«La experiencia que nos hizo sentir Iglesia diocesana»

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Era 31 de mayo de 1998, el estadio municipal de El Plantío a rebosar: casi 13.000 personas se congregaron en el campo de fútbol y no para presenciar un encuentro deportivo, ni para asistir a un concierto de una superestrella de la música, sino para participar en la clausura del XXIII Sínodo Diocesano, un proceso de tres años que involucró a sacerdotes, religiosos y laicos y que, como recuerdan 20 años después algunos de sus artífices, nos hizo crecer en conciencia diocesana y sentirnos corresponsables y protagonistas de la vida de la Iglesia en Burgos.

 

¿Era necesario un sínodo en la diócesis de Burgos para asomarse al siglo XXI con nuevos aires? ¿Qué lo propició? Quienes se ocuparon de la secretaría del Sínodo, Eloy Bueno, José Luis Lastra y Roberto Calvo, coinciden en señalar que confluyeron dos factores: la llegada del nuevo arzobispo, don Santiago Martínez Acebes, que lo sugirió y propició un clima de participación, y la sensación de que era necesaria una actualización, una renovación en el seno de la diócesis. De hecho, la propuesta se sometió a consulta en los arciprestazgos (primero a los sacerdotes y después también a los consejos diocesanos) y, según cuenta Eloy Bueno, quien considera que el sínodo sí era necesario, el 90% de las opiniones fueron favorables.

 

Lo cierto es que este acontecimiento movilizó a miles de personas y en todos los rincones de la diócesis se crearon grupos empeñados en trabajar y caminar juntos («que es lo que en realidad significa sínodo», recalca Lastra, «caminar juntos»). Laicos, que fueron mayoría tanto en los grupos sinodales como en las asambleas arciprestales e incluso en las sesiones finales, religiosos, «que tuvieron una implicación modélica» y sacerdotes unieron sus esfuerzos «en un clima sereno de participación, de alegría, de conciencia diocesana». Lo cierto es que los tres aseguran que fue «una de las experiencias eclesiales más bonitas» que han vivido.

 

Coinciden en que fue la creación de ese clima el principal fruto: «Creo que todos valoramos en aquel momento, y sobre todo al acabar el Sínodo, que lo más importante había sido el propio proceso, es decir, sentirnos pueblo de Dios en camino, ese hecho de haber crecido en conciencia diocesana», apunta Lastra. Según Eloy Bueno, «la gente se sintió realmente Iglesia diocesana, al ver que lo que estaba en juego era cosa de ellos, y fue aprendiendo la experiencia de comunión; el esfuerzo de encontrarse todos en un camino común fue una experiencia palpable, y eso ya es un logro insuperable». Otro de los frutos patentes es que algunos de los grupos sinodales que participaron en la primera etapa continuaron después como grupos de reflexión y de formación y dieron lugar a diversas actividades en las parroquias.

 

«La gente se sintió realmente Iglesia diocesana, al ver que lo que estaba en juego era cosa de ellos, y fue aprendiendo la experiencia de comunión; el esfuerzo de encontrarse todos en un camino común fue una experiencia palpable, y eso ya es un logro insuperable»

 

Roberto Calvo opina que «ese proceso generó lo que hoy algunos llaman estilo sinodal». «Ese estilo –considera– marcó y creo que sigue marcando a la Iglesia diocesana». «Creo que nuestra Iglesia de Burgos no estaba tan desencaminada porque ahora el Papa actual continuamente insiste en que el camino sinodal es el que Dios quiere para la Iglesia del siglo XXI», añade.

 

Caminar como Iglesia local

 

La aplicación de las propuestas concretas [leer aquí los documentos], sin embargo, fue un poco más complicada y desigual. Algunas se llevaron a la práctica muy pronto, como la creación de un departamento de Formación Sociopolítica, otras tardaron hasta 15 años en hacerse realidad, como la institución del diaconado permanente, y otras iniciativas no han llegado nunca a ponerse en marcha. Lastra pone como ejemplo «las cuestiones de evangelización directa, de primer anuncio, que eran bastante incisivas, pero el peso de la rutina y de lo que siempre se ha hecho en la Iglesia así pesa demasiado».

