Dos espejos para mirarse

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Cope – 25 agosto 2013

Los dos son italianos y deportistas de alta competición, pero su vida ha recorrido caminos muy distintos. Sus nombres son: Mara Santangelo y Carlo Ancelotti. Ella es tenista y él ha sido futbolista de élite y ahora entrenador del Real Madrid.

Santangelo es una tenista de talento y decisión. A pesar de un problema congénito en los pies, le prometió a su madre llegar a Wimbledon y convertirse en una campeona de tenis. Estuvo a punto de lograrlo en junio del 2005, cuando se enfrentó a la estadounidense Serena Williams y le iba ganando el primer set. Pero en ese momento sus dolores del pie se hicieron tan insoportables que tuvo que retirarse al baño, tras obtener el preceptivo permiso. Allí comprobó que chorreaba sangre. Vuelve al campo pero no se tiene en pie. Pierde el partido y la oportunidad de ser campeona del mundo.

Se pone furiosa y se dirige a su madre fallecida en accidente cuando Santangelo tenía 16 años, porque piensa que la ha abandonado cuando más la necesitaba. También se enfada con Dios. Sigue jugando y formando parte del equipo nacional italiano de tenis y ganando torneos como individual y en dobles. Pero en 2009 tiene que rendirse ante una nueva lesión que le impedirá jugar más a nivel profesional.

Su vida no fue fácil. Sus padres se separaron cuando ella era todavía una niña. No aceptó esta muerte de su madre ni el dolor del pie, lo que le llevó a estar enfadada con todo el mundo. Así lo ha puesto de relieve en un libro que acaba de escribir, en el que toda la primera parte es una historia de esta rabia y de su incapacidad para aceptar el dolor.

Un día decide ir a Medjugorje. Y allí cambia su vida. En el mismo libro confiesa que ella, que «apenas era capaz de hacer la señal de la Cruz y apenas recordaba el Avemaría» y que no se había confesado desde el día de su Primera Comunión, es tocada por la gracia y decide confesarse. Mientras está en fila aguardando su turno, siente miedo de acercarse al confesor. Pero piensa: «Jesús entenderá mis fragilidades» y se dice a sí misma: «Forza Maretta». Después de arrodillarse, confiesa todo río caudaloso de aguas sucias. Pero se siente amada, entendida, escuchada y con una serenidad que nunca había experimentado. Como ella escribe en su libro, «ha sido el inicio de una nueva vida. Ella, que siempre había sido muy reservada, comienza a acoger y ayudar a los demás y entra en el grupo «Nuevos Horizontes». «¡Qué felicidad ser útil al prójimo!, ¡Qué alegría acoger con amor, buscando ser fuente de compartir!», ha escrito. Cuando alguien le pregunta el porqué de esta actuación, siempre responde igual: «Nuestra existencia no es nada sin amor, sin un corazón dispuesto a amar y a ser amado». En algún momento ha añadido: «El verdadero renacimiento espiritual está en entender que a través de ti, otros pueden ver una luz que va más allá de tu persona, más allá de la carne y de la materia: la luz resplandeciente de Cristo».

La vida de Ancelotti ha ido por un camino muy distinto. A pesar de su fama como futbolista y entrenador, nunca ha perdido de vista sus orígenes humildes. En su familia una familia de campesinos le inculcaron unos valores cristianos que todavía conserva. Tiene verdadera devoción por su padre, del que recuerda que trabajaba horas y horas para sacar adelante la familia y que nunca se enfadaba. Aunque pueda parecer que la vida de mi padre y la mía no se parecen en nada ha comentado en una entrevista reciente «veo comparaciones con el fútbol en todo momento».

Todo el mundo sabe que Ancelotti es muy devoto del Padre Pío, del cual lleva siempre consigo una estampa. «Hizo milagros y me siento muy movido emocionalmente por su vida», reconoce. En esa misma entrevista habla de su oración: «Creo en Dios y le pido cosas, aunque por cuestiones personales, no por fútbol. Creo que Dios tiene mejores cosas que hacer».

