
En 1897, el cardenal Fray Gregorio María Aguirre –entonces arzobispo de Burgos– y el hoy beato Manuel Domingo y Sol fundaron el Seminario Menor de San José. El 22 de abril de aquel año se colocó la primera piedra. Una vez concluidas las obras, en noviembre de 1898, el centro formativo comenzó su actividad académica con matrícula completa encargando el cuidado y la formación de los jóvenes a la hermandad de sacerdotes Operarios Diocesanos. El curso se inauguró con la celebración de la misa y la posterior reserva del Santísimo Sacramento en el sagrario de su capilla. Desde entonces, y año tras año, el segundo domingo de noviembre, el Seminario recuerda con alegría aquella primera reserva eucarística con su entrañable fiesta del Reservado, a la que asisten no solo los seminaristas y sus familias, sino también numerosos sacerdotes que se han formado entre los viejos muros del edificio del paseo del Empecinado.
José Antonio Cuesta fue rector de 1978 a 1993 y recuerda cómo aquel día esa casa se llenaba de alegría y de numerosas familias. Por entonces, eran 270 los alumnos que copaban las listas de la institución, de los cuales, los más mayores (los de 3º BUP y COU) vivían en el Seminario de San Jerónimo. Aquella matrícula tan elevada hablaba por entonces de «un ambiente religioso y de familia cristiana que, no obstante, empezaba a decrecer», reconoce Cuesta. Después de Justino Losa y Procopio Rodríguez, fue el tercer rector diocesano tras la marcha de los Operarios y trabajó por lograr que aquella fuera una casa «alegre y gozosa», un lugar donde los jóvenes «se sintieran a gusto y queridos, creciendo en un ambiente de valores y con una formación humana y cristiana de calidad».
En los catorce años en que José Antonio fue rector, los ingresos disminuyeron considerablemente, hasta alcanzar los 125. Un dato doloroso ya por entonces, después de que solo unos años antes, en la década de los 60, se levantara una tercera planta para acoger nuevos alumnos. Se veía un bajón vocacional y la consiguiente preocupación: «Si disminuyen las matrículas no habría tantos sacerdotes», pensaba el rector en una época en la que los jóvenes que acababan abrazando el ministerio suponían, por entonces, en torno al 12% del alumnado, que llegaba de todos los rincones de la provincia. «Dado que muchos de ellos no iban a acabar siendo sacerdotes, queríamos que se afianzase firmemente en ellos la vida cristiana», reconoce Cuesta, quien junto a otros nueve sacerdotes organizaba el proyecto educativo en base a la «disciplina y una formación programada en valores» junto al «compañerismo, el juego y la fiesta».
Cambio de época
Y es que el Seminario es, principalmente, un lugar donde discernir la vocación que los jóvenes sienten por el sacerdocio. Al reto de la formación de los adolescentes se sumó, en 2002, la de los candidatos al sacerdocio en sentido estricto. Tras el cierre del Seminario Mayor de San Jerónimo (inaugurado por Francisco Franco en 1961), el edificio del paseo del Empecinado asumió esta tarea. El responsable del traslado de la documentación y los seminaristas fue Jesús Ibáñez, quien dirigió la institución de 1993 a 2003. Vivió aquellos momentos «con tristeza por tener que unificar y cerrar el Seminario Mayor», pero a la vez «con la alegría e ilusión de emprender un proyecto nuevo, de crear un único seminario».
El traslado no fue fácil, el edificio tuvo que sufrir numerosas obras de habilitación y creación de nuevas habitaciones. Además, las aulas se trasladaron durante tres años a las instalaciones de la actual Casa de la Iglesia y los niños iban y venían de San José al palacio arzobispal dos veces al día. «Los alumnos, las familias y los profesores respondieron muy bien», recuerda Ibáñez. «Estuvimos al pie del cañón los formadores y los chicos integraron el cambio con total normalidad. Todos sentíamos la necesidad de unificar los dos seminarios y todos pusimos lo que estaba en nuestras manos, incluido el arzobispo», por entonces, Santiago Martínez Acebes, quien siempre manifestó «ánimo y respaldo».
