Fallece Fidel Ruiz, el sacerdote más longevo de la diócesis

El papa Francisco ha aprobado esta semana el decreto que reconoce las virtudes heroicas del burgalés Domingo Lázaro Castro, el religioso de la Compañía de María de los Marianistas (1877-1935) que creó el prestigioso colegio de El Pilar de Madrid, en cuya capilla descansan sus restos. Esta decisión supone el primer paso para la este educador y pedagogo, nacido en el pueblo burgalés de San Adrián de Juarros en una familia humilde de labradores. Su madre fue su primera formadora de la fe, y a los 12 años entró como postulante en los marianistas en Vitoria. Fue ordenado sacerdote en 1906, a los 29 años.
Como capellán en un colegio católico de San Sebastián, investigó la renovación de la liturgia, de la piedad, la práctica de los sacramentos, el canto litúrgico o la catequesis. Acompañaba a los jóvenes con la confesión semanal, el sermón, el cuidado de la celebración litúrgica, los cantos y la formación religiosa. Entendía el potencial formativo y misionero del asociacionismo religioso juvenil. En 1916 fue nombrado provincial: el primero de la Compañía de María nacido en España.
En 1921 compró el edificio neogótico de la calle Castelló de Madrid, que se convirtió en la sede de los marianistas de España y en el influyente colegio Nuestra Señora del Pilar. También organizó la fundación de centros marianistas en lugares pobres y remotos, como en el campo zamorano o en Alcazarquivir, en Marruecos. Fue, además, el impulsor de la Federación de Amigos de la Enseñanza (FAE), que desembocaría en la Federación de Religiosos de la Enseñanza (FERE), hoy integrada en Escuelas Católicas.
El próximo domingo, día 26, hemos sido convocados para ejercer nuestra tarea ciudadana eligiendo políticos que nos representen en las instituciones municipales, autonómicas y europeas. Por ello me ha parecido oportuno dedicar hoy este mensaje dominical a la realidad europea y a las interpelaciones que como ciudadanos cristianos conlleva este marco político, social, económico y religioso; lo hago porque Europa nos queda más lejos y se toma menor conciencia de su importancia en las campañas electorales; y porque la actual encrucijada que atraviesa nuestro continente, que afecta sin duda a sus raíces cristianas, plantea evidentemente una nueva conciencia sobre el modo de presencia y de actitud cualificada de la Iglesia en Europa.
A la luz de la historia vemos que en la base de la idea de Europa se encuentra el cristianismo. La fe cristiana le ha dado forma y algunos de sus valores fundamentales han inspirado después «el ideal democrático y los derechos humanos» de la Europa moderna. No se puede negar que la fuerza unificadora del cristianismo ha contribuido a integrar entre sí diferentes pueblos y culturas. Y todavía en nuestros días, el alma de Europa permanece unida porque, además de su origen común, tiene idénticos valores cristianos y humanos, como son los de la dignidad de la persona humana, el profundo sentimiento de justicia y libertad, el espíritu de iniciativa, de laboriosidad, de amor a la familia, de respeto a la vida, de tolerancia y de deseo de cooperación y de paz, que son notas que la caracterizan.
Tendríamos que pensar y trabajar más por la comunidad europea como «comunidad de valores». Los valores que la crearon y que son los que podrán sostenerla. Valores que se encuentran hoy, a menudo, cuestionados y amenazados. Por eso hemos de ser conscientes, mirando al tiempo que vivimos, de que para que Europa recupere su verdadera identidad, hay que apoyar esos valores. Hagamos una llamada a transmitir una cultura de los valores que se oponga al relativismo postmoderno. Y soñemos con una Europa mejor, no basada solamente en los avances técnicos y científicos sino en el comportamiento ético de las personas, en favor de un horizonte común.
Como cristianos ¿cuál es nuestra responsabilidad, en un tiempo en el que el rostro de Europa está cada vez más marcado por una pluralidad de culturas y de religiones y para muchos el cristianismo se percibe como un elemento del pasado lejano y ajeno? El debate en torno al proyecto de la Constitución europea, iniciado en el año 2000, es prueba clara de ciertos intentos que quieren silenciar la dimensión cristiana de Europa. Conviene recordar que la Unión Europea, como germen de integración de los diversos países del continente, tuvo su origen en el esfuerzo de políticos cristianos, claramente movidos por su fe. Su objetivo era establecer unas bases sólidas para la paz y la convivencia afrontando las raíces, comerciales y económicas, que habían provocado las dos grandes guerras europeas. Este proyecto hubiera resultado inviable en aquellos años sin el aliento evangelizador de sus principales protagonistas.
En 1999 se celebró el segundo Sínodo de los Obispos para Europa. De ahí surgió la Exhortación Iglesia en Europa de San Juan Pablo II. El Papa describe las luces y las sombras de la situación europea; el riesgo fundamental que se menciona es el oscurecimiento del horizonte de la esperanza, que se produce cuando se difumina la verdad y cuando el progreso material y cultural no se refleja en todas las dimensiones de la persona humana. En ella podemos encontrar muchas claves para nuestro actuar evangelizador y nuestros compromisos socio-políticos desde el Evangelio. Subrayo algunas de ellas:
Las Iglesias y todos los creyentes han de plantearse un nuevo impulso evangelizador, una conciencia misionera que implica un testimonio de vida atrayente y una fe más personal y madura, a fin de entrar en diálogo crítico con la cultura actual y aportar lo genuinamente cristiano (cf. nº 49ss.).
Se ha de potenciar la tarea cotidiana de tantos laicos, hombres y mujeres, que en la vida ordinaria evangelizan los grandes campos de la política, la realidad social, la economía, la cultura, la ecología, la vida internacional, la familia, la educación, el trabajo y el sufrimiento. (cf. nº 41).
