Fiesta de la Exaltación de la Sta. Cruz

por administrador,

Catedral – 14 septiembre 2013

«Nosotros hemos de gloriarnos en la Cruz de nuestro Señor Jesucristo». Estas palabras –con las que comienza la liturgia de este día en que celebramos la Exaltación de la Santa Cruz– son no sólo una invitación sino un mandato. Porque no se nos dice: «podéis gloriaros en la Cruz», sino «gloriaos», que es un imperativo. La traducción más aproximada sería: «tenéis que gloriaros en la Cruz de Jesucristo».

Quien nos lo dice es san Pablo. Precisamente él había sido un encarnizado enemigo del Crucificado y de quienes le seguían como discípulos. Él, ferviente fariseo judío, veía no sólo inconcebible sino blasfemo decir que el Crucificado era el Mesías enviado por Dios y esperado durante siglos y siglos. Él soñaba con un Mesías glorioso, triunfador y dominador. ¿Cómo podía seguir al que había sido condenado a muerte, más aún, a la muerte más ignominiosa, pues la cruz estaba destinada a los esclavos y a los más perversos criminales?

Además, san Pablo manda gloriarnos en la Cruz de Jesucristo en una carta que escribió a la comunidad de Galacia, de mentalidad judía pero de cultura helénica. Precisamente, por ser de cultura griega, los gálatas consideraban que la Cruz era una locura, porque para esa cultura, la salvación del hombre y de la humanidad venía de la sabiduría, de la ciencia.

¿Por qué Pablo cambió tan radicalmente, hasta el punto de llegar a escribir que él no quería predicar más que a Cristo crucificado, que era escándalo para los judíos y necedad y locura para los griegos? ¿Por qué Pablo deja de combatir contra el Crucificado y se convierte en su mayor apóstol?

¿Por qué cambió el esquema del poder y gloria por el de la humillación?

Él mismo nos lo dice. Tras el encuentro con Jesucristo en el camino de Damasco, comprendió que nosotros hemos de gloriarnos en la Cruz de Nuestro Señor Jesucristo, porque «en ella está nuestra salvación, vida y resurrección; Él nos ha salvado y liberado».

Esta es la clave para entender, aceptar, vivir y comunicar a los demás la Cruz de Jesucristo. Ella es el árbol de la vida, el árbol del que pende no un malhechor sino Dios hecho hombre por nuestro amor. La Cruz es el árbol Nuevo que se ha levantado frente al árbol viejo del Paraíso, y en él Cristo le ha vencido: no enfrentándose a Dios y queriendo ser más que Dios, sino aceptando la voluntad de Dios y haciéndose humilde hasta el extremo. Frente a la desobediencia soberbia, la obediencia humilde.

Lo canta maravillosamente el prefacio que diremos enseguida: «Te damos gracias Señor, Padre Todopoderoso… porque has puesto la salvación del género humano en el árbol de la Cruz, para que donde tuvo origen la muerte, de allí resurgiera la vida, y el que venció en un árbol, fuera en un árbol vencido, por Cristo Señor Nuestro».

San Andrés de Creta lo dice con gran belleza y lirismo en el Oficio de lectura de hoy: «Sin la Cruz, Cristo no hubiese sido crucificado. Sin la Cruz, aquel que es nuestra vida no hubiese sido clavado en el leño. Si no hubiese sido clavado en el leño, las fuentes de la inmortalidad no hubiesen manado de su costado la sangre y el agua que purifican el mundo, no hubiese sido rasgado el documento en el que constaba nuestra deuda contraída por nuestros pecados, no hubiéramos sido declarados libres, no disfrutaríamos del árbol de la vida, y el paraíso continuaría cerrado. Sin la cruz, no habría sido derrotada la muerte, ni despojado el lugar de los muertos».

2. Dios es siempre imprevisible y desconcertante en sus planes. Pero en ninguno lo es tanto como en el medio elegido para demostrarnos el amor infinito que nos tiene. El Padre determinó en su designio de salvación –concebido en la eternidad y revelado en el tiempo– que el plan destruido por el hombre en el paraíso, sería restaurado por su Hijo, mediante su sacrificio en la Cruz. Eso llevaba consigo que el Hijo se hiciese hombre, se despojase de su gloria divina y pasase como un hombre cualquiera. Más aún, que fuera tomado por un malhechor y, siendo completamente inocente, cargase con las culpas de todos los hombres y mujeres de todos los tiempos. El Hijo obedeció totalmente al Padre y se hizo hombre, humillándose hasta la muerte y morir por amor en una Cruz.

