Ordenación sacerdotal de Fr. Rafael Pascual Elías

por administrador,

Iglesia del Carmen – 19 octubre 2013

Celebramos esta ordenación sacerdotal en un marco sugestivo. El ordenando, en efecto, es un hijo de santa Teresa de Jesús –cuya fiesta todavía resuena en nuestros oídos–; él y nosotros estamos en los últimos compases del Año de la Fe; y la Iglesia entera se encuentra en un momento de gran esperanza por la renovación interior y de estructuras que está impulsando el Papa Francisco. Dado que Dios nos habla en la historia, tratemos de descubrir qué es lo que quiere decirnos.

1. Ante todo, pienso que Dios quiere que le demos gracias porque la Iglesia contará a partir de hoy con un nuevo ministro del Evangelio. Desde hoy, fray Rafael queda asociado a la consagración de Jesucristo, sumo y eterno Sacerdote, y, a la vez, enviado para anunciar el Evangelio en su nombre y con su autoridad, celebrar los sacramentos –especialmente los del Bautismo, Eucaristía y Penitencia–, y pastorear las almas que los superiores le vayan encomendando y Dios ponga en su camino.

El ordenando llega a esta situación no por sus méritos y capacidades personales, sino porque Jesucristo puso un día sus ojos en él y le llamó a seguirle, como llamó a los Apóstoles. El sacerdocio es, por tanto, un gran don de Dios a su Iglesia y una muestra de confianza y de amistad hacia el ordenando. ¿Cómo no agradecer a Dios que haya querido contar contigo para la apasionante tarea de reevangelizar España y el mundo en el siglo que acaba de comenzar? ¿Cómo no agradecer a Jesucristo que te haya convertido en colaborador de su obra redentora en el mundo de hoy, para que proclames a todos los hombres que él les ama, que ha muerto por ellos y que les abre sus brazos de misericordia y perdón?.

Querido ordenando: da muchas gracias a Dios por el don que hoy recibes y pídele ser fiel a él durante toda tu vida. El don es tan grande que llena todas las aspiraciones del corazón humano más exigente. Ten plena confianza en Jesucristo, que caminará siempre a tu lado para ayudarte en todas las circunstancias y situaciones que te coloque la vida. Nosotros te acompañaremos con nuestra amistad y cercanía, con nuestro testimonio y con nuestra oración. He aquí el primer mensaje que Dios nos comunica en este momento: que le seamos agradecidos por el don del sacerdocio y que nos responsabilicemos todos: el ordenando y los demás, en corresponder a este don.

2. Pero el que recibe hoy el don es un hijo de santa Teresa, una de las santas más importantes de toda la historia de la Iglesia y cuya actualidad sobrepasa el tiempo y el espacio. Por eso, el nuevo sacerdote habrá de vivir su sacerdocio según el carisma teresiano. Será, pues, el sacerdocio de un hombre profundamente contemplativo, pobre de verdad y enamorado de la Iglesia.

Ser contemplativo es más que ser rezador, en el sentido de rezar muchas oraciones. Lo recordaba el Papa Francisco en la homilía en santa Marta del pasado jueves. Decía él que la oración es encontrarse con Dios, descubrir cuál es su voluntad sobre nosotros y pedirle la gracia necesaria para cumplirla. Por eso, podía añadir que un cristiano –sea simple fiel, sacerdote, obispo o Papa–, si no reza pierde la fe.

Estas palabras no son sino una actualización de la enseñanza del Evangelio cuando describe la llamada de Jesús a los Apóstoles. Según nos ha trasmitido san Lucas, los eligió para que estuvieran con él. Es decir, para que vivieran con él, para que escucharan sus palabras, para que contemplaran su vida, para que aprendieran de él cómo había que tratar a los niños, a las madres, a los enfermos, a los pecadores. Eso es, precisamente, lo que se verifica cuando una persona es verdaderamente alma de oración, contemplativa. ¿No es esto a lo que se refería santa Teresa cuando decía que orar es «tratar de amistad con quien sabemos que nos ama»? ¿No fue eso lo que ella hizo desde aquel momento místico en el que, tras el encuentro con el rostro de un Cristo muy llagado, se encontró con la Persona de Jesús, y se entregó a él con todas sus capacidades?