Hay que trabajar por un orden económico internacional más justo, desde nuevas formas de acogida y hospitalidad ante el hecho de la inmigración en Europa, pues el fenómeno mismo de la globalización reclama apertura y participación (cf. nº 100).
Pidamos a la Virgen María, Ntra. Señora, venerada en tantos santuarios europeos, que ayude al continente a ser cada vez más consciente de su propia vocación espiritual y contribuya a construir la solidaridad y la paz dentro de sus fronteras y en el mundo entero.
Entró en política hace 20 años por casualidad, cuando se trasladó a vivir a Saldaña de Burgos y consideró «que allí había que hacer algo distinto a lo que había». Pura Arranz, que aunque hoy no desempeña ningún cargo, sigue comprometida como militante de base en un partido político, ha sido concejala, alcaldesa, presidenta de su mancomunidad, diputada provincial y ha ocupado un buen número de cargos más. Pero también es una mujer comprometida con la Iglesia: es catequista y miembro del Consejo de Pastoral Diocesano.
Pura defiende convencida la participación de los cristianos en la política, e insiste una y otra vez en que «la vida es política». «Si eres cristiano, tiene que haber compromiso social», argumenta. El problema, en su opinión, es que «no nos han educado para implicarnos. Nos han educado para que nos den todo hecho. Y si no me gusta lo que me dan hecho, le pongo faltas. Es lo mismo que cuando te sirven una comida y empiezas a poner pegas… Está soso, está salado… ¿Sabes hacerlo tú? No, pero soy un estupendo probador…».
El nivel de compromiso de los ciudadanos y en concreto el de los cristianos en general es muy escaso, lamenta. «En política la mayoría llegamos hasta meter la papeleta en la urna. Y en la Iglesia, hasta meter la moneda en el cestillo. A partir de ahí, que no me pida nadie nada. Y si yo quiero que se hagan cosas en la Iglesia me tengo que implicar, si yo quiero que se hagan cosas en política me tengo que involucrar».
En ese «que me lo den todo hecho» y «que me den todo», Pura advierte de un riesgo y especialmente en estos momentos, de cara a las próximas elecciones: «Algunos partidos no nos están ofreciendo cosas ciertas. Tenemos que tener muy claro que de donde no hay dinero no se puede sacar. Hay gente que no tiene ese espíritu crítico y lo único que oye es: me van a dar. Entonces, como me va a dar, lo voto. A todos nos gusta que nos den, desde pequeños, cuanto más grande es el regalo, o la chuche… Ahora mucho de lo que están haciendo los partidos es darnos chuches. Nos están metiendo el caramelo pero con un palo muy largo, y en un momento dado van a tirar de él y nos vamos a quedar sin el caramelo». «Además, cuando vamos a votar», añade, «no tenemos que pensar qué es lo que me van a dar, porque los políticos no nos van a dar nada: es nuestro dinero, el de todos. Lo que necesitamos es que gestionen bien nuestro dinero, nuestro patrimonio, nuestra educación, nuestra salud… Y si tenemos buenos gestores, estaremos todos bien».
Sobre la postura que debería mantener la Iglesia como institución, sostiene que «está bien que dé sus pautas, porque tiene una Doctrina Social que debería cumplirse. Pero tenemos que tener mucho espíritu crítico. Porque a veces confundimos la Doctrina Social con soflamas. A veces los cristianos confundimos la Doctrina Social de la Iglesia con una izquierda radical».
El mayor peligro que se cierne en este momento sobre los votantes, en su opinión, es la utilización de los sentimientos: «Los mayores errores se cometen cuando haces las cosas con el corazón sin haber racionalizado. Todos los extremismos son malos. Y algunos partidos están tirando mucho de corazón, nos están utilizando de arriba abajo».
Consciente de que no hay ningún partido con el que se pueda identificar plenamente un cristiano, sugiere que cada uno, según su personalidad, tiene muchos espacios donde poder encajar. «Pero tampoco toda opción es válida. No todo es blanco o negro, hay muchos matices de grises. Por ejemplo, ahora con el debate de la eutanasia: Puedes decir sí a una muerte digna. Pero ¿cómo lo van a legislar? Es que no te han puesto toda la letra encima de la mesa. Eso es firmar un contrato en blanco. Ese tipo de cuestiones son las que tenemos que plantearnos. Y el legislador tiene que legislar para todos. Eso es lo difícil. Las leyes no están para que yo obligatoriamente haga algo que yo no quiero, tienen que estar para que libremente yo pueda escoger», concluye.
Treinta y cinco monjes y monjas del Císter y benedictinos han concluido hoy el PREM, un curso de formación filosófica y teológica que realizan durante el noviciado y que en esta ocasión se ha desarrollado en el Monasterio de Las Huelgas desde el lunes de pascua. Se trata de un curso intensivo, de aproximadamente 20 días, con cinco horas de clase diarias y sus respectivos rezos.
Los alumnos proceden de distintos monasterios de España, entre otros lugares, de Sevilla, Córdoba, Santa María de Huerta en Soria, varios de Galicia, alguno de Cantabria y otros. Las edades de los novicios oscilan entre los 22 y los 40 años. Esta formación continúa posteriormente en los distintos monasterios con una atención personalizada y una revisión permanente hasta completar los cursos de Filosofía y Teología exigidos en el plan. Las clases son impartidas por profesores de distintas universidades y centros monásticos.
La estancia de los monjes y monjas ha tenido lugar en el propio Monasterio de las Huelgas, ellos en la hospedería y ellas en la clausura respectiva.