Sin embargo, el plan de Dios no sólo tenía la secuencia de la muerte y de la cruz. Incluía también la secuencia de la resurrección y de la glorificación. Más aún, estaba pensado de tal modo que la humillación hasta el extremo concluiría en la exaltación también hasta el extremo. ¡Qué bien lo decía la segunda lectura!: Cristo se hizo obediente por nosotros hasta la muerte y muerte de Cruz. Por eso, Dios lo exaltó y levantó sobre todo nombre, de modo que al nombre de Jesús se doble toda rodilla en el cielo y en la tierra y toda lengua proclame: Jesucristo es Señor para gloria de Dios Padre». La locura de amor del Padre y del Hijo, como decía el Evangelio, llevó a Cristo a clavarse en la Cruz, para desde ella reinar sobre todos los hombres, más aún sobre toda la creación.

Se comprende bien que hoy, hermanos, celebremos no el fracaso sino el triunfo de la Cruz, no la humillación sino la exaltación. La Cruz se ha trocado de patíbulo en trono de gloria. Desde ella Jesucristo ha establecido un reino que ya no tendrá fin. Sí, regnavit a ligno Deus, Dios ha reinado desde la Cruz.

3. Queridos hermanos: la Cruz sigue siendo hoy lo mismo que en tiempo de san Pablo. Muchos hombres y mujeres la miran con desprecio y hasta con odio. Ellos tienen otros dioses: el dinero, el poder, el placer, la fama, el sobresalir sobre los demás, el culto y la exhibición del propio cuerpo. Los nuevos dioses son los futbolistas, los cantantes, las actrices, los directores de las multinacionales, las pasarelas de la moda.

Muchas cristianas y muchos cristianos también se han dejado deslumbrar por estos nuevos dioses y van detrás de ellos. Basta observar cómo visten, qué comen, qué lugares y espectáculos frecuentan, qué modelos de vida siguen.

Ante esta situación, el Papa Francisco se encaraba paternalmente con los jóvenes en Rio de Janeiro y les preguntaba si estaban dispuestos a ir contracorriente y seguir a Jesucristo, o dejarse arrastrar por las corrientes de la moda: en el pensamiento, en los proyectos de vida, en el modo de vivir la vida de cada día. Y les decía: ¿Queréis ser como Pilatos o como la Verónica y el Cireneo, como los que gritaban «crucifícale» o con el centurión que confesaba «Este hombre es hijo de Dios»?

4. Miremos la imagen del Santo Cristo de Burgos y escuchemos de su boca rota la misma pregunta: ¿quieres ver en Mí tu salvación? ¿quieres seguirme, yendo a contracorriente de lo que hoy se piensa y se hace a tu alrededor? ¿O quieres ir donde todos van, hacer lo que todos hacen, volverme la espalda y seguir tus egoísmos y tus placeres?

Estoy seguro de que todos nosotros vamos a responderle: Santo Cristo de Burgos: Tú eres nuestra salvación, tú eres nuestro Señor y nuestro Dios. NO te dejaremos, no. Más aún, te prometemos cambiar nuestros criterios egoístas y de placer por otros de humildad y entrega generosa. Te prometemos hacer de nuestro trabajo, de nuestra familia, de nuestros compromisos sociales un reflejo de tu Cruz salvadora. Queremos que ellos se rijan por el deseo ferviente de cumplir tu voluntad, no la nuestra ni la del mundo.

¡Virgen de los Dolores! –cuya fiesta celebraremos mañana–: enséñanos a estar al pie de la Cruz de tu Hijo para ser salvados y recoger las fuentes de salvación, para que así podamos nosotros salvar a nuestro mundo.

Rito de bendición de la abadesa de la Congregación Cisterciense

por administrador,

Monasterio de las Huelgas – 14 septiembre 2013

Nos hemos reunido en este marco incomparable del Monasterio de Las Huelgas para dar cumplimiento a la decisión tomada en el VII Capítulo General de la Congregación cisterciense de San Bernardo: la bendición de la Madre Angelines a quien habéis elegido como Abadesa de dicha Congregación. Es lógico que estéis felices, porque elegir Abadesa es elegir la madre de vuestra gran familia. Yo me uno gustoso a vuestra alegría.

