¿Un papa del Nuevo Mundo para un mundo nuevo?

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Cope – 17 marzo 2013

Una vez más el Espíritu ha vuelto a desconcertar a los opinadores y gurús de la opinión pública, incluidos los grandes vaticanistas. Ya lo hizo con Juan XXIII, Juan Pablo I y Juan Pablo II, que tampoco entraban en las previsiones de los entendidos y luego no sólo salieron elegidos sino que fueron capaces de convocar un Concilio ecuménico, ganarse al mundo en treinta y tres días con una sonrisa o pasar a la historia con el apelativo

‘magno’, que eso hicieron los tres pontífices aludidos. Ahora tampoco entraba en las quinielas de papables el arzobispo de Buenos Aires, cardenal Jorge Mario Bergoglio. Pero él ha sido el elegido por el Espíritu Santo.

¿Qué sorpresas nos tendrá reservadas ese Espíritu con el primer Papa de allende los océanos, al ponerle a pilotar la barca de Pedro en las aguas turbulentas de un mundo que agoniza y de otro que está naciendo? La historia lo irá descubriendo. De todos modos, no estaría mal recordar que el Beato Juan XXIII fue elegido con una edad similar a la de Francisco I y que, no obstante un pontificado que apenas duró un quinquenio, fue capaz de llevar a cabo el que luego ha sido calificado como el gran acontecimiento eclesial del siglo XX y será la luz que nos guíe en el siglo XXI. Demos, pues, tiempo al Espíritu Santo.

En cualquier caso, hay algo que ya es evidente: Francisco es el nuevo Vicario de Jesucristo en la tierra, el principio y fundamento visible de la unidad de la Iglesia, la Cabeza del Colegio de los Obispos, el Pastor de los demás Pastores y de las ovejas. Para quienes tenemos fe en Jesucristo, lo decisivo no son las cualidades humanas y espirituales que adornan a los Papas, sino la realidad de la que ellos son portadores: «Sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, lo que tú ates y desates quedará atado y desatado por Dios», «apacienta mis corderos, apacienta mis ovejas».

Hace unos días, el Papa emérito Benedicto XVI se despedía de la Iglesia con una confidencia muy íntima, en la que nos confiaba que nunca se había sentido solo, tanto en los momentos en que lucía el sol como en los que las olas se levantaban amenazadoras. Decía también que ese acompañamiento lo había sentido de modo especial durante los últimos tiempos, sobre todo por parte del pueblo llano y sencillo, del cual había recibido muchas cartas escritas como a un padre y a un hermano. Francisco tampoco se va a encontrar solo. Al contrario, estará muy acompañado por toda la Iglesia, especialmente por los cristianos sencillos y descomplicados. Durante los días precedentes al cónclave he hablado con mucha gente y he comprobado que toda la Iglesia estaba en oración. Tal es así, que para mí esa comunidad orante ha sido el gran elector del último cónclave. ¡Dios escucha y atiende al que le suplica con humildad y perseverancia! Esa cadena de oración va a continuar. Al menos, eso deseo para todos los que formamos parte de la Iglesia que peregrina en Burgos, tanto sacerdotes y religiosos como seglares. Hay que apiñarse en torno al nuevo Papa y darle todo nuestro cariño espiritual y humano y acoger su mensaje como venido de Jesucristo: «Apacienta mis ovejas, apacienta mis corderos».

El nuevo Papa pertenece al «Nuevo Mundo». Allí están la mitad de los católicos y, de alguna manera, allí está una buena representación de eso que llamamos «mundo en vías de desarrollo», con los muchos dramas de pobreza y marginación y, a la vez, pidiendo paso para ser primeros actores en la Iglesia y en el mundo. ¿Qué nos dirá el Espíritu a los católicos del primer mundo, ricos en bienes materiales pero necesitados de una fuerte sacudida espiritual que rompa tanto materialismo práctico y tanta ausencia de Dios en nuestras vidas? ¿Qué les dirá a los hombres y mujeres de Europa, que se debaten entre el relativismo, la insatisfacción y la crisis de valores fundamentales? Estemos atentos, porque el Espíritu Santo siempre es desconcertante.

