Solemnidad de Pentecostés

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Queridos hermanos:

 

1. Hemos llegado al día de Pentecostés y, con ello a la conclusión del Misterio Pascual. Toda la liturgia de hoy converge hacia el don del Espíritu Santo. De él hablaba la primera lectura y nos descubría el acontecimiento de su venida sobre los Apóstoles; la segunda lectura nos ha presentado la importancia del Espíritu para la vida cristiana y en el Evangelio Jesús nos revela el papel que tiene el Espíritu Santo en el testimonio cristiano y en la fe cristiana.

 

2. La primera lectura hacía protagonista al Espíritu Santo el día de Pentecostés. Pero el Espíritu no sólo es el protagonista de ese día, sino que lo es en todas las páginas del libro de los Hechos de los Apóstoles. Hasta el punto de que algunos llaman a este libro “quinto evangelio y evangelio del Espíritu”. Por ser Espíritu, el Espíritu Santo es invisible. Sin embargo, se hace visible por sus acciones y se manifiesta a través de tres símbolos: el viento recio, el fuego y las lenguas.

 

El Espíritu Santo se manifiesta en forma de viento impetuoso. Leemos en los Hechos de los Apóstoles: “De repente vino del cielo un ruido, como de viento recio que llenó toda la casa donde se alojaban María y los Apóstoles”. El Espíritu Santo tiene la capacidad de dar un impulso fuerte y poderoso, es decir, un fuerte dinamismo. Nosotros hemos de acogerlo para no quedar parados e inmóviles, inactivos o sumidos en la pereza espiritual.

 

El Espíritu Santo es también fuego. Dios es amor y el Espíritu Santo es Espíritu de amor, un fuego de amor que trasforma todo aquello con lo que entra en contacto.

 

El Espíritu Santo se manifiesta, en tercer lugar, en lenguas: “Aparecieron lenguas como de fuego, repartidas y posadas sobre la cabeza de cada uno de ellos”. El Espíritu suelta las lenguas para hablar, da capacidad de hablar. Los discípulos adquieren la capacidad de expresarse de tal modo que todos comprenden lo que dicen: “Todos estaban espantados, porque cada uno oía a los apóstoles hablando en su propia lengua”. En ese “todos” san Lucas especifica que se trata de una variadísima e inmensa multitud de gente que había venido a Jerusalén desde todos los rincones del Imperio Romano para celebrar la fiesta de Pentecostés.

 

Queridos hermanos: nosotros tenemos que hablar de Jesucristo: de su persona, de su obra y de su doctrina. Pero necesitamos hacernos entender. Para lo uno y lo otro necesitamos al Espíritu Santo. No bastan nuestros métodos ni nuestros planes, aunque nos ayuden. Sin la fuerza del Espíritu Santo, los apóstoles seglares –y los obispos, los sacerdotes y los religiosos- no lograrán frutos espirituales, ni frutos de salvación y santidad para ellos y los demás).

 

3. Jesús en el evangelio pone de relieve que cuando venga el Espíritu Santo hará dos cosas: dará testimonio de él a través de los apóstoles y guiará a éstos a la verdad completa. “Vosotros daréis testimonio, porque habéis estado conmigo desde el principio”. El Espíritu Santo otorga a los apóstoles la capacidad de dar testimonio de Jesús, confiriéndoles una fuerza extraordinaria.

 

Esto se realiza de inmediato, porque el mismo día de Pentecostés Pedro –que no había tenido el valor de dar testimonio de Jesús ante unos sirvientes, más aún, le había negado por tres veces- ahora se llena de tal valor y audacia que proclama abiertamente y ante una gran muchedumbre, que Jesús es el Salvador del mundo y que ellos deben arrepentirse de haberle dado muerte.

