Ante el Día Internacional del Agua
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El día 22 de marzo, como todos los años, celebramos el Día Internacional del Agua. Un tema, y un problema, que quiero comentar hoy, porque en los planes de Dios Padre, que nos regala los dones de la naturaleza que ha creado, está que la cuidemos para nuestro bien y el de toda la humanidad. Esta jornada se inició, por iniciativa de la ONU, en 1993 y tiene como objetivo llamar la atención sobre la importancia del agua potable y sobre la necesidad de la gestión oportuna de este recurso tan esencial para la vida humana. Además el acceso al agua potable y el saneamiento de las infraestructuras forma parte de los derechos humanos, pues es imprescindible para una vida humana digna y para la supervivencia de hombres y mujeres de todo el mundo.
Acceder al agua potable por parte de toda la humanidad constituye en la actualidad uno de los grandes desafíos que deben afrontar todos los países y las organizaciones internacionales. Defender el agua es defender la vida; y los cristianos no podemos sentirnos indiferentes ante un problema que afecta de modo dramático a tantos hermanos nuestros, especialmente a los más desfavorecidos, contribuyendo a su pobreza y marginación. Como nos ha recordado el Papa Francisco en su encíclica Laudato Si, nuestro compromiso y nuestra responsabilidad son una exigencia de nuestra fe: el destino universal de todos los bienes y el cuidado de los recursos naturales no sólo forma parte de la Doctrina de la Iglesia sino que brota del amor que debemos tener por la creación y por el bienestar de todas las personas.
Algunos datos pueden ayudarnos a avivar nuestra sensibilidad y a tomar mayor conciencia de la gravedad de la situación. El 71% de la superficie terrestre está cubierta de agua, pero sólo el 2% es potable. El agua potable es un lujo para casi mil millones de personas. Más de seiscientos millones de personas viven sin suministro de agua potable cerca de su hogar, lo que obliga, especialmente a las mujeres, a penosos desplazamientos y a pasar horas haciendo cola para hacerse con un bien tan preciado y tan escaso. Se prevé que en el año 2025 dos tercios de la población mundial vivirán en países con escasez de agua.
El Papa Francisco insiste en su encíclica en que los más directamente afectados son los pobres. No sólo por la escasez de agua potable, sino porque además el agua de que pueden disponer tiene una escasa calidad. Los altos niveles de contaminación provocan diariamente numerosas enfermedades e incluso muertes. Esta es una realidad que no puede dejarnos indiferentes. Los países desarrollados tienen una grave deuda social respecto a los países pobres, especialmente cuando los más ricos derrochan el agua sin preocuparse de la escasez y la limitación de las reservas. Nosotros quizá vamos tomando alguna conciencia de la gravedad del problema, especialmente por la escasez de lluvias. Y ello debe hacernos más sensibles con las carencias en otros continentes.
En buena medida, recuerda el Papa, el problema del agua es una cuestión educativa y cultural. Incluso podríamos decir que la actitud que adoptemos en este punto refleja nuestra actitud humana y espiritual. En este tiempo de cuaresma que nos llama a la conversión, esta reflexión tiene un especial valor porque la conversión incluye las necesarias actitudes de sobriedad, austeridad y solidaridad.
Es verdad que se requieren otras infraestructuras y una mejor gestión de las aguas residuales, lo cual corresponde fundamentalmente a los responsables políticos. Pero es también una cuestión de exigencia y responsabilidad personal, para poner freno a un consumismo inmoderado. En nuestros propios hogares, podemos contribuir siendo más conscientes y cuidadosos de este bien común que tenemos la suerte de disfrutar. Hoy creyentes y no creyentes estamos de acuerdo en que la tierra es esencialmente una herencia común, cuyos frutos deben beneficiar a todos. Cada uno de nosotros debe agradecer el don del agua y practicar la sobriedad y la austeridad en su uso pensando en los demás. El Dios creador nos invita a compartir como una familia los dones de su amor.