Un aldabonazo a nuestra fe de creyentes

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Cope – 10 marzo 2013

El próximo 19 de marzo, fiesta de san José, todas las diócesis de España celebran el Día del Seminario. Este año se ha elegido el lema «Sé de quien me he fiado» y, como imagen del cartel anunciador, la misma figura de Jesucristo que figura en la Capilla de la Sede de la Conferencia Episcopal. Esta imagen cerraba el video de la Campaña del año pasado. Al retomarla ahora se quiere recordar de nuevo a los jóvenes que seguir a Jesucristo, como sacerdote, no sólo no quita nada a la vida sino que la cambia en «algo apasionante» y que sacia los anhelos más exigentes de la libertad.

Eso explica que una encuesta realizada el año pasado sobre el contento o descontento que tienen los sacerdotes en España de su vocación, la inmensa mayoría decía que se sentía «muy feliz». Y, añadía que, caso de tener una segunda oportunidad de vivir, repetiría la misma opción. No se hacía una comparación con otros estados de vida, pero estoy seguro que el porcentaje de «muy felices» sería mucho menor.

El Papa Benedicto XVI lo advirtió en la Jornada Mundial de la Juventud de Colonia, en 2005. Decía el Papa: «En numerosas partes del mundo existe hoy un extraño olvido de Dios. Parece que todo marche igual sin él. Pero al mismo tiempo existe un sentimiento de frustración, de insatisfacción de todo y de todos». Muchos siglos antes lo había certificado san Agustín desde su propia experiencia: «Nos hiciste, Señor, para Ti, y nuestro corazón no reposará hasta que descanse en Ti».

Cada sacerdote tiene también la experiencia de que no hay nada más hermoso que haber sido alcanzado, sorprendido por Jesucristo, y que no hay nada comparable con la tarea de ser «pescador de hombres». Incluso cuando la pesca tarda en llegar y aumentan las dificultades para la pesca. Porque en la barca de su vida va Jesucristo y, con él, la paz y la alegría. En nuestra diócesis se está haciendo palpable en el convento de Iesu Communio de la Aguilera. Quien se acerca allí, comprueba que aquellos dos centenares de chicas jóvenes desbordan alegría. Más aún, cuando ellas dan testimonio de su vocación, coinciden en que no eran felices cuando vivían lo que viven hoy tantos jóvenes, y que ha sido el descubrimiento de Jesucristo el que les ha dado sentido a su vida y la verdadera alegría.

¿Dónde y cómo descubrir hoy a Jesucristo? Cuenta el famoso sacerdote holandés y escritor de libros de espiritualidad H. J. Nouwen, esta anécdota personal. «En cierta ocasión, hace unos cuantos años, tuve la oportunidad de conocer a la Madre Teresa de Calcuta. En aquellos momentos me debatía yo con muchos problemas y decidí aprovechar la ocasión para pedir consejo a la madre Teresa. En cuanto nos sentamos, me puse a explicarle todos mis problemas y dificultades, tratando de convencerla de lo complicado que era todo ello. Cuando, al cabo de diez minutos de elaborada explicación, me callé al fin, la madre Teresa me miró y me dijo tranquilamente: ‘Bueno, cuando pase una hora al día, adorando al Señor y no haga nunca nada sabiendo que es malo…, estará usted bien».

Cuando pasemos todos los cristianos, incluidos los sacerdotes y religiosos, una hora de adoración cada día, volveremos a estar bien en vocaciones. Porque actualmente, la situación de nuestro seminario y de las casas de novicios y de formación religiosa están en situación preocupante. Es verdad que esto es común a la mayoría, incluso a las que han sido tradicionalmente muy vocacionales. Pero esto no es un consuelo. Al contrario, es un aldabonazo que interpela nuestra condición de creyentes y nos urge seguir pidiendo al Señor de la mies que envíe obreros a su mies.

Apertura del simposio de Misionología

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Facultad de Teología – 6 marzo 2013

Una vez más –es la vigésimo sexta– la Facultad de Teología del Norte de España, en su Sede de Burgos, abre sus puertas a un numeroso grupo de profesores y alumnos para celebrar un Simposio Internacional sobre el siempre apasionante tema de la misión. El de esta edición es, si cabe, aún más apasionante por la temática que abordará: La Fe, se hace misión entre las gentes».