 

Por otra parte, Jesús declara que el Espíritu Santo es Espíritu de la verdad y llevará a los discípulos a la verdad completa. Jesús había hablado en todos los tonos y modos a los apóstoles durante los tres años de vida pública. Les había explicado las parábolas, había recurrido a un lenguaje sumamente cercano a ellos, había usado dichos y refranes para hacerse entender. Pero ellos apenas habían entendido nada y, además, se habían quedado en la superficie y sin penetrar en su ser íntimo. Con la venida del Espíritu Santo cambia todo. Él les hace penetrar en el mensaje y en la obra de Jesús, se lo hace comprender y les hace penetrar en el espíritu de los hombres a los cuales se dirigen.

 

4. Queridos hermanos: nosotros también necesitamos que el Espíritu Santo nos haga superar nuestros miedos y nuestras cobardías y, a la vez, nos haga comprender los nuevos horizontes que él mismo está abriendo a la Iglesia para que pueda realizar ahora su misión evangelizadora.

 

Nosotros, en efecto, nos parecemos mucho al Pedro cobarde de la noche triste de las negaciones. Nos da miedo y vergüenza proclamar que somos cristianos, y nos falta  ardor y convencimiento para defender el sacrosanto derecho de la libertad religiosa y otros grandes derechos de la persona humana: la vida del no nacido y del anciano, la libertad para educar a los hijos según las convicciones de los padres, el trabajo, la vivienda digna, el salario justo.

 

Incluso nos falta este convencimiento para educar cristianamente a los propios  hijos, enseñándoles rezar, a dar limosna a los necesitados, a respetar a los ancianos, a ser sacrificados y generosos, a ser limpios de alma y cuerpo, a corregirlos cuando sea necesario. El apostolado familiar es el primer apostolado de los seglares, de tal manera que si nos dedicamos a otras cosas y descuidamos o dejamos abandonada la propia familia, hay un desorden y nos estaremos autoengañando.

 

Todos sabemos que esto no lo hacemos por malicia. Tampoco Pedro negó a Jesús por malicia. Fue por miedo y por cobardía. Y, cuando recibió el Espíritu Santo, perdió el miedo, superó la cobardía y comenzó a predicar la Buen Noticia de Jesucristo Salvador. Así nos sucederá a nosotros si dejamos actuar al Espíritu Santo que hemos recibido en el Bautismo y en la Confirmación. Por eso, hay que pedir al Espíritu que nos enseñe a tratarle en la oración y nos haga dóciles a sus inspiraciones y a sus mociones.

 

Necesitamos también que el Espíritu Santo nos descubra los nuevos caminos que hemos de recorrer en la nueva evangelización. Hemos de ser conscientes que necesitamos ser más creativos y más audaces para emprender nuevos caminos. Si la sociedad ha dado un vuelco en su sensibilidad, en sus planes y en sus reacciones, y en los problemas que tiene planteados, no podemos seguir aplicando los mismos esquemas que empleábamos antes, aunque esos esquemas y modos de hacer fueran válidos y eficaces en aquel momento. El Papa Francisco no se cansa de repetirnos que necesitamos “una conversión pastoral”, una Iglesia más misionera, una Iglesia de puertas y ventanas abiertas a la novedad del Espíritu.

 

Pidamos a la Santísima Virgen que interceda por nosotros ante su Hijo para que nos envíe de nuevo el Espíritu que él nos ganó en la Cruz. Y para que nos decidamos a ser cristianos de verdad y apóstoles comprometidos.

La parroquia de San José Obrero cumple 50 años

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san jose obrero

Conocemos el medio siglo de historia de la parroquia.

 

El próximo 27 de mayo se celebrará el 50 aniversario del “decreto de erección de nueva parroquia en la barriada Martínez Zatorre, que se desmiembra de la de San Cosme y San Damián”, tal como figura en el Boletín del Arzobispado de 1965. El decreto señala la razón por la que se erige una nueva parroquia: “En los diez últimos años se han edificado unas barriadas alejadas del templo parroquial y se hace muy difícil el conveniente cuidado pastoral de muchos fieles”.

