». ¿Y sabéis hasta dónde llegaba la bondad de este sacerdote santo? Dicen que él mismo hacía vigilias y ayunos dilatados durante días para ayudar a expiar los pecados de los fieles… «Te diré cuál es mi receta», reveló a un feligrés: «Doy a los fieles que se confiesan solo una pequeña penitencia y el resto de la penitencia la suplo yo en su lugar».

 

Ponemos esta peregrinación en manos de la Virgen María y le pedimos por cada uno de los jóvenes que participan en este encuentro, para que la semilla del Verbo cale en sus almas y encuentren el camino que Dios les tiene preparado desde la eternidad. A vosotros os ruego encarecidamente que recéis por ellos.

 

Con gran afecto, pido a Dios que os bendiga.

 

+ Mario Iceta Gavicagogeascoa

Arzobispo de Burgos

Mujer y misión en el corazón de la Iglesia

por redaccion,

Queridos hermanos y hermanas:

 

«Hemos sido hechos para la plenitud que solo se alcanza en el amor» (Fratelli tutti, 68). Un amor que se hace vida estos días, aun con más fuerza, cuando comenzamos la Semana Española de Misionología (SEM), que este año celebra su 75º edición.

 

Qué importante es ponerse en estado de misión, llevar a todos los rincones el corazón de Cristo y despertar la conciencia misionera por medio del servicio, la entrega y la gratitud para volver a ser conscientes de que el Señor nos amó primero (cf. 1 Jn 4, 19).

 

La Facultad de Teología de Burgos vuelve a ser la sede de este encuentro que organizan, del 3 al 6 de julio y de manera conjunta, la propia Facultad, la Comisión Episcopal para las Misiones y la Cooperación con las Iglesias, Obras Misionales Pontificias (OMP) y la delegación de Misiones de Burgos.

 

El tema de este año desea poner sobre la mesa del altar un mensaje muy especial: Mujer y misión. Queremos, con todas nuestras fuerzas, agradecer la labor de tantas mujeres misioneras que, como Iglesia peregrina, ponen de su parte todo lo que pueden para paliar la pobreza con el Evangelio de su propia vida entre las manos.

 

Ellas, primeras testigos de la Resurrección, son la cara materna de la Iglesia: en la migración, en la acogida, en la sanidad, en la cultura, en la enseñanza, en el compromiso… Ellas, desde una caridad sin medida y un servicio impagable, son los rostros vivos que rememoran a las mujeres fuertes de la Biblia. Mujeres como María, Sara, Rut, Ester, Judit, Débora, Rebeca, Raquel… Miradas apasionadas y decididas que han marcado una historia bíblica y cristiana y han dejado un poso imborrable en la Historia de la Salvación. Por eso, seguir sus huellas e imitar su ejemplo supone edificar un mundo más compasivo, más evangelizador y más humano.

 

Ellas, consagradas a los pobres y necesitados del amor de Dios, recuerdan la necesidad de la mujer en el mundo y en la Iglesia. Misioneras que desafían incluso el paso de los años y que no se detienen a preguntarle a Dios por el dolor o la injusticia, sino que contemplan una necesidad o una miseria y lo dejan todo para cuidar esa herida o para compartir ese sufrimiento, sin importarles las piedras del camino o el peso de la cruz.

 

Desde nuestra archidiócesis, hemos celebrado también, el Día del Misionero Burgalés, que ponen su mirada en lo alto y se enfrentan, cada día, a situaciones de pobreza, fragilidad y vulnerabilidad, anunciando el amor de Dios, el evangelio de Jesucristo y no desfallecen en su preciosa tarea de sembrar vida allí donde brota la miseria y es herida la dignidad humana

 

Ellos señalan un horizonte bello por los todos los continentes, «anunciando el Evangelio desde sus más diversos carismas, aportando riqueza al mundo y a la Iglesia», tal y como destacan desde la Delegación de Misiones de Burgos.

 

Tampoco nosotros podemos dejar de hablar de lo que hemos visto y oído (cf. Hch 4, 20). Y hemos de hacernos cargo, no solo durante esta jornada, sino todos los días del año, como lo hacen estos discípulos del Señor, aunque a veces nos visiten el cansancio, el frío y la soledad. Sigamos su estela y aprendamos de su extraordinaria labor.

 

No olvidemos que la misión, como la comunión, «es ante todo un misterio de Gracia» que «no es obra nuestra, sino de Dios». Así se lo expresó el Papa Francisco el pasado 11 de mayo a los miembros de la Conferencia de Institutos Misioneros Italianos.

