In memoriam Antonino García Delgado

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Por lo general, los humanos tendemos a valorar las cosas por las apariencias, por los datos que nos ofrecen los sentidos, por tanto lo sujeto al tiempo y al espacio. Y esto nos lleva a equívocos: pensar que lo grande es, eso, lo grande cuantitativa o cualitativamente considerado, el puesto que uno ocupa, con quien se relaciona, las veces que sale en la prensa, etc.etc…

Pero, la verdad no está en lo accidental sino en el ser. Lo grande, casi siempre, suele coincidir con lo silencioso lo humilde, lo que no cuenta para la gran mayoría, ni se cuenta en público.

Antonino ha muerto, un hombre, un sacerdote, ha pasado a la historia, a esa Historia escrita por los grandes hombres que, por eso, pasará desapercibida a los ojos de los hombres y nunca se contará.

Porque, pasar 13 años en San Martín de Humada y 39 en Lomas de Villamediana es, podríamos calificarlo, con sumo respeto a estos pueblos, sin temor a equivocarnos, heroico.

Sí, Antonino ha sido uno de esos eclesiásticos que, en Palabras del Papa Francisco, “nunca buscó hacer carrera”. Su sencillez, su silencio, su ser buen compañero, le llevó a integrase en los pueblos, a hacerse querer por las gentes que veían en él al sacerdote que les quería, que les acompañaba y que les ayudaba en los momentos difíciles.

Y esto fue Antonino, su grandeza está precisamente en no buscar ni pretender ser grande, en intentar hacer el bien, sin altavoces amplificadores, sin escribirlo en las crónicas personales, sin creerse el imprescindible; su grandeza estuvo en saber escoger el último puesto, algo, sin duda, propiedad de los auténticamente grandes. Y no voy a decir más, profanaría tu gran currículo.

¡Descansa en paz, Antonino! Tu vida siempre me ha interrogado. ¡Gracias!

Jesús Yusta Sainz

Una nueva sensibilidad

por administrador,

Cope – 8 diciembre 2013

Alguna vez he escrito en esta columna mi convicción de que el mejor comentario de un texto es la lectura reposada del mismo texto. La exhortación apostólica «La alegría del evangelio», que acaba de publicar el Papa Francisco, es una prueba más en este sentido. De tal modo que, sin esa lectura, aunque se lean u oigan muchos comentarios, pienso que corremos el riesgo real de no entrar a fondo en lo que ella propone. Más en concreto, sobre lo que dice de la crisis actual, los bienes de este mundo, la solidaridad, el amor a los pobres y su promoción. Además, perderá la frescura y la fuerza de las palabras con las que el Papa se expresa. Por eso mi intención al dar hoy unas pinceladas sobre esos temas es, ante todo, animar a todos, sacerdotes y fieles a leer, meditar y sacar consecuencias a las palabras del Papa.

Para despertar el apetito, recojo algunas ideas. Refiriéndose a la crisis que nos agobia, el Papa no puede ser más tajante: «Así como el mandamiento ‘no matar’ pone un límite claro a asegurar el valor de la vida humana, hoy tenemos que decir ‘no a una economía de la exclusión y de la inequidad’. Esta economía mata» (EG 53). ¿Por qué esta economía mata? Porque, por ejemplo, «no puede ser que no sea noticia que muere de frío un anciano en situación de calle y que sí lo sea una caída de dos puntos de la bolsa». O que «se tire comida cuando hay gente que pasa hambre». Estas y otras mil cosas suceden porque «hoy todo entra dentro del juego de la competitividad y de la ley del más fuerte, donde el poderoso se come al más débil». Las consecuencias, como señala el Papa, no pueden ser más desastrosas: «Grandes masas de la población se ven excluidas y marginadas, sin trabajo, sin horizontes, sin salida. Se considera al ser humano en sí mismo como un bien de consumo, que se puede usar y luego tirar».