Años de trabajo y entrega

Es una comunidad que comienza a caminar teniendo como titular a San José Obrero y como patrona a Santa María La Mayor. “El río y el ferrocarril abrazan todo el territorio de la parroquia de San José hasta juntarse en el puente del Capiscol”. Así señala el decreto la demarcación de la parroquia. Surge, por tanto, una comunidad cristiana joven, de procedencia sencilla –obreros en su mayoría–, con gran vinculación al Círculo Católico. Camina pastoreada por el sacerdote Alejandro Mínguez. En sus orígenes fue una comunidad que celebra “de prestado” en la capilla del colegio La Milagrosa, regentado por las Hijas de la Caridad hasta que, pasados cerca de 20 años, se traslade a la sede definitiva, lo que fue durante seis años capilla del Seminario de Misiones Extranjeras y luego capilla del Colegio de los padres Jesuitas.

 

Dos fueron las grandes preocupaciones de los sacerdotes durante estos cincuenta años de historia: formar comunidad y hacer todo tipo de gestiones para conseguir el templo parroquial e ir adecentando las instalaciones. Don Roque y su equipo de vicarios trabajaron por conseguir el templo actual; don Rafael y su equipo, para dotar a la parroquia de viviendas para los sacerdotes y, a los que están ahora, don Carlos y don Emiliano, les ha tocado desgastarse por adaptar el edificio para las labores pastorales propias de la parroquia, además de la capilla de adoración perpetua y el albergue de peregrinos Emaús.

 

La parroquia de San José Obrero es una comunidad cristiana comprendida en un amplio territorio, encajado por los límites naturales del río Arlanzón y por las vías del ferrocarril y con una notable presencia de distintas familias religiosas: Franciscanos y Jesuitas; Carmelitas Descalzas, Trinitarias Clarisas; y otras cinco comunidades de religiosas de vida activa, dedicadas a la educación: religiosas de María Inmaculada, religiosas de Jesús María, las del Santísimo Sacramento, las Damas de la Asunción y Carmelitas Teresas de San José.

Medio siglo para dar gracias

En ambiente sencillo, familiar y gozoso, desde la parroquia «bendicen al Señor por estos 50 años al servicio de la evangelización». 50 años  en los que han «echando redes, remando mar adentro y navegando con la fuerza del Espíritu». Ahora, sus fieles celebran este aniversario «conscientes de que estamos haciendo un memorial de tantas personas y tantos sacerdotes que han entregado su vida y que gracias a ellos, hoy nosotros lo podemos celebrar. No olvidamos nuestras raíces. No podemos olvidar de dónde venimos para saber quiénes somos. Pertenecemos a esta historia de salvación que el Señor realiza en la pequeñez de nuestra Parroquia de San José Obrero». Es, en definitiva, una celebración que, según sus propias palabras, consiste «simplemente en reconocer y proclamar que el Señor ha estado grande con nosotros y esa es la causa de nuestro júblio”.

“Sólo Dios basta”

por administrador,

 

2015 05 24 mensaje arzobispo de Burgos pdf

 

El próximo domingo, 31 de mayo, celebramos la solemnidad de la Santísima Trinidad y la Jornada de la Vida religiosa contemplativa. Este año, al coincidir con la celebración del quinto centenario de la gran contemplativa castellana, Teresa de Jesús, lleva por lema el conocido verso de la santa de Ávila: “Sólo Dios basta”.

En un mundo tan marcado por la técnica y el progreso, tan hambriento de disfrutar de nuevas experiencias, tan proclive a despreciar lo que no sea producción material y física, quizás alguno se sienta impulsado a darle la vuelta al verso de santa Teresa, poniéndole en interrogante: “¿Sólo Dios basta?” De hecho, yo mismo he escuchado en más de una ocasión algo parecido a esto: ¿Qué hacen estas chicas jóvenes en un convento de monjas? ¿No estarían mejor cuidando pobres y enfermos, en lugar de perder el tiempo en rezos?