«La fe se hace misión entre las gentes» tenía, hasta fechas muy recientes, resonancias y connotaciones que remitían a lo que coloquialmente se denominaba «misiones». Es decir, a geografías y culturas a las que se enviaba un misionero desde un país de larga tradición cristiana, especialmente europea. «Misión», «misionero» y anuncio de la fe, en lugar de ser realidades que implicasen y responsabilizasen a todos los bautizados del anuncio de la fe a todos los no bautizados, se referían únicamente a algunos, especialmente religiosos y religiosas.

El Vaticano II dio un vuelco a esta mentalidad, mediante la insistencia en el carácter esencialmente misionero de toda la Iglesia y la afirmación rotunda de que la Iglesia está llamada para la misión, para el anuncio de Jesucristo a quienes todavía no le conocen o, si le conocen, han abdicado de ser sus discípulos. Ese gran surco no sólo no se ha cerrado con el paso de los años posteriores al Vaticano II, sino que ha seguido ampliándose con documentos tan importantes como la Evangelii nuntiandi y la Redemptoris missio. Y, lo que es quizás más importante, ha seguido creciendo con la toma de conciencia generada en toda la Iglesia, como consecuencia de la secularización creciente de las sociedades de larga tradición cristiana, el Magisterio del Papa y de los Obispos y promoción de iniciativas e instituciones, tales como el Pontificio Consejo para la Nueva Evangelización. Gracias a Dios, hoy puede decirse que es una verdad adquirida –al menos en el plano de las ideas– que la misión pertenece a la esencia de la Iglesia y que todos y cada uno de los bautizados son misioneros en el sentido verdadero y propio y, por ello, responsables del anuncio de la fe a los no bautizados y a los que, estando bautizados, han dejado de creer o de vivir su fe. Si en la mitad del siglo XX sonaba a escandaloso preguntarse: «Francia, ¿país de misión?», hoy ya no lo es afirmar que no sólo Francia sino toda Europa y el mundo entero son un inmenso país de misión. Consecuentemente, «La fe se hace misión entre las gentes» es equivalente a decir que el primer anuncio de la fe ha de resonar en las calles y plazas del mundo entero, incluyendo los pueblos y ciudades de España y de Burgos.

En este contexto se comprende bien que el Papa Benedicto XVI haya convocado un Año de la Fe, con el fin de «redescubrir la alegría de creer y volver a encontrar el entusiasmo de comunicar la fe» y reavivar la conciencia de que Jesucristo «nos envía por los caminos del mundo para proclamar su Evangelio a los hombres de cada generación» (Porta fidei 7).

Para ello, «habrá que intensificar –dice el mismo Romano Pontífice– la reflexión sobre la fe, para ayudar a todos los creyentes en Cristo a que su adhesión al Evangelio sea más consciente y vigorosa» (Porta fidei 8). Esta tarea no es privativa de una Facultad de Teología. Pero es claro que las Facultades de Teología están especialmente concernidas y han de sentir la urgencia de implicarse en esta tarea. También en ellas ha de resonar con mucha fuerza las palabras del Apóstol: «Caritas Christi urget nos: es el amor de Cristo el que llena nuestros corazones y nos impulsa a evangelizar».

Si esto vale para todas las Facultades de Teología, vale especialmente para la nuestra, que tiene un Instituto especializado de Misionología, el cual viene organizando, desde hace años, Simposios Internacionales de esta materia, cuyas Actas publica poco después y pone al servicio de la comunidad teológica y pastoral. Quizás sea el Año de la Fe la ocasión propicia para volver a repensar una idea que hace años aleteaba en la mente de varios profesores de la Facultad, a saber: canalizar una de las dos secciones de Licenciatura hacia la especialización en Misionología.

En cualquier caso, me congratulo de que los Simposios Internacionales sigan organizándose y se rejuvenezcan sin cesar con nuevas perspectivas y participaciones. Espero que el simposio que hoy inauguramos tenga una especial importancia por la temática que aborda y la calidad de los ponentes.