Día del Misionero Burgalés

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Monasterio de Santo Domingo de Silos – 24 agosto 2013

1. Dentro de unos momentos, la Iglesia y esta comunidad Benedictina de Silos contará con un sacerdote más. Este hecho es motivo de profundo agradecimiento a Dios por haberte dado esta maravillosa vocación, haberte dado incontables gracias durante el camino y haberte demostrado tantas veces su benevolencia de Padre. Es también un motivo de gran alegría para tus familiares, sobre todo para los padres, para tus hermanos de comunidad y para cuantos, de una manera u otra, han colaborado con Dios para que llegaras ahora al sacerdocio. Finalmente, es motivo de alegría para mí, porque además de conferirte la ordenación , tengo la suerte de agradecer públicamente a tus padres el que te trasmitieran la fe desde la más tierna edad, que te enseñaran a rezar y a preocuparte por los demás, y haber acogido con santo orgullo tu llamada. También agradezco a esta comunidad benedictina haber sido tu maestra y pedagoga en el seguimiento total y radical de Cristo y haberte preparado para este ministerio.

2. El sacerdote, hermanos, sigue siendo un don necesario más aún, indispensable para la Iglesia y para el mundo. Es verdad que todo el Pueblo santo de Dios es un Pueblo de sacerdotes, profetas y reyes; y que participa realmente del único sacerdocio de Jesucristo, gracias al Bautismo. Pero el mismo Jesucristo ha dispuesto que algunos miembros de ese pueblo sacerdotal desempeñen en su nombre y con su autoridad el ministerio de anunciar el Evangelio, celebrar los sacramentos y apacentar el pueblo de Dios. Desde hoy, este hermano entrará en esta órbita y se convertirá en ministro de Cristo para pastorear a su Pueblo.

La ordenación sacerdotal no es un encargo una especie de misión diplomática por parte de Jesucristo. Es una consagración, una unción espiritual que el Espíritu Santo derrama sobre él, que le configura con Jesucristo Maestro, Sacerdote y Pastor. ¡Qué trasformación tan íntima y tan profunda se verificará en él, pues, cuando diga: «Esto es mi Cuerpo, éste es el Cáliz de mi Sangre», «Yo te absuelvo de tus pecados»; se realizará el prodigio del cambio del pan y del vino en el mismo Jesucristo y los pecadores verdaderamente reconciliados con Dios y con la Iglesia.

3. Los seglares, como todos los cristianos, pueden y deben anunciar el Evangelio, participar en la sagrada liturgia y construir la ciudad terrena. La suya es una vocación maravillosa y una tarea imprescindible. Pero no pueden celebrar la Eucaristía, perdonar los pecados ni regir al pueblo en nombre y con la autoridad del mismo Jesucristo. Esto es propio y exclusivo de los sacerdotes ministros: sólo ellos pueden celebrar la Eucaristía, perdonar los pecados, ungir a los enfermos, conferir el Espíritu Santo, regir al Pueblo de Dios y edificar la comunidad con la misma autoridad de Cristo.

Los seglares, para cumplir bien con su misión, necesitan que los sacerdotes ministros les enseñen la doctrina de Jesucristo, les santifiquen con los sacramentos y les dirijan debidamente, de modo que con plena libertad y responsabilidad participen en la edificación de la sociedad según el espíritu del Evangelio. Por eso, tu, que hoy recibes la ordenación sacerdotal, eres consagrado para dedicarte en cuerpo y alma al ministerio de servir a tus hermanos, según la autoridad y disposición del mismo Jesucristo.

4. Los sacerdotes ministros son consagrados para ser enviados; son segregados del Pueblo para ser insertados de un modo nuevo en ese mismo Pueblo. Esta misión no la reciben para realizarla durante unos años o con una comunidad concreta. La misión que Cristo les confía es ¡para siempre!, ¡para todos los hombres! y ¡para todas las geografías y culturas! Es verdad que la fragilidad humana es tan grande que puede frustrar este proyecto tan maravilloso y quebrantar la Alianza que Cristo establece con ellos. Pero, aunque los hombres seamos infieles, él permanece siempre fiel; de modo que el que hoy recibe la ordenación será sacerdote siempre: «tu es sacerdos in aeternum».

