«Esta civilización mundial se ha pasado de rosca»

por administrador,

Cope – 28 julio 2013

Es una frase poco académica pero la entiende todo el mundo y tiene un valor especial, porque la ha dicho el Papa Francisco a los jóvenes argentinos llegados a Río de Janeiro para la Jornada Mundial de la Juventud.

¿Por qué dice el Papa que «esta civilización se ha pasado de rosca?» Porque «estamos presenciando una filosofía y una praxis de exclusión de los dos polos de la vida que son las promesas de los pueblos: los ancianos y los jóvenes». A los ancianos no se les deja hablar y a los jóvenes no se les deja trabajar. «El porcentaje que hay de jóvenes sin trabajo, sin empleo, ¡es muy alto! Es una generación que no tiene la experiencia de la dignidad ganada por el trabajo».

¿Cuál es la causa de esta enorme desgracia? El Papa lo ha dicho con toda sencillez: la idolatría del dinero. «Es tal el culto que se ha hecho al dios dinero, que estamos presenciando una filosofía y una praxis de exclusión de los dos polos de la vida que son las promesas de los pueblos». Pero el Papa ha ido más lejos: «No se dejen excluir. Los jóvenes tienen que hacerse valer, tienen que salir a luchar por los valores». En tono muy juvenil les ha añadido: «¿Qué espero como consecuencia de la Jornada de la Juventud? ¡Espero lío. Acá en Río va a ver lío. Pero quiero lío en las diócesis. Quiero que la Iglesia salga a la calle. Quiero que nos defendamos de todo lo que sea mundanidad, de lo que sea instalación, de lo que sea comodidad, de lo que sea clericalismo, de lo que sea estar encerrados en nosotros mismos! Y ha concretado y marcado una meta exigente: «Las parroquias, los colegios, las instituciones ¡son para salir! Si no salen, se convierten en ONG, y la Iglesia no puede ser una ONG!»

Es una fortísima llamada a la nueva evangelización. Porque «el lío» que pide el Papa, «el salir a la calle» no es una invitación a la revolución sino urgencia a tomar en serio la fe en Cristo. Porque «la fe en Jesucristo ha dicho no es broma, es muy serio, es un escándalo». El escándalo de las Bienaventuranzas y de poner en práctica el «tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber». Por eso, el Papa Francisco les ha propuesto: «Si queréis saber qué cosa práctica tenéis que hacer las Bienaventuranzas y Mateo 25, no necesitáis leer otra cosa. ¡Os lo pido de corazón!».

Este mensaje se hizo presente también en la visita al Hospital San Francisco de Asís de la Providencia, donde el Papa volvió a insistir: «No es la cultura del egoísmo, del individualismo que muchas veces regala nuestra sociedad la que construye y lleva a un mundo más habitable, sino la cultura de la solidaridad, no ver en el otro un competidor sino un hermano». Efectivamente, «cuando somos generosos en acoger a una persona y compartimos con ella algo de comer, un lugar en nuestra casa, nuestro tiempo, no nos hacemos más pobres sino que nos enriquecemos».

Cuando esto escribo todavía no ha concluido la Jornada Mundial de la Juventud y el Papa no ha dicho su último mensaje. De todos modos, ya nos ha dicho muchas cosas. Y, además, nos ha señalado el camino para realizarlas. Lo señaló nada más llegar a Brasil: «No tengo oro ni plata. Les doy lo más valioso que he recibido: Jesucristo». Y su Madre. -Qué hermoso escuchar al Papa que «al día siguiente de mi elección como obispo de Roma fui a la Basílica Santa María la Mayor, en Roma, con el fin de encomendarle a la Virgen mi ministerio Hoy, en vista de la Jornada Mundial de la Juventud que me ha traído a Brasil también vengo a llamar a la puerta de María para que nos ayude a nosotros, Pastores del Pueblo de Dios, padres y educadores a trasmitir a nuestros jóvenes los valores que les hagan partícipes de una nación y un mundo más justo, solidario y fraterno». ¡Ojalá que sigamos sus huellas!

In memoriam Resti García Navarro

por administrador,

Resti, hermano sacerdote, amigo.

