Descansar en el monasterio de La Vid: «Una terapia infalible»

por redaccion,

Quico Taronjí, en algunos de sus retiros en La Vid.

Quico Taronjí, en algunos de sus retiros en La Vid.

 

Quico Taronjí es un rostro popular en la televisión. Periodista, pero también capitán de barco y un gran aventurero, ha protagonizado programas como Capitán Q (con ese apodo le conocen muchos telespectadores) y actualmente conduce cada domingo el espacio Aquí la Tierra, en TVE.  [aquí, su página web]. Lo que no es tan conocido es que varios de sus proyectos laborales y de navegación han madurado en sus sucesivas estancias en el monasterio ribereño de La Vid.

 

Su primer contacto con el monasterio fue cuando tenía 6 o 7 años: acudía con los Agustinos de su Santander natal a campamentos de verano. Muchos años después, durante uno de sus continuos trayectos entre Madrid y Cantabria, a la altura de Aranda vio el desvío, le vino a la cabeza el lugar y decidió acercarse hasta el cenobio. «Era ya de noche, estaba todo apagado, pero el cielo estaba muy estrellado, era impresionante. Un monje paseaba por allí y entablé conversación con él. Me comentó que tenían hospedería y que eran muchos los que se alojaban para rematar su máster de fin de carrera, para aislarse del exterior, trabajar en algún proyecto…»

 

«Ya en Madrid sentí que necesitaba alejarme de aquella vida vertiginosa, necesitaba campo, contacto con la naturaleza, mirar hacia dentro», recuerda. Y se aventuró a pasar una semana o diez días en La Vid, para dar forma a un proyecto de navegación que se traía entre manos: sabía que la disciplina del monasterio le iba a ser de gran ayuda. «¡Qué bien se aprovecha allí el día! Me levantaba a las 7, salía a correr por la ribera del río, ducha, desayuno y a las 10 ya estaba trabajando. Como se come prontito, a las 2, a las 3 y media ya estaba otra vez estudiando en mi habitación, hasta las 9, la hora de la cena».

 

Después de aquella experiencia vinieron otras muchas (unas siete u ocho). Su relación con los monjes era muy estrecha, y en su segunda estancia, Quico, que no solo es un gran amante de la naturaleza, también lo es de la historia y del arte, pidió un libro sobre el monasterio. Tanto se empapó, que incluso hizo de guía a algún grupo de turistas, se buscó un cámara para grabar un DVD sobre la visita a La Vid y se lo regaló a los religiosos, para su venta al público.

 

«Monólogo interior»

 

También participaba en la eucaristía y en algunos oficios religiosos y recuerda especialmente una Semana Santa, en la que él fue el encargado de leer las reflexiones en cada una de las estaciones del Via Crucis. Pero los momentos más intensos para él «desde el punto de vista metafísico» fueron sus visitas a la capilla a horas intempestivas, a las 12:30, la 1 de la mañana, incluso más tarde. Le impresionaba la belleza del recinto, puro gótico, y especialmente la profunda mirada de la Virgen de la Vid. En esos ratos establecía un «monólogo interior, y a veces no tan interior, reflexionaba en voz alta, en esa soledad llegué a experimentar momentos de conexión muy importantes», asegura.

 

El monasterio de La Vid ya está indefectiblemente unido a la vida de Quico. Allí escribió las últimas páginas de Aislado, un libro en el que narra su intento de  llegar desde Algeciras a Estambul en solitario, a bordo de un trimarán, y que terminó en naufragio en las costas de Túnez. El periodista vio la muerte muy de cerca, tanto en el trayecto como en el desenlace final, otra experiencia muy fuerte de la presencia divina. «Es curioso: en el monasterio, en el claustro, en la capilla, se experimenta de otra manera. En La Vid yo miraba hacia arriba, buscaba a Dios arriba… En el barco, sentía constantemente una presencia a mi lado, velando por mí, y en los momentos más duros, los del naufragio, de una manera mucho más exagerada».

 

Quico, que reconoce que una sola vez se ha refugiado en el recogimiento del monasterio «por el puro placer de desconectar, de reflexionar», asegura que volverá a hacerlo (está barajando buscar otro alternativo mientras duren las obras en La Vid, que mantiene temporalmente la hospedería cerrada), y les ha recomendado a muchas personas de su entorno vivir la experiencia: «Es una terapia infalible», asegura.

Adviento: caminar atentos, vigilantes y esperanzados

por redaccion,

corona-de-adviento.jpg

 

Escucha aquí el mensaje

 

Comenzamos hoy el camino del Adviento que culminará en la Navidad. El Adviento es un tiempo de gracia y de esperanza, de vigilancia y espera. Un año más evocamos y actualizamos que el Señor viene, se hace uno de nosotros. Y debemos prepararnos. Jesucristo se manifiesta y desvela la grandeza de un misterio que ha cambiado la historia y que sigue iluminado hoy el camino de toda la humanidad.

 

El Adviento, en palabras del Papa Francisco, «es el tiempo que se nos da para acoger al Señor que viene a nuestro encuentro, también para verificar nuestro deseo de Dios, para mirar hacia adelante y prepararnos para el regreso de Cristo…, viviendo atentos, vigilantes y esperanzados. La persona que está atenta es la que, en el ruido del mundo, no se deja llevar por la distracción o la superficialidad, sino que vive de modo pleno y consciente, con una preocupación dirigida en primer lugar a los demás… La persona vigilante es la que acoge la invitación a velar, es decir, a no dejarse abrumar por el sueño del desánimo, la falta de esperanza, la desilusión; …estar atentos, alerta y esperanzados son las condiciones para permitir a Dios irrumpir en nuestras vidas».