El Papa Benedicto XVI y ahora el Papa Francisco no se cansan de repetir que sin oración nos convertimos en hombres vacíos y, en el caso de los sacerdotes, en funcionarios. ¡Qué razón tenía santa Teresa, cuando afirmaba que el demonio sabe que, cuando un alma se hace alma de oración, «ha de darla por perdida». Por eso pone tanto empeño en que no lo seamos y en que busquemos falsas excusas para no hacer oración. Por ejemplo, que son muchas las cosas que hemos de hacer y no tenemos tiempo para la oración. El Papa Francisco, que tiene que hacer –y hace de hecho– muchas más cosas que cualquiera de nosotros, hace una hora de oración todas las mañanas y otra media hora antes de concluir su jornada.

Querido Rafael: sé un fidelísimo hijo de santa Teresa en la contemplación y serás un sacerdote santo, un sacerdote fiel y, por eso, un sacerdote feliz. Este es el segundo mensaje del Señor en este día tan feliz para ti, los tuyos y todos nosotros.

3. Pero ser hijo de santa Teresa es ser hijo de una gran reformadora en una iglesia posconciliar y que se encuentra necesitada de reforma. Santa Teresa sintió que Dios la llamaba a reformar la Orden del Carmelo. Y puso manos a la obra con total decisión y entrega. Tuvo que sufrir –como sucede siempre a los santos y a los verdaderos profetas y reformadores– muchas y grandes dificultades; desde su quebrantada salud hasta las calumnias más burdas, pasando por las dificultades en todas sus fundaciones. Pero nada ni nadie le detuvo. Gracias a ello, fueron saliendo una tras otra sus fundaciones, desde la primera de San José en Ávila hasta la última en Burgos, cuando ya apenas se tenía en pie.

Ser hoy un sacerdote con el carisma teresiano implica, por tanto, seguir a la santa Madre en este afán de reforma. ¿Cómo? En una ocasión le preguntaron a otra gran Teresa, en este caso la de Calcuta, por dónde había que comenzar la reforma de la Iglesia. Ella contestó: «por ti y por mí». El Papa Francisco ha recordado en una reciente entrevista, que las grandes reformas –las reformas de verdad, como la de santa Teresa– llevan consigo cambiar la mentalidad, cambiar el corazón, cambiar los comportamientos; después vendrá el cambio de las estructuras y de los métodos. No al revés. Un padre misionero en África decía ayer en unas declaraciones llenas de sensatez: «Hemos hecho escuelas y hospitales; ahora hemos de cambiar los corazones, que es lo verdaderamente importante y difícil».

Querido Rafael: el Señor cuenta contigo para que ahora contribuyas a realizar la renovación de la Iglesia en este momento. Comienza por vivir con toda radicalidad el carisma teresiano, particularmente lo que toca a la pobreza y a la oración. Invita a hacer lo mismo a cuantas personas ponga Dios en tu camino. Y, luego, colabora en la reforma de todas las estructuras eclesiales que sean necesarias.

Dispongámonos ya a celebrar la ordenación. Participemos todos con fe y devoción, tratando de pedir al Señor que ayude al nuevo sacerdote a ser fiel al carisma teresiano que él mismo le ha dado.

Fiesta de santa Teresa de Jesús

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Carmelitas Descalzas – 15 octubre 2013

Nos hemos reunido esta tarde en la que fue la última fundación de la santa de Ávila, para celebrar la fiesta de santa Teresa de Jesús. Lo hacemos en el marco del año de la fe, que se encuentra en su último tramo, y cuando nos disponemos a celebrar el quinto centenario del nacimiento de esta gran mujer y de esta gran santa. La palabra de Dios que hemos escuchado en el Evangelio va a ser nuestro acompañante y nuestro guía, para descubrir el mensaje que el Señor quiere comunicarnos a quienes hoy celebramos la fiesta de santa Teresa.

