«Mar adentro, hacia un nuevo curso pastoral»

por redaccion,

«Mar adentro, hacia un nuevo curso pastoral»

Fuente: rawpixel.com | Freepik.

Escucha aquí el mensaje de Mons. Iceta

 

 

Queridos hermanos y hermanas:

 

Iniciamos un nuevo curso pastoral, comenzamos una travesía en la búsqueda de una entrega mejor y ponemos nuestro corazón en guardia para no sucumbir a la incertidumbre que provoca volver a empezar.

 

Recomenzar significa ponerse en camino, bregar todas las noches sin esperar una pesca abundante, pero llenos de una gran esperanza, reuniendo todas las fuerzas posibles para vivir –como Pueblo de Dios– el misterio de Cristo en la historia.

 

Acogemos esta invitación que el Señor nos ofrece un curso más, con el texto lucano de la pesca milagrosa (cf. Lc 5, 1-11) que palpita en nuestros corazones y los invita a derramarse con decisión en la tarea preciosa de evangelizar.

 

«Rema mar adentro, y echad vuestras redes para la pesca», le pide el Señor a Simón Pedro, con la confianza de que su mandato cumplirá el milagro que los ojos de los apóstoles desean. Simón Pedro, cansado de una pesca que esa noche no dio fruto, obedece la petición de Jesús, aun teniendo el corazón cargado de miedos y vacilaciones: «Maestro, hemos estado bregando toda la noche y no hemos recogido nada; pero, por tu palabra, echaré las redes».

 

Al final, «hicieron una redada tan grande de peces que las redes comenzaban a reventarse», tal y como relata la Palabra. Porque nadie le gana al Señor en generosidad, ni tampoco al apóstol Pedro en obediencia confiada, pues era un pescador experto que conocía como nadie el mar de Galilea y, aun sintiéndose rendido esa noche por no hacerse con un solo pez, se fió de Jesús y se dejó hacer como Él lo deseaba. Y la noche se iluminó de la luz del amor y la esperanza.

 

¿Qué nos enseña la Escritura, por medio de este Evangelio? Que la misericordia de Cristo, cuando el terreno se muestre pedregoso y el mar en tempestad, es capaz de precipitar absolutamente todo y que lo que parece imposible, no lo es para Dios (cf. Lc 1, 37).

 

Es el tiempo de la fe, de la esperanza que no defrauda, de echar las redes con la confianza ciega de que volverán cargadas de los sueños que Dios imagina para nosotros. Y aunque a veces nos sintamos como Pedro y no seamos capaces de ver los frutos, la bondad de Cristo nos invita, en este nuevo curso pastoral, a volver a echar las redes, a confiar a pesar de nuestra pequeñez, a vaciarnos de nuestro yo y llenarnos de Cristo, que nos invita a la fidelidad y a la entrega. ¿Acaso el Señor, quien prometió estar con nosotros «todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28, 20) se desentendería de las fatigas y desalientos que en ocasiones pueden nublar el corazón?

 

Vivamos sin miedo (cf. Mc 6, 50), seamos dóciles y obedientes al Evangelio; máxime en la dificultad, cuando el Maestro ponga ante nuestras frágiles manos alguna misión que parezca compleja o cuando llegue la «noche oscura del alma», de la que hablaba san Juan de la Cruz. En ese momento, cuando permanezcamos –como el religioso carmelita– «con ansias de amores», no sucumbamos a la fatiga del alma y salgamos en busca de ese Reino de Dios que encuentra su verdadero sentido cuando, una vez que nos hemos encontrado con el Amor, seamos enviados a sembrar de vida y esperanza todo sufrimiento humano.

 

Le pedimos a la Virgen María que aprendamos de Ella a confiar en la llamada de Dios, a ser generosos y alegres en la entrega cotidiana a la tarea evangelizadora.

 

Y como hizo San Juan de la Cruz, en medio de la aflicción hasta encontrar paz en el alma, accedamos al Corazón del Señor que nos invita a entrar en su presencia, donde «secretamente solo mora» y donde «delicadamente me enamora» (Llama de amor viva, san Juan de la Cruz).

 

Con gran afecto, pido a Dios que os bendiga.