El día y el marco elegido es muy adecuado: hoy celebramos la Fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz y, dentro de ella, lo que es su actualización: la Eucaristía, memorial glorioso de la muerte y resurrección de Cristo. Felicidades, por tanto, hermanas, y gracias a Dios por la elección de Madre Angelines.

Las lecturas que acabamos de proclamar explicitan maravillosamente el sentido de esta celebración. El evangelio de Lucas no ha podido ser más oportuno: El mayor entre vosotros se ha de hacer como el menor y el que gobierna como el que sirve… Yo estoy en medio de vosotros como quien sirve». La Abadesa es bendecida no para alcanzar relevancia social o un puesto destacado, en este caso dentro de la Congregación Cisterciense, sino para reafirmar un mayor compromiso de servicio hacia todas las hermanas.

Querida Madre Angelines, queridas abadesas: el Papa Francisco, dirigiéndose a las Superioras Generales reunidas en Roma, les decía al respecto en mayo pasado: «Un elemento que quisiera poner de relieve en el ejercicio de la autoridad es el servicio: no olvidemos nunca que el verdadero poder, en cualquier nivel, es el servicio, que tiene su vértice luminoso en la cruz». Vértice luminoso, dice. Exaltación de la Santa Cruz, diríamos en este día. No hay mayor plenitud de vida que una vida de entrega en el servicio: ser grano de trigo echado en el surco para que de la muerte nazca la vida y vida abundante. Y todo eso comporta cruz, pero no una cruz que aplasta sino que culmina en la glorificación.

Benedicto XVI, con gran sabiduría, ha recordado en más de una ocasión a la Iglesia que si para el hombre, a menudo, la autoridad es expresión de posesión, de dominio, de éxito, para Dios la autoridad es siempre sinónimo de servicio, de humildad, de amor; es decir: entrar en la lógica de Jesús que se abaja a lavar los pies a los apóstoles y que dice a sus discípulos: «Sabéis que los jefes de los pueblos los tiranizan… No será así entre vosotros…» Y el Papa Francisco añadía: «Pensemos en el daño que causan al pueblo de Dios los hombres y las mujeres de iglesia con afán de hacer carrera, trepadores, que usan al pueblo, a la Iglesia, a los hermanos y hermanas –aquellos a quienes deberían servir– como trampolín para los propios intereses y ambiciones personales. Estos hacen un daño grande a la Iglesia».

La segunda lectura explicita el modo de servir no sólo de los que ejercen la autoridad sino de todos los que formamos la gran familia de los hijos de Dios: «Como pueblo elegido de Dios, pueblo sacro y amado, sea vuestro uniforme: la misericordia entrañable, la bondad, la humildad, la dulzura, la comprensión. Sobrellevaos mutuamente y perdonaos, cuando alguno tenga quejas contra otro. El Señor os ha perdonado: haced vosotros lo mismo. Y por encima de todo esto, el amor, que es el ceñidor de la unidad consumada».

Esta letanía de actitudes debiéramos recitarla todos los días hasta aprenderla de memoria para actualizarla como si fuera la cosa más normal de la vida. Subrayo únicamente la primera actitud de las enumeradas por el apóstol: la misericordia entrañable. Es la que más repite con palabras y con gestos el Papa Francisco. Ser en medio del mundo sacramento de la misericordia, de la ternura de Dios. «La consagrada, dice el Papa, es madre, debe ser madre y no solterona… No se puede comprender a María sin su maternidad, no se puede comprender la Iglesia sin su maternidad, y vosotras sois iconos de María y de la Iglesia». ¿Y qué es una madre? Misericordia infinita, brazos siempre abiertos, espera que nunca acaba.

El libro de los Proverbios nos ha dicho: «Es el Señor quien da sensatez, de su boca proceden saber e inteligencia. El atesora acierto para los hombres rectos, custodia la senda del deber, la rectitud y los buenos senderos». Sensatez, saber, inteligencia, acierto… Son dones que en esta mañana queremos pedir todos juntos para la Madre, seguros de que cuanto pidamos unidos al Padre, Él nos lo concederá.

