El papa Francisco llama a una gran renovación

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Cope – 6 octubre 2013

Los medios de comunicación de todo el mundo y de todas las tendencias se han hecho eco estos días de dos grandes entrevistas concedidas por el Papa Francisco a la revista La Civiltà Católica y al diario italiano La Republica. En ellas descubre las líneas clave de su Pontificado y el proyecto de reforma que tiene en la cabeza. Todos los católicos, más aún, todos los hombres de buena voluntad, sea cual sean sus creencias religiosas, harían bien si las leyeran, pues encontrarían luces de fondo para comprender al Papa que ahora preside en la caridad a la Iglesia católica y por dónde puede caminar ésta en el futuro inmediato.

El pensamiento del Papa va en la línea de una gran reforma interior de la Iglesia a todos los niveles, desde la Santa Sede hasta el más sencillo cristiano. No obstante, pienso que no entenderíamos al Papa si pensáramos que sus palabras van destinadas a quienes vivimos dentro de los muros de la Iglesia. La orientación «laica» del periódico La Republica y el carácter ateo de su director –que es quien le ha entrevistado–, son todo un símbolo y un ejemplo práctico de que el Papa quiere hablar con todo tipo de personas, sean cuales sean sus creencias e ideas. Pues «hay que conocerse, escucharse y hacer crecer el conocimiento del mundo que nos rodea». Es algo que viene repitiendo con hechos y palabras desde los primeros compases de su pontificado. ¿Quién no le ha oído decir que «es preciso salir a las periferias de la existencia» y que hay que «romper el círculo del propio grupo, de la propia parroquia, del propio movimiento» y abrirse a todos?

En este contexto no puede extrañar que en la entrevista del periódico diga con toda claridad: «Cuando me topo con un clerical, me vuelvo de repente anticlerical. El clericalismo no debería tener nada que ver con el cristianismo. San Pablo fue el primero que habló con los paganos, los gentiles, con los no creyentes de otras religiones, y fue el primero en enseñárnoslo».

Esta mirada universal supone poner en práctica lo que enseñó el Vaticano II, que decidió mirar al futuro con espíritu positivo y abrir las puertas al ecumenismo y al diálogo con los no creyentes. El Papa no duda en reconocer que «después del Concilio se hizo poco en esa dirección». Pero no quiere conformarse: «Yo tengo la humildad y la ambición de querer hacerlo». Pienso que no podemos dejarle solo, sino acompañarle con alegría y decisión. ¿No nos dijo Jesús «id al mundo entero y anunciad la buena nueva» de la salvación a todos los hombres?

¿Qué Iglesia desea el Papa Francisco? Lo señala con toda claridad al diario: «La Iglesia es o debe volver a ser una comunidad del pueblo de Dios. Los presbíteros, los párrocos, los obispos están al servicio del pueblo de Dios». También la que llamamos «Santa Sede», que –son sus palabras– «tiene una función importante, pero está al servicio de la Iglesia».

Todo esto será un sueño y una quimera si olvidamos lo que el Papa Francisco ha repetido con más insistencia: si no somos profundamente creyentes, si no nos encontramos personalmente con Jesucristo, de modo que Él sea el motor de nuestra vida, de nuestras obras y de nuestras palabras. El pasado 27 de octubre se lo decía a los participantes en el Congreso Internacional de Catequistas en Roma: «No se trata de ‘dar’ catequesis sino de ‘ser’ catequista». Y «ser catequista» –añadía– es «ser testigo de la fe». Tarea que implica «tener familiaridad con Jesús», «permanecer unidos a Él, estar en su presencia, dejarnos mirar por Él».

A nadie se le oculta que todo esto lleva consigo una profunda revisión personal y pastoral, un cambio de mentalidad y de actitud, una conversión del corazón y de la vida. ¡Fascinante programa para un futuro esperanzador!

Fiesta de la fe

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Polideportivo Maristas – 5 octubre 2013

1. Acabamos de escuchar unas lecturas que son muy adecuadas para concluir este día luminoso en el que estamos celebrando una fiesta de la fe, con una referencia muy particular a la familia cristiana. Todos somos parte, de una u otra forma, de una familia, que nos ha dado la vida, nos ha hecho cristianos y nos sigue acompañando en nuestra andadura humana y de fe.

