«Dignos e idóneos» ministros del altar

por administrador,

Los nuevos diáconos, junto al arzobispo, al concluir la ceremonia de su ordenación.

Los nuevos diáconos, junto al arzobispo, al concluir la ceremonia de su ordenación.

 

Lo ha dicho bien claro en su homilía el arzobispo, Francisco Gil Hellín: «Hoy es un día grande para la diócesis porque dos jóvenes se presentan para recibir el diaconado como último paso previo al presbiterado». Tal era la importancia de la celebración, que un numeroso grupo de sacerdotes y un nutrido grupo de familiares, amigos y conocidos, se han acercado esta mañana hasta la catedral para acompañar a Félix Díez y Eduardo Dorado en el día de su sí a Dios.

 

«Son dignos e idóneos candidatos a la imposición de manos», ha dicho de ellos el arzobispo en su homilía. Un gesto que, a partir de hoy, ha convertido a estos jóvenes en «ministros del evangelio, ministros ordinarios de la comunión y exposición del Santísimo, en servidores del altar durante las funciones que preside el obispo, en la liturgia y en el ejercicio de la caridad especialmente con los pobres y necesitados».

 

Eduardo y Félix, postrados en el suelo, piden ayuda en su nuevo ministerio a todos los santos.

Eduardo y Félix, postrados en el suelo, piden ayuda en su nuevo ministerio a todos los santos.

Ceremonia emotiva

El momento cumbre de la celebración ha llegado después de la homilía. Tras orar postrados, pidiendo a todos los santos con el canto de las letanías su ayuda y protección, el arzobispo ha impuesto las manos sobre sus cabezas y ha pronunciado sobre ellos una oración de consagración. Eduardo y Félix se convertían así en ministros de Dios y entraban a formar parte del clero de la diócesis, con las exigencias de rezar cada día la liturgia de las horas y guardar el celibato, como bien ha recalcado el arzobispo en su homilía. Después, los nuevos diáconos han comenzado su ministerio sirviendo al altar durante la celebración de la eucaristía, que ha concluido con una emotiva acción de gracias y un ovacionado aplauso.

 

El diaconado es el primer grado del sacramento del orden. Después de recibirlo, Eduardo y Félix esperan el día de su próxima ordenación sacerdotal. Mientras tanto, «se dedicarán en cuerpo y alma a las personas que la Iglesia de Burgos les encomiende», entregándoles «todo nuestro tiempo, todas nuestras preocupaciones, nuestras ilusiones y sacrificios, nuestros saberes y todo nuestro amor»; de lo contrario, ha dicho Gil Hellín el palabras del papa Francisco, serán «unos solterones».

 

Ordenaciones diaconales

por administrador,

Catedral, 21 junio 2014

Hoy es un día especial para nuestra diócesis. Porque se presentan   dos candidatos al diaconado, como último paso previo al presbiterado. Cuando han sido presentados, quienes les conocen, han asegurado ante Dios que los creen idóneos y dignos de les imponga las manos. Por eso, hemos dado gracias a Dios, de quien procede el don de este ministerio y la gracia para llevarlo a cabo.

A partir de hoy Félix y Eduardo se convertirán en ministros del Evangelio, en ministros ordinarios de la comunión y exposición del santísimo, en servidores del altar durante las funciones litúrgicas que preside el obispo o el presbítero y en ministros del obispo para el ejercicio de la caridad, especialmente con los pobres y necesitados. A partir de hoy asumís la responsabilidad de rezar el Oficio Divino en nombre de la Iglesia y a favor del entero Pueblo de Dios y de todo el mundo. También asumen el compromiso de mantenerse célibes durante toda su vida, para dedicarse en cuerpo y alma a los fieles que les sean encomendados.

El celibato es un carisma que el Espíritu Santo concede a quienes en la Iglesia latina son llamados al diaconado, presbiterado y episcopado. Porque la Iglesia latina quiere que sus ministros no contraigan el sacramento del matrimonio sino que no tengan más dedicación que la del servicio y cuidado de la comunidad. Además, quiere que sus ministros den testimonio ante toda la comunidad y ante el mundo de la provisionalidad de las cosas de este mundo y la plenitud de la vida futura, en la cual no habrá ni casados ni célibes sino que todos acompañarán al Cordero en las bodas eternas en la Jerusalén celeste.

