«Dios es amor, nos quiere como somos y no nos pide nada a cambio»

por redaccion,

MAGDALENA

 

Magdalena de Vallejo Sancho de Sopranis nació en Buenos Aires en 1950, aunque vive en España desde los 15 años y desde 1984 en Burgos capital. Maestra de profesión, ha ejercido en varias localidades de la provincia como Aranda, Belorado, Santibáñez Zarzaguda y Hontoria de Valdearados, así como en varios colegios de la capital. Pertenece a la parroquia San Rafael Arnáiz, pero desarrolla su actividad en la Real y Antigua de Gamonal. Es catequista, pertenece al Camino Neocatecumenal y es voluntaria de Cáritas. Está casada y tiene dos hijos, uno de los cuales se encuentra en misión ad gentes en Miskoll (Hungría), llevando la palabra de Dios a las personas no creyentes.

 

Sus padres eran españoles, él de la localidad gaditana de El Puerto de Santa María y su madre de Sevilla. A ella le gustaba mucho España y decidieron venir, aunque murió pronto, lo que desató en Magdalena una tremenda crisis de fe. «Fue un accidente, a mi madre la atropelló un coche y falleció, aquello fue tremendo porque me enfadé mucho con Dios, me costaba mucho aceptar la voluntad del Señor, no podía aceptar que se llevara a mi madre. Le ofrecí a Dios dedicarle mi vida, pero mi madre murió y estuve en crisis durante un tiempo».

 

Pero de pronto su vida dio un giro, relata. «Un día fui a misa a la iglesia de Gamonal, estaba con la maleta preparada para irme de casa, en  plena crisis matrimonial, buscaba algo nuevo, conocer gente diferente. Y escuché el anuncio de unas catequesis de la comunidad neocatecumenal y me apunté. Aquello supuso un antes y un después en mi vida, porque todo cambió. Descubrí que el problema era yo, y me encontré con Jesús y con su amor, que nos quiere tal y como somos.  Asistí a las celebraciones de la Palabra y me di cuenta que no había ningún problema en mi casa, era yo, y mi carácter fuerte, la causante de todo. El Señor me ayudó y me dio las gracias para encontrar la felicidad y la seguridad en mi vida. Primero pedí perdón a mi marido y él me lo concedió. Gracias a Dios conocí el perdón de los pecados y cómo se nos perdonan en la medida que también nosotros somos capaces de perdonar. El Señor ha ido modelando mi persona, porque yo era muy complicada y, con su ayuda, he ido cambiando».

 

Hoy asegura que la comunidad es su familia: «con ellos puedo contar siempre, puedo explicarles mis problemas, abrirme con total confianza. Me van a decir la verdad, aunque duela. Con mis hermanos de comunidad me siento segura, porque el fundamento de nuestra unión es el amor de Dios, no nos une nada más y nada menos que el Señor, que ha sido capaz de reconstruir mi vida, salvar mi matrimonio, darme fuerza ante las dificultades, en las enfermedades de mi hijo y mi marido. Ha sido un pilar en mi vida».

 

Para Magdalena «Dios es un padre que me ama infinitamente, que no pide nada a cambio y que siempre va por delante ofreciendo su amor. Un Dios que me ama tal como soy, con mis dudas y mis defectos, y no me pide ningún compromiso, me concede las cosas por su gracia, no por mi esfuerzo».

 

Haber conseguido transmitir la fe a sus hijos no es mérito suyo, asevera. «Es el pago del ciento por uno del Señor, porque no ha sido nada fácil, ya que mi hijo en principio se rebelada contra mí y no quería saber nada de la Iglesia. Fue una situación tensa y yo le obligué a asistir a catequesis. Ahora me lo agradece, pero fue complicado, hasta que Dios me concedió su conversión, que fue con motivo de un viaje del papa Juan Pablo II a Loreto, al que asistió y vino totalmente cambiado. Él mismo reconoce que aquello fue un encuentro con el Señor, que puso rumbo a su vida».

 

Y ahora ese hijo se encuentra en misión ad gentes en Hungría con su esposa y sus ocho hijos. «Ya lleva cuatro años y está muy feliz de evangelizar en ambientes no creyentes. Su vida no es fácil porque el trabajo que encontró al principio fue muy duro y  precario, aunque ahora ha mejorado un poco. Me comenta que tiene un gran recuerdo de unos compañeros de trabajo, de raza gitana, con los que ha estado y que lloraron cuando cambió de empleo y los dejó. Ellos no entendían que una familia con trabajo fijo en España y que lo tenía todo lo haya dejado para evangelizar y llevar a Cristo a los no creyentes. A mí me parece muy hermoso lo que está viviendo, aunque a mi marido le cuesta entender que se hayan ido de aquí».