Una vez más me has sorprendido. La noticia de tu muerte me ha llegado cuando estaba preparando una excursión a los Alpes que, luego, como sabes, pensaba contarte. Tu muerte ha roto mis cálculos de volver a encontrarnos y poder narrarte mis andanzas por estas tierras de Baviera. Nunca pensé que el 8 de Julio cuando me despedía de ti iba a ser la última vez que nos veíamos.

Resti, lo sabes, alguna vez te lo he dicho, has sido uno de los curas que siempre he admirado. Tu saber estar, tu silencio, tu escucha atenta, tu jamás criticar ni chismorrear de nadie, tú callar, sí, tu callar en silencio y no expresar lo que pudiera herir… y, sobre todo, poder sentirte y sentirme como amigo tuyo.

¡Cuanto, desde que tuviste aquel infarto, hemos hablado estos últimos años,!… La dignidad con que has llevado tu enfermedad, sin manifestar una queja, disimulando el dolor que tenías, que era mucho, siempre agradecido a los que te cuidaban y se preocupaban de ti, a los que te visitaban, …, ha sido una escuela para mí.

Me vas a permitir que, en tu nombre, de las gracias a tus hermanos que han estado siempre a tu lado. Debes estar orgulloso de ellos. También nosotros, como sacerdotes, se lo agradecemos pues vemos que un hermano nuestro ha estado atendido maravillosamente. Amelia, Pilar, Javier, Gracias. También, me hago eco de tu sentir y agradezco a aquellos que te han visitado, a los de tus pueblos, a Andrés Maté, kantiano semanal, también, de forma especial a Ángel Sáiz, con él te lo pasabas bien, cuántas veces habéis pasado lista y rememorado los años juveniles… Ya sabes, cosas de Ángel cuya memoria y atención todos admiramos.

Resti, has muerto, tu vida ha estado ligada siempre a Adrada de Haza, formas parte de su historia, sobre todo de esa historia que tú aquí, sacramentalmente anticipabas, que se vive plenamente, fuera de la historia y en la que tú has entrado a formar parte para siempre, sin duda, muchos te habrán reconocido, recibido, y agradecido, como su sacerdote.

Resti, hermano sacerdote, amigo, hace unos años, en este, tu pueblo, hubo un sacerdote memorable, D. Zacarías que a muchos jóvenes os encandiló y orientó al sacerdocio. Tres de aquellos nos habéis dejado, Eloy, José Luís, tú, hoy, os pedimos que, desde la otra orilla, nos echéis una mano para que, de este pueblo, y de otros, sigan saliendo sacerdotes, anunciadores de la Buena noticia del Evangelio de la vida.

Resti, hermano sacerdote, amigo,

Descansa en paz

Jesús Yusta Sainz

La primera encíclica del Papa Francisco

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Cope – 21 julio 2013

Un profesor, amigo mío, repite con insistencia a sus alumnos que «el mejor comentario de un texto es el texto mismo». Pretende con ello invitar a sus alumnos a no quedarse en los comentarios y críticas que puedan leer sobre una novela o un ensayo sino a que lean la novela y el ensayo en cuestión. No le falta razón, porque si uno lee muchas cosas, incluso eruditas, sobre El Quijote, pero no lee esa obra de Cervantes, jamás podrá gustar el fondo y la forma de esa obra maestra de nuestra literatura.

Por eso, al comentar hoy la encíclica «Lumen fidei» (La luz de la fe) del Papa Francisco, ya desde el primer momento quiero invitar a mis lectores a que adquieran ese documento y lo lean despacio y con atención. Es un documento breve, pero denso. Está destinado exclusivamente a los cristianos, aunque puede leerlo con provecho cualquier persona que se encuentre «en búsqueda» sobre el sentido de su vida y de su actividad. Tiene cuatro capítulos, una pequeña introducción y una especie de epílogo sobre María como la gran creyente.

El mensaje central de la encíclica es éste. La luz que aporta la fe proviene de Dios, que se nos ha manifestado a lo largo de todo el Antiguo Testamento y, de modo culminante, en Jesucristo. Gracias a ello, la fe puede iluminar todo el trayecto del camino de la vida de cada hombre y permite captar el sentido profundo de la realidad, descubriendo «cuánto ama Dios a este mundo y cómo lo orienta sin cesar hacia él» (n. 18).