Algunos han afirmado recientemente que el papa Francisco quiere cambiar esta disciplina e introducir el celibato opcional; de modo que los diáconos, sacerdotes y obispos que deseen puedan casarse y los que quieran permanecer célibes, lo sean. El Papa Francisco no ha dicho esto. Ni mucho menos. El Papa se ha limitado a recordar la doctrina del Magisterio de la Iglesia, que ha sido ratificada nuevamente por el Concilio Vaticano II y, luego, por los Papas Pablo VI, san Juan Pablo II y Benedicto VI. A saber: que el celibato no es un dogma de fe, que ate las manos a la Iglesia de modo absoluto. La Iglesia tiene las manos libres para proceder como le parezca más conveniente para atender a sus fieles. El Papa Francisco ha añadido también que la Iglesia católica de Rito oriental permite el celibato opcional a los diáconos y presbíteros –no a los obispos- con tal que hagan la opción antes de recibir el diaconado. Más aún, que en la Iglesia latina se han dado algunos casos excepcionales en los que se ha permitido el matrimonio a los sacerdotes, como ha ocurrido recientemente con los procedentes del Anglicanismo.

Pero el papa Francisco ha añadido con claridad: “Es una norma que yo aprecio mucho y que es un don para la Iglesia”. El carisma del celibato es, ciertamente, un gran don para la Iglesia. Ahora bien, sería un contrasentido ser célibes y no desvivirse por las almas o tener el corazón seco y sin amor. Porque los célibes estamos comprometidos, tenemos esposa, familia e hijos. Nuestra esposa es la Iglesia. Con ella nos casamos el día de nuestra ordenación, como lo hace un chico con una chica y se comprometen a amarse y respetarse todos los días de la vida, tanto en los días y momentos de alegría y salud, como en los de penas o enfermedades, tanto cuando son jóvenes y cuando sean mayores. ¡Siempre e incondicionalmente!

De nuestro ministerio esponsal con la Iglesia nace, como en el matrimonio entre un hombre y una mujer, una familia y unos hijos: son la porción del Pueblo de Dios que se nos confía a nuestro ministerio. A ellos debemos dedicarnos con la misma solicitud y empeño –incluso mayor- que un padre y una madre para con sus hijos. Tenemos que hacer crecer esta familia con nuevos hijos. En caso contrario, envejece, empobrece y desaparece. Por eso, todos los sacerdotes -y, en cierta medida también vosotros, queridos Eduardo y Félix-, tenemos que dedicar tiempo y esfuerzo a hacer nuevos cristianos, no regateando energías para que todos reciban el Bautismo, la Confirmación y la Eucaristía. Porque la iniciación cristiana requiere la gracia de estos tres sacramentos para la plenitud del ser cristiano.

Como los buenos padres hemos de ayudarles a crecer en la fe a esos hijos que Dios nos da. El Colegio y la universidad, para que maduren en la fe y la vida cristiana es la catequesis en las distintas etapas de adolescentes, jóvenes y adultos. Nunca fue fácil esta catequesis y hoy tiene una dificultad añadida. Pero no podemos renunciar a ella. De lo contrario, no sólo no madura la fe sino que ésta se enfría, nos alejamos de la práctica religiosa y terminamos en una ignorancia supina e incapaz de dar razón de la fe.

Fruto de la catequesis será el espíritu apostólico y misionero y el testimonio de vida. Porque una comunidad que no es misionera, que no evangeliza, no es una comunidad cristiana adulta; necesita crecer. Como no es adulta y necesita crecer, una comunidad cuyos miembros son cristianos mientras están en las celebraciones pero se olvidan de serlo en su trabajo, en su familia, en sus compromisos sociales y políticos, en sus tiempos de ocio.

Ya veis, queridos Eduardo y Félix, que el carisma del celibato tiene plena razón de ser. Porque nos hace estar plenamente disponibles para las almas. Y al decir “disponibles” me refiero a que hemos de dedicar a las almas todo nuestro tiempo, todas nuestras preocupaciones, todas nuestras ilusiones, todos nuestros sacrificios, todo nuestros haberes, todo nuestro amor. El Papa Francisco se lo decía el pasado lunes al clero de Roma: Si no vivimos esta maternidad, esta paternidad “somos solterones”.

Desde la cumbre de los años puedo aseguraros –y todos vosotros, sacerdotes también podéis hacerlo- que el celibato vivido con amor es fuente de inmensa alegría y que no hace falta ser héroes para vivirlo. Basta entregarse a Dios y a los hombres.