La unificación de los dos centros formativos en uno, no obstante, parecía ser un simple espejismo y las vocaciones siguieron menguando. Ibáñez –que también fue formador con su predecesor– también reconoce que «la cosa iba cada vez a menos» y legó a su sucesor, Jesús Andrés Vicente, un Seminario Mayor con apenas doce jóvenes. Para él –que fue rector de 2003 a 2008– aquellos fueron los «mejores años de su vida» sacerdotal: «Siempre me tiró el tema de la formación, de el trato con jóvenes que se plantean un ideal de vida, a los que puedes aportar y que ellos te aporten. A mí siempre me admiró mucho la gente que estaba en el Seminario», reconoce.
La situación eclesial, social y vocacional emprendía un nuevo camino, comenzando a abandonar una Iglesia de cristiandad y ahora «duda» de que, quizás, le faltó en aquella época formar a los jóvenes en mejorar actitudes relacionales y en tantas dimensiones de acompañamiento que hoy se ven necesarias en la nueva evangelización.
Con todo, y ante el cambio de paradigma epocal, su mayor preocupación fue descubrir que «hubiera vocación» en los jóvenes que deseaban ser sacerdotes, «lo cual no es un dato matemático, se va comprobando a medida que se camina. Y cuando se va caminando del brazo de la vocación todas las demás facetas de la vida toman ese color, las facetas humanas, la amistad, el trato con la gente, los puntos de vista, las perspectivas… todo se va coloreando con el color del ministerio» que muchos de sus jóvenes acabaron abrazando: «Salieron (sacerdotes) casi todos y todos diferentes unos de otros, no están cortados con el mismo patrón; y quien diga eso es que no los conoce», sentencia.
La escasez progresiva de vocaciones no sólo se vivía en Burgos, sino también en otras diócesis vecinas. Fernando Arce heredó la dirección del Seminario en 2008 y vivió la integración en el centro de seminaristas de otros lugares no sólo de España, como Osma-Soria y La Rioja, sino de otros países, como Burundi. Además, buscó la manera de colaborar con el rector del recién inaugurado Seminario Misionero Redemptoris Mater, realizando algunas acciones conjuntas. «Realizamos proyectos bonitos», recuerda, como el intento de aunar también en un seminario interdiocesano los seminarios menores de algunas provincias cercanas, algo que, a pesar de las buenas intenciones, no llegó a fraguar.
En sus últimos años como rector, fue testigo de los cambios que la Santa Sede quería implementar en la formación de los candidatos al sacerdocio y la puesta en marcha de nuevos proyectos formativos, una nueva «ratio» educativa que tuvo que poner en marcha su sucesor, Javier Valdivieso, que dirigió la institución de 2016 a 2022.
Últimas reformas
La nueva normativa pedía la implantación de un año propedéutico –una suerte de etapa de adaptación– y una formación sacerdotal que atestigue claramente la vocación. Además, Valdivieso fue testigo de cómo las vocaciones no aumentaban y el reducido número de seminaristas propició un «ambiente de familia» que se reforzó con la pandemia y la unificación de todas las habitaciones en una única parte del edificio, destinando la otra a residencia de la escuela de pilotos de aviación. Durante la su época de rector, también se optó por que los adolescentes del Seminario Menor asistieran a las clases en el colegio diocesano San Pedro y San Felices, poniendo así punto y final a la docencia escolar que se impartía en el edificio.
Actualmente, el rector de la casa es Javier Pérez. Tomó posesión el año pasado y vive con «ilusión y temor» la formación de los jóvenes. «Es mucha responsabilidad», sostiene, a la vez que califica a los actuales seminaristas como «ilusionados», «jóvenes de su tiempo que vienen de la cultura actual y conocerán cómo acercar el evangelio a las nuevas circunstancias».