En esa perspectiva se comprende que sea sumamente reductivo concebir la fe como un mero «creer lo que no vemos». Ciertamente, la fe es aceptar lo que Dios nos ha comunicado con hechos y palabras a lo largo de la historia de la salvación; hechos y palabras que se nos han ido transmitiendo de generación en generación y nosotros aceptamos fiados plenamente de la sabiduría y bondad de Dios. Pero la fe más que una oscuridad es un rayo de luz que permite ver lo que no ven los que carecen de ella o ver más y mejor donde los otros sólo ven sombras y tinieblas.

Por ejemplo, la fe cristiana nos descubre que su centro es «el amor de Dios, su solicitud concreta por cada persona, su designio de salvación que abraza a la humanidad entera y a toda la creación» (n.54); lo cual da una perspectiva de confianza y seguridad para recorrer el camino de la vida. La misma naturaleza se ve desde otra perspectiva si se tiene fe, porque «nos la hace respetar más», debido a que «nos hace reconocer en ella una gramática escrita por Dios y una morada que nos ha sido confiada para cultivarla y salvaguardarla».

Esto vale especialmente para el gran problema del dolor. La fe asegura al cristiano que «siempre habrá sufrimiento», pero que ese sufrimiento «puede convertirlo en acto de amor, de entrega confiada en las manos de Dios, que no nos abandona». Al hombre que sufre, «Dios no le da un razonamiento que explique todo, sino que le responde con una presencia que le acompaña, con una historia de bien que se une a toda la historia del sufrimiento para abrir en ella un resquicio de luz» (n.57).

Otro tanto puede decirse de la fraternidad entre todos los hombres. La «modernidad» ha querido construir la fraternidad universal fundándose en la igualdad. Sin embargo, la experiencia nos ha ido demostrando que «sin referencia a un Padre común como fundamento último, no logra subsistir». Por eso, es preciso «volver a la verdadera raíz de la fraternidad», que no es otra que la que nos descubre «la historia de la fe, que es una historia de fraternidad, si bien no exenta de conflictos».

Termino como comenzaba. Este breve apunte sobre la encíclica «La Luz de la fe» del papa Francisco es sólo una invitación a tomarla entre nuestras manos, leerla, reflexionarla y tratar de llevarla a la práctica. La quietud del verano es una buena oportunidad.

Bendición abacial

por administrador,

Monasterio de S. Pedro de Cardeña – 20 julio 2013

1. Nos hemos reunido en este monasterio por un motivo sumamente gozoso: la bendición de un nuevo abad, en la persona del P. Roberto de la Iglesia. Sus hermanos han querido elegirle para que les gobierne espiritualmente y les ayude a recorrer el camino de la santidad, siguiendo las huellas marcadas por san Benito. Como Pastor de esta iglesia local de Burgos, tengo la dicha de hacer oficial esta elección mediante el rito de la Bendición. Gracias a él, el Padre Roberto tendrá desde hoy el encargo de Jesucristo de ser padre y pastor de sus hermanos. Damos gracias al Señor por la elección y su aceptación como abad del P. Roberto y le pedimos con confianza que le ayude a ser un abad virtuoso y preocupado únicamente por la gloria de Dios y la salvación de las almas, especialmente las de quienes ahora se le encomiendan a su cuidado pastoral.

Los textos bíblicos y los de la Bendición trazan las líneas fundamentales de lo que ha de ser el abad. Según ellos, el abad recibe del mismo Cristo el oficio de pastorear a sus hermanos y hacerlo con su estilo, es decir: con espíritu de humilde servicio. San Pedro lo decía con palabras muy claras y exigentes: hay que pastorear a los hermanos «de buena gana, no a la fuerza», «no como tiranos sino haciéndose modelos de la grey». El había aprendido bien esta lección de la conducta y de las palabras del Maestro, el cual le había corregido a él y a los demás su afán de sobresalir por encima de los demás. Tardó en aprender la lección, pero al fin lo logró, cuando vio que su Maestro se ponía de rodillas para lavarle los pies. Ésta es la verdadera sabiduría, a la que hacía referencia la primera lectura. La sabiduría del mundo es que los cargos son puestos de honor y de relumbrón, y de imponer la propia voluntad a los demás y hacer que los demás sean sus servidores. La sabiduría divina es muy distinta: los cargos son cargas, servicios especiales, oficios que entrañan nuevas responsabilidades ante Dios y ante los hombres.

