Jornada del Emigrante

por administrador,

Parroquia de S. Pablo – 20 enero 2013

Nos hemos reunido en esta parroquia de san Pablo para celebrar solemnemente la Jornada Mundial del Emigrante y del Refugiado. Me gustaría, en primer lugar, felicitaros a todos en esta ocasión entrañable, especialmente a los que pertenecéis a otros países. A la vez quiero expresaros mi agradecimiento por haberme dado la posibilidad de compartir con vosotros este día y celebraros la Eucaristía. Finalmente, quiero expresaros mi cercanía –como persona y como obispo– y deciros que me siento muy próximo a vuestras alegrías y a vuestras preocupaciones, y que pido al Señor que os ayude a superar las dificultades que está suponiendo para todos, especialmente para los emigrantes, la actual crisis económica y moral.

Permitidme ahora que os comente la Palabra de Dios que acabamos de proclamar, con el fin de que ella ilumine un poco más vuestra vida y os sostenga en vuestra esperanza. La primera lectura estaba tomada del profeta Isaías. Este hombre de Dios tenía delante un pueblo desterrado y oprimido, un pueblo que había sido obligado violentamente a dejar su Patria y su casa. Y no para buscar una mejora personal y familiar, sino para servir a unos dominadores que los trataban con desprecio.

En medio de esta situación tan calamitosa, Isaías lanza al pueblo un mensaje de ánimo y de optimismo, anunciándole un futuro halagüeño y feliz. Llegará un día en que Yahvé enviará un Mesías, que les librará de la esclavitud, les devolverá a su Patria y establecerá con ellos un Reino nuevo. Isaías les invitaba, por tanto, a iniciar una peregrinación de fe y esperanza hacia esa meta futura. De fe, porque tienen que fiarse de Dios en medio de las oscuridades que comporta la prueba que están sufriendo; de esperanza, porque les promete un futuro mejor.

Queridos hermanos: este mensaje no puede ser más apropiado para nosotros. Ahora, en medio de las pruebas que estamos atravesando, tenemos que fortalecer nuestra fe y nuestra esperanza en Dios. Ahora más que nunca, hemos de tener presente que Él es nuestro Padre y que no nos dejará solos, precisamente porque ahora le necesitamos más. Por eso, lo mismo que el profeta Isaías, os invito a que os fiéis de Dios y tengáis plena confianza en Él, pues todo lo que nos sucede redundará en bien nuestro, incluso cuando no comprendemos las cosas.

En la segunda lectura, san Pablo dialogaba con los fieles de la comunidad cristiana de Corinto, donde habían surgido problemas por no compaginar la diversidad de carismas y dones que suscitaba el Espíritu. Al no saberlos armonizar, surgían incomprensiones, desavenencias y malestar entre ellos. San Pablo les da un criterio de comportamiento: la diversidad de dones y carismas no es un problema sino una riqueza. Porque todos proceden de un mismo Espíritu, el cual los suscita para ponerlos al servicio de los demás y así enriquecer la vida de la comunidad.

Este mensaje es también muy provechoso para nosotros. La emigración, en efecto, ha traído consigo la pluralidad de razas, lenguas, culturas y también de modos de expresar y vivir la fe. Nuestra Eucaristía es una prueba de ello. Esta pluralidad no tiene que ser vista como un problema sino como una riqueza. La fe no es exclusiva de una única cultura ni tiene un único modo de expresión. Al contrario, se encarna en todas las culturas y acepta todas las sensibilidades. Eso explica que haya cristianos en Europa, África, América, Asia y Oceanía; y que esos cristianos sean de las más diversas profesiones y colores. Ahora es fácil encontrar en nuestras eucaristía cristianos de esas latitudes.