 

+ Mario Iceta Gavicagogeascoa

Arzobispo de Burgos

«El proyecto de Dios en la Natividad de la Virgen María»

por redaccion,

«El proyecto de Dios en la Natividad de la Virgen María»

Fuente: Jl FilpoC

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Queridos hermanos y hermanas:

 

Hoy, nueve meses después de la solemnidad de la Inmaculada Concepción, celebramos la Natividad de la Virgen María, nuestra Madre.

 

Con su nacimiento, germina en el mundo la aurora de la salvación, se cumplen todas las expectativas del Antiguo Testamento y emprende su ruta la puerta divina en su perpetua virginidad: «De Ella y por medio de Ella, Dios, que está por encima de todo cuanto existe, se hace presente en el mundo corporalmente. Sirviéndose de Ella, Dios descendió sin experimentar ninguna mutación, o mejor dicho, por su benévola condescendencia, apareció en la Tierra y convivió con los hombres» (San Juan Damasceno).

 

La presencia de María, la «llena de gracia» (Lc 1, 28) destinada a ser la Madre de Dios hecho hombre, está unida de manera indisoluble a la de Cristo, el Sol que nace de lo alto (cf. Lc 1, 78) –merced a la bondad misteriosa de nuestro Dios–para cambiar los corazones más sombríos de la humanidad.

 

Decía san Agustín que Ella «es la flor del campo de quien floreció el precioso lirio de los valles» y, a través de su nacimiento, «la naturaleza heredada de nuestros primeros padres cambia». Así lo manifiesta la Iglesia, en el Oficio de Laudes, poniendo el corazón en la solemnidad que hoy conmemoramos: «Por tu nacimiento, Virgen Madre de Dios, anunciaste la alegría a todo el mundo: de ti nació el Sol de justicia, Cristo, Dios nuestro».

 

La natividad de la Virgen ha de guiarnos, con profunda ternura y devoción, a la senda de la vida naciente, donde tantas madres esperan, algunas incluso contra toda esperanza, la llegada del hijo de sus entrañas. «El embarazo es una época difícil, pero también es un tiempo maravilloso; la madre acompaña a Dios para que se produzca el milagro de una nueva vida» (AL 168), revela el Papa Francisco en su exhortación postsinodal Amoris laetitia. A la luz de esta promesa que perpetúa cómo cada mujer participa del misterio de la Creación, cada familia ha de convertirse en esa iglesia doméstica que se transforma en sede de la Eucaristía, con Cristo sentado en la misma mesa, donde los padres son los cimientos de la casa y los hijos las piedras vivas de la familia (cf. 1 P 2, 5).

 

La Sagrada Escritura «considera a la familia como la sede de la catequesis de los hijos» (AL 16). Este mensaje principal, que el Papa recuerda en esta exhortación sobre el amor en la familia, afirma que «amar es volverse amable» porque el verdadero amor «no obra con rudeza, no actúa de modo descortés y no es duro en el trato». Y así ha de ser en la familia, con unos «modos, palabras y gestos agradables» y no «ásperos ni rígidos», donde la cortesía «es una escuela de sensibilidad y gratuidad», que exige a la persona «cultivar su mente y sus sentidos, aprender a sentir, hablar y, en ciertos momentos, a callar» (AL 99).

 

Decía santo Tomás de Aquino que «todo ser humano está obligado a ser afable con los que lo rodean» (Summa Theologiae II-II, q. 114, a. 2, ad 1). Un estilo de vida y una opción preferencial que exigen un cuidado exquisito en la caridad conyugal, donde el matrimonio refleja el amor con el que Cristo ama a su Iglesia.

 

El nacimiento de María nos conduce hacia ese amor inagotable de Dios que nos permite ver, más allá de toda circunstancia o condición, el valor de cada madre, de cada hijo y de todo ser humano.

 

Junto a la Sagrada Familia de Nazaret, pido por cada matrimonio y cada familia, para que sigáis siendo hogar de comunión, cenáculo de oración y esplendor del verdadero amor. Que la delicadeza, la belleza y la humildad de María os conduzcan a la alegría del Evangelio. Y cuando arrecie la tempestad, tened presente que el Señor llama a la puerta de la familia, de vuestra casa, para compartir con vosotros la cena eucarística, presencia y memorial perpetuo de su infinito amor (cf. Ap 3, 20).

