Cremencio Manso, maestro y misionero en Japón durante más de 50 años

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Cremencio Manso Dueñas nació en Villasandino en 1928 y fue ordenado sacerdote en 1951, con 23 años. Ejerció su ministerio como misionero, siendo uno de los primeros en ‘iniciar’ el IEME (Instituto Español de Misiones Extranjeras) –una institución que permite que sacerdotes diocesanos puedan ir a la misión, tarea reservada hasta la fecha a miembros de congregaciones religiosas–. Estuvo durante 50 años en Japón, donde desarrolló una importante labor educativa.

 

Un año después de ser ordenado sacerdote fue enviado durante seis meses a Estados Unidos con el objetivo de aprender inglés. A su vuelta, el 20 de junio 1952, se creó un convenio  de colaboración entre el arzobispo de Burgos, Mons. Pérez Platero, y el arzobispo de Osaka (Japón), Pablo Taguchi, para potenciar la misión en dos ciudades del país, Marugame y Sakaide, en la parte occidental de la provincia de Kagawa. Solo unos meses después, el 5 de enero de 1953, llegaba el sacerdote burgalés, junto a su compañero del IEME al puerto de Yokohama, donde eran recibidos por otros dos sacerdotes madrileños y un padre escolapio. Unos días después, el 14 de enero, llegarían a su destino: Marugame, acompañados por los sacerdotes madrileños y el sacerdote japonés, P. Tanaka.

 

Se iniciaba así la misión de Cremencio Manso en Japón. En aquella época, era un país pobre, devastado por la guerra, con escasez de alimentos, ropa, calzado… por aquel entonces, esta nación tenía un renta per cápita de 172 dólares, más de un millón de personas sin hogar y 1.650 habitantes por kilómetro cuadrado. En cuanto a la población cristiana, era pequeña, en torno a 185.000 personas.

Un año después de llegar al país Nipón, los misioneros se hicieron cargo de 400 parroquias. Y en el año 1955 obtuvieron la primera autorización para crear la mitad de un parvulario. En los siguientes años pudieron observar cómo crecía la misión y cómo los japoneses se acercaban cada vez más a la Iglesia –se estima que llegaban 12.000 creyentes más cada año–. En 1957 llegó otro burgalés Kobe David Tellez, de 27 años, y se abrió la primera escuela de Primaria completa con 25 alumnos.

El equipo del que formaba parte Cremencio Manso comienzó a estabilizarse y en 1958 aparecieron las primeras religiosas que se ocuparían de la sanidad y de la educación. Ese mismo año, un gran terremoto dejó devastado Japón, por lo que el trabajo se intensificó. Por aquel entonces eran ocho misioneros con cuatro misiones encomendadas. En los siguientes años crecieron las escuelas, los hospitales, e incluso, pudieron comprar dos coches para la misión. Diez años después de su llegada a Japón, existía ya un buen equipo de misioneros en cuatro ciudades: Kanonji, Zentsuji, Marugame y Sakaide.

La labor desarrollada por Cremencio Manso durante más de 50 años en Japón fue importantísima. Se convirtió en un gran maestro para los niños de preescolar e infantil y su aportación en la escuela en este país fue tal que llegó a ser reconocido con Medalla Honorífica de Educación por parte del emperador.

Toda una vida de entrega a los demás. Por él y por su familia oramos, pidiendo a Nuestro Señor que lo acoja para siempre junto a Él.

 

 

Donde la cruz se vive todo el año

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Capilla del Hospital Universitario de Burgos

Capilla del Hospital Universitario de Burgos

 

Desde que estallara la pandemia, el trabajo de los capellanes del Hospital Universitario de Burgos ha cambiado considerablemente. Ahora, los enfermos no pueden acudir a las celebraciones litúrgicas en la capilla y sólo pueden tener acceso a los sacramentos –que reciben en sus habitaciones– después de haberlo solicitado a través de las enfermeras o el personal de la plantas donde están ingresados. 

