Hacia nuevas unidades pastorales: mismo espíritu que una parroquia pero de estructura más amplia

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Las parroquias de San Lorenzo y San Gil conforman una unidad pastoral desde hace un año.

 

La reestructuración pastoral en los territorios de la archidiócesis no es una novedad. Desde el último Sínodo Diocesano es una cuestión que ha estado presente en diversos foros de reflexión y ahora, tras la celebración de la Asamblea Diocesana, el arzobispo quiere volver a ponerla sobre la mesa de manera definitiva. Las 1.003 parroquias, fruto de un «legado glorioso», hoy son difíciles de mantener, pues muchas de ellas no tienen por sí solas una mínima comunidad capaz de vivir la fe y desarrollar sus dimensiones esenciales de anuncio del evangelio, celebración de la fe, caridad y compromiso. Además, la disminución considerable del clero y de los candidatos al sacerdocio y el creciente protagonismo de los laicos hacen urgente una «conversión pastoral» para dinamizar las comunidades cristianas y su compromiso evangelizador en la sociedad actual.

 

Con tal motivo, don Mario Iceta ha firmado un decreto, publicado en el último Boletín Oficial del Arzobispado [páginas 21 a 28], con el que se esgrimen las razones para la progresiva erección de unidades pastorales, así como los rasgos básicos que éstas deberían tener.

 

Según el documento, para la creación de estas estructuras –que gozarán de personalidad jurídica propia y que estarán delimitadas por un territorio concreto– debe existir un «cierto recorrido pastoral» previo y que lleve a su erección canónica. Estará compuesta por varias parroquias cercanas entre sí y afines por su situación geográfica, organización civil y trayectoria pastoral, así como otras comunidades eclesiales (religiosos, colegios, asociaciones y movimientos) que quieran incorporarse.

 

Las unidades pastorales deberán contar con una comunidad cristiana «suficiente» para desarrollar la iniciación cristiana y continuar con el acompañamiento de vida de fe de jóvenes y adultos. También contará con medios para la vida de oración y celebración, así como de recursos humanos y materiales para el ejercicio de la caridad y la justicia. Por ello, el obispo nombrará un equipo pastoral con la presencia de uno o varios sacerdotes y laicos y religiosos que «animen y coordinen las principales áreas pastorales de la unidad». Por ello, «habrá de tener un organismo de corresponsabilidad que exprese y canalice la participación de la comunidad en la misión evangelizadora. Puede ser un Consejo pastoral con representación de las diversas parroquias y realidades, o bien el propio Equipo pastoral si este es amplio y variado».

 

La unidad pastoral contará con una programación en la que se fomenten los servicios y celebraciones comunes que se estimen oportunos en el contexto específico, así como iniciativas pastorales de carácter misionero dirigidas al entorno más alejado de la comunidad cristiana. Por último, se asegura que cada parroquia y comunidad, conservando la titularidad de sus bienes, buscarán el modo de compartir los recursos necesarios para la tarea evangelizadora conjunta, sin olvidar que la unidad pastoral podrá también ser titular de bienes propios en función de su personalidad jurídica.

 

Proceso

 

Teniendo en cuenta las características por las que se han de regir las unidades pastorales, el documento de trabajo establece las líneas de actuación para su constitución «sin prisa pero sin pausa». Indica que será el nuevo vicario territorial el encargado de coordinar los trabajos y que las unidades pastorales se irán constituyendo en aquellos lugares donde se vea oportuna esta nueva estructura y se vaya creando un cierto estilo pastoral. Cuando esté definido el territorio, las parroquias y comunidades que pueden integrarse en la unidad pastoral, algunas personas que puedan formar parte del equipo pastoral, cuál va a ser el organismo de corresponsabilidad, y un mínimo proyecto teniendo en cuenta la trayectoria previa, el obispo firmará el decreto de constitución de esa unidad (en principio ad experimentum) y nombrará el equipo pastoral.

Fallece el sacerdote Santiago del Cura Elena

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Foto: serviren.info.

 

Esta mañana ha fallecido, a los 74 años de edad, el sacerdote burgalés Santiago del Cura Elena. El arzobispo, don Mario Iceta, y todo el presbiterio lloran su pérdida y oran, junto a sus hermanos y familiares, para dar gracias a Dios por su vida y ponerlo en las manos del Padre. El funeral por su eterno descanso tendrá lugar mañana martes 16 de agosto a las 12:00 del mediodía en la Catedral y será sepultado en el cementerio de San José a las 17:00 horas. Su sala velatoria será instalada en la funeraria San José.