 

Con gran afecto, pido a Dios que os bendiga.

+ Mario Iceta Gavicagogeascoa

Arzobispo de Burgos

«En la vejez, no nos abandones, Señor»

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«En la vejez, no nos abandones, Señor»

Fuente: Freepik.

 

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Queridos hermanos y hermanas:

 

«Dios nunca abandona a sus hijos». Con estas palabras, el Papa Francisco comienza su mensaje para la IV Jornada Mundial de los Abuelos y Ancianos 2024, que se celebra hoy en todas las diócesis del mundo.

 

El pasado 26 de julio, memoria de san Joaquín y santa Ana, rememoramos la jornada de los abuelos y las personas mayores. Y es, por esta razón, que dedicamos este día, de manera muy especial, a aquellos que guardan una dignidad infinita y sagrada, «más allá de toda circunstancia y en cualquier estado o situación en que se encuentre» (Dignitas infinita, 1).

 

En la vejez no me abandones, reza el lema –inspirado en el Salmo 71– que ha escogido el Papa para esta jornada. Para un Dios que es amor infinito, no existe el abandono, ni el rechazo, ni la indolencia. ¿Cómo va a abandonarnos alguien que nos ha escogido antes, incluso, de nuestro nacimiento y que nos ha formado en el seno materno? (cf. Sal 139, 13). Él no entiende de descartes, tal y como cuenta el Papa: «Ni siquiera cuando la edad avanza y las fuerzas flaquean, cuando aparecen las canas, cuando la vida se vuelve menos productiva a los ojos del mundo y corre el peligro de parecernos inútil».

 

San Joaquín y Santa Ana, padres de  la Virgen María y, por tanto, abuelos de Jesús de Nazaret, nos animan a honrar a nuestros mayores, los que aún permanecen en la tierra y los que ya han abrazado al Amor en el Cielo.

 

Qué importante es volver, una y otra vez, a la mirada de nuestros mayores; a su manera de cuidar lo que aman, a su respeto por la familia, a su valentía para continuar, a su esfuerzo inquebrantable, a su constancia y a su lucha.

 

Las personas mayores, así como los enfermos, son el termómetro que mide con precisión nuestra fe. «¡Muéstrame tu fe sin tus obras, y yo te mostraré mi fe por mis obras! (Sant 2, 18), dice el apóstol Santiago, porque «como el cuerpo sin espíritu está muerto, así también la fe sin obras está muerta» (Sant 2, 26).

 

Ciertamente, la fe no tiene ningún sentido si no va acompañada de acciones que respondan al anhelo de Dios de transformar este mundo, máxime en este momento en el que «la soledad y el descarte se han vuelto elementos recurrentes en el contexto en el que estamos inmersos», tal y como insiste el Papa en su mensaje. Esto nos lleva a pensar que, quizá, estamos olvidando por completo «el sabor de la fraternidad» (Fratelli tutti, 33); y, si relegamos ese detalle, «olvidaremos rápidamente las lecciones de la historia, maestra de vida» (FT, 35).

 

Nacer de nuevo. A veces, sólo se trata de eso, de dejar ir lo que nos apena para que nazca la vida en Dios. Y así, aunque nos cueste, podremos estar más cerca de aquellos a quienes la sociedad descarta o, por cualquier motivo, deja abandonados demasiado tiempo en la cuneta.

 

Si tenéis abuelos o personas mayores cerca, visitadles, llevadles el detalle de vuestra presencia que tanto les alegra, decidles cuánto les queréis, tratadles con cariño y dejadles que os cuenten aquello que están deseando relatar; incluso aunque estéis cansados o ya lo hayan hecho en otras ocasiones. Ese gesto, que tal vez parezca insignificante, puede cambiarles a ellos la vida.

 

Hagámosles nacer de nuevo (cf. Jn 3, 3) con nuestro amor desinteresado para, así, nacer también nosotros a ese asombroso misterio de la entrega. Se lo pedimos a la bienaventurada Virgen María, hija de san Joaquín y de santa Ana, para que Ella nos recuerde, a cada instante, que el amor acrisolado y la luz atardecida de los abuelos y personas mayores nos enseñan que la fragilidad y la esperanza se abrazan en la carne de Cristo.

