«Sin amor apasionado no hay misión»
Ángel Garachana fue enviado a la misión en Honduras en 1972, apenas ordenado sacerdote. En la congregación claretiana aprendió que «un misionero es hombre que arde en caridad y abrasa por donde pasa» y allí –tras un paréntesis de regreso en España al servicio de su congregación– ha desgastado su vida como sacerdote, obispo e, incluso, presidente de la Conferencia Episcopal hondureña. «Déjese querer», recuerda que le decía la gente cuando llegó. «Y yo me he dejado querer y he querido a la Iglesia y al pueblo de Honduras, porque un misionero sin amor al pueblo al que es enviado es una contradicción». «Yo he querido, por eso desde que llegué me hice hondureño, desde la comida, el lenguaje, la cultura, los símbolos. Todo. Se acabó el pan y lo cambié por las tortillas de maíz», recuerda con una sonrisa.
Monseñor Garachana (Barbadillo de Herreros, 1944) es uno de los 511 misioneros burgaleses diseminados por el mundo y que este domingo, ante el día del Domund, esperan la solidaridad de sus vecinos en la oración y la colaboración económica. Después de unos meses sábaticos en su tierra, desea ahora volver a Honduras ya como obispo emérito, residiendo en uno de los barrios marginales de San Pedro Sula en medio de las maras y los asesinatos. «Honduras es un pueblo acogedor y fraterno, pero también violento. El 53% de la gente vive en la pobreza extrema y la violencia es habitual, con una media de diez asesinatos diarios», relata. «No tengo miedo, aunque sí precaución». «Soy misionero para evangelizar a los pobres, para que tengan vida». En Honduras ha desgastado la suya y allí desea ser sepultado.
En los 28 años como obispo en San Pedro Sula ha visto crecer a la Iglesia «con el trabajo de todos». En este tiempo, ha ordenado a 50 sacerdotes nativos y se ha dividido el territorio en dos diócesis y la suya ha pasado a ser archidiócesis. Los laicos son comprometidos, cuenta con más de 1.200 agentes pastorales, 500 ministros de la eucaristía y han participado 1.200 grupos en el proceso sinodal mundial. «Es una Iglesia en proceso, siempre en salida, una Iglesia de renovación y crecimiento, evitando la comodidad», traslada.
Eucaristías en Tierra Santa
La labor de los misioneros es de esta manera como «una gotita en medio del océano». Así lo vive y siente la hermana Maria Carmen Fernández Gorrindo, Hija del Calvario, quien ha pasado nueve años de su vida en Mozambique y otros siete en Tierrra Santa. Reconoce que en la misión ha sido «muy feliz dejando lo que tenemos y siendo fieles a la vocación del Señor».
De sus años en África recuerda sus trabajos en la pastoral de la parroquia, en las acciones de promoción de la mujer y en la atención a los hospitales. En Jerusalén su labor se centró en rezar y acoger a los peregrinos. Vivía en el colegio español, cocinando las formas para las eucaristías que se celebran en Belén, Nazaret, Getsemaní o el Cenáculo. Ahora, desde la distancia y con las noticias que mandan sus hermanas, siente «preocupación» por la situación bélica surgida entre Hamas e Israel. «Estoy triste, la única solución es la oración, que María, la reina de la paz, la regale a Tierra Santa y tantos otros lugares del mundo».
Durante su estancia en el país, «no le tocó vivir nada de esto», pero ahora reconoce que es necesario buscar una solución: «Hace falta escuchar, diálogo, escucha y escucharnos entre nosotros. La escucha es necesaria».
Con el lema «Corazones ardientes, pies en camino», la Iglesia celebra este domingo el día del Domund. La delegación de misiones ha organizado diversos actos para celebrar la jornada (mañana, a las 20:00 vigilia en San Cosme y San Damián y a las 22:00 oración joven en el Seminario) y prepara una colecta especial en todas las iglesias de la provincia. El año pasado, Burgos entregó a las misiones 248.606,50€, como ha explicado la nueva delegada diocesana, Maite Dominguez.