No menos contundente es el Papa Francisco cuando se refiere a los bienes de la tierra. «Hay que recordar siempre que el planeta es de toda la humanidad y para toda la humanidad, y que el solo hecho de haber nacido en un lugar con menores recursos o menor desarrollo no justifica que algunas personas vivan con menor dignidad» (EG 192). Sabedor de que esto se verifica en muchos países de África, Asia, América, etc. y que hay pueblos enteros que viven en una situación indigna del hombre, el Papa clama con voz profética: es un «imperativo escuchar el clamor de los pobres». Escucharlos para «asegurar a todos la comida o un decoroso sustento», pero sin quedarse ahí. Porque se trata «de que tengan prosperidad sin exceptuar bien alguno. Esto implica educación, acceso al cuidado de la salud y especialmente al trabajo…El salario justo permite el acceso adecuado a los demás bienes que están destinados al uso común».

Quizás alguno se pregunte si el Papa no estará exagerando. La respuesta se la da el mismo Papa en estas palabras sobre la solidaridad. «La solidaridad es una reacción espontánea de quien reconoce la función social de la propiedad y el destino universal de los bienes como realidades anteriores a la propiedad privada». La propiedad privada es un derecho natural de la persona humana, pero la «posesión privada de los bienes se justifica para cuidarlos y acrecentarlos de manera que sirvan mejor al bien común, por lo cual la solidaridad debe vivirse como la decisión de devolverle al pobre lo que le corresponde».

No cabe duda: necesitamos cambiar nuestros esquemas mentales y nuestras actitudes, pues solo si lo hacemos, abriremos camino a otras trasformaciones estructurales que hagan posible vivir de hecho la solidaridad. El Papa está tan convencido de ello, que no duda en afirmar: «Un cambio de las estructuras sin generar nuevas convicciones y actitudes dará lugar a que esas mismas estructuras, tarde o temprano, se vuelvan corruptas e ineficaces» (EG 189).

Profesión solemne en las Teatinas

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Madrid – 8 diciembre 2013

1. Nos hemos reunido esta tarde para un acontecimiento que llena de gozo a la Iglesia, a la comunidad de hermanas Teatinas y a dos miembros de la misma, junto con sus padres, familiares y amigos: la profesión solemne de dos hermanas de esta comunidad. ¡No cabe duda que se pueden tomar las palabras de la Santísima Virgen para exultar de gozo en el Señor y proclamar las maravillas que ha realizado con nosotros!

Estas dos hermanas van a dar un paso decisivo en su vida. Lo entenderéis particularmente bien los que habéis unido vuestras vidas con el sacramento del matrimonio. Después de un tiempo, más o menos prologado de noviazgo, un día os acercasteis al altar de Dios para ratificar ante él que os amareis en la salud y en la enfermedad, en la juventud y en la vejez, en las alegrías y en las penas. Os prometisteis fidelidad plena y para siempre, convirtiendo vuestro amor conyugal en algo propio y exclusivo vuestro. Esa unión ha sido tan fuerte e íntima que os habéis entregado hasta el punto de «no ser ya dos sino una sola carne». De esa unión han nacido los hijos, con la misma naturalidad y hermosura con la que un rosal produce flores olorosas. Esa entrega ha sido para vosotros tan decisiva, que vuestra vida se divide en dos mitades: hasta el matrimonio y desde el matrimonio.

2. Estas hermanas no vinieron a esta familia Teatina porque fueran desamoradas o porque hubieran tenido un fracaso sentimental. Vinieron porque habían comenzado a enamorarse de Jesucristo. Eran una especie de novias de Jesús. Con el paso del tiempo, les ha pasado como a los que estáis casados: que ese enamoramiento se ha confirmado y acrecentado, hasta el extremo de considerar que su vida y la de Jesucristo tienen que estar unidas para siempre y de modo total y exclusivo. Hoy, de modo público y solemne, quieren ratificar este amor y donarse a Jesucristo en matrimonio. Quieren que Jesucristo sea el dueño de toda su persona y su vida. Se entregan en cuerpo y alma a Jesucristo, y se entregan para que su amor esponsal sea fecundo en nuevos hijos que le nacen a la Iglesia. A ellas se les puede aplicar al pie de la letra las palabras de san Pablo: «Todo es vuestro. Vosotras sois de Cristo y Cristo es de Dios».