Vamos a proceder a la bendición de la nueva Madre Abadesa de la Congregación Cisterciense. Del Rito de bendición quisiera subrayar dos particulares:

a) En primer lugar, la primera pregunta que voy a formularla: ¿Quieres guardar la regla de San Benito e instruir a tus hermanas para que hagan lo mismo…? Es el proceso que siguió Jesús: Jesús, en primer lugar, hacía y después enseñaba. Cuando pedimos a los demás lo que ven actualizado en nuestra propia vida, la palabra tiene fuerza de convicción. Madre Angelines: trate de convencer más con la vida que con las palabras.

b) En segundo lugar, unas palabras de la oración de bendición: «Cólmala, Señor, de los dones de tu Espíritu para que despierte en sí misma y promueva en las demás la gloria de Dios y el servicio a la Iglesia». El mejor modo de promover la gloria de Dios, personal y comunitariamente, es haciendo realidad lo que dice el cántico del Deuteronomio: «Escuchad, cielos, y hablaré; oye, tierra, los dichos de mi boca; descienda como lluvia mi doctrina, destile como rocío mi palabra». Cada vez que acogemos el querer de Dios estamos dando lugar a que la gloria de Dios resplandezca en el mundo. La gloria de Dios y el servicio a la Iglesia, que no es otra cosa que ser miembros vivos de la misma, no simples observadores.

Nos lo dice también el Papa Francisco: «Vuestra vocación es un carisma fundamental para el camino de la Iglesia y no es posible que una consagrada y un consagrado no sientan con la Iglesia. Un sentir con la Iglesia, que nos ha generado en el bautismo; un sentir con la Iglesia que encuentra su expresión filial en la fidelidad al magisterio, en la comunión con los pastores y con el sucesor de Pedro…». Ya Pablo VI lo expresaba con rotundidez: «Es una dicotomía absurda pensar en vivir con Jesús sin la Iglesia, en seguir a Jesús sin la Iglesia, en amar a Jesús al margen de la Iglesia, en amar a Jesús sin amar a la Iglesia».

Queridos hermanos y hermanas: sigamos participando con fervor en esta eucaristía y pidamos al Señor que bendiga con su gracia y sus dones a la Madre Angelines, para que ella sea una santa abadesa y sus hermanas la amen y obedezcan en las entrañas de Cristo.

Testigos de amor y perdón

por administrador,

Cope – 8 septiembre 2013

El martirio pertenece a la entraña misma de la fe cristiana. Mártir fue Jesucristo, mártires fueron los apóstoles, muchos obispos y no pocos papas de los primeros siglos, y mártires han sido, con mucha frecuencia, los primeros evangelizadores y evangelizados de los países donde se implantaba el cristianismo. Ha habido momentos de especial virulencia, como las persecuciones durante el Imperio romano. Pero el siglo XX se lleva la palma, como lo atestiguan la persecución hitleriana, y las soviética y china. La que tuvo lugar en España entre 1934 y 1939 no les queda a la zaga.

La Iglesia no busca intencionadamente el martirio. Más aún, desea que todos sus hijos puedan vivir en paz su fe y que ninguno sea represaliado por tratar de vivir como discípulo de Jesucristo. Sin embargo, cuando se encuentra ante la alternativa de conservar la vida o traicionar fe, la Iglesia no duda en aceptar la muerte, antes que ser infiel a su Fundador. No importan la edad ni las demás circunstancias. De hecho, en la persecución española antes citada, murieron sacerdotes y religiosos en plena juventud, otros en la madurez de su vida, otros cuando daban clase en un colegio de enseñanza o regían una diócesis como obispos.

La Iglesia exige dos condiciones indispensables para declarar que alguno de sus hijos es mártir: sufrir la muerte «por odio a la fe» y «morir perdonando», como Cristo perdonó en la Cruz a quienes le estaban matando. De tal modo que, cuando existe la más mínima duda sobre alguno de estos requisitos, la Iglesia no les incluye en su martirologio. La Iglesia que peregrina en España es una Iglesia de mártires, pues –como ha recordado la Conferencia Episcopal Española– «fueron muchos miles los que entonces ofrecieron ese testimonio supremo de fidelidad». Ahora, el domingo 13 de octubre próximo, beatificará solemnemente en Tarragona a más de quinientos.