 

«El Sínodo de Burgos en el fondo fue, como en tantas Iglesias, la recepción concreta del Vaticano II», argumenta Calvo. «Entonces todos los que participábamos, todas las instituciones y organismos querían que se hablase de lo suyo. El gran riesgo era que eran multitud de cosas y en el fondo se trataba de recuperar la juventud de la Iglesia burgalesa. Algunos pensamos que sería bueno que, a partir de esos macrosínodos, después ese estilo se fuese llevando adelante en los organismos y en las actitudes y que se pudieran celebrar microsínodos sobre temas más concretos, más puntuales».

 

Eloy Bueno va más allá: si por él fuera, apostaría por que se celebrara en este momento otro sínodo. «Tal vez lo más grave hoy a nivel general es que no se ve la necesidad y precisamente por eso creo que haría falta. Hoy sería mucho más difícil vender el producto, y sin embargo por eso creo que sería necesario. ¿Que en vez de 11.000 personas somos 3.000? Bueno, pues somos 3.000, pero que sepamos los que somos, cómo somos y qué tenemos que hacer».

«Sólo quiero que le miréis a Él»

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«Nuestros monasterios son un especial regalo de Dios con el que nuestra diócesis se ha visto enriquecida».

«Nuestros monasterios son un especial regalo de Dios con el que nuestra diócesis se ha visto enriquecida».

 

El domingo pasado concluía el tiempo pascual con el glorioso acontecimiento de Pentecostés. Hoy celebramos la fiesta de la Santísima Trinidad, celebración que nos ayuda a considerar el misterio de Dios, uno y trino, en quien creemos; «misterio de Dios en sí mismo, misterio central de la vida cristiana», dice el Catecismo de la Iglesia Católica. Solo Dios puede darnos a conocer este misterio y lo ha hecho revelándose como Padre, Hijo y Espíritu Santo. En su nombre hemos sido bautizados. Lo repetimos tantas veces cuantas hacemos la señal de la cruz, a lo largo de nuestra vida. Profesamos nuestra fe en el Dios trinitario cada vez que rezamos el Credo. Y nuestra oración siempre va dirigida «al Padre, por el Hijo, en el Espíritu». Nuestro Dios, como decían los primeros pensadores cristianos (ante el monoteísmo de los judíos y el politeísmo de los paganos) es un Dios único, pero no solitario. Es comunión de vida y amor, es un Dios personal que tiene rostro y nombre: Padre, Hijo y Espíritu Santo.

 

En el marco litúrgico de este domingo de la Santísima Trinidad la Iglesia celebra la jornada «pro orantibus», en la que recordamos a quienes han sido llamados a la vida contemplativa. Los monjes, las monjas y la vida eremítica, que ofrecen su vida en alabanza continua a la Santa Trinidad y elevan su oración de intercesión por la comunidad cristiana y el mundo entero. El lema de esta jornada es: «Sólo quiero que le miréis a Él». Estamos viviendo el Año Jubilar Teresiano, y ¡quién mejor que la Santa andariega, peregrina por los caminos del Espíritu, para indicarnos la necesidad de contemplar a Jesús! «No os pido más que le miréis», escribía ella. «Solo quiero que le miréis a Él», es la fuerte invitación que también nos hace a todos nosotros en este primer Año Jubilar Teresiano, concedido por el Santo Padre a la Iglesia española; en particular a la diócesis abulense y por extensión, podríamos pensar, a todos los burgaleses, dado el arraigo y los frutos teresianos de vida contemplativa que se dan en nuestra tierra.

 

Pensando en nuestros monasterios, que son un especial regalo de Dios con el que nuestra diócesis se ha visto enriquecida a lo largo de los siglos, quiero recordar algunas palabras del Papa Francisco en la Exhortación Apostólica sobre la vida contemplativa (Vultum Dei quaerere, 2016): «La vida consagrada, les dice, es una larga y enriquecedora historia de amor apasionado por el Señor y por la humanidad. En ella esta historia se despliega, día tras día, a través de la búsqueda del rostro de Dios, en la relación íntima con él. A Cristo Señor, que “nos amó primero” (1Jn 4, 19) y “se entregó por nosotros” (Ef 5, 2), vosotras mujeres contemplativas respondéis con la ofrenda de toda vuestra vida, viviendo en Él y para Él, “para alabanza de su gloria” (Ef 1, 12). En esta dinámica de contemplación todos vosotros sois la voz de la Iglesia que incansablemente alaba, agradece y suplica por toda la humanidad, y con vuestra plegaria sois colaboradores del mismo Dios y apoyo de los miembros vacilantes de su cuerpo inefable» (nº 9).

