Bautizados e hijos amados de Dios

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Queridos hermanos y hermanas:

 

«El Bautismo es más que un baño o una purificación. Es más que la entrada en una comunidad. Es un nuevo nacimiento. Un nuevo inicio de la vida», dejó escrito el Papa emérito Benedicto XVI, en una homilía pronunciada en abril de 2007, al referirse al Bautismo del Señor que la Iglesia celebra hoy.

 

Con esta fiesta tan importante concluye el tiempo de Navidad. En Jesús, el amado del Padre que hoy se presenta en el Jordán para ser bautizado por Juan Bautista, se cumple la salvación de Dios: «Apenas se bautizó Jesús, salió del agua; se abrió el cielo y vio que el Espíritu Santo bajaba como una paloma y se posaba sobre él. Y vino una voz del cielo que decía: “Este es mi hijo, el amado, mi predilecto” (Mt 3, 13-17).

 

Con la celebración del Bautismo somos constituidos hijos amados de Dios. Por ello, Cristo, quien viene a revelar el misterio del amor de Dios Padre, Hijo y Espíritu, desea manifestarnos la importancia del Bautismo como puerta de la fe. Con el Bautismo del Señor la Iglesia nos invita a mirar la humildad de Jesús, que se convierte en una manifestación de la Santísima Trinidad. «También el Espíritu da testimonio de la divinidad, acudiendo en favor de quien es su semejante; y la voz desciende del cielo, pues del cielo procede precisamente Aquel de quien se daba testimonio», pronunció san Gregorio Nacianceno en uno de sus sermones.

 

El Bautismo, principio de toda la vida cristiana, es «la puerta que permite al Señor hacer su morada en nosotros e introducirnos en su Misterio», recordaba el Papa Francisco durante su catequesis semanal del pasado año en un día como el que celebramos hoy. Por ello, es «el mayor regalo que hemos recibido».

 

Si la venida de Cristo sobre nuestra fragilidad manifiesta el incondicional interés de Dios por cada uno de nosotros, no podemos dejar de reconocer el Bautismo como un regalo de amor para llegar a un encuentro y no a un fin. Por eso es puerta de fe, porque cuando se abre, le permite al Señor entrar y forjar su morada en esa casa.

 

Por el Bautismo somos hechos hijos de Dios y entramos a formar parte de la gran familia, que es la Iglesia. Un proyecto de salvación que es un día a día, y que supone aprender a dar luz a los ciegos, a aliviar a los quebrantados de corazón, a abrir las celdas de los cautivos, a sanar los corazones enfermos y a acompañar la soledad de los tristes.

 

Y en el corazón de este sacramento no podemos olvidar a los padres, quienes tienen la preciosa misión de ser los primeros catequistas de sus hijos. La dimensión educativa del Bautismo pone a los padres en el centro de esta tarea que supone dar lo mejor a sus hijos, también la fe. E igual que en el Bautismo Dios toma posesión de nuestras vidas y nos incorpora a la vida de Jesús, lo mismo deben hacer los padres con sus hijos, para que sean otros Cristos en la tierra.

 

El cristiano se sabe injertado en Cristo por el Bautismo, y así como el Verbo se hizo carne y vino a la tierra por amor (cf. 1 Tm 2, 4), el Señor manifiesta el amor del Padre por nosotros y su deseo de comenzar en cada uno de nosotros una nueva historia de salvación.

 

Dios, con el agua de su infinita misericordia, nos lava y nos hace criaturas nuevas. Y lo hace de la mano de la Virgen María. Ella, a cada instante, nos recuerda que –con el Bautismo– cada uno de nosotros somos hijos predilectos de Dios. Vivamos a imagen y semejanza suya, para que el Padre también pueda decir de nosotros: «Este es mi hijo, el amado, mi predilecto» (Mt 3, 17).

 

Con gran afecto pido a Dios que os bendiga. Feliz domingo del Bautismo del Señor.

 

+ Mario Iceta Gavicagogeascoa

Arzobispo de Burgos

Muere el sacerdote Leandro Andino Salazar, capellán de las Clarisas de Medina de Pomar