Burgos es una tierra en la que la fe en Jesucristo está muy arraigada desde hace siglos. Eso explica, entre otras cosas, que haya sido un campo feraz de vocaciones sacerdotales y religiosas. No es de extrañar, por tanto, que cuente con abundantes mártires. Limitándonos a la beatificación de Tarragona, 68 religiosos burgaleses recibirán oficialmente la palma del martirio. Todos dieron su vida por Cristo fuera de nuestra geografía. Muchos en Levante, bastantes en Madrid, Cataluña y Aragón; y algunos otros en ésta o aquella provincia.

La diócesis, como tal, no ha seguido el proceso de beatificación de ninguno de ellos, pues lo han llevado a cabo sus respectivas familias religiosas. Sin embargo, como es lógico, la diócesis estará presente en la magna ceremonia de Tarragona. Y, como es lógico también, yo concelebraré junto con otros muchos obispos de España.

En vísperas de tan magno acontecimiento, invito a todos los cristianos burgaleses –y a los hombres y mujeres que quieran escucharme–, a pensar en estas palabras del Vaticano II: «La Iglesia siempre ha creído que los mártires, que han dado con su sangre el supremo testimonio de fe y de amor, están íntimamente unidos a nosotros en Cristo. Por eso, los venera con especial afecto e implora piadosamente la ayuda de su intercesión» (Constitución dogmática sobre la Iglesia, n. 50). Y estas otras de Benedicto XVI: «Es decisivo volver a recorrer la historia de la fe, que contempla el misterio insondable del entrecruzarse entre santidad y pecado» (Porta fidei, n. 13).

A la luz de ambos testimonios no es difícil afirmar con verdad que «la beatificación del Año de la fe es una ocasión de gracia, de bendición y de paz para la Iglesia y para toda la sociedad» españolas, porque «vemos a los mártires como modelos de fe y, por tanto, de amor y de perdón» (Conferencia Episcopal Española). Un amor y un perdón que tanto necesitan muchas personas de nuestra patria.

Beatificación de 522 mártires en el Año de la Fe

por administrador,

6 septiembre 2013

Antes de concluir el Año de la Fe van a ser beatificados en Tarragona, el 13 de octubre, 522 mártires de la persecución religiosa en España de los años treinta; de ellos 68 nacieron en nuestra Diócesis de Burgos. Esto nos hace admirar y agradecer el profundo sentido religioso que han vivido nuestras familias. Estos mártires burgaleses estaban consagrados por su profesión religiosa al servicio de Dios y del prójimo.

«Firmes y valientes testigos de la Fe» es el lema escogido para este acto. Su vida y su muerte tienen sentido porque saben que Jesús es el Viviente (cf. Ap 4,9). El martirio es el signo ante los hombres más generoso y auténtico de la Iglesia, compuesta por hombres frágiles y pecadores, pero, por la fuerza del Espíritu, dispuestos a dar testimonio del amor incondicional a Jesucristo, anteponiéndolo incluso a la propia vida.

No cedieron ante la posibilidad de adorar a «otros dioses» y negar al Dios verdadero. Con ello nos alientan a amar a Dios sobre todas las cosas conforme al primer mandamiento. Nos ayudan a no ceder a los ídolos de la sociedad actual, pues la idolatría no se refiere sólo a los cultos falsos paganos, sino que es una constante tentación de la fe. Consiste en absolutizar y divinizar lo que no es Dios, lo que tiene sus reflejos en conductas intransigentes. «El testimonio de miles de mártires ha sido más fuerte que las insidias y violencias de los falsos profetas de la irreligiosidad y del ateísmo» (73 Asam. E.E., 26.11.1999).

En la convocatoria del Año de la Fe escribía el Papa emérito, Benedicto XVI: «Por la fe, los mártires entregaron su vida como testimonio de la verdad del Evangelio, que los había transformado y hecho capaces de llegar hasta el mayor don del amor con el perdón a sus perseguidores» (Porta fidei, 14).