 

Y yo también les felicito hoy y renuevo lo que ya decía con agradecimiento y cariño en mi reciente Carta pastoral, Se alegra mi Espíritu en Dios mi salvador: «No puedo dejar de recordar de manera especial los monasterios de vida contemplativa, porque el amor que experimentáis en vuestra oración constante es el aliento que permite respirar a toda la Iglesia. Mi visita nos ha hecho experimentar de modo visible que la diócesis es la casa de todos. Tengo la firme convicción de que vuestra vida entregada al Amor es, aunque muchos no lo sepan, especialmente preciosa y valiosa para Dios, para la Iglesia y para la sociedad».

 

«El amor que experimentáis en vuestra oración constante es el aliento que permite respirar a toda la Iglesia. Mi visita [a vuestras comunidades] nos ha hecho experimentar de modo visible que la diócesis es la casa de todos. Tengo la firme convicción de que vuestra vida entregada al Amor es, aunque muchos no lo sepan, especialmente preciosa y valiosa para Dios, para la Iglesia y para la sociedad».

 

Celebremos, pues, con sincera gratitud este domingo de la Santa Trinidad bendiciendo al Señor por la vocación consagrada contemplativa, y recemos hoy por tantos hermanos y hermanas nuestras que viven, trabajan y oran en los monasterios, en favor de las necesidades de todos nosotros. Pidamos hoy para ellos la especial bendición de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo.

Rosarios de la Aurora para la Virgen en el último sábado de mayo

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Fieles a la tradición, numerosos fieles han participado esta mañana en el Rosario de la Aurora que, cada último sábado de mayo, recorre el barrio de Gamonal. El Rosario ha partido a las 6:30 de la mañana de la parroquia de San Pablo Apóstol. Tras cantar los misterios por las calles del popular barrio, el acto de piedad ha concluido con una eucaristía en la parroquia de salida, en la que han concelebrado sacerdotes de las parroquias del arciprestazgo.

 

No es el único acto mariano que se ha desarrollado en la jornada de hoy en la capital. También la parroquia de San José Obrero, en el arciprestazgo de Vega, ha rezado esta devoción fundada por el burgalés santo Domingo de Guzmán. Con una imagen de la Virgen portada a hombros, varios fieles de la parroquia han recorrido las calles de su barrio mientras desgranaban las cuentas de sus rosarios.

 

También en Aranda

 

La capital de la Ribera también ha querido concluir el mes de mayo con otro Rosario de la Aurora, que ha partido a las 7:00 de la mañana de la parroquia de Santa María para recorrer  las calles Barrionuevo, San Antonio, Tenerías hasta llegar al santuario de la Virgen de las Viñas, donde ha tenido lugar la celebración de una eucaristía.

José Antonio Pagola se reúne con los «Grupos de Jesús» de la diócesis

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Algunos de los integrantes de estos grupos, junto al Cristo de Benaver.

Algunos de los integrantes de estos grupos, junto al Cristo de Benaver.

 

Unas cincuenta personas pertenecientes a los «Grupos de Jesús» de toda la diócesis, se dieron cita en la tarde de ayer en el monasterio benedictino de Palacios de Benaver para compartir la experiencia vivida en los mismos.

 

Participaron personas llegadas de Miranda, Palacios, Trinas, San Antonio Abad, san Pablo y San Juan de Ortega. En el encuentro estuvo presente el teólogo José Antonio Pagola, cuyo método se puso en marcha hace apenas una década y está presente ya en países como Nigeria, Suecia o Noruega, arraigando también en la diócesis. Los asistentes al acto constataron la conversión personal y grupal que esta experiencia significa como vuelta a Jesús, cimiento y fundamento de la fe. Ante la crisis global que vive el mundo actual, los integrantes de estos grupos siente «la urgencia de reaccionar preparando un futuro nuevo para la Iglesia, comprometidos en iniciar comunidades cristianas que sean fermento de una fe más auténtica y evangelizadora».