Es oportuno, por tanto, que pensemos que hablamos diversas lenguas y tenemos diversas culturas, pero que todos formamos una familia: la familia de los hijos de Dios. Tenemos diversas sensibilidades religiosas, pero todos vivimos la misma fe. Todos hemos recibido el mismo Bautismo y, por ello, todos formamos parte de la misma Iglesia. Más aún, como la Iglesia ha nacido de la misma Eucaristía, cuando venimos a celebrarla, nadie es extraño para los demás ni nadie puede sentirse superior o inferior a los demás. Al compartir nuestras cualidades, talentos y sensibilidades al servicio de los demás nuestra comunidad cristiana saldrá enriquecida.

El evangelio nos ha recordado el conocido pasaje de las Bodas de Caná. Aquella pareja de recién casados estaba a punto de llevarse un gran disgusto, porque se estaba terminando el vino, que era un elemento fundamental en las bodas de aquella región. La Santísima Virgen, que estaba atenta, se percató de ello y se lo dijo a Jesús: «No tienen vino» y luego ordenó a los criados: «Haced lo que él os diga» quienes, dóciles al mandato de Jesús llenaron de agua las tinajas y se produjo un gran milagro: el agua no sólo se convirtió en vino, sino en un vino de mucha más calidad que el que habían bebido hasta entonces.

Como esa pareja de recién casados también nosotros estamos necesitados. A unos nos falta el vino del trabajo, a otros el de la salud, a otros el del cariño de los suyos, a otros… cada uno sabe sus necesidades. Todos estamos llenos de necesidades y carencias. Quizás nos falta lo más importante: la fe y la confianza en Dios, el sabernos amados por Él. Es posible que hayamos roto con las prácticas religiosas que teníamos en nuestros lugares de origen o cuando vivíamos en el pueblo.

Queridos hermanos y hermanas emigrantes: Os invito a recurrir a la Santísima Virgen en vuestras necesidades. En muchos países vuestros hay una gran devoción a la Virgen; seguramente, vosotros habéis celebrado sus fiestas y peregrinado a sus santuarios. Aunque ahora estéis fuera de vuestra patria, seguid con esas buenas costumbres y no dejéis de participar en la misa del domingo; entrad en contacto con las parroquias, para que podáis insertaros en sus actividades y aportar vuestro granito de arena.

A los que sois españoles de nacimiento os invito también a crecer en la devoción a la Virgen con el rezo del santo rosario, de la salve y de otras oraciones que todos aprendimos de niños y que no han perdido su valor. En este año de la fe, imitad a María en su fe y en su amor. De este modo, la fe os hará descubrir en los emigrantes a hermanos; y el amor, os llevará a acogerlos como a nosotros nos gustaría que lo hicieran si estuviéramos en su misma situación.

Sigamos participando en la Eucaristía, y pidamos al Señor que haga de nuestra vida un camino de fe y de esperanza. Amén.

Caminos y descaminos de la paz

por administrador,

Cope – 13 enero 2013

Tampoco este año ha defraudado el Discurso del Papa a los Embajadores acreditados ante la Santa Sede, pues ha tenido una densidad y actualidad extraordinarias. El racimo de temas abordados se refiere a los caminos que conducen a la paz y los descaminos que apartan de ella.

Como es habitual en sus parlamentos, Benedicto XVI comienza señalando bien los linderos del campo, a partir de lo que una amplia opinión pública de hoy piensa sobre la paz. Hay «una concepción muy difundida» –dice– que considera la paz como «una búsqueda de compromisos que garanticen la convivencia entre los pueblos o entre los ciudadanos de una nación». A veces «hoy se nos hace creer que la verdad, la justicia y la paz son una utopía», más aún «que se excluyen mutuamente». De ahí que se sostenga que es «imposible conocer la verdad» y que «los esfuerzos por afirmarla desembocan en la violencia». Así mismo, está muy extendida la idea de que la paz es sólo fruto del esfuerzo humano y que el hombre no necesita a Dios para construirla.