 

El tiempo del Adviento debe suscitar en nuestro corazón de Iglesia diocesana esa esperanza viva, de profundas raíces bíblicas. El Adviento nos sitúa ante el rostro amoroso de Dios que quiere trasmitirnos en su Hijo, Jesucristo, su mensaje de salvación y de amor, convirtiéndose así en nuestra auténtica esperanza. Al igual que ocurría en los primeros tiempos del cristianismo, la Iglesia hoy ha de ser portadora y sembradora de una «nueva esperanza». Para ello hemos de procurar vivir y comunicar lo genuino de nuestro vivir esperanzados. En realidad, si falta Dios, falla la esperanza. Todo pierde sentido… Pero nadie está excluido de la esperanza de la Vida, del Amor de Dios; y la Iglesia está invitada a anunciarlo y a despertar por todas partes esa esperanza.

 

Comencemos hoy el Adviento, despertando en nuestro interior la esperanza y la espera del DIOS QUE VIENE. La tradición de la Iglesia siempre ha contemplado su venida en tres momentos: el acontecimiento de Belén, en referencia al pasado; la venida gloriosa al final de la historia, mirando al futuro; y la venida en el presente, que tiene lugar en la vida y en el corazón de los creyentes como una “encarnación espiritual”, según la feliz expresión del Papa Benedicto XVI. La Palabra de Dios que se nos regala en la liturgia de los próximos domingos de Adviento, nos urge a que preparemos los caminos y reavivemos nuestra esperanza en el Señor que está viniendo.

 

En el primer domingo, se describen, con términos apocalípticos, los signos que precederán el fin de los tiempos: entonces «veremos al Hijo del hombre venir en una nube con gran poder y gloria», y por ello se nos dice: «levantaos, alzad la cabeza, se acerca vuestra liberación» (Lc 21,27s.), para que crezca nuestra esperanza en la plenitud de vida definitiva.

 

En el segundo, la voz de Juan el Bautista nos llama a la conversión para preparar el camino del Señor y fortalece nuestro vivir esperanzado, cuando anuncia que «toda carne verá la salvación de Dios» (Lc 3,6).

 

El tercero nos convoca a una esperanza comprometida –¿qué debemos hacer?– porque Juan nos invita también a nosotros a llevar una vida digna y solidaria con los demás, pues hemos recibido el bautismo no con agua sino «con Espíritu Santo y fuego» (Lc 3,16), y San Pablo nos urge a vivir y a dar razón de nuestra esperanza desde la alegría del Evangelio (Flp 4,5s.).

 

Y el cuarto domingo, ya a las puertas del día de Navidad, nos acerca a María, Virgen de la Esperanza. Ella nos invita a celebrar la Navidad con su misma actitud: humilde, agradecida, abierta a la voluntad del Señor; y siempre en camino hacia las necesidades de los demás llevando entrañablemente a Jesús, Evangelio de esperanza para el mundo (cf. Lc 1,39-45).

 

El Señor está cerca. Él viene a nuestro encuentro, para que nos encontremos con Él. Y para que cada uno podamos llevar a otros la esperanza y la alegría de la buena Noticia que celebramos en Navidad. Hoy os invito a que os preguntéis en algún momento: ¿Como quiero vivir este Adviento…?, ¿…en la familia, en el trabajo, en relación con Dios y con los demás…?

 

El Señor está cerca. ¡Ven, Señor Jesús!

Ibeas de Juarros estrena nuevo centro parroquial abierto a toda la comarca

por redaccion,

<
>

 

En el marco de su visita pastoral a la zona de Juarros, el arzobispo, don Fidel Herráez Vegas, bendecirá e inaugurará mañana el nuevo centro parroquial de Ibeas, en el que la diócesis ha invertido hasta el momento más de 540.000 euros, y que darán servicio a los once pueblos que pertenecen a la unidad pastoral: además de Ibeas, Cueva de Juarros, Cuzcurrita de Juarros, Galarde, Espinosa de Juarros, Palazuelos de la Sierra, San Millán de Juarros, Tinieblas, Villamiel, Villamorico y Zalduendo, y según comenta el párroco, Emilio Maestro, en un futuro serán más. Actualmente la unidad pastoral agrupa a unos 1.800 vecinos, de los cuales 1.000 residen en Ibeas.

 

Además de la vivienda parroquial, que se encuentra en la primera planta, la nueva edificación cuenta en su planta baja con un gran salón que puede dividirse en cuatro pequeños según las necesidades, explica Maestro, además de despacho, archivo, aseos y garaje. Este nuevo espacio estará abierto a todo tipo de actividades de carácter social y cultural del municipio y de toda la comarca, a asociaciones y al propio Ayuntamiento. Además, las instalaciones se ofrecerán a grupos, aunque no pertenezcan a esta unidad pastoral, para la celebración de encuentros y jornadas de convivencia, explica el párroco, que comparte la atención a los once pueblos de la zona con Ernesto Pérez Calvo como adscrito.

 

El acto de inauguración se celebrará en torno a las 13 horas, al término de la misa estacional que presidirá el pastor de la diócesis a las 12 horas.