Con gran afecto, pido a Dios que os bendiga.

 

+ Mario Iceta Gavicagogeascoa
Arzobispo de Burgos

«Dios es fiel y mantiene su alianza eternamente»

por redaccion,

«Dios es fiel y mantiene su alianza eternamente»

 

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Queridos hermanos y hermanas:

 

El día 25 de julio celebraremos la festividad del Apóstol Santiago, patrono de España, amigo y testigo del Señor.

 

Santiago Apóstol, quien fuera pescador junto a su hermano, el evangelista y también apóstol, san Juan, formó parte de los discípulos más íntimos del Señor. De hecho, estuvo a su lado, cuidó de Él y le acompañó en los momentos más significativos del Evangelio: la Transfiguración, la oración en el Huerto de los Olivos, la Última Cena, su Resurrección…

 

Cuenta la tradición que el apóstol fue enviado a predicar desde Jerusalén a Hispania. Estando aquí, mientras atravesaba múltiples adversidades porque no era fácil anunciar el Evangelio, se le apareció la Virgen María para infundirle la fuerza, el entusiasmo y la fe que necesitaba.

 

Después de un tiempo, volvió a Jerusalén, donde sería decapitado en el año 44. La tradición narra que sus discípulos recogieron su cadáver y lo llevaron a la costa gallega para, después, hacerlo descansar en esa hermosa tierra.

 

La vida del Apóstol Santiago nos anima a orar por los desafíos evangelizadores que en este momento tan especial se nos presentan. Recuerdo ahora el Instrumento de trabajo pastoral sobre persona, familia y sociedad El Dios fiel mantiene su alianza (DT 7, 9), ofrecido por la Conferencia Episcopal Española a la Iglesia y la sociedad española desde la fe en Dios y la perspectiva del bien común. Mediante esta invitación a la reflexión, en este preciso momento de convergencia de múltiples acontecimientos políticos, económicos y culturales, desean los obispos «poner el acento en el vínculo o alianza que Dios sella con la humanidad», tanto «en la alianza matrimonial» como «en las alianzas entre las personas y los pueblos». Todo ello, iluminado en la Alianza nueva y eterna que Jesucristo «sella con su sangre rompiendo los siete sellos que parecían cerrar el libro de la historia en el abatimiento y la desesperanza».

 

Como reza el documento, también nosotros desearíamos hoy ser capaces de alentar un movimiento social «a favor del bien común» que, desde nuestra perspectiva de fe, «tiene su fuente en la comunión trinitaria y se hace sacramento, signo e instrumento en la Iglesia»; y en una comprensión trinitaria de la persona, del matrimonio y la familia «como fermento de una sociedad en la que la amistad y la fraternidad universal vayan creciendo a favor de los más pobres».

 

Para que la Iglesia pueda llegar a todos los hombres de hoy, necesita «conocer y comprender el mundo en que vivimos, sus esperanzas, sus aspiraciones y el sesgo dramático que con frecuencia le caracteriza» (Gaudium et spes, 4). Para ello, continuando con esta Constitución Pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual, es necesario responder a las mociones del Espíritu y ser, cada vez, más imagen de Dios (cf. GS, 12).

 

Hemos de recordar cada día que Dios no creó al hombre en solitario (cf. Gen l, 27) y, por ello, ha de testimoniar una pasión que se renueva por su amor primero, desde el que todo adquiere un sentido nuevo e infinito. Si Él nos puso sobre la obras de sus manos y todo fue situado por Él debajo de nuestros pies (cf. Sam 8, 5-7), ¿cómo no vamos a hacer nosotros lo mismo, hasta poder gritar sin miedo «¡qué admirable es tu nombre, Señor nuestro, por toda la tierra!» (Sam 8, 10).

 

«La novedad de nuestra propuesta es la persona (trinitaria y humana), ontológicamente relacional frente al individuo autosuficiente e independiente», expresaba dicho Instrumento de trabajo pastoral sobre persona, familia y sociedad. Un desafío evangelizador que señala hasta dónde está dispuesto a llegar nuestro compromiso cristiano.