 

En 2022, estos sacerdotes realizaron un total de 4.555 visitas a las habitaciones, repartieron 2.637 comuniones y administraron 556 unciones de enfermos; sin olvidar el impagable trabajo de escucha y acompañamiento que llevan a cabo con enfermos, sus familiares e, incluso, con el personal sanitario. También el año pasado, recibieron 805 llamadas de urgencia en el busca, que solicitaban intervenciones inesperadas ante fallecimientos repentinos o bautismos de socorro para niños en peligro de muerte, entre otros casos. 

 

Dos de los tres capellanes que atienden el hospital –Ezequiel Rodríguez y Elías Cámara– tienen encomendados, además, otros servicios pastorales en parroquias de la ciudad o en algunos pueblos de la provincia. Por lo que este año será Javier Caballero quien se haga cargo de las guardias las tardes de Jueves, Viernes y Sábado Santos y la mañana del domingo de Pascua, al igual que hace el resto de domingos y demás fiestas a lo largo de todo el año, cuando cubre las ausencias pastorales de sus compañeros. Celebrará a las 18:00 horas de forma «sencilla» la liturgia de la Cena del Señor, sin lavatorio, y de la Pasión, evitando que alargarse en el tiempo «imposibilite llamadas de urgencia». Si hay quórum –sólo pueden acceder a la capilla personas de paso, como familiares de los enfermos–, también celebrará la Vigilia Pascual el Sábado Santo, adaptando el rito de bendición del fuego. El domingo de Pascua, la misa será a las 12:00 del mediodía, como todas las semanas.

 

Junto a las celebraciones litúrgicas, atenderá, como siempre, las llamadas para repartir la comunión, confesar o administrar la unción de los enfermos. Y es que Javier sabe que allí, en el Hospital, la Semana Santa dura todo el año: «La Pasión y el Via Crucis se viven aquí de modo habitual», comenta. «Es un sacrificio y un esfuerzo de la voluntad estar en el Hospital y muchos de los enfermos lo llevan con paz, serenidad e incluso alegría. Otros, en su fragilidad humana lo pasan peor; también depende del tipo de enfermedad. Pero encuentro ejemplos extraordinarios de serenidad, alegría y aceptación de la cruz», revela. «Todos sufren, pero algunos saben afrontar la enfermedad con mucha dignidad», tal como Jesús hizo en su agonía. 

 

Aunque su trabajo no está exento de complicaciones –largos pasillos, horas intempestivas, plantas complicadas y noches de guardia sin descansar–, Caballero también sabe descubrir la Pascua en medio de tanto Via Crucis: «He sido testigo de personas que, después de dialogar y acompañar, de haber recibido los sacramentos se les nota cambiadas, esperanzadas, alegres, serenas». Porque donde el suero del goteo y las operaciones a corazón abierto son la cruz de cada día, la esperanza de la Pascua también se abre paso…

Pasión y sangre en la tarde del Domingo de Ramos

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En 1366, el convento de la orden de los Trinitarios de Burgos se vino abajo. Una de las piedras de la bóveda golpeó en la cabeza del Cristo que albergaba su templo, de la que manó sangre. Aquellas gotas se recogieron en un sudario y desde entonces miles de burgaleses se han confiado a la protección de esta prodigiosa imagen, custodiada en la iglesia de San Gil desde 1836. Son numerosos los milagros atribuidos a esta talla, que también sufrió otro altercado hace unos años del que, de modo sorprendente, parece haberse repuesto, después de que el año pasado pudiera desfilar en vertical en la tarde del Domingo de Ramos. El llamado «Santo Cristo de Burgos» –como el que se custodia en la catedral, aunque a este se le conoce como el «Cristo de las Santas Gotas», debido a las numerosas laceraciones que recorren la imagen– a vuelto a salir a la calle ante la admiración y curiosidad de los burgaleses.