5. Jesucristo te llama en una encrucijada histórica difícil pero apasionante. Difícil, porque los aires que hoy soplan sobre Europa y España son, con frecuencia, refractarios cuando no hostiles al Evangelio. Incluso los mismos valores humanos de la vida, de la familia, de la verdad, de la distribución justa de la riqueza, de la paz, del respeto a las creencias de cada uno.., son rechazados por tanta gente.

Pero es un momento apasionante. Porque apasionante es llevar a cabo el proyecto de «trasformar un mundo selvático en humano, y de humano en divino» (Pío XII). Apasionante es ver que la globalización y los medios de comunicación hacen posible hoy llegar hasta el último rincón de la tierra. Apasionante es tener la posibilidad de proponer a Jesucristo a los hombres de nuestro tiempo como lo que realmente es: Redentor del hombre, Salvador de la historia, revelador del rostro verdadero y atrayente de Dios. Apasionante es gastarse y desgastarse por servir con amor y gratuidad a los demás.

6. Hermano: vas a ser sacerdote de la Iglesia de Jesucristo con el carisma específico de S. Benito. Tu familia ha producido muchísimos y ubérrimos frutos de santidad y apostolado. Los monasterios benedictinos no han pasado de moda. Tampoco los medios que S. Benito propuso para vivir la vocación monacal: la oración y el trabajo. Muy al contrario, la entrega incondicional y el testimonio de vuestra vida santa, resuena hoy con fuerza especial en un mundo que necesita despertadores de la transcendencia. Seguid siempre su ejemplo.

La Iglesia particular tiene necesidad de la vida consagrada. Una diócesis que estuviera desprovista de monasterios de especial consagración estaría privada de un elemento que pertenece de manera indiscutible a la vida y santidad de la Iglesia, del que no se puede prescindir. La Iglesia de Burgos se alegra por ello de los distintos monasterios, entre ellos este de Silos, que enriquecen la comunidad diocesana, de las vocaciones que los alimentan y muy concretamente de esta ordenación sacerdotal para el servicio fundamentalmente de la comunidad benedictina.

7. Que la Santísima Virgen sea la Madre a la que recurras siempre como hijo pequeño que necesita de su ayuda y protección. Y que la Eucaristía sea el centro, la raíz, la fuente y la meta de tu sacerdocio.

Ordenación sacerdotal

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Monasterio de Santo Domingo de Silos – 24 agosto 2013

1. Dentro de unos momentos, la Iglesia y esta comunidad Benedictina de Silos contará con un sacerdote más. Este hecho es motivo de profundo agradecimiento a Dios por haberte dado esta maravillosa vocación, haberte dado incontables gracias durante el camino y haberte demostrado tantas veces su benevolencia de Padre. Es también un motivo de gran alegría para tus familiares, sobre todo para los padres, para tus hermanos de comunidad y para cuantos, de una manera u otra, han colaborado con Dios para que llegaras ahora al sacerdocio. Finalmente, es motivo de alegría para mí, porque además de conferirte la ordenación , tengo la suerte de agradecer públicamente a tus padres el que te trasmitieran la fe desde la más tierna edad, que te enseñaran a rezar y a preocuparte por los demás, y haber acogido con santo orgullo tu llamada. También agradezco a esta comunidad benedictina haber sido tu maestra y pedagoga en el seguimiento total y radical de Cristo y haberte preparado para este ministerio.

2. El sacerdote, hermanos, sigue siendo un don necesario más aún, indispensable para la Iglesia y para el mundo. Es verdad que todo el Pueblo santo de Dios es un Pueblo de sacerdotes, profetas y reyes; y que participa realmente del único sacerdocio de Jesucristo, gracias al Bautismo. Pero el mismo Jesucristo ha dispuesto que algunos miembros de ese pueblo sacerdotal desempeñen en su nombre y con su autoridad el ministerio de anunciar el Evangelio, celebrar los sacramentos y apacentar el pueblo de Dios. Desde hoy, este hermano entrará en esta órbita y se convertirá en ministro de Cristo para pastorear a su Pueblo.