En la primera lectura, el profeta Habacub se queja a Dios, porque no hace caso de la situación en que se encontraba su pueblo. Israel, en efecto, estaba sometido al dominio militar de Babilonia. Aunque era una situación injusta, pasaba el tiempo y Dios no actuaba. El profeta protesta, pero Dios le responde, diciéndole que confíe en él. Porque «el justo vivirá por la fe», mientras que «el incrédulo no tendrá un alma recta».

El mensaje de esta lectura es muy actual para nosotros. Porque la familia y el matrimonio a veces pasan por situaciones difíciles y que parecen injustas: situación económica apurada, paro, fracasos, dificultad para educar a los hijos, problemas especiales de convivencia de la pareja, etc. La fe nos dice que Dios es nuestro Padre y no nos dejará de la mano, como no dejó a su pueblo; y terminará resolviendo las cosas.

No quiere decir que la fe acabe con los problemas. Lo que quiere decir es que la fe nos dará fuerza para sobrellevarlos, y nos dará luz para entender que los planes de Dios pueden seguir unos caminos distintos a los nuestros. Puede sucedernos lo que le pasó a Enmanuel Josehh Bishop. Es un chico norteamericano que tiene ahora 16 años. Cuando su madre fue al ginecólogo, éste le dijo que lo eliminara, porque tenía rasgos del síndrome Down. Su madre reaccionó con fe y siguió adelante. Hoy ese hijo, a sus 16 años, habla cuatro idiomas -entre ellos el castellano-, toca el violín, da conferencias y ha protagonizado conciertos con varias orquestas sinfónicas. Por si fuera poco, es un católico muy devoto y él lo dice con orgullo.

¿Veis? Su madre reaccionó con fe ante una aparente injusticia de Dios con ella. Pero se fió de Dios y Dios no la defraudó.

2. Casos como éste y otros que pueden ser no tan graves, nos llevan de la mano al evangelio que hemos escuchado. Allí hemos encontrado a los apóstoles haciendo al Señor esta petición: «Señor, auméntanos la fe». ¿Por qué los apóstoles hacen esta petición? Porque se han dado cuenta, mientras habían acompañado a Jesús, que se fiaban todavía poco de él, que no acababan de entenderle, que les costaba mucho aceptar lo que enseñaba. No obstante, se dan cuenta de que esa situación tiene que cambiar. Pero se ven impotentes e incapaces para hacerlo. Supera sus fuerzas.

¿Qué hacer? No dejan a Jesús, no lo echan todo por la borda. Al contrario, reaccionan con humildad y sentido común, y le dicen a Jesús: «Auméntanos la fe». Y, efectivamente, Jesús les aumentó la fe mientras estuvo con ellos y, sobre todo, cuando les envió el Espíritu Santo después de su Ascensión al Cielo. El aumento de fe fue tan espectacular, que se lanzaron a predicar el evangelio por el mundo entero y confesaron a Cristo con su martirio.

Reaccionemos como ellos. No tengamos miedo en reconocer que tenemos poca fe, que dudamos, que nos tambaleamos, que, a veces, se nos viene el mundo encima. Acudamos al Señor a decirle: «¡Señor, tengo poca fe, no acabo de fiarme plenamente de Ti, sé que tengo que abandonarme en tus manos, pero soy incapaz. Ayúdame, auméntame la fe!». Y él nos la irá aumentando, y poco a poco iremos fiándonos más de él, hasta llegar a un total abandono. No dejemos de rezar, de pedir la fe, de pedir a Jesús que nos ayude y que nos aumente la fe.

3. Todos, pero sobre todo los padres, necesitamos hoy esta fe gigante. Porque nos encontramos en un momento en el que lo fácil es desertar y abandonar. El ambiente que respiramos es que lo que cuenta y vale es el dinero, el poder, el pasarlo bien a toda costa y a cualquier precio, el divertirse, incluso degradándose, el ir a los propios intereses sin hacer caso a los problemas de los demás. Y, por supuesto, no ir a misa los domingos o ir de pascuas a ramos, no rezar en familia, etc. En este ambiente suena con especial fuerza lo que hemos escuchado en la segunda lectura. San Pablo se encuentra prisionero en la cárcel y sabe que su muerte está cercana. En esa situación escribe a su discípulo más querido, Timoteo, para dejarle su testamento espiritual. Y lo que Pablo le dice en ese momento tan solemne de su vida es que sea fiel, que siga conservando la fe que ha recibido, que conserve el depósito de verdades que él mismo le ha entregado. Porque «eso», además de vivirlo personalmente, se lo tiene que trasmitir a los demás. Timoteo, efectivamente, a la muerte de san Pablo siguió conservando su fe y predicándola a los demás.