Este enamoramiento no es una entelequia ni un sentimentalismo vacío de contenido. Lo sería si Jesucristo fuese una idea o un ser del pasado. Pero Jesucristo vive y posee una humanidad real y verdadera, si bien glorificada. Jesús manifestó a sus discípulos la realidad de su pasión y muerte: «El hijo del hombre será entregado y muerto». Pero añade «al tercer día resucitará de entre los muertos». Nuestra fe nos asegura que ambas realidades se han cumplido. Lo confesamos en el Credo: «padeció bajo el poder de Poncio Pilato, fue crucificado, muerto y sepultado y al tercer día resucitó de entre los muertos». Jesucristo, por tanto, vive. Y vive como Dios pero también como hombre verdadero. La resurrección no ha destruido su santa humanidad: aquel mismo cuerpo, vivificado por su alma, ha sido ahora por la resurrección trasformado, trasfigurado y glorificado.

Los santos han hablado con frecuencia del amor y la devoción a la Santísima Humanidad del Cristo. Entre los ejemplos más emblemáticos en vivirlo y recomendarlo está Santa Teresa de Jesús. Por eso, cuando se habla de los desposorios entre Cristo Jesús y sus íntimos, no es un modo de decir, una metáfora, una consideración piadosa sin fundamento teológico. No. Es una realidad, un verdadero matrimonio; de orden espiritual y místico, pero verdadero. Desde hoy, ya no se pertenecen en nada: ni en su cuerpo ni en su alma, ni en sus pensamientos y deseos, ni en cada una de sus acciones. Son plenamente de Cristo en todo su ser.

3. ¿Cómo lo harán realidad? En la medida que hagan suyo el misterio nupcial de Cristo con su Iglesia. Refiriéndose a este misterio, dice el beato Isaac de Stella: «Al desposarse el Omnipotente con la débil, el Altísimo con la humilde, haciendo reina a la esclava, puso en su costado a la que estaba a sus pies. Porque brotó de su costado. En él, le otorgó las arras de su matrimonio. Y, del mismo modo que todo lo del Padre es del Hijo y todo lo de Hijo es del Padre, igualmente, el Esposo dio todo lo suyo a la esposa y la esposa dio todo lo suyo al Esposo, y así la hizo uno consigo mismo».

Esta unión y vinculación entre Cristo y su Esposa, la Iglesia, es tal, que el mismo autor no duda en seguir afirmando: «el Esposo, que es uno con el Padre y uno con la Esposa, hizo desaparecer de su esposa todo lo que halló en ella de impropio; lo clavó en la cruz y en ella expió todos los pecados de la Esposa. (…) Tomó, sobre sí, lo que era propio de la naturaleza de la Esposa y se revistió de ello; a su vez, le otorgó lo que era propio de la naturaleza divina. En efecto (…) tomó sobre sí lo que era humano y comunicó lo divino. Y así es del Esposo todo lo que es de la Esposa».

La Iglesia, en efecto, es esposa de Cristo porque Cristo la ha amado tanto que ha muerto por ella, y la ha limpiado y purificado completamente. Se ha unido a ella de modo tan perfecto, que todo lo que la Iglesia tiene –la Palabra, los sacramentos, la caridad, es decir, su vida entera– es de Cristo y todo lo que Cristo tiene es de la Iglesia.

Queridas hijas, dentro de unos momentos, al finalizar las Letanías dirigiré a Dios esta oración: «Dios omnipotente y misericordioso: concede a estas hermanas nuestras… querer siempre lo que a Ti te agrada a fin de que, purificadas e iluminadas interiormente, e inflamadas por el fuego del Espíritu Santo, puedan vivir fielmente su consagración hasta la muerte». Y un poco después, cada una haréis vuestra consagración

4. Pidamos a Cristo el Señor, que así como su Esposa, la Iglesia, vive de y para la Eucaristía, estas dos hermanas profesas encuentren en la Eucaristía el centro, el imán y la fuerza para vivir siempre su consagración esponsal, con la misma alegría y gozo de hoy, es decir, como verdaderas esposas enamoradas.

Así sea.