Cristo es el modelo de todo martirio, «el cual soportó la cruz sin miedo a la ignominia y está sentado a la derecha de Dios» (Heb 12,2). Poniendo la mirada en su muerte y en su resurrección, los mártires pudieron soportar la vejación y la muerte, llenos de esperanza. Tenían la certeza de que valía la pena entregar la vida por Él y por los valores del Evangelio a fin de recuperarla para siempre. Fácilmente asociamos la palabra mártir con los tres primeros siglos de la Iglesia, pero con razón el siglo XX ha venido a llamarse «el siglo de los mártires», ya que sólo en él se han dado más que en todo el conjunto de los siglos anteriores de cristianismo. Hablamos de «mártires del siglo XX en España» y no de mártires de la guerra civil, por ser ésta una expresión equívoca. Ellos no entraron en ninguna contienda, ni empuñaron arma alguna sino la de la fe y el perdón.

El mártir da la vida en nombre de Cristo, porque ama intensamente la vida. Su muerte no es fruto de un desprecio a este mundo o de una postura fanática. El primer derecho de la dignidad humana es el de la libertad de conciencia. El mártir asocia su sufrimiento con la Cruz salvadora y, así, completa «lo que falta a las tribulaciones de Cristo por su cuerpo, que es la Iglesia» (Col 1,24), haciéndose oblación y ofrenda permanente. Vive a favor de la vida las mismas actitudes de Jesús. Se convierte, en su época, en prototipo de amor y reconciliación. Su proceder nos enseña cómo ser luz en las más densas circunstancias de tinieblas. En resumen, vive amando y muere perdonando. Con San Cipriano podemos decir: «Dichosa Iglesia nuestra… Antes era blanca por las obras de los hermanos; ahora se ha vuelto roja por la sangre de los mártires» (Carta 10).

Peregrinación a Tarragona

Nuestra Diócesis en su primera sede de Auca (Villafranca Montes de Oca) estuvo unida a Tarragona como sufragánea, siguiendo su disciplina, la memoria de la tradición paulina y la de sus testigos en la fe: san Fructuoso y sus dos diáconos Augurio y Eulogio, martirizados en el año 259. A comienzos del siglo XXI, en la mayor ceremonia de beatificación de mártires de la historia, hay algo que nuevamente une a estas dos viejas iglesias. Tarragona aporta la causa más numerosa, mientras que Burgos la sigue en el número de mártires diseminados en toda la Península: concretamente, 69, nacidos en nuestra provincia (uno en el Condado de Treviño, y 68 en demarcación diocesana). Los lugares de procedencia son los siguientes:

• Arciprestazgo de AMAYA (18): Acedillo (2), Albacastro, Amaya, Los Balbases (2), Grijalba, Guadilla de Villamar, Las Hormazas, Salazar de Amaya, Sasamón, Susinos del Páramo, Los Valcárceres (2), Valtierra de Albacastro, Villamedianilla, Villandiego, Yudego.

• Arciprestazgo de ARLANZA (6): Castroceniza (2), Mahamud, Santibáñez de Esgueva, Torrecilla del Monte, Torrepadre.

• Arciprestazgo de BURGOS-VENA (1): Parroquia de San Lorenzo.

• Arciprestazgo de MEDINA DE POMAR (1): Quintana Martín Galíndez.

• Arciprestazgo de MERINDADES DE CASTILLA VIEJA (1): Arroyo de Valdivielso.

• Arciprestazgo de MIRANDA DE EBRO (2): Pancorbo (2).

• Arciprestazgo de OCA-TIRÓN (9): Briviesca, Miraveche, Monasterio de Rodilla, Quintanavides, Quintanilla San García (2), Reinoso de Bureba, Santa María del Invierno, Terrazos de Bureba.

• Arciprestazgo de SAN JUAN DE ORTEGA (17): Agés, Arlanzón, Cañizar de Argaño, Celada del Camino, Fresno de Rodilla, Mazueco de Lara (2), Mazuelo de Muñó (2), Palacios de Benaver, Rabé de las Calzadas, San Adrián de Juarros, Tardajos (2), Villarmentero, Villorejo, Vilviestre de Muñó.

• Arciprestazgo de SANTO DOMINGO DE GUZMÁN (1): Santa Cruz de la Salceda.

• Arciprestazgo de LA SIERRA (2): Cubillejo de Lara, Rupelo.

• Arciprestazgo de UBIERNA-ÚRBEL (10): Arcellares del Tozo, Fuencaliente de Lucio (2), Huérmeces, Mundilla de Vadelucio (2), La Nuez de Abajo, Páramo del Arroyo, Ros, Solanas de Valdelucio.