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Sacerdote muy querido en las Merindades donde nació y desarrolló la mayor parte de su actividad pastoral. Nació un 12 de septiembre de 1937 a orillas del Trema, siendo ordenado presbítero poco antes de cumplir los 25 años (9 de septiembre de 1962). Su primer destino le llevó a la Sierra de la Demanda. Allí atendió durante siete años San Millán de Lara, Tinieblas de la Sierrra y Tañabueyes. En 1969 se traslada a Quisicedo y Villabáscones de Sotoscueva, pasando a ser vicario parroquial de Villarcayo y, poco después, capellán de las religiosas de Santa Mª la Real de Vileña, recién llegadas a Villarcayo, en 1972. Desde Villarcayo atiende varios pueblos más de la Merindad de Castilla la Vieja como Santa Cruz de Andino y Horna (desde 1973), Bocos, Lechedo, Fresnedo, Villacomparada de Rueda y Quintana de Rueda (desde 1882). En 1984 deja el Nela y el Trema por el río Oca a su paso por Oña y servicios. Después de ocho años es trasladado a Espinosa de los Monteros donde estaría hasta el 2015, siendo durante algún tiempo administrador parroquial de los pueblos de la zona de Sotoscueva y de la famosa Ermita de San Bernabé en Ojo Guareña. Sacerdote deportista y futbolero, enamorado de su tierra y de aficiones confesables como la caza y del Atlétic de Bilbao. Muy afable y con amigos por todo el mundo. Asiduo a la Ermita de la Virgen de las Nieves, patrona de Las Machorras, por quien tanto luchó en su restauración y, sobre todo, en la conservación de la fe pasiega. Durante su última etapa pastoral (2015) fue el capellán de las Madres Clarisas de Medina de Pomar.

Benedicto XVI, un «precioso regalo de Dios para la Iglesia y la humanidad»

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«Hemos vivido una aventura juntos». Aquellas palabras que salieron de los labios de Benedicto XVI en la JMJ de Madrid resuenan hoy con especial fuerza en Estefanía Mena, una joven que resistió a la tormenta que invadió aquella vigilia de oración. «Aguantó con nosotros, no le importó mojarse y hoy quiero agradecer su cercanía de un modo especial». Ella, junto a numerosos burgaleses y autoridades civiles, académicas y militares, se ha acercado hasta la Catedral para participar en el funeral que el arzobispo, don Mario Iceta, ha presidido por el eterno descanso del papa emérito.

 

También Claire Marie Stubemann ha querido acudir a rezar por Benedicto XVI. Esta teóloga destaca el legado de Ratzinger, al que califica como «el gran teólogo». Al igual que muchos de sus compatriotas alemanes, ella también tuvo «muchos prejuicios» y compartió aquella imagen de teólogo exigente. Con el paso de los años descubrió cómo el papa «se escondía siempre detrás de Jesucristo» y «se ha puesto al servicio de la evangelización y de la Iglesia». Tanto que, tras su renuncia en 2013, le escribió una carta pidiéndole perdón. «Es un santo, me encomiendo a él y creo que entra en la Historia como doctor de la Iglesia», explica.

 

Similar opinión es la que manifiesta José Luis Cabria, quien fue decano de la Facultad de Teología durante el pontificado de Benedicto. Para él, «su legado teológico es inmenso» y sus escritos reflejan «su deseo de transmitir la fe de modo profundo y cercano» y «su amor a Jesús de Nazaret». Enrique Ybáñez, por su parte, recuerda sus años de estudio en Roma junto al papa alemán: «Para mí ha sido un gran modelo de sacerdote y un modelo de vida en la humildad y sencillez y la enseñanza de la teología desde la profundidad espiritual. Recuerdo su sonrisa y la profundidad de sus palabras, que llegaban al fondo y que han ilusionado mis estudios. Me ayudó a lanzarme a la santidad en el ministerio sacerdotal», expresa.

 

«Testigo de la verdad y servidor de la Iglesia»

 

Todos los que han acudido a la Catedral tenían algún motivo para dar gracias por la vida y el legado del papa emérito, que falleció en Roma el pasado sábado a los 95 años de edad tras haber renunciado a la sede de Pedro hace casi una década. «Y es que el amor verdadero no se apega a las cosas ni a los cargos ni depende de la opinión pública. El amor, como la verdad, nos hacen realmente libres», ha detallado don Mario Iceta en su homilía, desglosando los cargos, trabajos y encíclicas que el pontífice ha dejado a la Iglesia. «Un humilde trabajador de la viña del Señor» –como él mismo se definió y la recordado el arzobispo– que ha sabido servir a la Iglesia en la acción, el silencio y la «poderosa herramienta de la oración».

 

Como reflejaron sus últimas palabras –«Jesús, te amo»–, «el suyo es un corazón entregado al amor de Dios» y que se reflejaba «en su rostro sereno y su acogida cálida y amable». Un hombre, en definitiva, «de profunda fe, testigo de la verdad, servidor de la Iglesia y la humanidad y sembrador de esperanza». «Descansa en la paz de Cristo, amado Benedicto XVI. Nos has querido con toda el alma y también nosotros te queremos. Te encomendamos al Padre que te entregó a la Iglesia y la humanidad como un precioso regalo. Intercede por nosotros», ha concluido su alocución.