Este clima de la Palabra de Dios continúa luego en los ritos y textos específicos de la Bendición. Pero concretan cómo ha de ser el servicio que el abad ha de prestar, para ser el pastor que Cristo espera de él. Así, cuando haga el examen del elegido que piden las disposiciones de los Santos Padres , le preguntaré, en primer lugar, si esta dispuesto a guardar y hacer guardar «la Regla de San Benito». Éste es su principal cometido, éste es su principal servicio, este es el fin y la meta de su oficio abacial.

Esa Regla se resume en el famoso «ora et labora», en la oración y el trabajo. La oración ocupa un lugar absolutamente preeminente. Esa oración tiene dos puntos culminantes: la Santa Misa y el Oficio Divino. Sobre esos dos pilares se asienta toda la vida de un monje cisterciense. Como enseña san Benito, nada se les antepone. Lo decía con gran precisión y elegancia el Papa Benedicto XVI: «En su Regla se refiere a la vida monástica como una escuela de servicio del Señor’ y pide a sus monjes que nada se anteponga a la Obra de Dios, es decir, al Oficio Divino o Liturgia de las Horas». l sabía por propia experiencia que no hay cosa más digna de Dios que alabarle, glorificarle y suplicarle cada día con piedad y fervor con la ofrenda de la Eucaristía y con el canto de los salmos, bien ejecutado y participado. Esto es lo primero y fundamental.

Junto a la oración, el trabajo intelectual o manual. Porque san Benito añadía en su Regla: «El Señor espera que respondamos diariamente con obras a sus santos consejos». De este modo, la vida del monje se funde en armoniosa simbiosis de acción y contemplación, de modo que toda su vida se convierte en un acto permanente de amor al Señor, en una misa que se celebra en el altar del propio corazón y en un coro donde se cantan sin ininterrupción las alabanzas del Señor. La historia demuestra que los momentos de esplendor de todos los monasterios coincide con los momentos de esplendor en la sagrada liturgia y del trabajo intelectual o manual de sus monjes. Ahí están como testigos las Biblias copiadas con primor, los grandes libros litúrgicos miniados, los libros recopiados sin cesar y trasmitidos de una a otra generación, las grandes obras arquitectónicas, pictóricas o musicales.

Por eso, es plenamente lógico que el primero de los ritos explicativos de la Bendición sea la entrega del libro de la Regla y que se entregue con estas precisas palabras: «Recibe la Regla, para que rijas y custodies a los hermanos que Dios te ha confiado». Con toda razón ha podido decir el Papa Benedicto XVI: «En contraste con una autorrealización fácil y egocéntrica que hoy con frecuencia se exalta el compromiso primero e irrenunciable del discípulo de san Benito es la sincera búsqueda de Dios en el camino trazado por Cristo, humilde y obediente».

Sin embargo, conviene que no se identifique humildad-obediencia y espíritu de servicio con la falta de convicciones, con la debilidad para tomar las decisiones necesarias y con la carencia de fortaleza para cortar lo que sea necesario, con el fin de que el monasterio no se cuartee con costumbres relajadas o incluso mundanas. Jesucristo modelo de paciencia y de mansedumbre y ejemplo inigualable de humildad y servicio no dudó en corregir a los apóstoles cuando tergiversaban su mensaje y sus palabras, o cuando mostraban actitudes incompatibles con el Reino que él anunciaba. El evangelio de hoy es una muestra de ello. Pero no la única. Recordemos, por ejemplo, cuando le llamó «Satanás» a Pedro, tras prometerle el Primado, porque se interponía en los planes de Dios, postulando un mesianismo de triunfo y de gloria y no el que quería el Padre: de exaltación por el camino de la humillación y de la muerte.

Por eso, san Benito dice también en su Regla que «el abad debe ser un padre tierno y al mismo tiempo un maestro severo» (2, 24).

Querido padre Roberto: el Señor te encomienda este monasterio para que hagas de él un hogar donde se vive intensamente la fraternidad entre todos los monjes; una escuela donde se forjan almas verdaderamente santas; un taller donde se cincelan día a día los detalles que hacen grandes las virtudes humanas y cristianas de cada día; un campo en el que se cultive intensamente la ciencia sagrada; y una iglesia donde cada día vengan los cristianos a aprender y gustar el deleite de la salmodia.

