«Nuestra humanidad convulsionada necesita la paz de Cristo resucitado»

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«Jesucristo no ha venido para traernos un ungüento que prolongue nuestra fragilidad, ha ganado la vida para nosotros». Es la afirmación que el arzobispo ha pronunciado en el transcurso de la solemne misa estación del día de Pascua que ha presidido en la Catedral. Para don Mario Iceta, la resurrección de Jesús «restaura la paz», esa «tan inestable que no logramos hasta que no se convierte nuestro corazón». Jesús, con su Pascua, «nos pide buscar los bienes de allá arriba, amar a los enemigos desde un corazón lleno de Cristo que nos invita a perdonar y amar a nuestros enemigos». Por eso, «nuestra humanidad convulsionada necesita de la paz de Cristo resucitado».

 

«Tenemos necesidad unos de otros», ha proseguido en su homilía. «La soledad mata, no nos hace bien, es la enfermedad del Occidente actual. Por eso María Magdalena fue a buscar a Pedro y Juan, buscó la comunión de la Iglesia, porque es en comunión donde Cristo resucitado se hace presente sin coartar nunca nuestra libertad». Para el arzobispo, «Jesús es la luz que no conoce el ocaso», quien «aún con las puertas cerradas se hace presente en nuestra vida para regalarnos la paz». «Solo él es capaz de edificar nuestra humanidad tan convulsionada».

 

Tras la eucaristía, que ha concluido con la impartición de la solemne bendición papal con indulgencia plenaria, fuera del templo ha tenido lugar la última procesión de esta Semana Santa, la del anuncio Pascual, con el encuentro de Cristo resucitado (Manuel López, 2005) con su Madre (una talla anónima del siglo XVIII), con el aleluya de Haendel como telón de fondo y numerosos bailes regionales. Desde el balcón que asoma a la plaza de San Fernando, el arzobispo ha impartido su bendición a toda la archidiócesis mientras ha implorado, una vez más, la paz en el mundo y el consuelo de todos aquellos que sufren cualquier tipo de dificultad.

 

¡Cristo, el crucificado, ha resucitado!

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Queridos hermanos y hermanas:

 

La promesa, una vez más, se convierte en certeza… ¡Feliz Pascua de Resurrección! ¡Cristo, el crucificado, ha resucitado! 

 

Hoy, cuando celebramos que el Señor ha pasado de la muerte a la vida plena, contemplamos las llagas impresas en sus manos, en sus pies y en su costado y descubrimos –en ellas– el sello perpetuo de su amor, de su entrega y de su fidelidad. 

 

Jesús ha derrotado definitivamente el dolor y la muerte. Y también a nosotros, como a las santas mujeres que acudieron apesadumbradas al sepulcro, Él nos recuerda las mismas palabras que aquel día les dijo el ángel: «¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí. Ha resucitado» (Lc 24, 5-6).

 

Hoy, mientras medito el paso del Señor por mi vida, vuelvo a preguntarme qué le hizo a Jesús vivir como vivió, sufrir como sufrió. Y la respuesta es su infinito amor por nosotros. En el silencio de su Madre, en las lágrimas calladas de Juan, en la negación de Pedro, en la mirada confundida del Cireneo, en la rabia desatada del soldado brotan la esperanza y la vida. Ahí, donde más cuesta la fe, en ese rastro de esperanza donde se fragua el único y verdadero sentido del amor, brota la resurrección. 

 

San Pablo nos dice que «Aquel que ha resucitado a Jesús, devolverá asimismo la vida a nuestros cuerpos mortales». Es la dichosa conclusión del drama de la Pasión y la insondable alegría que sigue al dolor. Es la novedad de vida y de la nueva creación. Y así debemos vivir, aferrados a la fe y a la esperanza de aquellos que vieron a Jesús resucitado, que compartieron con Él el pan, que lo tocaron con sus manos y que se dejaron seducir por Su mirada.

 

«Si Jesús ha resucitado y, por tanto, está vivo, ¿quién podrá jamás separarnos de Él?», señalaba el Papa emérito Benedicto XVI en su homilía del Domingo de Pascua de 2009. Y, en verdad, si nuestro camino está marcado por Sus huellas, ¿quién podrá privarnos de Su amor, que ha vencido al odio y ha derrotado la muerte?

 

A veces, solo hace falta releer la historia y volver al pesebre para entender que, pase lo que pase, la muerte se ha convertido en servidora humilde de la vida (Jn 11,25). Es el misterio «de la piedra descartada», como señaló el Papa Francisco en la Plaza de San Pedro, el 16 de abril de 2017, que termina siendo «el fundamento de nuestra existencia».