 

Don Mario Iceta partirá mañana a Roma para participar en el funeral de Benedicto XVI el próximo jueves. «Representaré a la Iglesia de Burgos ante el papa Francisco, que presidirá la celebración, y ante el papa Benedicto para que desde el Cielo pueda proteger y cuidar de nosotros».

 

Paz en la tierra

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Queridos hermanos y hermanas:

 

¡Feliz Año Nuevo! ¡Feliz 2023! Y es feliz, porque –en medio del dolor del mundo, de la tormenta que a veces nos asola y de las vicisitudes de la historia– seguimos dando razones a la vida y al amor para creer que, con Dios, cada mañana resucita el corazón de la esperanza.

 

Nadie puede salvarse solo. Recomenzar desde el COVID-19 para trazar juntos caminos de paz. Con este título tan significativo, el Papa Francisco recuerda, en su mensaje para la celebración de la 56a Jornada Mundial de la Paz que hoy celebramos, la importancia de tener una mirada atenta para «permanecer firme, con los pies y el corazón bien plantados en la tierra». Porque estamos llamados a «mantener el corazón abierto a la esperanza», desvela, con la confianza firme en que Dios «nos acompaña con ternura, nos sostiene en la fatiga y, sobre todo, guía nuestro camino».

 

En este nuevo año que comienza, el Santo Padre nos invita a mantenernos dispuestos, a «no encerrarnos en el miedo, el dolor o la resignación», a «no ceder a la distracción y a no desanimarnos», sino a «ser como centinelas capaces de velar y distinguir las primeras luces del alba, especialmente en las horas más oscuras».

 

La llamada a ser centinelas del Dios que nos habita ha de hacernos una sola familia humana que se cuida, se respeta y se acompaña. Con paz. Porque el sufrimiento de este tiempo pasado ha resquebrajado demasiadas vidas, y solo seremos capaces de recomponernos si ponemos la Palabra en el centro, si permanecemos vigilantes al dolor del hermano, si escribimos compasión en cada uno de nuestros pasos.

 

En este nuevo tiempo en el que somos llamados a renacer del agua y del espíritu (cf. Jn 3, 5-7), el Señor –con su incansable testimonio– nos invita a curar, a esperar, a acompañar, a sostener y a cuidar. Y, para ello, hemos de dejarnos cambiar el corazón por Aquel que más nos ama (cf. Jn 13, 34) y que espera sin reproches al otro lado de la puerta, aunque tantas y tantas veces no escuchemos su llamada.

 

Hoy, con mucha fuerza, vienen a mi mente las palabras que el Papa san Juan Pablo II pronunció en la encíclica Redemptor hominis, donde decía que «el hombre no puede vivir sin amor». Su vida «está privada de sentido si no se le revela el amor», escribía, «si no se encuentra con el amor, si no lo experimenta y lo hace propio, si no participa en él vivamente». Precisamente por esto, «Cristo Redentor revela plenamente el hombre al mismo hombre» (n. 10, 4 de marzo de 1979).

 

La llegada de un nuevo año es, por tanto, una nueva oportunidad para amarnos en paz, teniendo siempre presente que nuestra fe solo puede ser creíble si se fundamenta en el amor a Dios y a los demás: «Amémonos unos a otros, ya que el amor es de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es Amor» (1 Jn 4, 7-8).

 

Recuerda el Papa en su mensaje para esta jornada que «solo la paz que nace del amor fraterno y desinteresado puede ayudarnos a superar las crisis personales, sociales y mundiales». Y así, poco a poco, podremos regocijarnos por la hermosa herencia que Él nos ha regalado.

 

Amemos hasta el extremo, a los enemigos, a los que no saben amar y a quienes hablen mal de nosotros, pero con paz. Y cuando creamos que no podemos, miremos a Cristo, quien se ofreció como víctima en el altar de la cruz y solo fue capaz de hablar de perdón, de misericordia y de amor.

 

Ponemos este nuevo año en las manos de la Virgen María, la Santa Madre de Dios y Madre nuestra, cuya maternidad hoy celebramos, y le pedimos que nos ayude a ser artesanos de la paz y a construir, a la medida de su amor, un reino de justicia, de esperanza y de caridad. Que María de Nazaret nos ayude a parecernos, cada vez más, al corazón compasivo de su Hijo Jesús.

 

Con mis mejores deseos, os envío mi bendición y un feliz año 2023.

 

+ Mario Iceta Gavicagogeascoa

Arzobispo de Burgos