• Provincia de Burgos y DIÓCESIS DE VITORIA (1): Añastro.

Así pues, os animo a seguir esta celebración personalmente o por los medios de comunicación y, sobre todo, con una gozosa oración. De modo especial invito a aquellas parroquias donde nacieron estos religiosos mártires burgaleses, siendo para ellas un gran honor. El Centro Diocesano de Peregrinaciones, en la Casa de la Iglesia, se encarga de facilitar las acreditaciones para familiares, autoridades y paisanos de los mártires, informando a quien lo precise de la organización del evento.

Misa de acción de gracias el 20 de octubre

Invito a todos los burgaleses y, sobre todo, a sus familiares, autoridades y paisanos de sus pueblos y de la ciudad a la Misa de Acción de Gracias que, el domingo 20 de octubre, a las 18 horas, presidiré en nuestra catedral de Burgos. Es lógico que estemos alegres y agradecidos por esta glorificación por quienes supieron dar el supremo testimonio de amor a Cristo. A partir de la declaración oficial de su muerte por causa de la fe, sus nombre quedan inscritos en el martirologio de la Iglesia para siempre, serán objeto de veneración y culto, especialmente donde vivieron y murieron y, también, en la tierra que les vio nacer. Es un gozo pensar en aquellas familias y pueblos dispersos en la Provincia en los que recibieron su formación cristiana, esa fe que profesaron con sus labios y rubricaron con sus vidas sin avergonzarse del testimonio del Señor (cf. 2 Tim 1,8).

Esta celebración es como la cima del Año de la Fe. Su recuerdo y actualización por medio de la Eucaristía nos ayuda a la coherencia de nuestras convicciones y vida para hacernos semilla de Nueva Evangelización. Los mártires son para nosotros ejemplo de fortaleza. Su beatificación encuentra pleno significado en quienes no ponen la lámpara debajo del celemín, sino que desean que alumbre a los de la casa (cf. Mt 5,15).

Una beatificación de mártires no va contra nadie, sino a favor de todos como modelos de amor. La muerte violenta no es la que hace a uno mártir, sino su motivación; es decir, haber amado a Cristo y al prójimo hasta las últimas consecuencias. San Juan nos dice: «Amar a Dios significa guardar sus preceptos. Sus preceptos no son pesados, porque todo el engendrado de Dios vence al mundo; y ésta es la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe» (1 Jn 5,3-5). El mensaje profético del martirio no es otro sino el del perdón, la reconciliación y la paz.

Frutos a alcanzar

«Es cosa preciosa a los ojos de Yahvé la muerte de sus piadosos» (Sal 116,15). La condición de la mayoría de los mártires que van a ser beatificados es la de ser religiosos dedicados a la enseñanza, trabajos asistenciales o, también, pastores en la Iglesia. Entre sus rasgos comunes destacan el ser personas de fe y oración, con una vida centrada en la Eucaristía y gran devoción a la Virgen María (cf. Mens. Conf. E.E., 19.4.2013).

Pronto podremos pedir públicamente la intercesión de estos 522 mártires. Deseo que con su ayuda nuestra Diócesis de Burgos siga acogiendo el don de la redención de Jesucristo para que sea semilla de convivencia y progreso. Pido, entre otros frutos, que la celebración de la Beatificación en Tarragona y la Eucaristía de Acción de Gracias en Burgos reaviven nuestro deseo de anunciar el Evangelio, de profundizar en la acción catequética, de fortalecer la unidad de las familias, de ilusionar a los jóvenes en el seguimiento a Cristo, de apreciar la fuerza renovadora de los Sacramentos.

Para la siguiente beatificación, contando con la disposición final de la Santa Sede, nos queda ya en puertas la del Siervo de Dios don Valentín Palencia, fundador del Patronato de San José para atención de niños pobres, y los cuatro jóvenes que quisieron acompañarlo en vida y en muerte, Donato Rodríguez, Germán García, Zacarías Cuesta y Emilio Huidobro. Causa promovida directamente por nuestra Diócesis por ser modelo de sacerdote admirablemente desprendido, de dedicación a la juventud necesitada y buen pedagogo. Esta Causa cuenta ya, desde el 11 de abril de este año, con el voto favorable por unanimidad de los nueve peritos teólogos y la inmediata del Promotor de la Fe.

