Cofrades desde la cuna
Hay padres tan forofos que visten a sus bebés con los colores de su equipo de fútbol. Otros llenan sus cunas con los juguetes de sus películas favoritas o les engominan el cabello como a Elvis o algunos cantantes más modernos. Y otros, como Rebeca y Mario, inscriben a sus hijos a una cofradía. O a cuatro. Porque Olivia, que cumplirá un año el próximo 29 de abril, pertenece ya a cuatro: una en Huelva, otra en Sevilla y las dos restantes en Burgos: la Ilustre Archicofradía del Santísimo Sacramento y Jesús con la Cruz a Cuestas (donde ella toca en su agrupación musical desde 2005) y la Real Hermandad de la Sangre del Cristo de Burgos y Nuestra Señora de los Dolores, a la que pertenece él desde que era un adolescente. Ambos se conocieron en el mundo cofrade, se casaron y cuando llegó su primogénita decidieron que también ella debía sumergirse este ambiente que tanto bien les hace a ellos: «Es un modo de vida, la Semana Santa forma parte de nuestro día a día; ensayamos de septiembre a Pascua, después el Corpus… y vuelta a empezar. Paso más tiempo con mis hermanos de la cofradía que con mi familia», cuenta simpática Rebeca.
Ambos se consideran un tanto «frikis» de la Semana Santa. En su casa huele a incienso, suenan las saetas y las marchas desde primera hora de la mañana y esa rutina cofrade la vive Olivia de forma natural desde que vino al mundo. El Viernes de Dolores, la pequeña recibirá la medalla de la Dolorosa y se convertirá en la miembro más joven de la cofradía con sede en San Gil, dispuesta a salir a la calle en sus primeros desfiles procesionales. Sus padres piensan que puede participar en las dos procesiones del Domingo de Ramos, la de las Palmas (en la que lucirá el hábito blanco de San Cosme que le ha confeccionado su abuela Esperanza, a la sazón cofrade de San Gil) y en la del Santo Cristo de Burgos.
«Para mí ha supuesto mucho en mi vida y creemos que es un bien para ellos; si luego no les gusta, lo pueden dejar»
La hermandad de San Gil cuenta con más de 300 cofrades, aunque hay cantera para rato. De hecho, cuidan mucho el relevo generacional: cuentan con su propia banda infantil y son los impulsores de una procesión para niños el Sábado de Pasión. A Olivia le sigue en edad Martín. Tiene dos años y la pandemia le impidió la última Semana Santa salir a la calle e imitar los pasos de su hermano Marco, que estudia primero de primaria en el Aurelio Gómez Escolar y que ya es todo un veterano en estas lides. Tanto, que construye con legos –o bloques, como matiza– sus propios pasos recordando las procesiones que más le gustan: la de la Borriquilla y, cómo no, la del Encuentro, en la que participó por primera vez en brazos de su abuelo cuando apenas sumaba un año.
«Para mí ha supuesto mucho en mi vida y creemos que es un bien para ellos; si luego no les gusta, lo pueden dejar», comenta María, la madre de los dos hermanos. Ella también pertenece a la cofradía de San Gil desde que era pequeña por tradición familiar: «Recuerdo ir con mi abuelo detrás de la Virgen y de la banda recogiendo las baquetas que se rompían; la cofradía es mi segunda familia y me ha enseñado mucho como persona, para mí lo es todo». Por eso no ha dudado en transmitir ese amor por la Semana Santa a su esposo –por ella también cofrade– y, ahora, a sus hijos. Porque está visto: ser cofrade se hace… pero también se nace.