
Son nueve jóvenes de entre 20 y 27 años, todos ellos bautizados, y cinco de ellos recibieron el sacramento de la confirmación. Están alejados de la Iglesia, aunque dicen seguir creyendo en Dios. Cursan la asignatura «La Iglesia, los Sacramentos, la Moral y su Didáctica» en la Facultad de Educación de la Universidad de Burgos, prácticamente todos con la esperanza de poder acceder en un futuro a un trabajo en la enseñanza en un centro concertado. Incluso alguno no descarta la posibilidad de impartir clase de Religión católica, una asignatura que consideran necesaria pero no obligatoria, y sustituible por la de ética. «Se puede ser buen cristiano y no acudir a la Iglesia», apuntan.
No creen en la Iglesia «por un cúmulo de cosas que se han hecho durante mucho tiempo, porque la Iglesia no ha cambiado en 2.000 años», pero se fueron alejando en cuanto abandonaron las catequesis «porque las misas no nos decían nada, las homilías son una repetición de fórmulas viejas que no llegan a nadie, y menos cuando lo que necesitamos son más testimonios, no un lenguaje que nadie comprende». «Lo que uno va buscando es ser mejor persona, y eso no se consigue escuchando ni repitiendo algo que un niño no entiende».
La familia, en su opinión, juega un papel fundamental. Muchos de ellos dejaron de participar en la misa de los domingos porque sus padres, en cuanto ellos hicieron la primera comunión y dejaron de ir a catequesis, también la abandonaron. Algunos siguieron vinculados algún tiempo más, por sus abuelos.
Diálogo abierto
¿Y qué habría que cambiar en la Iglesia para que ellos se acercasen de nuevo? La respuesta no es muy halagüeña. La mayor parte de ellos dice que todo, prácticamente empezar de cero, y en caso de que algo cambiase, opinan que para su generación se ha llegado tarde, pero deberían hacerlo para las venideras.
Lo más importante para ellos es que exista diálogo abierto, sobre todo en cuanto a cuestiones que a ellos les preocupan y de las que «no se puede hablar, nos hacen sentir culpables». Citan entre ellas la identidad de género, la moral sexual… Uno de ellos incluso se pregunta: «¿Hay algún pasaje de la Biblia donde Dios condene a los homosexuales?» También cuestionan el celibato obligatorio, algo que consideran «bastante absurdo, porque un sacerdote no va a ser peor por tener una familia». «Casi siempre se posicionan con demasiada rotundidad. Ofrecen poca posibilidad de diálogo, de intercambio de ideas», añade otro de los alumnos.
No podía faltar, entre sus opiniones, la repercusión pública de los casos de abusos y otros desmanes que han afectado a la institución en los últimos años. Pero al mismo tiempo, reconocen que la Iglesia realiza una excelente labor social apenas reconocida y que no sabe comunicar. La labor de Cáritas, de los misioneros, de muchos religiosos es muy valorada por todos ellos, pero consideran que no se sabe comunicar y que «hacen más ruido» los escándalos que lo que se está haciendo bien. Uno de los jóvenes propone que en lugar de la homilía tradicional, algún misionero, un voluntario en alguna de las múltiples labores sociales que la Iglesia desempeña, asuma el papel del sacerdote para ofrecer un testimonio que llegue.
En resumen, para ellos, la Iglesia «necesita un giro total, porque no se trata de ir a recibir un sermón y a que nos juzguen –apuntilla uno: no juzguéis y no seréis juzgados– sino transmitir unos valores, que es lo que realmente vas buscando cuando entras en una comunidad. De lo que se trata es de ser mejor persona».