 

Es el camino del Amor: un horizonte de cruz y, a la vez, un sendero admirable por donde dejarnos conquistar. Porque la resurrección de Cristo da sentido al sufrimiento, al latir angosto de tantas y tantas incomprensiones, a las caídas, a los miedos y a los pasos inciertos que nos acompañan en los días más aciagos. 

 

No olvidéis que cada retazo de fragilidad tiene sentido, incluso aunque a veces no seamos capaces de entenderlo del todo. Ya lo predijo san Pablo en su carta a los Colosenses: «Si habéis resucitado con Cristo vuestra vida, entonces os manifestaréis gloriosos con Él» (Col 3, 1-4).

 

Queridos hermanos y hermanas: la Luz ha disipado la oscuridad y el sol radiante del amanecer devuelven la vida y el color a toda la creación llenándola de su sentido verdadero. Y el Señor lo ha hecho desde la humildad y la aparente derrota a los ojos humanos. Porque ahí, en la debilidad, con la fuerza de la verdad, de la belleza y del amor, nace nuestra esperanza.

 

Con María, la Madre del Resucitado, os animo a vivir en plenitud y para siempre como resucitados. Que el anuncio de la Pascua se propague en vuestros corazones y seáis, con la alegría que ha de revestirnos a los cristianos, un jubiloso canto de las maravillas que Dios quiere realizar con cada uno de nosotros.

 

Con gran afecto, os deseo una feliz Pascua de Resurrección.

 

+ Mario Iceta Gavicagogeascoa

Arzobispo de Burgos

Al tercer año… ‘resucitó’ la procesión del Santo Entierro

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«¿Mamá, qué pasa? ¿Por qué no se puede hablar?», pregunta asombrado ante tanto silencio un niño de unos tres o cuatro años en la plaza de Santa María. «Es que van a enterrar a Jesús», le susurra su madre que, cual catequista, ha explicado al pequeño todo lo que sucedía a los pies de la Catedral. El Santo Entierro ha reunido esta tarde todo lo que un solemne y regio funeral pudiera tener: los timbales del Consistorio, la presencia de cientos, miles de cofrades; autoridades civiles y eclesiásticas –arzobispo a la cabeza–, los desgarradores sonidos de las cornetas, el redoble de los tambores, el abrumador silencio de una despedida. Después de dos años de pandemia, el tercero ha sido como una especial ‘resurrección’ de la procesión general del Viernes Santo, con la Seo como protagonista y las cámaras de Televisión Española como fieles testigos de excepción.

 

A las siete y cuarto, con la puesta de sol de una calurosa tarde de primavera poco habitual en la ciudad, los treinta y tres miembros de la Hermandad del Santo Sepulcro –en recuerdo de la edad de Cristo al morir– trasladaban desde la capilla del Corpus Christi a la plaza de Santa María la imagen de Cristo Yacente para colocarla en su sepulcro de cristal. El toque de oración ha recordado el trágico momento. Tras la talla, obra del escultor Francisco Font (1913), de la Catedral de Santa María han desfilado una tras otra las dieciséis cofradías que integran la Junta de la Semana Santa de Burgos, acompañando dieciocho pasos y recuperando así una tradición abandonada en los años cuarenta.

 

El Santo Entierro ha continuado su itinerario por Santa Águeda, Nuño Rasura, plaza del Rey San Fernando, arco y puente de Santa María, plaza de Vega, Miranda, San Pablo, Mío Cid, Santander y San Juan, hasta la plaza de Alonso Martínez, donde las cofradías se han disgregado para volver a sus sedes parroquiales acompañando sus respectivos pasos. Antes de emprender el itinerario de regreso, el arzobispo, don Mario Iceta, ha entregado a cada hermano mayor un diploma como señal de agradecimiento por la implicación de sus respectivas cofradías en el progresivo resurgir de la Semana Santa burgalesa. El pastor de la archidiócesis ha acompañado finalmente la imagen del Cristo yacente hasta la Catedral, donde ha finalizado la magna procesión.

 

«La muerte de Jesús no es aniquilación, sino donación»

 

Antes del acto en las calles, el arzobispo ha presidido, también en la Seo, la solemne celebración litúrgica de la pasión y muerte del Señor. «Jesús no murió, expiró, entregó el Espíritu, donó algo. No es la aniquilación, es la donación», ha dicho en su homilía. «El amor siempre genera vida y la falta de amor genera muerte». «Y cuando somos amados hasta el infinito, nuestra vida puede crecer hasta el infinito, hasta la eternidad y atravesar la orilla infranqueable de la muerte», ha subrayado.

