Inauguración de curso en la Universidad Civil
Catedral – 20 septiembre 2013
1. Se inaugura hoy un nuevo curso académico y agradezco celebrar esta Eucaristía de inicio de curso. Me siento, además, muy complacido. También yo he sido profesor de universidad y ahora me toca ser el Gran Canciller de la Facultad de Teología del Norte de España, en sus sedes de Burgos y Vitoria. Por esto, me gustaría reflexionar con vosotros sobre lo que implica ser trabajador universitario y ser maestro en la universidad.
2. En primer lugar, ser trabajador universitario. El trabajo es una parcela importantísima de la vida de todo hombre y, más en concreto, de vuestra presencia como personas y como cristianos en la sociedad y en la Iglesia. El trabajo, todo trabajo, es expresión de la dignidad de la persona humana, medio eficaz de desarrollo y perfeccionamiento personal, instrumento eficaz de promoción y mejora social. Para un cristiano tiene el añadido de ser un modo de colaborar con Dios en la obra de la creación y cumplir el mando que dio a nuestros primeros padres: «Creced, multiplicaos y dominad la tierra». Más aún, es un medio de santificación y apostolado, porque el Hijo de Dios, al hacerse hombre, asumió ser trabajador, elevando el trabajo a la categoría de actividad divino-humana. Jesucristo, en efecto, trabajó manualmente la mayor parte de su vida –lo que llamamos vida oculta en Nazaret– y como predicador ambulante durante los tres años de ministerio público.
Todos los trabajos nobles son igualmente dignos y poseen la misma categoría. Porque la dignidad y categoría del trabajo depende de la persona que lo realiza, no del trabajo en sí. Así, no tiene menos categoría el trabajo que desarrolla una mujer en su casa que en la cátedra universitaria, ni el que hace un panadero y el director de una multinacional, ni el de un conductor de autobuses y el piloto de aviones a reacción.
Ahora bien, el trabajo tienen que cumplir unas exigencias para que sea digno del hombre que lo realiza. En primer lugar, ser verdadero trabajo; es decir, contabilizado en horas, en esfuerzo, acabado. Un trabajo diletante no es un trabajo digno, como tampoco lo es un trabajo chapucero. Por otra parte, hay que realizarlo con fines nobles y rectos, no por vanidad, orgullo o afán de poder. Son fines nobles, ganarse la vida, sacar adelante la familia, prestar un servicio a la sociedad, tener un noble afán de promocionarse.
3. He dicho antes que todos los trabajos tienen la misma categoría y dignidad. Ahora quiero añadir, que no todos tienen idéntica incidencia y trascendencia. No influye lo mismo socialmente el trabajo de un director de empresa de varios miles de empleados, que el de un niño de colegio; o el de un primer ministro de una potencia como el de su secretaria personal.
En este sentido, creo que no exagero si afirmo que el trabajo universitario: el de los profesores que enseñan y el de los alumnos que aprenden, es uno de los trabajos con más incidencia en la sociedad y en la Iglesia. Tanto en sentido positivo como en sentido negativo. En la Universidad, en efecto, se forman los cuadros dirigentes de la sociedad en todas sus ramas y estamentos; aquí se crean hábitos y competencias para la investigación y el progreso; aquí se echan las bases de una sociedad más igualitaria. Yo suelo decir que la mayor riqueza de los pobres es su talento, su esfuerzo y sus estudios.
Por eso, al comenzar el curso os animo a que lo hagáis con gran ilusión; diría más: con pasión. Con ilusión y pasión por enseñar y por aprender. Ved en vuestro trabajo, bien hecho y con horas de dedicación, un servicio callado pero eficacísimo a la sociedad. Invito de modo especial a los profesores a enseñar a vuestros alumnos todos vuestros conocimientos y técnicas de aprendizaje e investigación. Es un capital que colocáis en el banco más rentable, aunque tantas veces no tenga el reconocimiento social que merece.
4. En segundo lugar, ser maestro en la Universidad. A veces se dice que la universidad es exclusivamente para formar profesionales competentes y eficaces y para capacitar técnicamente a los alumnos. Esta concepción utilitarista de la Universidad, aunque está muy difundida, no responde a la verdad de lo que es esta institución. Vosotros mismos sabéis que cuando la sola utilidad y el pragmatismo inmediato se erigen en criterio principal o único, las consecuencias pueden ser dramáticas: desde los abusos de una ciencia absolutamente autónoma y sin límites, hasta el totalitarismo político.
La Universidad es la casa donde se busca la verdad propia del hombre, de la persona humana. Encarna, pues, un ideal que no debe desvirtuarse por ideologías cerradas al diálogo racional, ni por servilismos a una lógica que ve en el hombre un mero consumidor, un simple factor de mercado.
Vosotros, profesores, tenéis la noble tarea de trasmitir el verdadero ideal universitario a vuestros alumnos. Para llevarlo a cabo no es suficiente enseñarlo, sino que hay que vivirlo, encarnarlo. Los jóvenes necesitan no sólo docentes sino maestros; es decir, personas abiertas a la verdad total en las diferentes ramas del saber; personas convencidas, sobre todo, de la capacidad humana de avanzar en el camino de la verdad. Como sabéis mejor que yo, la juventud es el tiempo privilegiado para la búsqueda y encuentro de la verdad. También en estos momentos en los que impera la dictadura del relativismo. Porque la verdad de las grandes preguntas: qué es el hombre, de dónde viene y adónde se dirige, qué sentido tiene la actividad humana, qué hay más allá de la muerte, qué sentido tiene el dolor y la muerte inocente… siguen inquietando a los jóvenes de hoy, aunque, a veces, no lo formulen con claridad.
5. Os animo, por tanto, a ser cultivadores apasionados de la verdad, a no perder nunca sensibilidad ni ilusión por la verdad, a no olvidar que la enseñanza no es una mera trasmisión de contenidos sino una formación de jóvenes, que serán los hombres del inmediato futuro y del mañana. Pero debéis ser conscientes de que la verdad nos compromete, más aún, nos compromete totalmente en todas nuestras dimensiones humanas: inteligencia, amor, razón y fe. Y que en el ejercicio de la actividad docente en la Universidad es preciso cultivar el amor a los alumnos, porque no basta la mera racionalidad; y que la humildad es una virtud indispensable en el ejercicio intelectual y docente.
Todo esto nos invita a volver la mirada a Jesucristo, Verdad, Camino y Vida. Él camina con nosotros y junto a nosotros para llevarnos a la verdad total. Pongamos el nuevo curso en sus manos y en las de la Virgen, para que ellos nos ayuden a ser buenos colaboradores con el plan de Dios y así lograr un mayor progreso y desarrollo en la vida de las personas y de la sociedad.