Renovemos cada uno nuestra dedicación a Dios y vosotros los nuevos diáconos acoged ese carisma con inmenso agradecimiento y, a la vez, con gran humildad. Ahora dispongámonos todos a participar en el rito de Ordenación, implorando al Espíritu Santo que descienda sobre estos elegidos.

Trespaderne acoge el día del misionero burgalés

por administrador,

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El domingo 15 de Junio fue un día especial de alegría, convivencia y oración con los misioneros y misioneras en Trespaderne. Con el lema «La alegría de evangelizar» la diócesis de Burgos celebró un año más el día del misionero burgalés. Tras una acogida general los misioneros y sus familias fueron recibidos por la alcaldesa de Trespaderne Isabel López y el arzobispo Don Francisco Gil Hellín, para a continuación asistir a una serie de actuaciones artísticas. La  celebración de la Eucaristía presidida por nuestro obispo D. Francisco, seguido de una comida compartida y terminando con una oración misionera en torno de María, Reina de las misiones hicieron que todos pasásemos un día especialmente misionero. Fue una jornada de celebración de la vida, alegría y donación de los más de 800 misioneros y misioneras que anuncian el evangelio en los países de misión entre los más pequeños y pobres.
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Curpillos 2014

por administrador,

Real Monasterio de Las Huelgas, 20 junio 2014

“Porque todos comemos el mismo Pan, aunque somos muchos, nos convertimos en un solo Pan, en un solo Cuerpo”. San Pablo se vio obligado a escribir esto a los fieles de la comunidad cristiana de Corinto, porque en ella habían surgido facciones y divisiones. Unos decían que eran partidarios de Pedro; otros, de Pablo; otros de Bernabé o de algún otro apóstol. San Pablo reacciona con toda energía y corta de raíz semejantes divisiones. Para ello, no da consignas morales sino que les remite a lo que es la Eucaristía, en la cual ellos participaban domingo tras domingo. Y, desde ese ámbito, les dice: si sólo hay una eucaristía y si todos comulgamos al mismo Cristo, todos somos un solo Cristo, un solo Cuerpo, una sola comunidad creyente. No caben, pues, las divisiones ni los enfrentamientos. Si queremos celebrar la Eucaristía como cristianos, tenemos que estar unidos.

San Pablo no pretende que todos tengan las mismas ideas ni ejerzan los mismos servicios dentro de la comunidad. Él mismo les dice en esta carta que así como en un Cuerpo hay diversidad de miembros, así también somos nosotros en Cristo. Para que haya cuerpo y no una masa informe o amorfa es preciso que haya diversidad de miembros y diferencias. Si todos fueran ojos, manos, pies o cabeza, no tendríamos un cuerpo sino un monstruo.

Se trata, pues, de ser y actuar como miembros del cuerpo: los miembros no están separados los unos de los otros, sino orgánicamente unidos; no están enfrentados los unos contra los otros, sino cooperando unos con otros; no actúan al margen o en contra de los otros, sino en íntima colaboración y conjunción. La diferencia se resuelve en servicio y en búsqueda del bien común por encima del particular.

Esta doctrina tiene para nosotros una especial importancia y actualidad. Como todos sabemos, estos días pasados el Rey Juan Carlos ha abdicado de la corona y el Parlamento se la ha aceptado. El Parlamente ha aceptado también que el Príncipe Felipe sea el nuevo Rey de todos los españoles, con el nombre de Felipe VI. Todo esto se ha hecho según la constitución vigente, aprobada por todos los españoles de modo democrático el año 1978.

En el Parlamento han intervenido representantes de otras opciones políticas que se oponían o abstenían. Están en su legítimo derecho, porque son representantes legítimos de una parte de españoles.

Ahora, una vez que se han cumplido todos los requisitos constitucionales y el rey ha tomado posesión legítima, nos corresponde a los españoles vivir en paz unos con otros, evitar los enfrentamientos verbales y fácticos y convivir en medio de las diferencias. Porque no se trata de que todos tengamos las mismas ideas, de que todos pensemos que los problemas hay que resolverlos de la misma forma, ni de abdicar a concebir la estructura del Estado de una forma diferente.

Al contrario, se trata de que cada uno tenga sus propias ideas, sus propios puntos de vista, sus opciones legítimas; pero que cada uno sepa respetar las ideas, los puntos de vista y las opciones igualmente legítimas de los demás. El tener ideas y opciones distintas no puede llevarnos al enfrentamiento de unos contra otros, a la violencia o a la anarquía.