Ten plena confianza en el Señor y en su Madre, la Santísima Virgen. Ellos estarán siempre a tu lado para inspirarte lo que más convenga en cada momento y para ayudarte a ponerlo en práctica. Confía, confía plenamente en ellos y en la oración y obediencia de tus hermanos.

Lampedusa, un nuevo monte de las bienaventuranzas

por administrador,

Cope – 14 julio 2013

Hoy pensaba escribir sobre una experiencia que he vivido en Roma con los seminaristas y formadores de nuestro seminario durante la semana pasada, y un gran número de religiosas de Iesu Communio. En unión con otros seis mil, procedentes de sesenta y seis países, hemos gozado al confesar públicamente nuestra fe en Jesucristo ante la tumba del apóstol san Pedro. Además, hemos tenido la suerte de estar con el Papa Francisco, que nos ha dirigido unas palabras muy orientadoras y muy exigentes.

Me parecía que valía la pena comentar esto con un poco de detalle. Sin embargo, el pasado lunes ha tenido lugar un acontecimiento absolutamente trascendental: la visita del Papa a la isla de Lampedusa, muy conocida por el número de inmigrantes y refugiados que han llegado a ella procedentes de Oriente Medio y África, especialmente de Libia y Túnez. Por desgracia, «decenas de millares, en su mayoría jóvenes», murieron en el intento y sus cadáveres han desaparecido o han sido arrojados a la playa. Los servicios de la costa han rescatado más de treinta mil.

El Papa -según ha confesado él mismo- tenía clavada en el corazón la espina de esta tragedia y quería dar un aldabonazo a la conciencia adormecida de Europa y de otros países del primer mundo. El pasado ocho de julio, el muelle y el campo deportivo de Lampedusa se convirtieron en un inmenso altavoz, desde el cual ha hecho al mundo y a cada uno de nosotros estas tres inquietantes preguntas: «Adán, ¿dónde estás? Caín ¿dónde está tu hermano? ¿Quién de nosotros ha llorado por este hecho y por hechos como éste?»

La pregunta a Adán es la pregunta a un hombre que «piensa que será poderoso, que podrá dominar todo, que será Dios». Pero se ha encontrado con ser un hombre «equivocado», «desorientado», que ha perdido la armonía con la creación, consigo mismo y con los demás. El «otro», ya no es «un hermano que hay que amar sino simplemente alguien que molesta en la vida, en mi bienestar». El sueño y la quimera de «ser Dios», lleva al hombre a cometer «una cadena de errores, le lleva a derramar la sangre del hermano».

Es entonces cuando Dios viene y nos pregunta, «¿dónde está tu hermano?». Porque tantos «no estamos atentos al mundo en que vivimos, no nos ayudamos, no protegemos lo que Dios ha creado para todos. Y cuando esta desorientación alcanza dimensiones mundiales, se llega a tragedias como ésta a la que hemos asistido».

El Papa ha insistido. «La pregunta ¿dónde está tu hermano? no va dirigida a otros. Es una pregunta dirigida a mí, a ti, a cada uno de nosotros». Y ha llegado a interrogarse: «¿Quién es el responsable de la sangre de estos hermanos y hermanas?». Y se ha respondido: nadie se siente responsable. Como en Fuente Ovejuna: todos han matado al Gobernador pero nadie ha sido responsable. «Hoy nadie en el mundo se siente responsable de esto, hemos perdido el sentido de la responsabilidad fraterna, hemos caído en la actitud hipócrita del sacerdote y servidor del altar, de los que habla la parábola del Buen Samaritano: vemos al hermano medio muerto al borde del camino, quizás decimos «¡pobrecillo!», pero seguimos el camino».

Al final el Papa ha hecho una severísima admonición: «En este mundo de la globalización hemos caído en la globalización de la indiferencia. ¡Nos hemos acostumbrado al sufrimiento del otro, no nos importa, no nos concierne». De hecho, «¿quién de nosotros ha llorado por hechos como éste» en el que han muerto tantos miles de inmigrantes y refugiados? Por todo esto, el Papa no ha dudado en invitarnos a la penitencia, a pedir perdón «por la indiferencia ante tantos hermanos y hermanas» y «por aquellos que con sus decisiones a nivel mundial han creado situaciones que llevan a estos dramas. ¡Perdón, Señor!»