La ordenación sacerdotal no es un encargo una especie de misión diplomática por parte de Jesucristo. Es una consagración, una unción espiritual que el Espíritu Santo derrama sobre él, que le configura con Jesucristo Maestro, Sacerdote y Pastor. ¡Qué trasformación tan íntima y tan profunda se verificará en él, pues, cuando diga: «Esto es mi Cuerpo, éste es el Cáliz de mi Sangre», «Yo te absuelvo de tus pecados»; se realizará el prodigio del cambio del pan y del vino en el mismo Jesucristo y los pecadores verdaderamente reconciliados con Dios y con la Iglesia.

3. Los seglares, como todos los cristianos, pueden y deben anunciar el Evangelio, participar en la sagrada liturgia y construir la ciudad terrena. La suya es una vocación maravillosa y una tarea imprescindible. Pero no pueden celebrar la Eucaristía, perdonar los pecados ni regir al pueblo en nombre y con la autoridad del mismo Jesucristo. Esto es propio y exclusivo de los sacerdotes ministros: sólo ellos pueden celebrar la Eucaristía, perdonar los pecados, ungir a los enfermos, conferir el Espíritu Santo, regir al Pueblo de Dios y edificar la comunidad con la misma autoridad de Cristo.

Los seglares, para cumplir bien con su misión, necesitan que los sacerdotes ministros les enseñen la doctrina de Jesucristo, les santifiquen con los sacramentos y les dirijan debidamente, de modo que con plena libertad y responsabilidad participen en la edificación de la sociedad según el espíritu del Evangelio. Por eso, tu, que hoy recibes la ordenación sacerdotal, eres consagrado para dedicarte en cuerpo y alma al ministerio de servir a tus hermanos, según la autoridad y disposición del mismo Jesucristo.

4. Los sacerdotes ministros son consagrados para ser enviados; son segregados del Pueblo para ser insertados de un modo nuevo en ese mismo Pueblo. Esta misión no la reciben para realizarla durante unos años o con una comunidad concreta. La misión que Cristo les confía es ¡para siempre!, ¡para todos los hombres! y ¡para todas las geografías y culturas! Es verdad que la fragilidad humana es tan grande que puede frustrar este proyecto tan maravilloso y quebrantar la Alianza que Cristo establece con ellos. Pero, aunque los hombres seamos infieles, él permanece siempre fiel; de modo que el que hoy recibe la ordenación será sacerdote siempre: «tu es sacerdos in aeternum».

5. Jesucristo te llama en una encrucijada histórica difícil pero apasionante. Difícil, porque los aires que hoy soplan sobre Europa y España son, con frecuencia, refractarios cuando no hostiles al Evangelio. Incluso los mismos valores humanos de la vida, de la familia, de la verdad, de la distribución justa de la riqueza, de la paz, del respeto a las creencias de cada uno.., son rechazados por tanta gente.

Pero es un momento apasionante. Porque apasionante es llevar a cabo el proyecto de «trasformar un mundo selvático en humano, y de humano en divino» (Pío XII). Apasionante es ver que la globalización y los medios de comunicación hacen posible hoy llegar hasta el último rincón de la tierra. Apasionante es tener la posibilidad de proponer a Jesucristo a los hombres de nuestro tiempo como lo que realmente es: Redentor del hombre, Salvador de la historia, revelador del rostro verdadero y atrayente de Dios. Apasionante es gastarse y desgastarse por servir con amor y gratuidad a los demás.

6. Hermano: vas a ser sacerdote de la Iglesia de Jesucristo con el carisma específico de S. Benito. Tu familia ha producido muchísimos y ubérrimos frutos de santidad y apostolado. Los monasterios benedictinos no han pasado de moda. Tampoco los medios que S. Benito propuso para vivir la vocación monacal: la oración y el trabajo. Muy al contrario, la entrega incondicional y el testimonio de vuestra vida santa, resuena hoy con fuerza especial en un mundo que necesita despertadores de la transcendencia. Seguid siempre su ejemplo.

La Iglesia particular tiene necesidad de la vida consagrada. Una diócesis que estuviera desprovista de monasterios de especial consagración estaría privada de un elemento que pertenece de manera indiscutible a la vida y santidad de la Iglesia, del que no se puede prescindir. La Iglesia de Burgos se alegra por ello de los distintos monasterios, entre ellos este de Silos, que enriquecen la comunidad diocesana, de las vocaciones que los alimentan y muy concretamente de esta ordenación sacerdotal para el servicio fundamentalmente de la comunidad benedictina.