Un día caluroso de primavera, Jesús llegó fatigado del camino y se sentó en el brocal del pozo de Jacob, en Samaría. Al cabo de un tiempo, llegó una mujer a sacar agua del pozo, como había hecho tantas veces. Jesús le pidió que le diera de beber. Ella se sorprendió de que un hombre que, además era judío, le pidiese agua para beber; pues los judíos no se hablaban con los samaritanos. Jesús conocía su vida, que no era lo que llamamos «un modelo», pues había convivido con cinco hombres y con el que ahora convivía tampoco era su marido. Sin embargo, hoy ha tenido la suerte de encontrarse con Jesús, que no ha venido a condenarla sino a salvarla. Y, efectivamente, este encuentro personal con Jesús le cambió tan radicalmente su vida, que no sólo se convirtió y se hizo discípula suya, sino que se trasformó en apóstol. Si hubiéramos concluido la lectura del relato que hoy hemos proclamado, habríamos encontrado que después de este encuentro con Jesús corrió a la ciudad para comunicar a sus vecinos que había encontrado al Mesías. Y lo hizo con tal convicción, que éstos vinieron en busca de Jesús y le pidieron que se quedara unos días con ellos.

A Teresa le ocurrió algo parecido. Llevaba tiempo en el convento de la Encarnación de Ávila. Pero queriendo conciliar lo inconciliable: la vida regalada con la vida de oración, la afición a Dios y el apego a las criaturas. Pero un día se cruzó Jesús en su camino. Según ella misma nos lo ha contado en el libro de su vida, al entrar en el oratorio, «vi una imagen que habían traído allá a guardar, que se había buscado para cierta fiesta que se hacía en casa. Era de Cristo, muy llagado y tan devota que, en mirándola, toda me turbó de verle tal, porque representaba bien lo que pasó por nosotros. Fue tanto lo que sentí de lo mal que había agradecido aquellas llagas, que el corazón me parece que se me partía, y arrojándome cabe Él con grandísimo derramamiento de lágrimas, suplicándole me fortaleciese ya de una vez para no ofenderle» (Vida, IX, 1). Este encuentro con Jesús le cambió de tal suerte, que le hizo una gran santa y la gran reformadora del Carmelo.

El encuentro personal con Jesucristo es lo que cambia la vida de toda carmelita y la vida de cualquier cristiano. Mientras ese encuentro no tiene lugar, no hay verdadera vida cristiana, no hay verdadera vida religiosa; hay sólo apariencia. Se sigue a Jesús a ratos y cuando las cosas salen bien. En cambio, cuando un cristiano se encuentra personalmente con Jesús, Jesús le lleva a ser un discípulo de verdad y siempre: en su vida de convento, en su matrimonio, en su familia, en su profesión y en su vida social. Además, le hace discípulo alegre, no un discípulo de mala gana y como a la fuerza.

Hay un síntoma evidente de que se ha producido ese encuentro: aumenta el trato con Jesús y crece el deseo de comunicárselo a los demás. Es lo que le ocurrió a Santa Teresa. A partir de ese encuentro con el Cristo tan llagado, su alma vuela por las alturas de la verdadera oración mental. Descubre que orar «no es otra cosa sino tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos que nos ama» (Vida, VIII, 5). Esta oración le lleva a enamorarse de Jesús, y descubre que «el aprovechamiento del alma no está en pensar mucho, sino en amar mucho» (Fundaciones, V, 2).

Al fin, Jesús le descubre el gran proyecto que tiene sobre ella. ¿Por qué no volver al fervor y rigor de la regla primitiva? Desde este momento, Teresa pone a disposición de Jesús todas sus fuerzas para llevar a cabo la magna empresa. No le resultará fácil, pero seguirá adelante, porque el mismo Jesús le dirá en los momentos críticos: «Ahora, Teresa, ten fuerte» (Fundaciones, XXXI, 26). Y verá que es verdad lo que nos ha dejado escrito para los siglos venideros: «Nunca dejará el Señor a sus amadores cuando por sólo Él se aventuran» (Conceptos, III, 7). Así irán saliendo uno a uno los conventos de san José, Medina del Campo, Malagón, Valladolid, Toledo, Pastrana, Salamanca, Alba de Tormes, Segovia, Sevilla, Villanueva de la Jara, Palencia, Soria, Granada y este de Burgos, que fue su última fundación.