75 años de encuentro, 75 años de emoción

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Fue en 1947 cuando la plaza del Rey San Fernando acogió por primera vez la procesión del Encuentro. Pocos años antes, la parroquia de San Gil Abad había refundado la «Cofradía Noble de la Sangre de Cristo», cuyos orígenes se remontan a finales del siglo XVI, llamándose desde entonces «Real Hermandad de la Sangre del Cristo de Burgos y Nuestra Señora de los Dolores». Al otro lado del Arlanzón, en la parroquia de San Cosme y San Damián se redactan unos nuevos estatutos para su «Archicofradía del Santísimo Sacramento y de Jesús con la Cruz a Cuestas», del siglo XVIII. En plena posguerra, y en una incipiente Semana Santa que empezaba a coger auge, ambas hermandades decidieron aliarse para organizar una de las procesiones más emotivas de la capital. Pasados 15 lustros de aquel acontecimiento, cada Jueves Santo miles de burgaleses presencian el Encuentro entre Jesús con la Cruz a Cuestas (obra de Ildefonso Serra, 1901) y la Virgen de los Dolores (una talla barroca del siglo XVIII y autor desconocido) en una procesión que ha ganado en belleza y fervor con el pasar de los años.

 

Hoy, las imágenes son portadas a hombros de decenas de costaleros, la maestría de las bandas de ambas cofradías aumentan la emotividad, se intercambian flores entre representantes de ambas cofradías y la megafonía y las alocuciones que por ella se escuchan hacen el resto. Y el público estalla en aplausos. «Cuando haya dejado este mundo y haya sido por vuestro amor juzgado, si me hubiéreis concedido el cielo y estar con aquellos que me amaron, permitid volver a mi pobre alma cada tarde del Jueves Santo a esta vieja y bendita plaza, a este altar pétreo y sagrado. Y que otra vez mis hombros te sustenten para llevarte en un cálido abrazo hasta tu hermosa Madre Dolorosa, aquella que te acunó en su regazo. Y que cuando el día por fin decline y concluya este encuentro sagrado, se una a los que inundan la plaza y a las almas de todos los que he amado para otra vez más rasgar el silencio proclamando hasta lo más alto: «¡Viva la virgen Dolorosa, viva ese Cristo al que tanto amo!»», ha recitado a voz en cuello Juan José Estalayo, miembro de la cofradía con sede en San Cosme, acompañado de la guitarra de Mariano Mangas. 

 

Emoción contenida que ha podido seguirse en directo para toda España y medio mundo gracias a las bellas imágenes de Televisión Española [ver de nuevo aquí], en una emisión de más de dos horas conducida por Juan Carlos Ramos.

 

Hacía cuatro años que la procesión no se celebraba como tal, después de dos años de interrupción por la pandemia y la suspensión de parte del desfile en 2019 a causa de la lluvia. Tras el Encuentro a los pies de la Catedral, la imagen de Jesús con la Cruz ha cuestas ha hecho entrada en la Catedral, donde miembros de su cofradía han realizado una estación a Jesús sacramentado, reservado en el monumento de la Escalera Dorada, antes de volver a su parroquia. Por su parte, la imagen de la Virgen de los Dolores ha regresado a su parroquia de San Gil, donde ha sido recibida con el canto de la Salve popular. Antes de la procesión, don Mario Iceta ha presidido en la Catedral la solemne eucaristía de la Cena del Señor.

Fallece el sacerdote burgalés Pablo González Cámara

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pablo gonzalez camara

 

Esta mañana de Jueves Santo ha fallecido a los 77 años de edad el sacerdote diocesano Pablo González Cárama. Quien fuera presidente del Cabildo de 2016 a 2021 ha fallecido tras una larga enfermedad, que le obligó a renunciar al cargo al frente del primer templo de la archidiócesis después de haber sido reelegido. Ha sido el propio arzobispo, don Mario Iceta, quien ha trasladado al prebiterio la información: «Me acaban de dar la triste noticia de que ha fallecido nuestro querido hermano, hasta hace poco deán de la Catedral, don Pablo. Rezamos por él», ha comunicado a través de un mensaje de WhatsApp a los sacerdotes.

 

Las honras fúnebres se celebrarán el Sábado Santo a las 11:00 horas en la santa iglesia Catedral, efectuándose acto seguido la conducción del finado al tanatorio de la Funeraria San José para proceder a su incineración. Dado que en los días del Triduo Pascual no se pueden celebrar misas exequiales, será el lunes de Pascua, 18 de abril, cuando la Catedral acoja una misa de gloria a las 10:00 horas.