 

La jubilosa procesión de la Borroquilla celebrada esta mañana ha tornado la liturgia en pasión, hasta el punto de acoger esta tarde una de las procesiones penitenciales más concurridas y silenciosas de la ciudad. La imagen, vinculada a san Juan de Mata, ha bajado con solemnidad por la escalinata de San Gil portada a hombros de varios cofrades de la Real Hermandad de la Sangre del Cristo de Burgos y Nuestra Señora de los Dolores hasta izarse en el trono de Saturnino Calvo. Después de varios vivas y aplausos, 38 costaleros han procesionado la imagen por las estrechas calles de San Gil, Arco del Pilar, San Lorenzo, San Carlos, Almirante Bonifaz y Avellanos, ante la atenta mirada de cientos de burgaleses. Representantes de otras cofradías, hermandades y bandas de la ciudad también han acompañado el acto.

 

La imagen procesional es una réplica de la original, conservada en una de las capillas de la iglesia de San Gil Abad. Destaca por la cantidad de heridas que presenta. Todo el cuerpo está salpicado de laceraciones de las que manan abundantes gotas de sangre (en forma de tres gotas, como acostumbra la Orden Trinitaria), especialmente de los clavos y el costado. Cuenta con corona de espinas y paño de pureza. La cruz es un madero tosco y pesado sin adornos.

«Jesús viene como Rey humilde y nos pone en la disyuntiva de recibirle o rechazarle»

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Miles de burgaleses han salido a la calle esta mañana para participar en una de las procesiones más populares de la ciudad, la de Jesús en la Borriquilla. Lo han hecho como manda la tradición, agitando ramos a su paso, rememorando con este gesto la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén. «Esa ramita que después colocamos en nuestras casas significa que queremos recibir a Jesús en nuestra familia. Queremos decirle que es bienvenido, acogido en la humildad de nuestros hogares porque, en definitiva, él tampoco nos pide grandes cosas». Y es que la imagen de Jesús a lomos de un pollino revela que «es un rey de paz y de humildad» y que «viene a curar nuestros corazones solitarios para cubrirlos con el ungüento de su misericordia». En nuestro lado está «recibirle o rechazarle», ha explicado don Mario Iceta en la eucaristía que ha abierto la Semana de Pasión, en una abarrotada catedral.

 

«Muchos cierran el corazón y son incapaces de abrirse al amor de Dios, no lo aceptan y después pedirán crucificarlo», ha detallado el arzobispo en su homilía. «Necesitamos decidir si seguir anestesiados o dejarnos penetrar por el amor suave y restaurador de Jesús; poner en su mirada el futuro de nuestras vidas». «A veces no podemos afrontar los retos que nos plantea la vida, pero con Jesús los muros son derribados y las metas difíciles pueden ser alcanzadas con esperanza y amor», ha concluido.

 

La eucaristía ha sido el punto central del recorrido que el paso de Jesús en la Borriquilla (de los talleres de Arte Sacro de Olot, de 1948) ha realizado portada por costaleros de la cofradía de la Coronación de Espinas y Cristo Rey por el centro de la ciudad, con salida y llegada en la iglesia de San Lorenzo el Real. Tras la misa estacional, el arzobispo ha bendecido los ramos de los burgaleses y cofrades presentes en la plaza del Rey San Fernando, representando a todas las agrupaciones que integran la Junta de la Semana Santa. También han participado miembros de la corporación municipal, encabezados por el alcalde, Daniel de la Rosa, y de la Diputación, presidida por César Rico. Esta tarde, el programa de actos cuenta con la procesión del Santísimo Cristo de Burgos, que recorrerá las calles del casco histórico, con salida en vertical de la iglesia de San Gil Abad, a las 20:00 horas.

Semana Santa: abrazados por un amor incondicional

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Queridos hermanos y hermanas:

 

Hoy, con la entrañable celebración del Domingo de Ramos, comenzamos la Semana Santa. La entrada triunfal de Jesús en Jerusalén, con todo el pueblo unido a una sola voz, alabando su realeza con cantos, vítores y palmas, es el presagio de un amor incondicional, pero arrancado de raíz por la mano violenta del ser humano.