Queridos padres: vosotros sois los testigos y los predicadores de la fe a vuestros hijos. Sois sus primeros y principales catequistas. La parroquia y el colegio os ayudarán. Pero nadie os puede suplir. No penséis que no sabéis o que no podéis. Sabéis y podéis hacer lo más importante: darles el ejemplo de vuestra fe, rezar ante vuestros hijos, vivir el amor al prójimo ante ellos, acompañarles en sus problemas y dificultades con vuestro amor, con vuestra comprensión y con vuestro consejo.

Quisiera añadir algo que el Papa dijo ayer en Asís, refiriéndose a los padres y animándoles a leer y meditar la Palabra de Dios. «Papá y mamá son los primeros educadores. ¿Cómo pueden educar si su conciencia no es iluminada por la Palabra de Dios? Si su modo de pensar y actuar no está guiado por la Palabra de Dios, ¿cómo pueden educar a sus hijos? … Papá y mamá se lamentan: ‘Este hijo…’ Pero tú, ¿qué testimonio le has dado?

¿Cómo le has hablado? ¿Has hablado de la Palabra de Dios o de lo que dice el telediario?» Y concluía: «Papá y mamá deben hablar de la Palabra de Dios». Por eso, os invito a que en todas vuestras casas haya un Nuevo Testamento y que lo leáis y meditéis todos los días.

No hay herencia que se pueda comparar con la herencia de trasmitir la fe a los hijos. Ninguna otra cosa les ayudará tanto ante los problemas que la vida traerá consigo. Ninguna otra formación les servirá para resolver los grandes interrogantes que, más pronto o más tarde, todos nos hacemos: de dónde vengo, a dónde voy, qué sentido tiene mi vida, por qué tengo que sufrir y morir.

Terminemos, hermanos, dando gracias a Jesús que nos acompaña en nuestro camino y pidiéndole con humildad: auméntanos la fe para fiarnos plenamente de ti y para trasmitir a nuestros hijos la fe que tú nos has dado a través del ejemplo y de la palabra de nuestros mayores, especialmente de nuestros padres.

El dinero es el dios del actual sistema económico

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Cope – 29 septiembre 2013

El pasado domingo, el Papa visitó la isla de Cerdeña. Si a la de Lampedusa había ido para denunciar la tragedia que sufren muchos emigrantes y refugiados, ahora lo ha hecho para denunciar la falta de trabajo a que se ven sometidos, sobre todo, los jóvenes. Como ocurre siempre, el Papa llevaba una homilía escrita para pronunciarla en la Misa. Pero al ver las lágrimas de la gente y el espectáculo de tantos hombres y mujeres acuciados por la falta de trabajo, entregó los papeles al obispo de la diócesis e improvisó unas palabras que le salían de lo más hondo de su corazón. Fueron palabras contundentes. Más aún, proféticas. Porque denunció con enorme claridad y fuerza que el sistema económico actual ha quitado del centro al hombre y la mujer –criaturas de Dios– y ha colocado un ídolo: el dinero. «Este sistema sin ética ha colocado en el centro un ídolo y este mundo se ha vuelto idólatra del dinero».

Cuando Dios creó el mundo, quiso que el hombre y la mujer ocupasen el centro de todo lo creado y que hiciesen progresar la creación mediante su trabajo. Sin embargo, el actual sistema económico ha destrozado el plan de Dios y ha implantado un plan donde países y generaciones enteras se ven condenados a no poder trabajar. «Éste no es sólo un problema de Cerdeña, de Italia, de Europa. Es la consecuencia de un sistema económico que conduce a esta tragedia. En este mundo, mandan las ganancias, manda el dinero, manda el ‘dios-dinero’».

El Papa ha ido más lejos. «Para defender este ídolo, todos se arremolinan en el centro y caen los extremos. Caen los ancianos, con la eutanasia oculta, caen los jóvenes, que no encuentran trabajo». A los primeros, se les deja sin protección; a los segundos, se les roba el futuro y la esperanza.