 

Ordenado sacerdote el 7 de octubre de 1972, ha ejercido su ministerio como párroco de Villangómez y Villaverde del Monte; profesor de la Facultad de Teología de Burgos, párroco  de Cubillo del Campo y servicios; vicario parroquial de San Cosme y San Damián, canónigo de la Catedral de Burgos y miembro de la Comisión Teológica Internacional.

 

Hoy Santiago, arropado por el manto de María en la fiesta de la Asunción, goza para siempre de la presencia de Dios. Misterio que él vivió profundamente y tantas veces trasmitió en su cátedra. El Catecismo de la Iglesia Católica, dice en el nº 966: «La Asunción de la Santísima Virgen constituye una participación singular en la Resurrección de su Hijo y una anticipación de la resurrección de los demás cristianos».

Santa María la Mayor sale de nuevo a la calle la víspera de la Asunción

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Fue Pío XII en 1950 quien promulgó el último de los dogmas marianos de la Iglesia: el de la Asunción de María en cuerpo y alma a los cielos. Lo hizo como constatación de una obviedad que el Pueblo de Dios vivió desde tiempo inmemorial. De hecho, de las 77 catedrales que pueblan la geografía española, 33 de ellas están dedicadas al misterio de la Asunción, tal como ha recordado esta tarde el arzobispo. Entre ellas, la de Burgos, que ya en 1221 se erigió a la María como «la Mayor de Castilla» y que celebra su fiesta coincidiendo con la solemnidad de la Asunción, a la que el arzobispo ha calificado como el «dies natalis» de la Virgen.

 

Por eso, las catedrales son expresión «de la entrada al cielo». «Son altas para que miremos hacia arriba, hacia Dios», ha dicho don Mario Iceta en su homilía. «Son expresión de la morada eterna que esperamos, que es la máxima belleza, la máxima luz». Para el pastor de la archidiócesis, el misterio de la Asunción anima al Pueblo de Dios a vivir la esperanza: «En el corazón de Dios caben las almas y los cuerpos y María es ejemplo de lo que nosotros esperamos: nuestra carne unida para siempre a Dios; Dios en medio de nosotros. Dios hecho carne de la Virgen María nos llevará a lo que nuestro corazón ansía», ha predicado.

 

Para ello, es necesario «recorrer el camino de la humildad, de lo pequeño». De estar como María «atentos al susurro de Dios», «escuchar su Palabra y cumplirla». «Dios existe y no eres tú; necesitamos reconocernos como hijos, en humildad y pequeñez», ha insistido.

 

Procesión

 

Antes de la misa, numerosos fieles han acompañado la imagen de Santa María la Mayor que, después de dos años a causa de la pandemia, ha vuelto a salir a la calle en procesión portada en una carroza, con el rezo del Rosario y ante la atenta mirada de burgaleses y foráneos.

 

Coincidiendo con el misterio de la Asunción de la Virgen al Cielo, el primer templo de la archidiócesis conmemora el título que el rey Alfonso X, el Sabio puso como blasón de la catedral en el año 1260: «Es esta la iglesia dedicada a Santa María, la mayor de Castilla». La imagen venerada que recibe este título data del siglo XV y, desde 1596, ocupa el espacio central del retablo mayor, justo debajo de la escultura de la Asunción de la Virgen, de Juan de Anchieta (1578).

Una acogida cristiana en el Camino de Santiago

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Faltan apenas veinte minutos para la una del mediodía y los primeros peregrinos llaman a la puerta. Son dos mujeres de Croacia y un italiano que llevan unos días por la ruta Jacobea después de haber partido de Saint Jean Pied de Port. El hospitalero les recibe en un pequeño habitáculo a la entrada del albergue y –a pesar de que él opina lo contrario– les explica en un perfecto inglés las normas de este lugar especial: «En esta casa damos mucha importancia al respeto y a la convivencia. Aquí cenamos en comunidad y preparamos juntos la mesa y después de la cena tenemos un pequeño encuentro de oración en la capilla. Es importante guardar silencio desde las once de la noche; cada uno puede levantarse a la hora que desee, pero nunca antes de las seis de la mañana. Y aquí no pedimos nada, ahí tenéis una caja donde depositar vuestro donativo si lo deseáis», les traslada. Los peregrinos asienten y le alargan su compostela para recibir el sello correspondiente. Parece que les ha convencido. Se quedan. 

