«Las cosas no se solucionan con más años de cárcel»
Nació en Espinosa de los Monteros en 1955 y es cura desde hace 37 años, la mayor parte de los cuales ha desarrollado su labor pastoral en parroquias rurales, concretamente en la zona del Arlanza, a la cual se siente muy vinculado (ha sido miembro del colectivo El Trigarral desde sus orígenes y ha sido párroco de Puentedura durante 33 años). Pero además, a Fermín Ángel González se le conoce en muchos pueblos de la diócesis como «el cura de la motosierra», ya que durante más de dos décadas se ha dedicado desde el servicio diocesano de obras a construir y reconstruir tejados por toda la geografía burgalesa.
«Empecé con el tema de las obras por necesidad. Había que hacer obras en las iglesias de los pueblos y no teníamos dinero, así que decidimos hacerlo nosotros mismos. En Cebrecos fue donde empecé a cortar madera para la torre de la iglesia y cuando bajó Victor Ochotorena, que era el aparejador, se encontró con la estructura montada. Y habló con el obispo, Santiago Martínez Acebes y le preguntó si podía trabajar con él… Y así fue, empecé a lo bobo y han sido 22 años haciendo tejados por todos los pueblos, tomando medidas, levantando los planos de la iglesia, calculando las estructuras, dibujándolas, calculando la madera que iba a llevar y luego cortar y montar la estructura. En este tiempo hemos montado 1.700 y pico estructuras de madera», relata.
Hace tres años decidió cambiar el rumbo: «Dije que no quería trabajar más, que técnicamente bueno, pero físicamente no. Y que tenía ganas de estar con la gente, de escuchar y de hablar, y no de hacer ruido con la motosierra». Tras un año como párroco de Covarrubias, Fermín fue nombrado delegado de Pastoral Penitenciaria, cargo que compatibiliza con el de consiliario de Pastoral Gitana, que ya venía desempeñando con anterioridad. Para afrontar su nuevo cometido contaba con una experiencia lejana en el tiempo que le trajo más de un quebradero de cabeza (y no solo a él). Eran los años ochenta, los años de la droga, de la heroína, y Fermín trabajó, contratado por el Ayuntamiento, como educador de calle. Venía de sus pueblos dos días a la semana para trabajar con la población gitana, en el proyecto de drogas y unos talleres ocupacionales en un local cedido por las Hermanas de la Caridad.
«Al mismo tiempo, empezamos a montar un proyecto de reinserción y rehabilitación de droga en Opio, en el Valle de Mena. Estuvimos cinco años allí, con subvenciones de la Junta, trabajábamos con chavales gitanos y payos y con gente de los pueblos que venían a trabajar de voluntarios. Al quinto año se acabó todo porque nos tenían que ceder el edificio, que era una iglesia que estábamos arreglando para montar la sociedad anónima laboral, y nos dijeron que no. Santander, porque Opio pertenecía a la diócesis de Santander, y el de aquí también dijo que no, a pesar de habernos dicho que sí cuando presentamos el proyecto. Nos fuimos a quejar a la Conferencia Episcopal, nos encerramos y nos encadenamos en el obispado de Santander y en el arzobispado de Burgos. Nos engañaron, nos dijeron: desengancharos, que os lo firmamos. Y claro, no nos lo firmaron. Así se quedó todo».
«Me relaciono con la persona, no con lo que ha hecho»
«De aquella época en Opio yo ya tenía un poco idea de la cárcel, porque bajábamos a dar cursos de autoempleo, pero el tipo de personas que estaban entonces en prisión era muy diferente. Eran más mayores casi todos, ahora los internos son mucho más jóvenes. Y el gran cambio para mí ha sido pasar de trabajar con gente del mundo rural, bastante mayores casi todos y más mujeres que hombres, porque hay más participación de las mujeres en todo: en las reuniones, en las charlas, en la formación, en las actividades, las celebraciones… Y aquí son todo hombres y mayoritariamente jóvenes», reconoce.
No obstante, asegura, su labor sigue siendo la misma: «escuchar y acompañar a las personas». Y dice sentirse bien acogido por los reclusos, independientemente de si son creyentes o no o de cuál sea su confesión. Tampoco le cuesta relacionarse más con unos que con otros: «Todos son personas. Esta experiencia me está ayudando a seguir conociendo a las personas y estar cerca de ellas, que es nuestra tarea como cristianos y como curas, acompañar. Me relaciono con la persona, no con lo que ha hecho. Cuando hay que ir al pasado para hacer procesos hay que hacerlo, pero tú te diriges a una persona cuyo proyecto es salir de la cárcel y seguir trabajando en la vida y seguir construyendo sociedad. ¿Cómo reconduces todo eso que ha pasado para que puedas estar a gusto con tu persona y con tu vida? Esa es nuestra tarea. Cada uno tiene que reconocer, tomar pautas para ver su problema, reconocerlo, valorarlo, todo eso es necesario, pero no mirando hacia atrás, sino hacia delante».
Asegura que llevar la esperanza a la cárcel, aunque difícil,«es posible; lo más complicado es mantenerla, porque hay situaciones que te desbordan, igual tienen una condena de cuatro o seis años y les sale otra causa que tenían por ahí perdida y le piden otros cuatro o cinco años más, en esas situaciones es difícil mantener la esperanza». Y es que, apunta el sacerdote, «la sociedad no tiene ni idea de lo que es estar privado de libertad. Solo el haber estado ya un año o unos meses es suficiente para entenderlo. Y las cosas no se corrigen por más años de privación de libertad. Si no hay una tarea de formación de la persona y unos medios para que eso se lleve a cabo, por más años que te encierren no se consiguen las cosas, ni se devuelve la vida a quienes han muerto. El mantener caliente la venganza porque me ha matado a un ser querido no hace más que prolongar mi propio dolor. Yo no voy a conseguir aliviarme si no soy capaz de comprender, de perdonar, de dejar que las cosas fluyan. Es que no tiene remedio: si alguien ha muerto, por maltratar o fastidiar a otro, lo mío no se arregla. Es una tarea que tenemos que aprender. La sociedad es muy primaria en eso de la calentura, cuando ocurre un suceso de asesinato, violencia. Nos cuesta tener templanza ante ello, nos cuesta asimilarlo, ser un poco racionales en lo que supone la condena, lo que supone el aislamiento, para que la persona pueda afrontar su propio error y cambiarlo».
Julio
26 septiembre, 2018 en 10:17
Enhorabuena al delegado de pastoral penitenciaria y a su comprometido grupo de voluntarios.
Sabemos de su dedicacion, visitas, talleres, dinámicas y acompañamiento continuos a los chicos del penal de Burgos.
“¿Cuando te vimos enfermo o en la carcel, y fuimos a verte? “ Estos Voluntarios lo hacen, lo han visto y actúan.
Buen grupo, buen equipo. Ánimo.
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Ana
24 septiembre, 2020 en 02:05
Muh hermoso trxto y de gran humanidad
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