7. Que la Santísima Virgen sea la Madre a la que recurras siempre como hijo pequeño que necesita de su ayuda y protección. Y que la Eucaristía sea el centro, la raíz, la fuente y la meta de tu sacerdocio.

Fiesta de san Bernardo

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Monasterio cisterciense de San Bernardo – 20 agosto 2013

Estamos celebrando la fiesta de San Bernardo, una lumbrera que Dios ha querido no solo para iluminar su siglo sino para que continúe siendo faro de orientación para tantas generaciones y concretamente y especialmente a través de sus hijos e hijas. Los monasterios que se inspiran en este hombre santo son un foco que irradian luz y santidad para todos los cristianos. Por ello a cada uno de nosotros, en nuestra propia vocación, le alegra tener estos oasis de oración y de atención para que no nos perdamos en las cosas transitorias del mundo. Esas cosas que son rectas y en las que se puede servir a Dios con tal de que 1 sea la perla preciosa y no la pospongamos a ninguna otra realidad por bella y grande que sea. Porque si una realidad buena en sí se desordena, entonces está desviando nuestro corazón del camino de Dios. Por ello podemos repasar la biografía de san Bernardo pero como recuerdo porque tanto como quienes sois hijas la conocéis mejor que yo como tantos de ustedes que año tras año acuden a esta celebración de su festividad y han oído y recordado tantos de esos aspectos esenciales de su vida.

Todo comenzó en su vida santa por una visión en un sueño que cambió del todo su presente y futuro. Mientras asistía en Navidad a los actos litúrgicos se quedó dormido y se le apareció el Niño Jesús en Belén en brazos de María. Esta se lo ofrecía para que le amara y le hiciera amar por los demás. Bernardo tomó la resolución de irse a la Abadía de monjes de Císter y pidió ser admitido. Su abad lo aceptó con gran alegría.

Pero en el entorno familiar, se encontró con la oposición de todos. Los amigos le decían que hacerse monje suponía desperdiciar su vida y perder grandes posibilidades de futuro. La familia no aceptaba esta vocación de ninguna manera. Bernardo, sin embargo fue razonándoles con tanta serenidad y unción la vida religiosa, que no sólo logró convencerles de su idea, sino que logró llevarse al convento a sus cuatro hermanos mayores, a su tío y a treinta compañeros de la nobleza. Más tarde entrarían también su hermana Humbelina y su cuñado. Más aún, tras la muerte de su madre, también entró en el convento su padre.

Pero, ¿quién era San Bernardo? Para ello acudimos a las crónicas de la vida de Bernardo de Claraval. Sabemos bien, por ellas, de la importancia de este hombre en la Europa del siglo XII, como fundador del Monasterio de Claraval y gran impulsor y propagador de la Orden Cisterciense. Era hijo de los señores del Castillo Fontaines-les-Dijon. Había sido educado, junto con sus siete hermanos como correspondía a la nobleza, y había recibido una excelente formación humanista, especialmente en latín, literatura y religión. No obstante, durante su primera juventud se enfrió su fervor y se inclinó hacia una vida frívola y mundana. Pero las amistades del mundo, con todo, por más atractivas y brillantes que fuesen, no llenaban su corazón, sino que lo dejaban vacío y lleno de hastío.

En la historia de la Iglesia no es fácil encontrar una persona a la que Dios haya dotado de tanto poder de atracción para llevar gente a la vida religiosa. Las muchachas no deseaban que sus pretendientes hablasen con el santo. En las Universidades, en los campos, en las ciudades y en los pueblos los jóvenes conocieron la fuerza atractiva y la elocuencia de san Bernardo y se iban en tropel a los monasterios, electrizados por su palabra. Baste decir que durante su vida fundó más de trescientos monasterios y con su apostolado consiguió que novecientos monjes hicieran la profesión religiosa.

Deseaba vivamente gozar de la paz de su monasterio, dedicado a la oración, a la meditación y al trabajo. Sin embargo, el Papa, los obispos y los gobernantes le pedían constantemente que les ayudase y, no obstante su débil salud, recorrió toda Europa, poniendo paz entre los pueblos enfrentados, erradicando las herejías y desenmascarando errores.