 

Le pedimos a la Virgen María y al Apóstol Santiago que sean nuestro amparo y auxilio, para que todos reconozcan en el amor que nos tenemos que somos discípulos del Señor (cf. Jn 13, 35).

 

Con gran afecto, pido a Dios que os bendiga.

 

+ Mario Iceta Gavicagogeascoa

Arzobispo de Burgos

«Protegidos por el amor de la Madre»

por redaccion,

Fuente: Contando Estrelas

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Queridos hermanos y hermanas:

 

Esta semana, el día 16, celebramos una de las advocaciones marianas más universales: la fiesta de la Virgen del Carmen.

 

Patrona de los marineros y pescadores y protectora de los moribundos, se acude a esta singular advocación de Nuestra Señora del Carmen o Santa María del Monte Carmelo para situaciones de especial peligro.

 

Es verdaderamente desmesurado el impacto que la espiritualidad carmelita ha logrado alcanzar en todos los lugares de la tierra y que, a día de hoy, sigue aunando a millones de personas que piden, de manera encarecida, el amparo de la Madre de Dios y Madre nuestra.

 

El mensaje de la Virgen del Carmen nació en el año 1251, en Inglaterra, cuando san Simón Stock, superior general de los Padres Carmelitas del convento de Cambridge, estaba rezando por el incierto destino de su Orden. En ese momento, en plena oración, se le apareció la Virgen María vestida con el hábito carmelita y con un escapulario en su mano, que le entregó al religioso como señal de protección: «Recibe, hijo mío, muy amado, este escapulario de tu Orden, como señal de mi confraternidad. Signo especial de gracia para ti y para todos los que lo vistan. Es un signo de salvación, amparo en los peligros del cuerpo y del alma, alianza de paz y pacto sempiterno».

 

Desde ese momento, el escapulario se convirtió en un signo de nuestro amor a la Santísima Virgen, que nos recuerda que Ella, en los momentos de aflicción, de necesidad y de peligro, nos protege bajo su manto e intercede por cada uno de nosotros. Y por eso, en nuestros desconsuelos y carestías, clamamos a Ella, porque estamos seguros de ser benignamente escuchados.

 

Hace unos días, pude visitar un hospital con personas que padecen enfermedades incurables. Y pude comprobar, una vez más, todo el bien que hacen la medicina paliativa y los cuidados al final de la vida; cuando, precisamente, más cuesta seguir.

 

Estando allí, una escena sedujo por completo mi atención. En una de las habitaciones, una persona enferma que estaba siendo atendida por un enfermero, tenía un escapulario colgado del cuello, que agarraba con todas sus fuerzas con las dos manos. El sanitario, en vez de quitárselo para realizar la tarea que necesitaba, intentaba hacer su trabajo sin molestar a la enferma. Y lo hizo, en silencio y sin dañarle, con un cuidado y una delicadeza dignos de alabar. Porque sabía que ese detalle, en medio de su dolor, era importante para ella; y, tal vez, dejarle abrazar el escapulario de la Virgen del Carmen en ese momento decisivo era la manera de calmar un poco más su agonía.

 

Al abandonar el centro sanitario, pensaba en la tarea tan importante que llevan a cabo aquellos que se dedican a cuidar a las personas que allí viven. Porque hacen del cuidado un compromiso en favor de los más vulnerables, buscando el sentido de su trabajo en la gratuidad, en la mirada profunda, en el gesto fraterno. Y lo hacen, casi siempre, en el silencio, con detalles que pasan desapercibidos para el mundo, pero que no se pierden para aquellos que cuidan y, mucho menos, para Dios.

 

Una ardua labor que, además, no se mide por progresos personales, sino por la fidelidad al amor que los mueve, merced a gestos que el Padre oculta a los sabios del mundo, pero que revela a los pequeños (cf. Lc 10, 21).

 

Le pedimos a la Virgen María bajo la advocación del Carmen por las personas que se dedican a curar y a cuidar al final de la vida y por aquellos que más necesitan de su consuelo: para que los proteja con su manto de bondad, sea el remedio de los enfermos, la protectora de los moribundos y la fortaleza de las almas atribuladas.

 

Con gran afecto, pido a Dios que os bendiga.

 

+ Mario Iceta Gavicagogeascoa

Arzobispo de Burgos