En momentos difíciles e inseguros para las nuevas generaciones miremos la estela de generosidad que nos han dejado estos testigos de la fe. Que Santa María la Mayor, la reina de los mártires, nos acompañe para que correspondamos sin vacilar al amor de su Hijo.

Pequeñas cosas que pueden resultar grandes

por administrador,

Cope – 1 septiembre 2013

Sarah es una chica coreana. Nació en una familia que no practicaba ninguna religión. Cuando tenía unos pocos años, comenzó a ir al patio de una iglesia a jugar con otras niñas de su edad. Un día se acercó el sacerdote y le preguntó si le gustaría aprender una oración. Contestó que sí y el sacerdote le dio el Padre Nuestro escrito en un papel. Pocos días después, el mismo sacerdote le preguntó si le había gustado la oración y, al contestarle que «mucho», le dijo si quería que le enseñara otra. La respuesta fue afirmativa y le entregó por escrito el Avemaría. Por tercera vez volvió a repetirse la escena. Pero en este caso, el sacerdote la invitó a rezar con él cincuenta veces el Avemaría, intercalando un Padre Nuestro. Así es como Sarah, siendo pagana, como sus padres, comenzó a conocer la fe cristiana y, sin saberlo, su primer rosario.

Pero aquel día fue el último en que vio al sacerdote, porque éste fue trasladado de ciudad. Pasaron veinte años y un día, de modo completamente insospechado, se encontraron mientras visitaba un santuario mariano. Sarah pudo contarle que la semilla de las pequeñas oraciones había producido un fruto insospechado, pues gracias a ellas se había hecho cristiana y había recibido el Bautismo. Más aún, su conversión trajo consigo la de sus padres. ¡El grano de mostaza se había hecho árbol frondoso!

El Papa Francisco ha contado que su abuela influyó mucho en su educación religiosa, haciendo las pequeñas cosas que hacían las buenas abuelas del norte de Italia en aquellos momentos. Él mismo ha relatado que esa abuela no dejaba de llevarle a ver la procesión del Santo Entierro y de explicarle, con sencillez pero con hondura, la muerte de Cristo.

En una ciudad del norte de España vive actualmente un matrimonio con varios hijos, entre tres y diez y seis años. Como trabajan fuera de casa el marido y la mujer, cada día tienen que hacer un ejercicio de ingenio para traer y llevar a sus hijos al colegio. Al no poder verse durante el día, aprovechan el tiempo de la tarde-noche para hablar y rezar juntos. Unos días, después de cenar uno de los hijos lee el evangelio del día y entre todos lo comentan. En otras ocasiones, los padres rezan el rosario e invitan a los hijos a rezarlo con ellos de modo voluntario. No es raro que los hijos se unan al rezo de sus padres, en cuyo supuesto ellos les enseñan a poner peticiones en los misterios y hacerlo así más atractivo. A nadie se le escapa lo que estas cosas van a significar en la fe de estos hijos.

Se me han ocurrido estos ejemplos al hilo del nuevo mes que hoy comienza, mes que trae consigo la vuelta a la vida ordinaria, que, en el caso de los padres con hijos pequeños, supone la vuelta al colegio. Hay muchos padres que no se olvidan de inscribirles en la Catequesis parroquial y acompañarles los domingos a misa. Me gustaría que el número de estos padres fuera cada vez mayor y considerasen como la mejor inversión para sus hijos o nietos, transmitirles la fe cristiana rezando antes de las comidas, cuando les acuestan o levantan, en los momentos de dificultades especiales o de alegrías también especiales y, de modo muy especial, yendo con ellos a la misa del domingo.

Más aún, quiero invitar a las mamás y a los papás a que se presenten a los sacerdotes de la parroquia y se ofrezcan como catequistas. No hay que preocuparse de no estar bien preparados. Eso se arregla sin demasiada dificultad. Lo más importante es tener ganas de educar la fe de quienes tienen la edad de sus hijos. En alguna ocasión me han contado los misioneros el papel decisivo que allí han jugado los catequistas. Cuando nos ponemos al servicio de Dios, Dios siempre nos gana en generosidad. ¿Por qué no pensar que el caso de Sarah puede repetirse y, de hecho, se repite?