Antes de terminar quisiera agradecer a los directores del Simposio toda la labor de preparación y organización, que, como todos sabemos, pasa inadvertida pero es fundamental. Así mismo, agradezco a todos los profesores, tanto de esta Facultad como de las demás Facultades e Instituciones Académicas representadas, que hayan querido añadir a su ya cargada agenda, la tarea de hacerse presente entre nosotros y brindarnos una ponencia o la dirección de alguna mesa redonda. Doy también las gracias a todos los que habéis querido acercaros a nuestra ciudad para participar como oyentes en el Simposio. A todos, profesores y no profesores, doy mi más cordial bienvenida.

Además de abriros mis brazos de hermano en la fe, os deseo unos días de intenso y fecundo trabajo y, a la vez, unos días para disfrutar las bellezas artísticas de nuestra ciudad, especialmente la Catedral y el Monasterio de las Huelgas.

Que os acompañe la presencia maternal de Santa María. Muchas gracias.

Tiempo de rezar

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Cope – 3 marzo 2013

Después de leer las palabras de despedida del Papa al Clero de Roma, escribí de mi puño y letra: «Última lección magistral del teólogo-catequista, Papa Ratzinger». Tengo que rectificar. Porque lo de «última lección magistral» de este sabio y santo Papa que Dios nos ha dado en la persona de Benedicto XVI, más que al discurso sobre el Vaticano II a los sacerdotes de su diócesis, corresponde a la última audiencia concedida a toda la Iglesia, representada en la muchedumbre que abarrotó la Plaza de san Pedro el pasado miércoles. ¡Cuánta sabiduría, sinceridad y verdad! Habría que transcribir todas sus palabras. No es posible. Gustemos, al menos, la dulzura exquisita de algunas.

Para mí, lo más importante fue esta reflexión. «Siempre he sabido que la barca de la Iglesia no es mía, no es nuestra, sino suya y no la deja hundirse. Es él quien la conduce, por supuesto a través de hombres que ha elegido. Esta es una certeza que nada puede ofuscar». Algunos se empeñan en ver a la Iglesia como un tinglado humano, como una institución que se rige según las reglas de juego de los partidos políticos o como un club de lobbys enfrentados. Lo lógico es que no sólo no entiendan nada, sino que lo que entienden, lo entiendan al revés. Les sucede como al que no conoce el alfabeto Morse y sólo ve puntos y rayas donde hay mensajes urgentes de gozo o de dolor. La clave de comprensión la ha dado el Papa: «La Iglesia no es mía (del Papa), no es nuestra» sino de Jesucristo.

El que tiene esa clave, al contemplar la vida de la Iglesia se encontrará con lo que Benedicto XVI ha señalado, haciendo balance de su Pontificado: luces y sombras, calma y tormenta, pero siempre paz. «El Señor me ha dado muchos días de sol y ligera brisa, días en los que la pesca fue abundante. Pero también momentos en los que las aguas estuvieron muy agitadas y el viento contrario, como en toda la historia de la Iglesia y el Señor parecía dormir». Sin embargo, nunca perdió la paz ni se sintió solo sino acompañado siempre por el Señor: «Como san Pedro con los demás apóstoles en la barca en el lago de Galilea».

Otra reflexión-confesión importante ha quedado reflejada en lo que ha dicho sobre las cartas que ha recibido las últimas semanas: «Me han escrito como hermanos y hermanas, como hijos e hijas, con el sentido de una relación familiar muy afectuosa; en esas cartas y mensajes de personas sencillas se puede tocar lo que es la Iglesia: no una organización, no una asociación para fines religiosos o humanitarios, sino un cuerpo vivo, una comunión de hermanos y hermanas en el Cuerpo Místico». Es un modo bellísimo de decir que la Iglesia es una familia y que él lo ha experimentado de modo especial estos días.

Una última confidencia, hecha con la conciencia de que hablaba con «hermanos y hermanas, con hijos e hijas». «He dado este paso –el de la renuncia– consciente de su gravedad y novedad», porque un padre de familia tiene que tomar por amor decisiones importantes, y «amar a la Iglesia significa también tomar decisiones difíciles». Pero la renuncia no es abandono ni búsqueda de comodidad: «No regreso a la vida privada, a una vida de viajes, encuentros, recepciones, etc. No abandono la cruz sino que permanezco de un modo nuevo junto al Señor Crucificado».