Hace unos días decía el Papa Francisco a las monjas de clausura de Asís: «Esta es vuestra contemplación: la realidad. La realidad de Jesucristo. No ideas abstractas, porque secan la cabeza. ¡La contemplación de las llagas de Jesucristo! Es el camino de la humanidad de Jesucristo. Siempre con Cristo, Dios-Hombre». Este fue el camino de Teresa y éste ha de ser nuestro camino: el vuestro, como carmelitas; y el nuestro como personas que vivimos en medio del mundo.

¡Cuánto necesitamos mirarnos en Santa Teresa! Ahora que estamos metidos en lo que llamamos «nueva evangelización», sus palabras tienen una fuerza iluminadora especial: «Para esto es la oración, hijas mías –apunta la madre a sus descalzas–; de esto sirve este matrimonio espiritual: de que nazcan siempre obras, obras» (Moradas, séptima, IV, 6). Obras de obediencia, obras de pobreza, obras de apostolado. Eso son sus escritos, realizados siempre por obediencia; ese fue el ajuar que llevó a san José para realizar su reforma: una esterilla de paja, un cilicio de cadenilla, una disciplina y un hábito viejo y remendado; y eso fueron sus caminatas por todos los caminos de España para realizar sus fundaciones.

Queridos hermanos: vivimos en tiempo de posconcilio, como vivió ella. Vivimos un tiempo que pide reformas, externas e internas, como las pedía el suyo. Vivimos en «tiempos recios», como fueron también los suyos.

¿Qué hacer para no errar el camino ni trabajar en vano? Teresa nos lo ha dejado bien señalado: encuentro personal con Jesucristo, vida intensa de oración –entendida como trato de amistad con el Señor–, afán apostólico para llevar a Dios a los que están alrededor nuestro, aunque sean muchas las dificultades, y poner la confianza no en nosotros mismos sino en la fuerza de Dios.

Que la Santa castellana nos lo alcance del Señor, mientras nos vamos preparando al centenario ya próximo del 2015.

Comunicar la fe con alegría y entusiasmo

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Cope – 13 octubre 2013

El próximo domingo celebramos el DOMUND. Es el último evento eclesial antes de clausurar el Año de la Fe, el próximo 24 de noviembre, solemnidad de Jesucristo Rey. Como ha escrito el Papa Francisco, en el Mensaje para esta Jornada Mundial de las Misiones es una «ocasión importante para fortalecer la amistad con el Señor y nuestro camino como Iglesia que anuncia el Evangelio con valentía».

Dios nos ama. Él quiere que todos seamos hijos suyos y participemos de su misma vida y felicidad, primero en la tierra y después en la eternidad. Para eso nos creó y para eso se hizo hombre y murió y resucitó. Quienes tenemos el inmenso tesoro de la fe, además de agradecérselo a Dios y vivir según él, hemos de dárselo a conocer a los que nos rodean. Y, si es preciso, llegar al último rincón de la tierra para anunciárselo a cuantos quieran oírlo. Todo el mundo debería poder experimentar la alegría de saberse amados por Dios y el gozo de la salvación.

En este contexto se entiende bien que anunciar el Evangelio no es una opción que podamos asumir u omitir, sino una exigencia inscrita en la entraña misma de nuestra fe y de nuestra pertenencia a la Iglesia. Nadie está dispensado de hacerlo. Ni siquiera las personas que están enfermas, impedidas o inmovilizadas. Santa Teresita del Niño Jesús fue una religiosa carmelita de clausura y es Patrona de las Misiones. Todos podemos ofrecer nuestras oraciones, nuestros sufrimientos y nuestras aportaciones para que el Evangelio sea conocido en todas partes. Los primeros beneficiados de este anuncio somos nosotros y la comunidad cristiana a la que pertenecemos. Porque cuando anunciamos el Evangelio, nuestra fe se hace «adulta» y robusta; mientras que si guardamos la fe para nosotros, nos convertiremos en «cristianos aislados, estériles y enfermos» (Papa Francisco).

Ciertamente, el anuncio del Evangelio no es fácil, porque encuentra obstáculos externos muy fuertes. Pero quizás las mayores dificultades nacen dentro de la misma comunidad eclesial, por su falta de alegría y empuje para anunciar a todos el mensaje de Jesucristo. Sobre todo, cuando estas carencias son fruto de un planteamiento equivocado de la misión, pensando que llevar la verdad del Evangelio es «violentar la libertad». Pablo VI dio la clave con estas palabras: «Sería un error imponer algo a la conciencia de los hermanos. Pero proponer a esa conciencia la verdad evangélica y la salvación obrada por Jesucristo, con plena claridad y con absoluto respeto hacia las opciones libres que luego puedan hacer, es un homenaje a esta libertad» (Evangelii nuntiandi, 80).