Quienes vivimos en la diócesis de Burgos sabemos bien que “esas monjas” no pierden el tiempo y que están muy bien donde están. Nuestra diócesis, en efecto, es muy rica en conventos de clausura y en monasterios. Los tenemos de hombres y de mujeres y están esparcidos por todos los puntos cardinales de nuestra geografía: Medina de Pomar, Aranda, Lerma, Belorado, Castrojeriz… En la ciudad y alrededores hay monjas Carmelitas, Agustinas, Franciscanas, Bernardas, Trinitarias, Clarisas, etc. Tenemos la suerte de contar con monasterios como la Cartuja, Silos y San Pedro de Cardeña.

Estoy seguro de que a ningún burgalés se le ocurre pensar que estos hombres y mujeres “pierden el tiempo con sus rezos”. ¡Cuántas veces las personas de las poblaciones donde están enclavados esos conventos y monasterios se han acercado a los tornos y locutorios a pedir la ayuda de sus oraciones para solventar un problema familiar, para encontrar consuelo, para buscar un remanso de paz, para hablar con alguien que le escuche con amor!

Decía san Juan Pablo II que Europa necesitaba dos pulmones para sobrevivir: Oriente y Occidente, la vida activa y la vida contemplativa, el trabajo y la oración. Posiblemente no iríamos descaminados si decimos que esos dos pulmones los necesitamos todas las comunidades humanas y todas las personas. Las comunidades de vida contemplativa son uno de esos pulmones. No tanto porque los demás cristianos no tengamos que rezar y ser contemplativos en medio del mundo, sino porque ellas hacen de despertadores para que no lo olvidemos.

La tentación que nos ronda a los cristianos que vivimos en medio de la calle, es vivir sin más horizonte que el trabajo, el placer y el poseer. ¡Con qué facilidad nos olvidamos de Dios y de volver a él nuestra vida y actividad! Necesitamos que los monjes y las monjas de vida contemplativa nos recuerden con su vida, lo que enseñaba y sabía por experiencia santa Teresa de Jesús: “Sólo Dios basta”.

Sería interesante que, al celebrar la Jornada de la Vida religiosa contemplativa, hiciéramos la experiencia de acercarnos a alguno de los muchos monasterios y conventos de la diócesis para conocer a los monjes y monjas que viven allí, para participar en sus celebraciones litúrgicas y para pedirles la ayuda inapreciable de sus oraciones. Esto vale muy especialmente para quienes sienten que en su alma hay un “no sé qué” que les atrae hacia la vida de esos conventos y monasterios o, sencillamente, que en lo más íntimo de su ser hay una especie de vacío que nada ni nadie es capaz de llenar. Quizás encuentren allí la respuesta que buscan. Sea como fuere, la Jornada de la Vida religiosa contemplativa es una oportunidad de oro para recordar estas palabras del Vaticano II: los religiosos y religiosas de vida contemplativa “ofrecen a la comunidad eclesial un singular testimonio de amor de la Iglesia por su Señor y contribuyen, con una misteriosa fecundidad apostólica, al crecimiento del Pueblo de Dios”.

Profetas de la Palabra, cada vez más cerca del sacerdocio

por administrador,

 

lectorado burgos

Los seminaristas, con el arzobispo, tras la celebración.

 

«Vuestra misión será la de proclamar la Palabra de Dios en las celebraciones litúrgicas y de este modo hacer que el Pueblo de Dios pueda enriquecerse de los bienes del mensaje de Cristo». Con estas palabras el arzobispo de Burgos, Francisco Gil Hellín, definía las funciones que, a partir de hoy, Jesús Varga, Norberto Penagos y Donaldo Iván Medal deberán desempeñar como ministros de la Palabra de Dios. En efecto, esta misma mañana, estos tres seminaristas han recibido de manos del pastor de la diócesis el ministerio del lectorado, mediante el cual van a prestar «valiosa ayuda a la misión confiada a la Iglesia de anunciar la Palabra de Dios».