Solemnidad de la Inmaculada Concepción

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Catedral – 8 diciembre 2013

El 28 de agosto de 1963, Martin Luther Kung pronunció un discurso memorable desde las escalinatas del Monumento a Lincoln, durante la marcha –en «Washington– por el trabajo y la libertad. En ese discurso pronunció unas palabras que hoy ya son históricas: «Yo tengo un sueño». El sueño de que nuestros hijos y nuestras esposas vean un país en el que los chicos blancos y negros convivan sin ningún tipo de prejuicio. Hay que terminar con la situación actual en la que los negros no podemos ir a los hoteles ni podemos votar.

Al terminar su discurso despidió a los participantes en la marcha, diciéndoles que volvieran tranquilos a sus lugares, que siguiesen luchando, pero sin violencia, y que tuviesen la absoluta confianza de que el cambio iba a llegar. Poco después una bala asesina acabó con la vida de Luther Kung. Pero no pudo matar su sueño. Y hoy, los negros americanos no sólo pueden ir a los hoteles y votar, sino que el Presidente de los Estados Unidos es de su raza.

Dios también tuvo un sueño en su eternidad: el sueño de crear un mundo maravilloso y dárselo a los hombres para que lo disfrutaran. Los hombres no sólo serían seres racionales y libres sino que les elevaría a la categoría de hijos suyos. Y creó el mundo que conocemos y creó también al hombre. Pero un día el demonio, enemigo acérrimo suyo y de su obra, destruyó el sueño: engañó al hombre para que quisiera hacerse Dios y le desobedeciera. En ese mismo instante, el hombre perdió su condición de hijo y amigo de Dios y quedó sometido al imperio del demonio.

Sin embargo, ocurrió como en el caso de Luther Kung, sólo que corregido y aumentado. Inmediatamente después del pecado del hombre, Dios le sale al encuentro y le asegura que su sueño se realizará: «Pondré enemistades entre ti y la mujer, entre tu descendencia y la tuya y ella te aplastará la cabeza cuando tú quieras herirla en el talón». Esa mujer era la Inmaculada. Dios derrotó en ella al demonio de tal manera, que no le permitió que la poseyese ni una milésima de segundo. En el mismo instante en que fue concebida por sus padres –como lo hemos sido todos–, la santificó, la hizo exclusivamente suya, la hizo toda santa y toda llena de gracia.

Con Ella, el sueño eterno de Dios volvió a ponerse en marcha. Y, de tal modo, que nada ni nadie volvería a interrumpirlo. María sería concebida sin pecado original porque sería la Madre de su Hijo Unigénito. De hecho, el sueño de Dios, además de la creación del mundo y la elevación del hombre a la condición de hijo suyo, incluía también que su Hijo Eterno, el Verbo, la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, se hiciera hombre sin dejar de ser Dios, para que el hombre, sin dejar de ser hombre, se hiciera Dios, quedara divinizado.

Por eso, cuando llegó la plenitud de los tiempos, es decir, cuando llegó el momento en el que Dios realizaría la salvación de modo perfecto y universal, envió a su ángel Gabriel a revelar a María tanto su condición de Inmaculada –llena de gracia– como la razón de ese singularísimo privilegio: «Concebirás en tu seno y darás a luz un hijo, será grande, se llamará hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, y su reino no tendrá fin». Y cuando María dijo «sí», «hágase» lo que Dios quiere, el Verbo se hizo hombre y comenzó la restauración del género humano: ¡¡la realización definitiva y plena del sueño eterno de Dios!! Dios había triunfado de su enemigo.

La Inmaculada nos llena de confianza y esperanza. Nosotros no somos como Ella, porque estamos manchados desde el seno de nuestra madre. «Pecador me concibió mi madre», canta el salmista. El Bautismo nos limpió de esa mancha y nos hizo verdaderos hijos de Dios. Pero hemos manchado muchas veces el vestido blanco que nos pusieron inmediatamente después de bautizarnos, y hemos apagado con frecuencia el cirio encendido que entregaron a nuestros padres y padrinos para que nos ayudaran a conservar su luz hasta la muerte. No obstante, Dios ha seguido realizando en nosotros su plan salvador, mediante el sacramento de la Penitencia, la comunión sacramental de su Cuerpo y un incontable número de gracias. Más aún, como somos sus hijos, Dios no se cansa de limpiarnos, de perdonarnos, de ayudarnos a volvernos inmaculados una y otra vez.