 

A los pies del Cristo románico de Palacios renovaron con gozo esta llamada, que ya secundan casi 3.000 grupos en todo el mundo.

Roberto de la Iglesia: La sencillez de una vida especial

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El padre Roberto, en una celebración eucarística en el monasterio.

El padre Roberto, en una celebración eucarística en el monasterio.

 

Cuando ingresó al monasterio sus amigos le pronosticaron seis meses allí, pero él ya estaba firme en su decisión, aunque tenía otras propuestas. Por aquella época se acercaban las fiestas de San Pedro, y ellos le pidieron que esperara un poco más para pasar juntos estas fechas tan atrayentes para los jóvenes. Por otro lado, le habían ofrecido un empleo tan bueno, que incluso su madre le dijo que lo aceptara, pues no había prisa en hacerse monje. Sin embargo, su anhelo por responder a la llamada del Señor fue más fuerte.

 

Roberto reconoce que, cuando pasaron los seis meses, recordó la supuesta predicción de sus amigos, y se sintió liberado. Con el tiempo fue descubriendo que no es el único al que le ha pasado que, justo antes de ingresar a un monasterio, se presenten otras atractivas opciones, que finalmente hacen que se tome la decisión de manera más consciente.

 

Al contarle a sus padres su decisión de entrar al monasterio se alegraron, pero no tenían claro si la vocación de su hijo era la vida monacal: «Trapense, uno entre un millón en el mundo, y ¡no vas a ser tú precisamente!», le dijo su padre. Al principio no fue fácil. Dejar a sus amigos, profesión, la libertad de moverse por sí mismo, adaptarse a otro tipo de vida, lo llevaron a pensar en abandonar o buscar otro tipo de vocación, pero los ratos de oración lo llenaban y acababa convencido de que Dios lo quería allí.

 

Sostiene que lo que es hoy se comenzó a fraguar en su adolescencia. Fue catequista en su parroquia, San Gil Abad; y durante 10 años formó parte de un grupo juvenil de espiritualidad ignaciana en donde tenían formación, campamentos, ejercicios espirituales y dirección espiritual, todo ello le ayudó a discernir su vocación. Las bases de su fe las recibió en su familia, los De la Iglesia Pérez. Al ser cinco hijos, aprendieron a compartir, a heredar uno del otro juguetes, ropa, libros. Los valores eran algo primordial, así como participar de las actividades de la parroquia.

 

La vida monástica ha sido para él un constante aprendizaje, pero el más fundamental ha sido descubrirse a sí mismo y al Señor en él. Como bien dice un adagio monástico, «Si quieres conocer a Dios, conócete antes a ti mismo».

 

Desde 2011 es el abad del monasterio de San Pedro de Cardeña y asegura que esta experiencia le ha dado la oportunidad de servir a los hermanos de una forma continua, al tener una imagen de la comunidad y de la Orden más completa.

 

Los años le han dado bagaje y diferentes tipos de anécdotas. Recuerda que, una vez, un señor lo llamó para solicitar la admisión de su hijo en la orden y le respondió que debía ser el interesado quien debía hacerlo. Al poco tiempo, llamó el hijo, asegurando que su padre lo único que buscaba era sacarle de casa pues ya tenía 35 años y no sabía qué hacer con él.

 

Roberto de la Iglesia Pérez, entiende que para muchos no es fácil comprender en qué consiste el monacato, que la gente no sabe que allí las 24 horas del día deben ser aprovechadas, y que dentro de sus actividades está estudiar teología, aprender música e idiomas, cocinar y cultivar el huerto.

 

Por eso cuenta entre risas, que cuando le explicó a su madre cómo era la vida en el monasterio, empezó por contarle que se levantan a las 4:40 de la mañana, a lo que ella respondió: «¿Y para qué os levantáis tan pronto si no tenéis nada que hacer…?»