En estos días que faltan hasta la elección del nuevo Papa, debemos escuchar como buenos hijos e hijas de Benedicto XVI su última petición: rezar por él, «por los Cardenales que lo habrán de elegir» y «por el nuevo Sucesor de san Pedro». Estamos, por tanto, en un tiempo fuerte de oración y súplica, no de comentarios frívolos y superficiales. Hagamos, junto con María, un nuevo Pentecostés, para que los cardenales electores sean dóciles a la inspiración del Espíritu Santo y así tengamos el Papa que la Iglesia y el mundo necesitan.

Rito de elección de catecúmenos adultos

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Parroquia de la Sgda. Familia – 3 marzo 2013

Las familias numerosas tienen que comunicar con frecuencia a sus parientes y amigos alguna noticia importante: el nacimiento de un hijo, su primera comunión, su boda; y, también la muerte del padre o de la madre o de un familiar próximo. La Iglesia es una gran familia y hoy tiene que comunicaros a todos vosotros una gran noticia: la próxima Vigilia Pascual se va a enriquecer con varios nuevos hijos, todos ellos mayores. Cinco tienen alrededor de diez años y otros tres entre 25 y 30. Estos tres se encuentran aquí presentes. Dentro de poco les escucharéis decir el nombre que han elegido para hacerse cristianos.

Quizás os extrañe esto, pues estamos acostumbrados a que los niños se bauticen al poco de nacer. Es lo que ocurrió con todos nosotros, a quienes nuestros padres llevaron a bautizar a los pocos días o semanas. Desde hace algunos años las cosas han cambiado. Un alto tanto por ciento de los niños que nacen siguen bautizándose al poco de nacer. Es estupendo que esto sea así. Porque el Bautismo es un don inmenso, una especie de premio gordo de un lotería espiritual.

Sin embargo, hay un tanto por ciento significativo que no son llevados a bautizar en ese momento. Algunos lo piden ellos o sus padres cuando llega la edad de la Primera Comunión. Bendito sea Dios, porque es una cosa maravillosa pedirlo entonces.

Además, hay bastantes personas mayores –emigrantes y nacidos en España– que no están bautizados y –llegado un determinado momento– ellos piden recibir las aguas bautismales. Cada día serán más los no bautizados y también los que piden el bautismo siendo mayores. Demos también gracias a Dios, que a cada uno llama en su momento y a todos quiere hacer hijos suyos. No es una novedad, en sentido estricto, porque durante los primeros siglos del cristianismo era lo normal.

Como es lógico, la Iglesia les acoge con alegría y les prepara para que puedan recibir el Bautismo. Esa preparación es larga, porque la conversión no suele darse de repente, sino de modo gradual y poco a poco. La norma es que sea de alrededor de dos años.

Esto es lo que ha hecho con estos tres. Ahora, próxima ya la Pascua, les prepara con más intensidad, mediante una serie de celebraciones, en las que Dios tiene la parte más importante. Estas celebraciones son: a) la que hoy estamos realizando y b) la entrega del Credo y del Padre nuestro, es decir, la fe y la oración, que son los dos grandes tesoros que la Iglesia puede ofrecerles antes del Bautismo.

Hoy me he hecho presente, porque es el obispo de la diócesis –como sucesor de los Apóstoles– el que recibe a los candidatos en nombre de la Iglesia, para que la próxima Pascua sean bautizados. Dentro de quince días celebrarán la entrega del Credo y del Padre Nuestro. Dos en esta parroquia y otro en Baños de Valdearados.

Hermanos: hoy resuenan con una fuerza especial el mandato de Jesús: «Id por todo el mundo y predicad el Evangelio, los que crean y se bauticen se salvarán». Todos hemos de sentirnos urgidos por este mandato y ver si conocemos en nuestra familia o en nuestro ambiente alguna persona a la que podamos invitar a hacerse cristiano.

Hoy es también un día especialísimo para renovar nuestro Bautismo: dar gracias a Dios por este gran don y examinar cómo estamos cumpliendo nuestros compromisos de discípulos.