Frente a esta situación, no vale cruzarse de brazos. Es preciso reaccionar, porque un mundo así «no tiene futuro», «no tiene dignidad». ¿Qué son un hombre y una mujer sin trabajo y sin esperanza? Por eso, el Papa ha añadido: «Queremos un sistema justo. No queremos este sistema globalizado que nos hace tanto daño. Hay que volver a colocar en el centro al hombre y a la mujer, no al dinero».

Para lograrlo, el Papa ha hechos tres propuestas. En primer lugar, rebelarse contra este sistema injusto, inhumano: «luchemos para que en el centro no esté un ídolo sino la familia humana». Pero «seamos astutos. El Señor nos advierte que los ídolos son más astutos que nosotros. Llamemos las cosas por su nombre». En segundo término, coraje, no rendirse, tener esperanza. «Es fácil decir no perdáis la esperanza», ha reconocido el Papa. Pero ha añadido: «no os dejéis robar la esperanza. La esperanza es como las brasas bajo las cenizas. Ayudémonos con la solidaridad, soplando para que venga la esperanza». Finalmente es necesario rezar con más intensidad pidiendo trabajo. El Papa ha animado a rezar así: «Trabajo, trabajo, trabajo». Bonita oración. Es una versión actual del «pan nuestro de cada día», que ahora tantos y tanto necesitamos. Porque «trabajo quiere decir llevar el pan a casa, amar, dignidad».

El Papa había recordado un hecho entrañable e íntimo. Él es hijo de un emigrante italiano, que marchó a Argentina «para hacer las Américas y surgió la terrible crisis y lo perdió todo. Yo oí en mi casa hablar de este sufrimiento, que conozco bien». Al final improvisó esta hermosa y sentida oración: «Señor, a ti no te faltó el trabajo de carpintero. Fuiste feliz. Señor, a nosotros nos falta trabajo. Los ídolos quieren robarnos la dignidad. Este sistema injusto quiere robarnos la esperanza. Señor, no nos dejes solos». Bonita oración para que la repitamos todos, tengamos o no tengamos trabajo. Es un buen comienzo para el nuevo curso que acabamos de iniciar.

Inauguración y bendición del Centro de Día para personas sin hogar en la sede de Cáritas con motivo del 50 aniversario de su creación en Burgos

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23 septiembre 2013

En esta celebración de Aniversario de Cáritas queremos agradecer a Dios todos los dones recibidos en la Iglesia diocesana durante estos 50 años.

Fue un 26 de septiembre de 1963 cuando se constituyó canónicamente Cáritas Diocesana, y aunque llevaba más de 20 años trabajando como secretariado de Caridad, fue en ese día cuando tuvo su comienzo oficial.

El ejercicio de la caridad en la Iglesia diocesana es una tarea esencial, como lo es el servicio de la Palabra y el de los Sacramentos. Corresponde, por tanto, al obispo y a sus colaboradores más directos e inmediatos, los sacerdotes. Pero corresponde también a todos y a cada uno de los bautizados, que han de ejercerlo con total responsabilidad y libertad en todos y en cada uno de los ámbitos en que hay personas que nos necesitan. El modo de ejercerlo es múltiple: aportaciones económicas, tiempo, prestación de servicios de diversa índole, etc. El obispo no les da esa encomienda, pues es una exigencia de su Bautismo. Pero el obispo les impulsa a ejercerla cada día con más generosidad. Ahora bien, para asegurarse que la Caridad se ejerce de hecho en la porción de pueblo de Dios que tiene encomendado –en su diócesis–, el obispo puede instituir organismos que realicen el servicio de la caridad a nivel digamos «oficial», sin que ello comporte anular o disminuir la responsabilidad y libertad que asiste a todos los miembros de ese pueblo para hacer de buen samaritano allí donde surge una necesidad. En esta diócesis ha sido Cáritas el órgano oficial para impulsar el ejercicio de la Caridad. Por eso, hoy es para nosotros como Iglesia diocesana un día de agradecimiento y de renovado esfuerzo. Cáritas es hoy, de alguna forma, toda la Iglesia diocesana que cumple 50 años al servicio de los pobres con el estilo de Jesús.

Por ello, queremos agradecer la colaboración de todas las personas voluntarias, el apoyo de socios y donantes, el respaldo de las diversas administraciones, la dedicación de cuántos trabajan en este casa con tanto esmero, y el apoyo de toda la comunidad cristiana.