 

Para entrar de lleno en la Semana Santa hemos de abrirle la puerta de nuestro frágil corazón al Señor, poner en su mano con confianza la llave de nuestra vida y dejar que su misericordia nos abrace y nos rehaga desde dentro.

 

Para vivir los misterios de la Pasión y Muerte de Jesús, os propongo tres caminos: acoger la cruz sin rechazo y con amor, llenar de esperanza el sufrimiento y amar también a nuestros enemigos con humildad, mansedumbre y misericordia.

 

Acoger la cruz, aceptar la fatiga de su peso y abrazar cada espina del madero es hacerse Eucaristía con el débil, con el hermano que sufre, como padeció el Señor la injusticia de este mundo. La Palabra guarda con sigilo la contraseña, el gesto que da sentido al camino y que lo cambia todo: «Si alguno quiere venir detrás de mí, que se niegue a sí mismo, que tome su cruz y me siga» (Mt 16, 24). Por tanto, poner nuestros pasos en las huellas de Jesús supone aceptar llevar la cruz de cada día, aunque a veces no entendamos sus planes, sus caminos o sus modos. Para ello, hemos de despojarnos de nuestros propios criterios para acoger el plan amoroso de Dios para cada uno de nosotros.

 

Quien sigue a Cristo, acoge y ofrece su propia cruz. Esta no implica desventura o aflicción; sino que es una oportunidad especial para acompañar a Jesús en su Pasión hacia la tan esperada Resurrección. Y solo hay un modo de perderse con alegría en su mirada para ser plenamente feliz: «El que pierda su vida por mí, la encontrará» (Mt 16, 25).

 

Una llamada a la esperanza en medio del sufrimiento que implica, necesariamente, darle un sentido redentor, que purifique nuestros pecados. ¿Qué sentido tendrían, si no, la flagelación, las calumnias, los golpes, las humillaciones, la traición, el abandono, los clavos, la corona de espinas y la crucifixión del Señor? El vía crucis ultimado en el Madero muestra un Sagrario abierto que aviva nuestra fe y esperanza.

 

Ahí recordamos a esos «hombres y mujeres engañados, pisoteados en su dignidad y descartados, con ese rostro desfigurado, con esa voz rota que pide que se le mire, que se le reconozca, que se le ame», afirmaba el Papa Francisco en 2017 con motivo de la XXXII Jornada Mundial de la Juventud. Démosle, pues, sentido a nuestros momentos de oscuridad para que toda nuestra vida tenga sentido. De otra manera, si callamos, gritarán hasta las piedras… (cf. Lc 19, 40).

 

¿Y qué sería de esta Semana Santa si no respondemos a los clavos de la vida con amor? Pidamos a Dios que seamos capaces de amar a nuestros enemigos con humildad (cf. Mt 5, 43-48), acerquémonos con mansedumbre a quienes no nos quieren bien y derramemos misericordia en las manos de aquellos que nos han hecho daño. Quienes crucificaron a Jesús no sabían lo que hacían (cf. Lc 23, 34), y Él los perdona porque no lo habían reconocido como Hijo de Dios. Ese ejemplo de misericordia que nos enseña a perdonar desde la Cruz allana el sendero que comenzamos a transitar hacia la Pascua.

 

Hoy, a las puertas de la Semana Santa, ponemos nuestra esperanza en el corazón de la Virgen María. Ella, quien participa en el sacrificio redentor de su Hijo, es modelo perfecto del amor. Aferrémonos a su mano en este camino de Pasión y dejémonos colmar por su alma llena de gozo, hasta ver cumplida una nueva vida en Cristo con la esperanza de la Resurrección.

 

Con gran afecto, pido a Dios que os bendiga durante esta Semana Santa.

 

+ Mario Iceta Gavicagogeascoa

Arzobispo de Burgos