 

Lejos de las masificaciones y los intereses económicos que inundan el Camino de Santiago, el albergue de peregrinos de Tosantos es de los pocos que mantienen un estilo marcadamente cristiano de la acogida, «pobre y sencilla, siguiendo a grandes líneas la regla de san Benito», explica Víctor Sánchez, uno de los hospitaleros que reciben a los peregrinos de marzo a noviembre, los meses en que está abierta esta peculiar posada. Es vallisoletano, funcionario de la Junta de Castilla y León y un enamorado del Camino. Él mismo emprendió la ruta hace más de 20 años e hizo noche en Tosantos. La experiencia que allí descubrió le transformó y provocó que desde entonces, cada verano, dedicara sus vacaciones y otros días moscosos a proseguir junto con un equipo de seis voluntarios la línea impulsada en este albergue desde que lo pusiera en marcha José Luis Antón con el respaldo de la parroquia, propietaria del inmueble. Entre los días de uno y de otro voluntario van completando el calendario de apertura de la instalación.

 

Junto a ellos, el otro pilar del albergue «es el grupo flotante de benefactores» que con sus donativos y entregas en especie –no solo alimentos, sino incluso lavabos, duchas o estufas de pellets– hacen que la providencia se encargue de llenar de vida el lugar. Allí no hay cuotas ni precios; los vecinos entregan productos de sus huertas y con los pequeños donativos de los peregrinos, cada mañana Víctor puede desplazarse a Belorado a comprar los víveres para la cena, que prepara junto a los peregrinos. «Somos como una pequeña familia», explica. 

 

Amor vs. comodidades

 

Sánchez es consciente de que el Camino de Santiago ha perdido su esencia, de que la ruta se ha masificado y de que varios intereses la han convertido en un reclamo meramente turístico. Con todo, ha surgido una red de albergues de inspiración cristiana que desea volver a las raíces de la peregrinación y entre los que destaca en la provincia, además del de Tosantos, el de Emaús, en la parroquia de San José Obrero de la capital, la atención a peregrinos que se realizaba en Hontanas y la acogida que lleva a cabo la fraternidad San Jacopo di Compostela en la ermita de San Antón en Itero del Castillo.

 

«Nosotros queremos trasladar a la gente que existen dos caminos: uno es el que andas y otro el que te construyes interiormente y que es el verdaderamente importante. Es necesario despojarse de las prisas y trasladamos que es importante hacer el Camino en soledad y ayudar a descubrir que no necesitamos grandes cosas para vivir; todo lo imprescindible cabe en una mochila», explica el voluntario. 

 

De hecho, en este albergue es todo humilde y sencillo, lejos del lujo al que someten a los peregrinos algunos albergues ‘cinco estrellas’. En Tosantos no hay camas, solo una treintena de colchones en el suelo. Tampoco hay wifi y los peregrinos que lo deseen tienen que acudir al bar para actualizar sus perfiles en las redes sociales. Con todo, «queremos hacerles la estancia cómoda, ayudarles a descubrir su vida como una peregrinación y algunos salen de aquí tocados».

 

Para lograrlo, el equipo de voluntarios –ellos mismos se apañan para cubrir toda la temporada– sigue «la misma línea, con los mismos criterios», haciendo que «sea más fácil una continuidad en el estilo» de acogida. Cuidan especialmente dos momentos con los peregrinos, la cena y el rato de oración y reflexión tras la misma –«y antes del fregoteo, para que nadie se escape»– en un pequeño oratorio en la planta superior del edificio. «Explicamos el sentido del Camino, hacemos una pequeña plegaria a modo de Vísperas y los peregrinos comparten sus intenciones», que anotan en unos papeles que se queman cada 15 de agosto, cuando se reune en la ermita de la localidad el equipo de voluntarios y benefactores del albergue para celebrar la eucaristía y orar por los peregrinos que han pasado por él a lo largo del último año.

 

El flujo de peregrinos es irregular, y Víctor aún constata que la covid ha dejado en casa a muchos de ellos, a pesar de ser año compostelano. Algunos de los que por allí recalan lo hacen «por casualidad»; otros sí van buscando este tipo de acogida, como Gabriele di Blasio, un peregrino del Molise italiano que necesita «un lugar de tranquilidad para poder reflexionar» sobre su vida, ya que «el ritmo del tiempo diario lo impide». «Este lugar es especial». También hizo noche en el albergue parroquial de Grañón, en la Rioja, y buscará «este tipo de alojamientos diferentes», explica.