Hasta hace pocos años, este anuncio del Evangelio se refería a países muy lejanos del nuestro. Hoy no hace falta salir de Burgos para realizar el primer anuncio de Jesús, pues son no pocos los adultos que no han recibido el Bautismo y son muchos los niños entre 7 y 14 años que no están bautizados. Hago mía la pregunta que hizo el Papa a los jóvenes, en una de las reuniones en la JMJ de Río de Janeiro: «¿Has propuesto a algún amigo tuyo recibir el Bautismo?»

Con todo, nuestro anuncio del Evangelio tiene como destinatarios principales a los que, después de haber recibido el Bautismo, se han alejado de la fe y de la práctica de la Iglesia, y siguen estilos de vida que les alejan cada vez más de Jesucristo. A esos hay que anunciarles nuevamente el Evangelio, dándoles a conocer la cercanía de Dios, su misericordia, la mano de Padre que les tiende. Por todo esto, hago mías las palabras del Papa Francisco, que invita «a los sacerdotes, a los consejos presbiterales y pastorales, a cada persona o grupo de la Iglesia a dar relieve a la dimensión misionera en los programas pastorales y formativos, sintiendo que el propio compromiso apostólico no está completo si no contiene el propósito de dar testimonio de Cristo a las naciones».

El papa Francisco llama a una gran renovación

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Cope – 6 octubre 2013

Los medios de comunicación de todo el mundo y de todas las tendencias se han hecho eco estos días de dos grandes entrevistas concedidas por el Papa Francisco a la revista La Civiltà Católica y al diario italiano La Republica. En ellas descubre las líneas clave de su Pontificado y el proyecto de reforma que tiene en la cabeza. Todos los católicos, más aún, todos los hombres de buena voluntad, sea cual sean sus creencias religiosas, harían bien si las leyeran, pues encontrarían luces de fondo para comprender al Papa que ahora preside en la caridad a la Iglesia católica y por dónde puede caminar ésta en el futuro inmediato.

El pensamiento del Papa va en la línea de una gran reforma interior de la Iglesia a todos los niveles, desde la Santa Sede hasta el más sencillo cristiano. No obstante, pienso que no entenderíamos al Papa si pensáramos que sus palabras van destinadas a quienes vivimos dentro de los muros de la Iglesia. La orientación «laica» del periódico La Republica y el carácter ateo de su director –que es quien le ha entrevistado–, son todo un símbolo y un ejemplo práctico de que el Papa quiere hablar con todo tipo de personas, sean cuales sean sus creencias e ideas. Pues «hay que conocerse, escucharse y hacer crecer el conocimiento del mundo que nos rodea». Es algo que viene repitiendo con hechos y palabras desde los primeros compases de su pontificado. ¿Quién no le ha oído decir que «es preciso salir a las periferias de la existencia» y que hay que «romper el círculo del propio grupo, de la propia parroquia, del propio movimiento» y abrirse a todos?

En este contexto no puede extrañar que en la entrevista del periódico diga con toda claridad: «Cuando me topo con un clerical, me vuelvo de repente anticlerical. El clericalismo no debería tener nada que ver con el cristianismo. San Pablo fue el primero que habló con los paganos, los gentiles, con los no creyentes de otras religiones, y fue el primero en enseñárnoslo».

Esta mirada universal supone poner en práctica lo que enseñó el Vaticano II, que decidió mirar al futuro con espíritu positivo y abrir las puertas al ecumenismo y al diálogo con los no creyentes. El Papa no duda en reconocer que «después del Concilio se hizo poco en esa dirección». Pero no quiere conformarse: «Yo tengo la humildad y la ambición de querer hacerlo». Pienso que no podemos dejarle solo, sino acompañarle con alegría y decisión. ¿No nos dijo Jesús «id al mundo entero y anunciad la buena nueva» de la salvación a todos los hombres?