2. Pero san Bernardo ha pasado a la historia de la Iglesia, sobre todo, como un gran enamorado de la Virgen. A él debemos las últimas palabras de la Salve: «oh clementísimima, oh piadosa, oh dulce Virgen María». Y también esa otra oración que hemos rezado y seguirán rezando millones de personas y que delata la fineza del corazón de Bernardo en su amor a María: «Acordaos, oh piadosísima Virgen María..». Era tal su amor a la Madre de Dios, que cuando pasaba delante de una imagen de María le decía siempre: «Dios te salve, María». Cuentan que un día la imagen le contestó: «Dios te salve, hijo mío Bernardo».

Recuerdo que estando en el seminario cuando durante el mes de mayo se hacía el ejercicio de las flores a María, relatábamos algunos escritos de Santos Padres que hoy siguen resonando en mi memoria y que ciertamente habremos escuchado tantos de nosotros:

«Si se levantan las tempestades de tus pasiones, mira la Estrella, invoca a María».

«Si la sensualidad de tus sentidos quiere hundir la barca de tu espíritu, levanta los ojos de la fe, mira la Estrella, invoca a María».

«Si el recuerdo de tus muchos pecados quiere lanzarte al abismo de la desesperación, lánzale una mirada a la Estrella del Cielo y rézale a la Madre de Dios».

«Siguiéndola, no te perderás en el camino. Invocándola, no te desesperarás. Y guiado por Ella, llegarás seguramente al Puerto Celestial».

Son frases bien conocidas que llevan esa impronta del santo.

3. Queridos hermanos: san Bernardo no es una figura del pasado. Tiene en la Iglesia una enorme actualidad, especialmente en Europa que, engreída y soberbia, no quiere ser consciente del patrimonio que la ha hecho grande por reconocer la dignidad de toda persona, libre, con la libertad de los hijos de Dios, y esperanzada, con una seguridad que supera la muerte.

De él hemos de aprender el celo apostólico, en este momento en el que el Papa nos estimula a que cada uno de nosotros seamos y vivamos con una fe verdaderamente activa que trata de dilatarse y que trata de rejuvenecerse viviendo activamente nuestra vida, cualquiera que sea, con esa comunión con Dios y esa comunión en sociedad eclesial entre los hermanos. Vosotras, queridas hermanas, también estáis convocadas a esta gran tarea. Vuestra aportación de contemplativas es esencial para que los que estamos en esa tarea directa, no corramos en vano y sepamos acercar las almas a Jesucristo.

4. San Bernardo es también muy actual en lo que respecta a su devoción a la Virgen. Los cristianos de hoy y en concreto los cristianos de Burgos hemos de acudir a María con una especial insistencia y confianza. Me alegra constatar, por ejemplo, que va creciendo la celebración de la novena de la Patrona de la Diócesis Santa María la Mayor, y que este año las naves de la catedral estaban bastante repletas. Todavía cabe más gente y esperemos que Burgos responda con generosidad a esta devoción a la Madre de Dios. San Bernardo nos incita. Con ello no queremos anular otras advocaciones marianas, todo lo contrario, nuestra condición de hijos de Dios, hermanos de Cristo, nos debe llevar al amor a la Madre. Es la Virgen Santa María, cualquiera que sea el título, porque el título es solamente como esa modalidad concreta que nos agrada en un lugar determinado de nuestra geografía. Igual que nos puede agradar más una foto de nuestra madre porque irradia juventud o porque demuestra madurez, el que sea la Virgen de los Llanos o la Virgen Blanca o la de Begoña o la de cualquiera que veneramos en nuestros pueblos lo importante es que nuestro corazón palpite cuando, por ejemplo, en un lugar concreto, estamos celebrando las fiestas principales de la Madre.