 

La experiencia de Gabriele y tantos otros supone para Sánchez «una enorme satisfacción; una inmensa sonrisa». Tanto que ya tacha los días del calendario para regresar al año que viene al albergue de Tosantos…

La Asunción de la Virgen: con la mirada puesta en el Cielo

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Queridos hermanos y hermanas:

 

Cada 15 de agosto, con la fiesta de la Asunción de la Virgen María, celebramos en la Iglesia que Cristo se llevó al cielo a su Madre. Una celebración marcada por la alegría, porque María –elevada en cuerpo y alma– pone de manifiesto que la última palabra la tiene el amor: un amor que es más fuerte que la muerte.

 

El Catecismo de la Iglesia Católica, en el numeral 966, dice que la Asunción de la Santísima Virgen «constituye una participación singular en la Resurrección de su Hijo y una anticipación de la resurrección de los demás cristianos». Una llamada verdaderamente importante, que nos recuerda que el hecho de que María se halle glorificada en el Cielo, supone no solo la resurrección de Jesucristo, sino también el anticipo de nuestra propia resurrección.

 

Ella, aun siendo la Madre de Dios, pertenece a nuestra condición humana, excepto en el pecado de la que fue preservada desde su concepción inmaculada. Y esa humanidad configura el sentido de la historia, que encuentra su plenitud cuando, a través del discípulo amado, la hizo –in aeternum– madre nuestra: «He aquí a tu madre» (Jn 19, 26-27).

 

María fue elevada en cuerpo y alma a la gloria del cielo, y con el Hijo es reina del cielo y de la tierra. «¿Acaso así está alejada de nosotros?». El papa emérito Benedicto XVI, en una homilía pronunciada el 15 de agosto de 2005 en Castelgandolfo, lanzó esa pregunta, para proclamar que «María, al estar con Dios y en Dios, está muy cerca de cada uno de nosotros». Cuando estaba en la tierra, apuntó, «solo podía estar cerca de algunas personas» pero, al estar en Dios, «que está cerca de nosotros, más aún, que está dentro de todos nosotros, María participa de esta cercanía de Dios». Por tanto, «al estar en Dios y con Dios, María está cerca de cada uno de nosotros, conoce nuestro corazón, puede escuchar nuestras oraciones y puede ayudarnos con su bondad materna».

 

La Madre de Cristo, la misma que en la Anunciación se definió como «esclava del Señor», es ahora glorificada como Reina universal. Ella, la primera discípula, no experimentó la corrupción del sepulcro, y fue asunta al cielo, donde ahora reina, viva y gloriosa, junto a Jesús.

 

La Asunción de la Virgen María ha de ser huella, horizonte y sendero que nos recuerde que nuestra vida solo ha de tener un camino: el cielo. Siempre desde la generosidad hacia los hermanos más necesitados, siempre desde el servicio que, con su ejemplo, dejó instituido el Hijo del hombre, estando disponibles para servir y para dar la vida como rescate por muchos (Mt 20, 28). No será fácil, pero merecerá la pena. Y cuando más nos cueste, pongamos la mirada en tantos santos que descubren, en el corazón traspasado de la entrega, el acto más bello del amor.

 

¿Quién no se emociona con vidas como la de la Madre Teresa de Calcuta, la de san Juan de Dios, la de santa Bernardette o la de san Francisco de Asís? Ellos, pobres entre los pobres, vieron en María la prolongación de la misericordia, de la compasión y de la ternura de Jesús. Y quisieron ser pobres, porque la Sagrada Familia de Nazaret nació y creció en pobreza.

 

El fundador de la Orden Franciscana veía en los ojos de los pobres, a quienes él más amaba, el reflejo de Cristo y de María: «Hermano, cuando ves a un pobre, ves un espejo del Señor y de su Madre pobre» (2 Cel 85). Y la Madre Teresa, quien dedicó su amor a la Virgen María socorriendo a los más necesitados de la tierra, decía que «a María, nuestra Madre, le demostraremos nuestro amor trabajando por su Hijo Jesús, con Él y para Él».

 

Todas y cada una de las hermosas piedras de nuestra catedral está dedicada a nuestra Madre la Virgen María. Esta tarde, desde la catedral, llevaremos su preciosa imagen en procesión por nuestra ciudad para que podamos decirle que le queremos y que es la madre de nuestros hogares y nuestras vidas. Nos ponemos bajo su protección y le pedimos que cuide maternalmente de nosotros, especialmente de quienes más lo necesitan.

 

Con gran afecto, pido a Dios que os bendiga.

 

+ Mario Iceta Gavicagogeascoa

Arzobispo de Burgos