 

Aunque es un ministerio que puede recibir cualquier varón bautizado, se trata, sin embargo, de un pequeño paso más hacia el sacerdocio de tres jóvenes, que a partir de hoy deberán prestar más atención en preparar y leer con la dignidad merecida la Palabra de Dios en los ritos litúrgicos, especialmente la eucaristía. En su homilía, el arzobispo –quien cumplía además 13 años de su toma de posesión como pastor de la archidiócesis– les ha definido a este respecto como «profetas», ya que con este ministerio «anuncian de forma radical el mensaje de Cristo a todos los hermanos», «sin excluir a nadie», «instruyendo a todos con sus mismas palabras».

Un ministerio al servicio de la Palabra

El del lectorado es un ministerio instituido en 1972 por el papa Pablo VI para reformar las antiguas prácticas de la tonsura, las llamadas «órdenes menores» y el subdiaconado como pasos a seguir para acceder al sacerdocio. Con su reforma, el papa Montini, instituyó los ministerios de lector y acólito como válidos para todos los varones bautizados y no exclusivos de quienes se preparan para el sacerdocio.

 

Entre las funciones del lector destacan la de proclamar las lecturas de la Sagrada Escritura, pero no el evangelio, en la misa y en las demás celebraciones sagradas; recitar el Salmo interleccional en ausencia del salmista y proclamar las intenciones de la oración de los fieles cuando no haya a diácono. También se le encomienda dirigir el canto y la participación del pueblo fiel; instruir a los fieles para recibir dignamente los sacramentos y encargarse de la preparación de otros fieles a quienes se encomiende temporalmente la lectura de la Sagrada Escritura en los actos litúrgicos. Para realizar mejor y más perfectamente estas funciones, se le exhorta a meditar con asiduidad la Sagrada Escritura.

Rito de colación del ministerio del lectorado

por administrador,

Queridos hermanos:

Estamos clausurando el Tiempo Pascual. Eso explica que las lecturas de esta Misa sean las de la Vigilia de Pentecostés y que hablen del Espíritu Santo. La primera lectura –tomada del profeta Joel- nos presenta la maravillosa promesa de derramar su Espíritu con una generosidad ilimitada. El evangelio nos ha recordado el anuncio realizado por Jesús del don del Espíritu Santo mucho antes de que tuviera lugar, pues lo hizo durante su vida pública, con ocasión de la fiesta de los Tabernáculos. Detengámonos un poco en cada una de estas lecturas.

 

Joel anuncia una profecía maravillosa: Dios derramará su Espíritu “sobre toda carne”, es decir, sin ninguna restricción de personas. El Espíritu se dará a los ancianos y a los jóvenes; incluso a los esclavos y esclavas. La generosidad de Dios no puede ser más grande, porque los esclavos y esclavas no eran considerados en la antigüedad seres humanos y carecían de todos los derechos, incluso de los más primarios y elementales. Dios no excluye a nadie a la hora de derramar su Espíritu.

 

Este Espíritu lo derrama Dios sobre todos los hombres con una finalidad bien concreta: hacer profetas a quienes lo reciban. Ser profeta significa ser hombres y mujeres inspirados por Dios, no necesariamente para anunciar cosas futuras, para hacer predicciones, sino sobre todo para guiar a las personas por los caminos de Dios y proporcionarles un fuerte impulso para que puedan progresar en el amor a Dios y al prójimo.