¿Qué Iglesia desea el Papa Francisco? Lo señala con toda claridad al diario: «La Iglesia es o debe volver a ser una comunidad del pueblo de Dios. Los presbíteros, los párrocos, los obispos están al servicio del pueblo de Dios». También la que llamamos «Santa Sede», que –son sus palabras– «tiene una función importante, pero está al servicio de la Iglesia».

Todo esto será un sueño y una quimera si olvidamos lo que el Papa Francisco ha repetido con más insistencia: si no somos profundamente creyentes, si no nos encontramos personalmente con Jesucristo, de modo que Él sea el motor de nuestra vida, de nuestras obras y de nuestras palabras. El pasado 27 de octubre se lo decía a los participantes en el Congreso Internacional de Catequistas en Roma: «No se trata de ‘dar’ catequesis sino de ‘ser’ catequista». Y «ser catequista» –añadía– es «ser testigo de la fe». Tarea que implica «tener familiaridad con Jesús», «permanecer unidos a Él, estar en su presencia, dejarnos mirar por Él».

A nadie se le oculta que todo esto lleva consigo una profunda revisión personal y pastoral, un cambio de mentalidad y de actitud, una conversión del corazón y de la vida. ¡Fascinante programa para un futuro esperanzador!

Fiesta de la fe

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Polideportivo Maristas – 5 octubre 2013

1. Acabamos de escuchar unas lecturas que son muy adecuadas para concluir este día luminoso en el que estamos celebrando una fiesta de la fe, con una referencia muy particular a la familia cristiana. Todos somos parte, de una u otra forma, de una familia, que nos ha dado la vida, nos ha hecho cristianos y nos sigue acompañando en nuestra andadura humana y de fe.

En la primera lectura, el profeta Habacub se queja a Dios, porque no hace caso de la situación en que se encontraba su pueblo. Israel, en efecto, estaba sometido al dominio militar de Babilonia. Aunque era una situación injusta, pasaba el tiempo y Dios no actuaba. El profeta protesta, pero Dios le responde, diciéndole que confíe en él. Porque «el justo vivirá por la fe», mientras que «el incrédulo no tendrá un alma recta».

El mensaje de esta lectura es muy actual para nosotros. Porque la familia y el matrimonio a veces pasan por situaciones difíciles y que parecen injustas: situación económica apurada, paro, fracasos, dificultad para educar a los hijos, problemas especiales de convivencia de la pareja, etc. La fe nos dice que Dios es nuestro Padre y no nos dejará de la mano, como no dejó a su pueblo; y terminará resolviendo las cosas.

No quiere decir que la fe acabe con los problemas. Lo que quiere decir es que la fe nos dará fuerza para sobrellevarlos, y nos dará luz para entender que los planes de Dios pueden seguir unos caminos distintos a los nuestros. Puede sucedernos lo que le pasó a Enmanuel Josehh Bishop. Es un chico norteamericano que tiene ahora 16 años. Cuando su madre fue al ginecólogo, éste le dijo que lo eliminara, porque tenía rasgos del síndrome Down. Su madre reaccionó con fe y siguió adelante. Hoy ese hijo, a sus 16 años, habla cuatro idiomas -entre ellos el castellano-, toca el violín, da conferencias y ha protagonizado conciertos con varias orquestas sinfónicas. Por si fuera poco, es un católico muy devoto y él lo dice con orgullo.

¿Veis? Su madre reaccionó con fe ante una aparente injusticia de Dios con ella. Pero se fió de Dios y Dios no la defraudó.

2. Casos como éste y otros que pueden ser no tan graves, nos llevan de la mano al evangelio que hemos escuchado. Allí hemos encontrado a los apóstoles haciendo al Señor esta petición: «Señor, auméntanos la fe». ¿Por qué los apóstoles hacen esta petición? Porque se han dado cuenta, mientras habían acompañado a Jesús, que se fiaban todavía poco de él, que no acababan de entenderle, que les costaba mucho aceptar lo que enseñaba. No obstante, se dan cuenta de que esa situación tiene que cambiar. Pero se ven impotentes e incapaces para hacerlo. Supera sus fuerzas.