El punto de vista cristiano es muy distinto. Para él «existe un vínculo íntimo entre la glorificación de Dios y la paz de los hombres sobre la tierra»; vínculo que es tan fundamental, que es precisamente el olvido de Dios lo que engendra la violencia. Y lo razona así Benedicto XVI: «En efecto, ¿cómo se puede llevar a cabo un diálogo auténtico cuando ya no hay una referencia a una verdad objetiva y trascendente? En realidad, sin una apertura a la trascendencia, el hombre cae fácilmente presa del relativismo, resultándole difícil actuar de acuerdo con la justicia y trabajar por la paz». El olvido o el desprecio de estas palabras acarrearían perjuicios cada vez más graves a nuestras sociedades, especialmente a las clases más desfavorecidas. Porque cuando no hay una verdad objetiva, que regula los derechos inalienables de todas las personas, la que se impone es «la verdad del más fuerte» en dinero, poder y medios de influencia social. Por desgracia es lo que comprobamos a diario en todas partes.

Sin embargo, Benedicto XVI no sólo ve un «enemigo real» de la paz en el olvido de Dios en las relaciones humanas, sino en «la ignorancia de su verdadero rostro». Esta ignorancia del rostro verdadero de Dios «es la causa del fanatismo pernicioso de matriz religiosa». El juicio del Papa es tajante: «Se trata de una falsificación de la religión misma», porque la religión «busca reconciliar al hombre con Dios, iluminar y purificar las conciencias y dejar claro que todo hombre es imagen del Creador».

Ahora bien, no sólo existe un fanatismo de matriz religiosa. Existe otro fanatismo de matriz laicista que se opone a la libertad religiosa, para que «se margine la religión en la vida social», bien porque se usa la «intolerancia» contra ella o «incluso la violencia contra personas, símbolos de identidad e instituciones religiosas», llegando «al extremo de impedir a los creyentes, especialmente a los cristianos, contribuir al bien común a través de sus instituciones educativas y asistenciales». Este fanatismo laicista merece un juicio muy duro a Benedicto XVI: «La paz social está amenazada». El juicio se hace especialmente preocupante para nosotros si tenemos en cuenta que el Papa no duda en afirmar que «para salvaguardar de hecho el ejercicio de la libertad religiosa es esencial respetar el derecho a la objeción de conciencia». Están en juego principios que son frontera de la libertad y que «están enraizados en la dignidad de la misma persona humana». Por eso, «prohibir, en nombre de la libertad y el pluralismo, la objeción de conciencia individual e institucional, abriría las puertas a la intolerancia». Una advertencia que nunca deberíamos olvidar.

El hombre y la mujer nacen

por administrador,

Cope – 6 enero 2013

El discurso que el Papa dirige a la Curia Romana y a los representantes oficiales de los Estados para felicitarles la Navidad, suele abordar temas de gran actualidad e importancia para la vida de la Iglesia y del mundo. En el de este año, Benedicto XVI ha tratado tres asuntos de la máxima trascendencia: la ideología de género, el diálogo y la nueva evangelización. La ideología de género ha sido el que desarrolló en primer lugar y al que concedió más espacio.

Benedicto XVI comienza planteando lo que entra en juego con la ideología de género: no sólo el matrimonio y la familia sino el mismo hombre. Si hasta ahora, la crisis de la familia tenía detrás un malentendido concepto de la esencia de la libertad humana, actualmente, la crisis es mucho más profunda: pues se pone en entredicho la visión misma del ser humano, lo que significa realmente ser hombre.

Remitiéndose a un estudio muy documentado del Gran Rabino de Francia, Gilles Bernheim, Benedicto XVI va directamente a la famosa frase de la feminista Simone de Beauvoir: «La mujer no nace, sino que se hace». Y se pregunta: ¿Qué subyace en esa afirmación? Nada menos que algo tan importante como «una nueva filosofía de la sexualidad». Según ella, el sexo ya no es un dato originario de la naturaleza –que el hombre debe aceptar y llenar personalmente de contenido– sino que el sexo es un papel social que se elige de modo autónomo. Uno mismo determina si es varón o hembra. El juicio que esta filosofía merece al Papa es éste: es «una falacia evidente».