 

Le pedimos a María Reina de la misión, por todos los que conforman esta gran familia misionera que, como Ella, abandonan su tierra para anunciar, con el Magníficat, el mayor canto de alabanza al Padre y el primer anuncio misionero de la historia. Que Ella nos enseñe a llevar a Jesús a todos los rincones del mundo: allí donde no le conocen porque nunca ha llegado su Palabra, para hacer discípulos de todas las naciones bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo y enseñándoles a guardar todas las cosas que nos ha mandado (cf. Mt 28, 18-20).

 

Con gran afecto, pido a Dios que os bendiga.

 

+ Mario Iceta Gavicagogeascoa

Arzobispo de Burgos

El precioso tesoro de la vocación sacerdotal

por redaccion,

Queridos hermanos y hermanas:

 

Decía el santo Cura de Ars que «un buen pastor, un pastor según el corazón de Dios, es el más grande tesoro que el buen Dios pueda conceder a una parroquia y uno de los dones más preciosos de la misericordia divina».

 

Hoy, con la ordenación de dos nuevos sacerdotes en nuestra archidiócesis de Burgos, recapitulo cada detalle de mi vocación y hago mías estas palabras del patrón del clero, san Juan María Vianney, quien –debido a la persecución religiosa de aquella época– recibiera el sacramento de la Reconciliación en su casa y la Primera Comunión en un granero, de manos de un sacerdote perseguido por los revolucionarios franceses de su tiempo.

 

Verdaderamente, es admirable perpetuar –con nuestras propias manos– la obra redentora de Jesús sobre la tierra: seguir sus huellas, imitar su ejemplo, andar su camino. No hay amor más grande, ni sacrificio mayor, de cara a un Pueblo de Dios tan necesitado de un padre que dé sentido a su vivir.

 

Y no es fácil, en estos momentos en que vivimos, llevar sobre las espaldas el peso del día y del calor (cf. Mt 20, 12), acompañar el cansancio de quienes más sufren, cargar con su propio dolor, abrazar su enfermedad hasta hacerla propia, cueste lo que cueste; porque nada le es indiferente a quien decide entregar la vida, hasta la última gota, por amor.

 

Tras nuestro sacerdotal «sí», nace la promesa eterna de Dios: «Sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo» (Mt 28, 16-20). Está presente, con nosotros y sobre todo, en la Eucaristía y, desde ahí, en la Iglesia, en cada página de los Evangelios y en nuestro prójimo. Y porque eterna es su misericordia (cf. Sal 135), «sería injusto no reconocer a tantos sacerdotes que, de manera constante y honesta, entregan todo lo que son y tienen por el bien de los demás (cf. 2 Co 12, 15)», como escribía el Papa Francisco a los sacerdotes en el 160 aniversario de la muerte del Cura de Ars. Ellos llevan adelante «una paternidad espiritual» capaz de llorar con los que lloran: «Son innumerables los sacerdotes que hacen de su vida una obra de misericordia en regiones o situaciones tantas veces inhóspitas, alejadas o abandonadas, incluso a riesgo de la propia vida».

 

Ser sacerdote supone cuidar, con misericordia, cada corazón perdido del rebaño, y ser siempre sensible al sacramento del perdón. En todo y para todos. Sin distinción; solo con ternura. Porque o somos samaritanos y salimos, a tiempo y a destiempo (cf. 2 Tm 4, 2), a las periferias del mundo o no seremos reflejo de Quien nos hizo eterna y enteramente suyos. Esa es nuestra misión: ser de Él más que de nosotros mismos, ser su reflejo y hacer posible lo imposible, hasta que su amor rompa los esquemas del mundo.

 

Hoy, el ver a Cristian y a Aarón revestidos de sacerdotes de Jesucristo nos anima a ser –aún más– del Señor y a renovar las palabras que Él pronuncia el día de la ordenación: «Ya no os llamo siervos, yo os llamo amigos» (Jn 15, 15).

 

La identidad del sacerdote solo puede ser la de Cristo, quien subió a la Cruz con los brazos abiertos con gesto de Sacerdote Eterno. Y Él no se cansa de buscar posada, como un mendigo, en el corazón de aquellos que barruntan ser siervos de su infinito amor en el precioso Sacrificio del altar.

 

Le pedimos a María, Madre del Sumo y Eterno Sacerdote, por aquellos que están llamados a cultivar esta preciosa vocación de ser pastores de almas; para que sepan reflejar, in aeternum, el rostro misericordioso y compasivo del Pastor Bueno.

 

Recemos por cada uno de ellos y pongamos sus nombres cada día en el altar de la Eucaristía, hasta que entendamos lo que dejó escrito –con su asombroso testimonio– el santo Cura de Ars: «Si comprendiéramos bien lo que es un sacerdote en la tierra, moriríamos: no de miedo, sino de amor».

 

Con gran afecto, pido a Dios que os bendiga.

 

+ Mario Iceta Gavicagogeascoa

Arzobispo de Burgos