A ninguno de nosotros se nos oculta que esta tarea es muy difícil y necesita una fuerte dosis de generosidad, de espíritu de pacto, de cultura del encuentro. El odio, la malquerencia, la lucha de clases, la revancha y la exclusión no son cristianos y van en contra de la celebración de la Eucaristía y del Curpillos, que es una fiesta especialmente eucarística.

Lo que exige la Eucaristía es reconocernos como hermanos y tratarnos como hermanos. Nos ha  ido muy mal cuando lo hemos olvidado; y, nos ha ido muy bien, cuando lo hemos tenido en cuenta, a pesar de nuestras limitaciones y carencias.

Pido al Señor, que se hará presente dentro de poco en el altar y al que luego paseamos por las calles y plazas del Compás, que nos conceda la gracia de convivir pacíficamente y respetarnos dentro de las diferencias y poner nuestras cualidades y talentos al servicio de todos, de modo que el bien común prime sobre el particular.

Santa María, Reina de la Paz, ruega por nosotros.

«El mundo necesita referentes que le muestren a Dios»

por administrador,

El uno y el otro. Siempre juntos. Amigos. Quintos. Y ahora, diáconos. Félix Díez y Eduardo Dorado se conocieron hace doce años en el Seminario Menor. De todo el grupo de amigos que compartieron pupitre en aquellas aulas, solo ellos dos han descubierto que lo de ser cura «vale la pena». Mañana, 21 de junio, recibirán en la catedral la ordenación diaconal, «un cambio radical», un nuevo y «definitivo paso» en su camino hacia el sacerdocio, que esperan con ilusión.

A Eduardo le encanta la música, tocar la guitarra en su grupo de rock «Pescadores de Hombres» y jugar al fútbol. Félix, por el contrario, siempre piensa en la oportunidad para escaparse a Paules del Agua, el pueblo donde se bautizó hace 25 años, y pasear por aquellas tierras. Son «jóvenes normales», como ellos mismos se consideran. Pero, sin embargo, con un objetivo claro en la vida: «Quiero ser sacerdote porque la gente necesita a Dios y el sacerdote es quien se lo puede dar a conocer, porque es uno con ellos, conoce sus preocupaciones y sus problemas», comenta Dorado. Félix «también ha sentido fuerte la llama» a ser sacerdote y ha descubierto cómo Dios «siempre le ha encaminado hacia él» a lo largo de su vida. Y «poder llevar a Cristo a la gente» es lo que «más le ha tocado el corazón».

 

Ahora asumirán esta nueva etapa en su vida «con gran alegría », «sirviendo en todo lo que se pueda y donde la Iglesia lo requiera». Una decisión y entereza que han preparado a lo largo de sus años de Seminario. El camino no ha sido fácil. Sus estudios y la elaboración de sus tesis –sobre evolución humana, la de Eduardo, y sobre la comunión eclesial, la de Félix- son reflejo y fruto de ello. Los madrugones, el estudio de la teología y las conversaciones filosóficas, la convivencia con otros jóvenes y los pequeños malentendidos han servido a Eduardo para «limar su carácter», algo que cree «está consiguiendo». Félix valora «las amistades hechas a lo largo de todos estos años y el ambiente que se hemos respirado en el Seminario».

 

Mañana mismo recibirán en la catedral, por la imposición de manos del arzobispo, la ordenación diaconal, el primer grado del sacramento del orden sacerdotal, gracias al cual podrán bautizar, presidir los  matrimonios o las exequias. Y, cómo no, servir al altar, distribuir la comunión y realizar la exposición del Santísimo Sacramento. «Es decir sí definitivamente a Dios; ya no habrá marcha atrás», comentan. El paso es tan importante para sus vidas, que lo han «meditado mucho en la oración» y en el que, además, se sienten respaldados por los rezos y la compañía de familiares, amigos y compañeros.

 

Después, a su tiempo, llegará la anhelada ordenación sacerdotal. Pero ya desde ahora sienten lo «gratificante» de su vocación, al descubrir cómo gracias a ellos, y a veces sin saberlo, la gente da pequeños pasos para acercarse cada vez más a Dios. La ilusión es tan grande que no dudan en animar a otros jóvenes a seguir su ejemplo: «Vale la pena; Cristo regala mucho más que lo que uno deja», comenta Félix. A lo que Eduardo apostilla: «No hay que tener miedo. Hay que ponerlo todo en las manos del Señor. Si Él quiere hacernos este regalo no deberíamos dudar en ningún momento».