¿Dónde radica la falacia de esta filosofía? Veamos. Esta filosofía sostiene que «el hombre no tiene una naturaleza preconstituida por su corporeidad, que caracteriza al ser humano. Niega su propia naturaleza y decide que ésta no se le ha dado como hecho preestablecido, sino que es él mismo quien se la debe crear». Ahora bien, según el relato bíblico de la creación, pertenece a la esencia de la naturaleza humana haber sido creada por Dios como varón y mujer. Esta dualidad es esencial para el ser humano, tal como Dios la ha dado. Precisamente, es esta dualidad originaria la que se impugna. Desde ahora ya no es valido lo que leemos en el relato de la creación: «Hombre y mujer los creó». El hombre y la mujer ya no existen como naturaleza de la persona humana. La consecuencia no puede ser más radical, según Benedicto XVI: «El hombre niega su propia naturaleza. Ahora él es sólo espíritu y voluntad». Ha desparecido el hombre concreto y ha sido substituido por el hombre abstracto, que luego elige para sí mismo, de modo completamente autónomo, si es varón o mujer. La dualidad –ser varón y hembra– no es un modo de ser persona establecido por la creación, que se integran y complementan mutuamente. Ya no se nace varón o hembra, sino que uno elige ser varón o ser hembra. Y como la elección no tiene por qué ser permanente, uno puede ser ahora varón y ser mujer en otro momento.

Las consecuencias no pueden ser más deletéreas. Benedicto XVI las señala con toda lucidez: «Si no existe la dualidad de hombre y mujer como dato de la creación, entonces tampoco existe la familia como realidad preestablecida por la creación. Pero, en este caso, también la prole ha perdido el puesto que hasta ahora le correspondía y la particular dignidad que le es propia». La ideología de género cambia la libertad de elegir por la libertad de elegirse. El hombre ya no es criatura sino creador. Pero en lugar de ser ensalzado, queda degradado, porque pierde la razón de su verdadera grandeza: ser imagen del Creador. El hombre queda degradado en la esencia de su ser. Una vez más se comprueba que cuando se niega a Dios se disuelve también la dignidad del hombre. Con razón sentencia Benedicto XVI: «Quien defiende a Dios, defiende al hombre». Y al revés.

La dictadura del relativismo y la paz

por administrador,

Cope – 30 diciembre 2012

«Es una mini encíclica sobre la paz». Así han calificado algunos el Mensaje que Benedicto XVI ha dirigido a los hombres de buena voluntad con motivo de la Jornada de la Paz, que celebraremos el próximo uno de enero. Ciertamente, es muy amplio el horizonte en que se sitúa el Papa y muy hondos los juicios que emite sobre las diversas cuestiones implicadas. Él es consciente de que son tantos y tan densos los nubarrones que se ciernen sobre el firmamento de la paz mundial, que «causan alarma». ¿Cómo no alarmarse, en efecto, por «los focos de tensión y contraposición por la creciente desigualdad entre ricos y pobres», por el «capitalismo financiero no regulado», por «las diversas formas de terrorismos y delincuencia internacional», por «los fundamentalismos y fanatismos»? Pero el Papa tiene la firme convicción de que «el hombre está hecho para la paz, que es un don de Dios» y que Jesucristo tiene una bienaventuranza sobre la paz, en la que asegura que los que trabajan por ella, «no sólo en la otra vida sino ya en esta, descubrirán que son hijos de Dios».

Apoyado en estas convicciones, Benedicto XVI hace una fuerte apuesta por la paz a favor de todos los hombres y de cada hombre en toda su integridad. Porque «la paz concierne a la persona humana en su integridad e implica la participación de todo el hombre». La paz no es sólo ausencia de guerra, como tantas veces se piensa de modo reductivo. La paz implica tener «la paz con Dios viviendo según su voluntad, la paz interior con uno mismo y la paz exterior con el prójimo y con toda la creación» y «una convivencia basada en la verdad, la libertad, la justicia y el amor». De ahí que sea realmente enemigo de la paz, aunque verbalmente la defienda, el que no respeta «lo que constituye la verdadera naturaleza del ser humano en sus dimensiones constitutivas, en su capacidad intrínseca de conocer la verdad y el bien, y, en última instancia, a Dios mismo». Porque «sin la verdad sobre el hombre, inscrita en su corazón, se menoscaba la libertad y el amor, y la justicia pierde el fundamento de su ejercicio».