¿Qué hacer? No dejan a Jesús, no lo echan todo por la borda. Al contrario, reaccionan con humildad y sentido común, y le dicen a Jesús: «Auméntanos la fe». Y, efectivamente, Jesús les aumentó la fe mientras estuvo con ellos y, sobre todo, cuando les envió el Espíritu Santo después de su Ascensión al Cielo. El aumento de fe fue tan espectacular, que se lanzaron a predicar el evangelio por el mundo entero y confesaron a Cristo con su martirio.

Reaccionemos como ellos. No tengamos miedo en reconocer que tenemos poca fe, que dudamos, que nos tambaleamos, que, a veces, se nos viene el mundo encima. Acudamos al Señor a decirle: «¡Señor, tengo poca fe, no acabo de fiarme plenamente de Ti, sé que tengo que abandonarme en tus manos, pero soy incapaz. Ayúdame, auméntame la fe!». Y él nos la irá aumentando, y poco a poco iremos fiándonos más de él, hasta llegar a un total abandono. No dejemos de rezar, de pedir la fe, de pedir a Jesús que nos ayude y que nos aumente la fe.

3. Todos, pero sobre todo los padres, necesitamos hoy esta fe gigante. Porque nos encontramos en un momento en el que lo fácil es desertar y abandonar. El ambiente que respiramos es que lo que cuenta y vale es el dinero, el poder, el pasarlo bien a toda costa y a cualquier precio, el divertirse, incluso degradándose, el ir a los propios intereses sin hacer caso a los problemas de los demás. Y, por supuesto, no ir a misa los domingos o ir de pascuas a ramos, no rezar en familia, etc. En este ambiente suena con especial fuerza lo que hemos escuchado en la segunda lectura. San Pablo se encuentra prisionero en la cárcel y sabe que su muerte está cercana. En esa situación escribe a su discípulo más querido, Timoteo, para dejarle su testamento espiritual. Y lo que Pablo le dice en ese momento tan solemne de su vida es que sea fiel, que siga conservando la fe que ha recibido, que conserve el depósito de verdades que él mismo le ha entregado. Porque «eso», además de vivirlo personalmente, se lo tiene que trasmitir a los demás. Timoteo, efectivamente, a la muerte de san Pablo siguió conservando su fe y predicándola a los demás.

Queridos padres: vosotros sois los testigos y los predicadores de la fe a vuestros hijos. Sois sus primeros y principales catequistas. La parroquia y el colegio os ayudarán. Pero nadie os puede suplir. No penséis que no sabéis o que no podéis. Sabéis y podéis hacer lo más importante: darles el ejemplo de vuestra fe, rezar ante vuestros hijos, vivir el amor al prójimo ante ellos, acompañarles en sus problemas y dificultades con vuestro amor, con vuestra comprensión y con vuestro consejo.

Quisiera añadir algo que el Papa dijo ayer en Asís, refiriéndose a los padres y animándoles a leer y meditar la Palabra de Dios. «Papá y mamá son los primeros educadores. ¿Cómo pueden educar si su conciencia no es iluminada por la Palabra de Dios? Si su modo de pensar y actuar no está guiado por la Palabra de Dios, ¿cómo pueden educar a sus hijos? … Papá y mamá se lamentan: ‘Este hijo…’ Pero tú, ¿qué testimonio le has dado?

¿Cómo le has hablado? ¿Has hablado de la Palabra de Dios o de lo que dice el telediario?» Y concluía: «Papá y mamá deben hablar de la Palabra de Dios». Por eso, os invito a que en todas vuestras casas haya un Nuevo Testamento y que lo leáis y meditéis todos los días.

No hay herencia que se pueda comparar con la herencia de trasmitir la fe a los hijos. Ninguna otra cosa les ayudará tanto ante los problemas que la vida traerá consigo. Ninguna otra formación les servirá para resolver los grandes interrogantes que, más pronto o más tarde, todos nos hacemos: de dónde vengo, a dónde voy, qué sentido tiene mi vida, por qué tengo que sufrir y morir.

Terminemos, hermanos, dando gracias a Jesús que nos acompaña en nuestro camino y pidiéndole con humildad: auméntanos la fe para fiarnos plenamente de ti y para trasmitir a nuestros hijos la fe que tú nos has dado a través del ejemplo y de la palabra de nuestros mayores, especialmente de nuestros padres.