Una última consideración. El Bautismo, además de hacernos hijos de Dios, nos hacemos miembros de la Iglesia. Todos los bautizados somos Iglesia; más aún, somos la Iglesia, unidos a nuestra Cabeza, Cristo. Por eso, no puede extrañarnos que –si a nivel personal nos manchamos con tanta frecuencia– el rostro que entre todos damos a la Iglesia sea un rostro sucio, manchado. Es verdad que los santos de todos los tiempos, también los de ahora, ponen una nota de santidad que deja traslucir el rostro hermoso de la Iglesia; pero tantas veces los pecados de quienes no somos santos, afea el rostro de la Esposa de Cristo.

No perdamos la esperanza. Llegará también un día en el que el rostro de la Iglesia aparecerá limpísimo, hermosísimo. La Inmaculada es la mejor prueba de esa realidad. Porque Ella es parte de la Iglesia, su miembro más eminente. Por eso, lo que en Ella «ya» ha tenido lugar, «un día» tendrá lugar en la Iglesia.

Ahora bien, esta realidad no puede ser una invitación a la indolencia y a la irresponsabilidad. Al contrario, como buenos hijos de tan excelente Madre, hemos de pedir a Dios nuestra conversión y la de todos nuestros hermanos. El Papa Francisco nos está urgiendo a esta conversión desde el comienzo de su Pontificado. Ahora lo ha hecho con una fuerza especial en la Exhortación «La alegría del Evangelio», donde esta conversión es más que un ruego: ¡¡es un mandato!!

Oigamos su voz con docilidad, pues es la voz del mismo Jesucristo, de quien el Papa es Vicario en la tierra. Ahora que estamos esperando nuevamente la venida del Salvador, purifiquemos nuestra alma con una buena confesión y con un verdadero cambio de vida. No pongamos obstáculos para que el sueño de Dios se realice ahora en la Iglesia, para que Ella sea en verdad luz que ilumine el camino que recorren las naciones y los pueblos; y, de este modo, vaya preparando la venida definitiva del reino de Jesucristo.

El arzobispo confía a laicos y mujeres puestos de responsabilidad diocesanos

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El pasado lunes, 2 de diciembre, el arzobispo de Burgos, Francisco Gil Hellín, completaba los nuevos nombramientos de diversos departamentos pertenecientes a la vicaría de pastoral socio caritativa de la diócesis. Los nombramientos son:

  • Jorge Simón Rodríguez, de 54 años, laico y padre de familia, con cuatro hijos, como nuevo director de Cáritas diocesana de Burgos.
  • Rosalina Vicente Giménez, de 29 años, laica y madre de familia, con dos hijos, de etnia gitana y militante de Acción Católica, como directora del recuperado departamento de pastoral gitana.
  • Fermín Ángel González López, de 58 años, sacerdote, como consiliario del departamento de pastoral gitana.
  • Felipa Pozo Ramos, de 65 años, hija de la Caridad y enfermera de profesión, como delegada diocesana de pastoral de la salud.
  • Ezequiel Rodríguez Miguel, de 59 años, sacerdote y actual capellán del hospital de Santiago de Miranda de Ebro, como consiliario de la delegación diocesana de pastoral de la salud.

Con estos nuevos nombramientos, el arzobispo de Burgos sigue la línea marcada por el papa Francisco de llevar el evangelio a las“periferias” de nuestra sociedad burgalesa, como los empobrecidos, los excluidos socialmente por su raza o condición social, los enfermos y los ancianos. Además, es de destacar la elección de dos mujeres al frente de estos puestos de responsabilidad a nivel diocesano, tal como ha dejado intuir en más de una ocasión el Santo Padre.

Es de reseñar, también, la elección de laicos para llevar la dirección de estos organismos diocesanos. Laicos que se suman a los que ya ocupan puestos de responsabilidad en la diócesis como el matrimonio compuesto por Vivencio Millán y María Antonia Díez –al frente de la delegación diocesana de familia y vida– y Manuela García –delegada diocesana de enseñanza–.