Hoy se celebra la festividad de la Merced, patrona de quienes trabajan en las instituciones penitenciarias. La Iglesia procura estar presente en todas partes, y las cárceles son lugares donde la labor pastoral se hace más necesaria que nunca para atender a quienes allí están internos.
José Baldomero Fernández de Pinedo, a quien sus amigos suelen llamar Pepe, conoce muy bien la cárcel de Burgos, ya que desde agosto de 1991 es el capellán del este centro penitenciario. Antes de ocuparse de este área, había atendido diversas parroquias de la diócesis y estado tres años en el seminario de Villahermosa (Tabasco – México) impartiendo clases de Sagrada Escritura.

Quienes se imaginan que su labor no es sencilla, aciertan: “Desgraciadamente no tuve una preparación específica, aunque la requerí cuando fui nombrado. Detrás de la figura del capellán, si se quiere desarrollar bien el ministerio, hay que ser un poco psicólogo, mediador, entendido en derecho y cuestiones penales, pastor y hermano… La cárcel es un lugar deshumanizante, donde la persona es denigrada, amén de privarle del don de la libertad”. No son pocas las dificultades que ha encontrado, empezando por una ausencia- o más bien carencia- diocesana de esta pastoral. “Burgos es una de las pocas diócesis de España donde no existe una Pastoral Penitenciaria organizada, quedando todo reducido a una capellanía”, comenta José. Continuando por una visión denigrante de la cárcel, donde se da más primacía a la condena que a la persona, al castigo que al perdón. “Es una labor no valorada, esquivada, callada y, a veces, olvidada”.
Los primeros para Dios
José destaca que lo más gratificante de su tarea es encontrarse con personas que sufren el rechazo, la incomprensión y olvido; “en las afueras de nuestra ciudad, integran y son parte del grupo de los Crucificados del siglo XXI. Junto a ellos, se descubre lo esencial del Evangelio de Jesús y se dejan atrás tantas y tantas superficialidades, en las que, paradójicamente, nos basamos para acusarles, condenarles y olvidarles. Ellos nos dicen y nos reclaman que los pobres y los últimos siguen sin ser los preferidos de nuestra diócesis, aunque sí lo sean en el corazón de Dios-Padre”.
A las dificultades que pueda entrañar el día a día en la cárcel atendiendo la capellanía, hay que añadir que también surgen en ocasiones la incomprensión de la gente hacia este trabajo.
“Alguien me acusó hace ya bastantes años de tener el síndrome de Estocolmo a la hora de hablar y entender a las personas privadas de libertad; aquello que me resultó entonces ofensivo, hoy me parece favorable, pues supondría en palabras de Pablo a los cristiano de Corintio, que me he acercado e identificado con ellos. Y es que lo que más necesitan es ser escuchados, comprendidos y tratados como personas: ¿no es lo que hizo Jesús con la mujer adúltera, con la Samaritana, con el leproso, el ciego de nacimiento…? Entonces es cuando se puede celebrar la Vida como Don en Eucaristía permanente. Si desde fuera, la cárcel da un poco de miedo es porque no estamos acostumbrados a escuchar al otro; si no sabemos escuchar es porque no nos hemos sentido escuchados y entonces ¿cómo se puede celebrar la Misericordia?”.
La fe en la cárcel
Quien entra en la cárcel se ha de plantear el tema de la transcendencia, de una manera u otra, dependiendo la formación y resonancias religiosas que hayan vivido. La cárcel es el espacio físico donde, en proporción, más se lee la Biblia, donde más se cuestiona lo establecido, pues se hace patente una educación basada más en el pecado-condena que en la experiencia personal de salvación; para bastantes personas privadas de libertad, el tiempo de condena es un poco tiempo de Dios, donde viven una transformación interior liberadora desde la misericordia experimentada, celebrada y compartida.
La cárcel es por ello un lugar donde también se puede dar el encuentro con Dios, como cuenta José. “Cualquier lugar donde hay dolor y sufrimiento es propicio para encontrarse con el Dios que es Jesús; Él nos enseñó que el Espíritu le impulsaba a los lugares y espacios donde había sufrimiento, injusticia, dolor, abatimiento, condena…, y allí enseñaba y mostraba cómo actúa su Padre: siendo Vida, Salud, Liberación y Misericordia. Él no parecía sentirse muy a gusto en los lugares oficiales de la religión judía (el templo se había convertido en cueva de ladrones). Lo que prima es lo que Dios hace y realiza en el interior de cada uno de sus hijos, sabiendo que Él que ha iniciado su obra la llevará a su consumación, aunque se encuentre constantemente con nuestras oposiciones”.
Voluntarios en la cárcel
Afortunadamente, José cuenta con el apoyo de la Asociación Amanecer, un grupo de personas voluntarias que desde siempre han estado integrando la capellanía del centro penitenciario, y que han compartido y comparten su vida, su tiempo y su fe con las personas privadas de libertad. En un momento determinado por cuestiones burocráticas y económicas se constituyeron en Asociación y eligieron el nombre de Amanecer.
Al preguntar a José sobre alguna anécdota que le haya marcado, contesta que son muchas y que algunas podrían servir de guión para una buena película. Pero, sobre todo, quiere destacar una realidad siempre presente: “ellos en todo momento ven en la figura del Padre (capellán) y voluntarios personas buenas a las que poder recurrir en cualquier necesidad y mucho más cuando sienten que se les cierran las puertas. Tienen claro que estas personas que se acercan a ellos desde el Dios Misericordia nunca les condenarán y siempre habrá un tiempo y un espacio propicio para la escucha, la cercanía, el compartir y la oración y celebración”.