Según esto, para aspirar a ser un «auténtico trabajador por la paz», es indispensable «cuidar la dimensión trascendente y el diálogo constante con Dios», ya que sólo así «podrá el hombre vencer ese germen de oscuridad y de negación de la paz que es el pecado en todas sus formas: el egoísmo y la violencia, la codicia y el deseo de poder y dominación, la intolerancia, el odio y las estructuras injustas».

Ahora bien, todo esto suena a hueco y sin sentido cuando no se admite la verdad ni el bien, y se niega que el hombre tenga una naturaleza objetiva y unos derechos y deberes también objetivos, y que en él no sólo existan las dimensiones biológica y física sino también su dimensión espiritual y trascendente. Tal es el caso del relativismo intelectual y ético, del biologismo y del materialismo en todas sus gamas. Estas ideologías están hoy muy extendidas en todas las geografías y culturas actuales, especialmente en el mundo occidental. Más aún, el relativismo intelectual –no existe la verdad o no podemos conocerla,– y el ético –no existe el bien objetivo ni podemos alcanzarlo– tienen tanto poder económico, mediático y político, que es lícito hablar de una verdadera «dictadura».

Benedicto XVI lo viene denunciando y refutando intelectualmente desde hace tiempo. No es extraño que ahora, al hablar de la paz, pueda hacer esta severísima afirmación: «Una condición previa para la paz es el desmantelamiento de la dictadura del relativismo». Es decir, si queremos aspirar a un mundo en paz, es requisito previo derrotar a la «dictadura del relativismo» mediante la defensa y vivencia de la verdad y del bien. Pues, sólo superando la versión moderna de la ancestral Babel, podremos entendernos y aspirar a un bien que sea tal para todos los hombres.

In Memoriam Vicente Proaño Gil

por administrador,

Ha muerto D. Vicente Proaño Gil, sacerdote. Sirvió a la Iglesia como Profesor, Vicario General, Deán de la Catedral. Sobre él recayeron grandes responsabilidades en un tiempo de fuertes, profundos y acelerados cambios sociales, políticos y eclesiales. Hubo de tomar decisiones, urgidas por el devenir histórico, muy importantes, arriesgadas, controvertidas, audaces. Fiel, leal y estrecho colaborador de cuatro obispos, a quienes ayudó en la tarea de dar respuesta a los nuevos problemas que el cambio epocal iba generando.

Su obra ahí está. Es fácil y cómodo dar respuestas al pasado desde el presente. Barruntar los problemas, adelantarse y ofertar la respuesta acertada, en el momento preciso, es de sabios. Esta es la empresa que, sin otro interés que el servir, de la mejor manera posible, a los hombres y mujeres de Burgos, afrontaron estos hombres con los que D. Vicente colaboró muy de cerca y que, ahí ha quedado.

La Historia, la verdadera Historia, no esas historias sectarias que responden más al resentimiento que a la verdad de los hechos, sabrá reconocer un trabajo y una obra que, en muchos aspectos, fue humanamente desinteresada y sincera, eclesialmente acertada y novedosa, socialmente novedosa y modélica.

D. Vicente ha muerto. Llevaba largo tiempo, enfermo. También, mucho, en silencio. Él, que tuvo tanta actividad, tantas relaciones, tantas responsabilidades, ha vivido esta última etapa de su vida en el anonimato, sirviendo, escuchando, callando. Últimamente, herido de muerte, sufriendo.

Los hombres, ingratos, somos incapaces de reconocer y agradecer lo que los demás hacen por nosotros, pero, sabemos que la magnanimidad del Buen pagador no olvida los detalles.

Descansa en paz, hermano. Permite un ruego, desde la otra orilla, sigue trabajando, como lo has hecho desde ésta, por la Iglesia de Dios que peregrina de Burgos por la que has gastado y desgastado tu vida.
¡Descansa en paz!

Jesús Yusta Sainz