 

Estas palabras, queridos Jesús, Norberto y Donaldo deben llenaros de gozo y de ilusión. Ya habéis recibido el Espíritu Santo en el Bautismo y en la Confirmación; además, siempre que participáis en la Eucaristía –que es a diario o con mucha frecuencia- recibís su acción, sobre todo, por medio de la comunión sacramental. Si  Dios quiere, lo recibiréis también un día para perdonar los pecados y consagrar el Cuerpo de Cristo. Pero ya en el ministerio de lector lo recibís para comenzar a ser profeta, es decir, para guiar por los caminos de Dios a los hombres y mujeres con quienes os encontréis de ahora en adelante. El Espíritu Santo os ayudará a comprender las Escrituras, a ahondar en su hondo sentido de salvación, a descubrir en ellas la luz y el amor de Dios a los hombres, encarnarlos en vuestra propia vida y comunicárselo a los demás. Si hasta hoy la lectura y meditación de la Palabra de Dios han sido algo habitual en vuestra vida, desde hoy han de serlo de modo especial. Y no sólo para que saquéis vida y fuerza de ella, sino también para que la podáis descubrir a los demás. El Espíritu Santo os ayudará. Por eso, tened confianza en el mensaje de esa Palabra y tened la ilusión de comunicársela a los demás. Porque el Espíritu está de vuestra parte.

 

El evangelio proclamaba el cumplimiento de la profecía de Joel. Dice el texto: “El último día, el más solemne de la fiesta, Jesús se puso en pie y exclamó: Quien tenga sed que acuda a Mí. Así dice la Escritura: de sus entrañas manarán ríos de agua viva”. El evangelista hace esta precisión: “Se refería al Espíritu que habían de recibir los creyentes en él: todavía no se daba el Espíritu, porque Jesús no había sido aún glorificado”.

 

Jesús se presenta como quien puede saciar las aspiraciones más hondas del corazón humano. Eso es tener “sed”. Esas aspiraciones son mucho más que el dinero, el placer y el poder. Las grandes aspiraciones del corazón humano son la justicia, la paz, la alegría, el amor, la unión con Dios, la entrega a los demás por amor de Dios. El que tenga esas aspiraciones, esos anhelos, que acuda a Jesús. Porque él dice que los puede saciar y colmar.

 

Ahora bien, el cumplimiento de esta promesa tenía una condición previa: antes Jesús debía ser glorificado. Lo resalta muy claramente el evangelista con estas palabras: “Todavía no se daba el Espíritu, porque Jesús no había sido aún glorificado”. Jesús será glorificado, cuando broten de sus entrañas ríos de agua viva. Es decir, cuando su costado sea traspasado y broten de él agua y sangre. Nosotros tendemos a pensar que Cristo es glorificado con la resurrección y ascensión. Pero en realidad, la glorificación de Cristo comenzó cuando comenzó su Pasión y, en particular, con el episodio del costado traspasado. La Pasión de Jesús y su sangre derramada nos han procurado el agua viva del Espíritu Santo. Del corazón traspasado de Jesús brotan ríos de agua viva. Gracias ellos, podemos recibir el Espíritu Santo y ser purificados de nuestros pecados y santificados. La Pasión está, por tanto, íntimamente relacionada con Pentecostés y Pentecostés íntimamente vinculado con la Pasión todo depende del amor del corazón de Jesús, que ha trasformado su Pasión en un don de amor inmenso y de amor divino.

 

Queridos hermanos. Esos ríos de agua que manan de la Cruz de Cristo y llegan hasta nosotros por medio del Bautismo y de la Eucaristía son portadores de vida y de fecundidad. Este es el simbolismo fundamental del agua viva. Esa agua hay que canalizarla y difundirla en nuestro derredor para que el Espíritu Santo produzca conversiones, vocaciones y afanes de santidad. Son muchos los que la necesitan. Pensemos en los jóvenes; pensemos en tantos matrimonios quebrados o con serios problemas; pensemos en los hijos de tantos padres separados que sufren las consecuencias de esa separación y en los que no reciben una mínima educación cristiana.

 

Pidamos al Espíritu Santo que venga, que nos llene con el agua viva de su vida y de su amor, y que nos lance a un apostolado vibrante y esperanzado. Acudamos a la Santísima Virgen como acudieron los Apóstoles, para unirnos a Ella en la espera del Espíritu. Amén.