
Carmen y Jesús imparten varias charlas en los cursillos prematrimoniales que organiza la diócesis.
Carmen Rodrigo y Jesús Rubio llevan 28 años casados; de este matrimonio nacieron dos hijos, que hoy cuentan con 26 y 19 años. Y seguramente por esta experiencia con la que cuentan a sus espaldas y su formación, presenten un buen referente para las parejas que se citan en los cursillos matrimoniales que ellos coordinan desde hace seis años.
Sin embargo, la decisión de colaborar con la diócesis en esta labor tan necesaria no surgió de ellos, al menos al principio: «Cuando nos propusieron colaborar coordinando esta tanda de cursillos, nuestra primera respuesta fue un “no”. Pero poco a poco sentimos que la oferta venía de alguien mucho más grande y que por medio de otras personas, Dios nos estaba pidiendo colaboración para su obra». Aún así, sentían que no estaban preparados, «y otra vez el Señor, por medio de sus ministros, nos hizo entender que Él no elige a los preparados, sino que prepara a los elegidos». De esta manera, ya más animados, se inscribieron en el máster de pastoral para el Matrimonio y la Familia del Instituto Juan Pablo II. Tras dar este paso, ambos ya se sintieron preparados para asumir el reto y así lo comunicaron a la delegación de Familia y Vida de la diócesis.
Fortaleciendo los matrimonios
El papel que ejercen a la hora de impartir los cursillos les han permitido conocer las preocupaciones, carencias e intereses que presentan las parejas de novios que participan. Desde su punto de vista como formadores, Carmen y Jesús consideran que el tema más importante a la hora de transmitir a las parejas es el hacerles conscientes de que para celebrar bien el sacramento del matrimonio, es primordial «conocer a Jesucristo, su mensaje, su doctrina y el Magisterio de la Iglesia sobre el matrimonio y la familia. También se les anima a frecuentar el perdón de Dios, para que sepan y puedan perdonarse». Y es que, según ellos, una de las cosas que más daño hace a los matrimonios es que no saben pedirse perdón, «no saben perdonar y no saben sentirse perdonados».
Por eso, siempre dan el mismo consejo a los futuros matrimonios: no irse a dormir enfadados, perdonar lo que haya sucedido durante el día y si pueden, «rezar juntos un Padre Nuestro cogidos de la mano al terminar el día».
Pero este no es el único hecho que puede juzgar en contra de las parejas: «La principal carencia es el alejamiento de la Iglesia, y el compromiso firme de que un matrimonio es para toda la vida y hasta que la muerte los separe, es posible en el matrimonio cristiano», dicen. Ante esta falta de confianza en el vínculo sacramental, procuran que las parejas, al preparar la ceremonia y pronunciar las palabras de promesa de aceptación del otro para siempre, sean conscientes de la importancia y grandeza de su amor.
«Para que no se apague la luz que han recibido y el interés que han descubierto sobre algunos temas, una vez acabado el cursillo, les aconsejamos que intenten formar parte de algún grupo de matrimonios, bien sea en parroquias o en otras realidades cristianas. Que no dejen de escuchar y recibir formación sobre todo aquello que afecta a la familia, a la educación de los hijos, a la convivencia y a la labor social de la Iglesia. Si de verdad se quiere celebrar un matrimonio en la fe, hay que trabajar cada día por el bien de la familia».
Este trabajo a favor de los futuros matrimonios lo consideran un servicio a Dios y a la diócesis que ha contribuido a fortalecer su unión cada día. «A pesar de la dedicación y el cansancio, hemos recibido el ciento por uno. Una buena preparación al matrimonio por personas y familias que vivan lo que predican, es una garantía de verdadera fe en Jesucristo y en la Iglesia». Concluyen diciendo que el Señor ha sido grande con ellos, «y estamos alegres de ser sus amigos fuertes –como dice santa Teresa– y colaboradores de su obra».