Deseamos que Cáritas siga cumpliendo muchos años de servicio a los más necesitados desde la misma entraña de la Iglesia que es la Eucaristía. Como nos ha recordado el Papa Francisco –ya en varias ocasiones– Cáritas es un órgano de la Iglesia, no una ONG de servicios asistenciales. El ejercicio de la caridad cristiana no puede reducirse a prestación de servicios, sino que implica un plus, tanto en el modo de ser realizada como en la vivencia personal de cuantas personas están implicadas. El Señor, desde el sacrificio de la Cruz, actualizado sacramentalmente en la Eucaristía nos enseñe a dar la vida por todos nuestros hermanos, especialmente por los más pobres y necesitados.

Muchas gracias a todos y mucho ánimo en vuestro trabajo. Que Dios os bendiga.

Católicos y política

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Cope – 22 septiembre 2013

El Papa Francisco predica todas las mañanas en la misa que celebra en Santa Marta. Los asistentes son muy variados, aunque prevalecen –de momento– los que trabajan en el Vaticano. En su homilía suele comentar el evangelio del día. Por este motivo, los temas son muy variados. El pasado lunes comentó el pasaje relativo a la curación del criado del Centurión. Eso le dio pie para hablar de los políticos y de la política. Porque el Centurión –como indica su mismo nombre– era un militar romano destacado en Cafarnaún, donde mandaba un grupo de soldados. No era judío de raza ni de religión, pero tenía muy buen corazón y ejercía su autoridad sin despotismo. De hecho, cuando viene a pedir a Jesús la curación de su criado, que está muriéndose, los judíos interceden, diciendo que se lo merece porque les ha tratado muy bien.

Apoyado en estos datos, el Papa afrontó esta cuestión: ¿puede o no puede un católico participar activamente en la vida pública, incluso asumiendo cargos políticos? La respuesta fue muy esclarecedora y actual. «Tantas veces hemos oído: ‘un buen católico no debe inmiscuirse en la política’. Esto no es verdad, ese no es un buen camino». Es decir, un católico puede, más aún, debe participar activamente en política. ¿Razón? La política no es un asunto neutro, sino una palestra en la que se libran las grandes batallas de la convivencia y de los derechos de las personas, el diseño de una sociedad y el de la comunidad internacional. Ausentarse de ese campo y dejarlo libre es dejar en manos de otros que, quizás, no están dispuestos a respetar las exigencias del bien común o tienen una idea errónea del hombre, de la familia y de la sociedad.

Dedicarse profesionalmente a la política es, pues, una cosa estupenda. No en vano el Vaticano II dice que la política es «un arte muy difícil y muy noble» (Const. Sobre la Iglesia en el mundo actual, 75).

Ahora bien, hay que hacerlo como señala el Papa en la homilía a que me he referido. Quien gobierna «debe amar a su pueblo», porque «un gobernante que no ama, no puede gobernar; al máximo podrá disciplinar, poner un poco de orden, pero no gobernar». Y, junto al amor, la humildad. «¡No se puede gobernar sin amor al pueblo y sin humildad!», ha añadido. Estas dos virtudes tienen tanta importancia que el Papa ha dicho que «cada hombre y cada mujer que toman posesión de un servicio al público, debe hacerse estas dos preguntas: ¿Amo yo a mi pueblo, para servirle mejor?

¿Soy humilde y escucho a los otros los diferentes puntos de vista para elegir el mejor camino?»

El Papa no peca de ingenuidad y sabe lo que se cuenta en los corrillos, en la televisión, en la radio y en los demás medios de comunicación sobre los políticos. «Hay –señala– una costumbre que consiste en hablar mal de los gobernantes y chismorrear acerca de las cosas ‘que no van bien’: si escuchas la televisión, insisten, insisten; si lees el periódico…siempre lo mal ¡siempre en contra!».

Hay una cuestión muy espinosa –el mal gobierno–, que el Papa no rehúye afrontar. Se me puede decir: «Es una mala persona, debe irse al infierno». Responde el Papa: «Reza por ella, para que pueda gobernar bien, ¡para que ame a su pueblo, para que sirva a su pueblo, para que sea humilde!». Y añade: «Un cristiano que no ora por sus gobernantes no es un buen cristiano». Y sigue insistiendo, poniéndose en los casos más extremos: «¿Cómo rezar por éste?». «¡Reza para que se convierta!», sentencia el Papa Francisco.

Si gobernantes y gobernados hiciéramos caso a estas sencillas y sensatas propuestas, resultaría una sociedad política muy distinta. Para bien.