Siguiendo la indicación de San Bernardo miremos a la Estrella de la nueva evangelización e invoquemos a María. Y, pues jamás se ha oído decir que ninguno de los que han acudido a su protección, implorando su auxilio y reclamando su socorro, haya sido desamparado, pidámosle con insistencia por aquellas preocupaciones que llevamos en el corazón pero también para que la Iglesia hoy sepa responder a los retos de esta evangelización que el Papa quiere y que la Iglesia necesita para recuperar a tantos hermanos nuestros que pueden estar un tanto adormecidos teniendo en su corazón esa semilla que ellos acogieron en el bautismo y que las circunstancias han podido hacer que no se despierte y crezca especialmente y con nuestro estímulo, con nuestra ayuda y nuestra invocación a María puedan resurgir.

Urgencia de una recuperación ética de España

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Cope – 18 agosto 2013

Los medios de comunicación social dan cuenta todos los días algún caso de corrupción. No es extraño, porque en los últimos tiempos ésta se ha generalizado en el mundo financiero, económico y político. Baste pensar que, sólo en la última década, se han detectado en España ochocientos casos de corrupción con dinero público y más de dos mil detenciones relacionadas con ellos. Como este tipo de cosas suelen conocerse con efectos retardados, no es aventurado afirmar que las estadísticas de la corrupción seguirán aumentando con el paso del tiempo.

Pero no vale rasgarse únicamente las vestiduras cuando hablamos de la corrupción pública: política, empresarial, sindical, y ejercer de puritanos cuando descendemos al ruedo de la vida de los ciudadanos de a pie. Ciertamente, son muy llamativos y escandalosos los casos que afectan a tanto dirigente de Caja de Ahorros, a tanto concejal de urbanismo, a tanto sindicalista conseguidor de subvenciones que se ha apropiado del dinero que estaba a su alcance, sin pensar el daño que infligían a los demás. Pero no hace falta escarbar demasiado para que vengan a nuestra memoria frases como «¿con IVA o sin IVA?» o «es completamente legítimo dejar un matrimonio de veinte años para seguir el placer e interés de uno mismo», las cuales tienen el mismo substrato ético o, mejor dicho, la misma carencia ética.

Por otra parte, ¿cómo afirmar que el fin no justifica los medios y luego convertir los fetos en materia prima de investigación? O ¿cómo luchar por la integración social de los discapacitados y luego indignarse porque se impida a los padres que aborten a un bebé con síndrome de Down? O ¿por qué defender con ahínco que un niño pueda ser adoptado por una pareja que le impida tener un padre o una madre? Los casos reales de estas fragantes contradicciones son muy numerosos y graves.

Si a esto añadimos que durante las últimas décadas se ha atacado implacablemente a la religión católica, viendo en ello la llegada de la mayoría de edad de las nuevas generaciones; que se ha tratado de ridiculizar a los obispos y a los sacerdotes que defendían la enseñanza de la religión en la escuela, tachándoles de retrógrados y adoctrinadores; que se ha atacado sin piedad la autoridad de los docentes y de los padres; que se ha luchado con denuedo por eliminar el esfuerzo en el estudio y la exigencia en las oposiciones a cátedra, etc. ¿cómo esperar que de la mano de causas tan desastrosas no llegara una corrupción generalizada en la ética pública y en la privada?

No hace falta pulsar ninguna falsa alarma para advertir que la sociedad española necesita una regeneración muy profunda en sus convicciones y actuaciones éticas. Primero será preciso amueblar la cabeza con ideas verdaderas sobre el hombre, la familia, la sociedad, la religión. Porque con la mentira y mentira es, por ejemplo, decir que «nada es verdad ni mentira, todo es del color del cristal con que se mira» sólo lograremos, en el mejor de los supuestos, autoengañarnos, pero no curarnos. Luego será necesario realizar una paciente tarea de educación a todos los niveles, comenzado por los más elementales y llegando hasta las universidades. La devolución de la autoridad a los educadores civiles y religiosos es también de primera necesidad.

La religión católica, de tanta raigambre entre nosotros, y la Iglesia no son los únicos interlocutores, pero también tienen algo importante que decir y pueden ser buenos aliados para insuflar valores a la vida social y comunitaria. La experiencia de los últimos años es muy aleccionadora respecto a los efectos negativos que produce debilitar las creencias cristianas y desvertebrar moralmente las conciencias. En un momento en el que España necesita el apoyo de todos para regenerarla en sus convicciones y actuaciones éticas, ninguna instancia legítima debe ser excluida, porque todas son necesarias.