 

Actualmente está inmersa en la puesta en marcha de un proyecto de Pastoral de la Salud en la parroquia. «Se trata de visitar y ayudar a las personas que están en casa enfermas y necesitan compañía, ayuda o simplemente que alguien las escuche, que es muy importante. A mí siempre me ha parecido ver a Jesús en los enfermos y una misión importante con ellos es hacerles comprender que el sufrimiento que padecen tiene sentido».

Cáritas Burgos se suma a la celebración del Día Mundial del Sida

por redaccion,

dia mundial del sida

 

La convocatoria anual del Día Mundial del Sida, que se celebra el 1 de diciembre, se ha centrado este año en subrayar la importancia de las comunidades como un elemento más que contribuye a ofrecer una respuesta en la que la personas estén en el centro y que nadie se quede atrás. En concreto, ONUSIDA (Programa Conjunto de las Naciones Unidas sobre el VIH/Sida) señala que es en esas comunidades «en las que se integran los educadores, las redes de personas que viven con VIH o están afectadas por el virus».

 

Este Día Mundial del Sida también reivindica una mayor financiación y un mayor espacio para la sociedad civil, que garantice la sostenibilidad de los servicios, y que la lucha por la erradicación del VIH siga estando presente en la agenda política, y en ese sentido se reclama una mayor implicación y activismo de las comunidades.

 

En Cáritas Diocesana de Burgos, desde su Centro de Apoyo al Drogodependiente de Aranda y la Comarca (CADAC), en palabras de su responsable, Nélida González, «seguimos apostando por el trabajo participativo de todas las personas seropositivas que acuden a nuestro centro». Durante 2018 se atendieron 125 personas y se realizaron 2.833 intervenciones, todas con un mismo objetivo: poner en valor la vida dentro de la comunidad, mejorando la calidad de vida de las personas con un trabajo participativo y conjunto.

Adviento, tiempo de espera y de esperanza

por redaccion,

adviento

 

Escucha aquí el mensaje

 

Anunciad a los pueblos y decidles: «Mirad, viene Dios, nuestro Salvador». Estas palabras las proclama toda la Iglesia en la liturgia de las vísperas del primer domingo de Adviento, que celebramos hoy. Comienza un nuevo año litúrgico y desde el principio se nos invita a renovar el anuncio de la salvación a todos los pueblos. La expresión «viene» está escrita en presente. No estamos ante un hecho que ya ocurrió o que está por venir. Dios viene aquí y ahora, en cualquier momento Dios viene. Viene a nuestra vida y, a través de nosotros, quiere seguir entrando en la historia de la humanidad. Adviento es el tiempo litúrgico que nos invita a preparar la Navidad. Es un tiempo de espera y de esperanza. Pero más que un tiempo tiene que ser una actitud.

 

Algunos Santos Padres, como S. Bernardo, hablaban de los tres Advientos, las tres venidas del Señor: la que aconteció hace dos mil años cuando vino en la humildad de nuestra carne; la que acontecerá al final de los tiempos, cuando Él vuelva en su gloria; y la que deseablemente acontece en la vida del creyente que acoge al Señor. Por eso, la actitud de un cristiano no es la nostalgia de aquella primera llegada de Jesucristo en Belén, ni tampoco el temor por la última venida, al final de los tiempos. La actitud de un cristiano que quiere celebrar en serio la venida cotidiana de Dios, es precisamente la de abrirse a su venida, preparando los caminos, como se nos recuerda en la liturgia de este tiempo de Adviento: «Preparadle un camino al Señor, allanad la estepa, alzad los valles, abajad las colinas, enderezad lo torcido, igualad lo escabroso…» (Is 40,3-5).

 

Durante estas cuatro semanas estamos invitados a preparar la Navidad cristiana, revisando personalmente nuestros senderos para ponerlos en sintonía con los caminos por los que Dios quiere llegar a cada uno de nosotros. Vivamos el Adviento como un tiempo de gracia, de conversión y espera y sobre todo de esperanza, porque nos sitúa ante el rostro amoroso de Dios que se nos desvela en su Hijo, Jesucristo. Atentos a la Palabra de Dios que se nos regala en este domingo primero, quisiera destacar tres actitudes para vivir este tiempo:

 

En primer lugar hemos de estar vigilantes: «Estad también vosotros preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre» (Mt 24,44). Como expresa el Papa Francisco, «el Adviento nos invita a un esfuerzo de vigilancia, mirando a nuestro alrededor y más allá de nosotros mismos, alargando la mente y el corazón para abrirnos a las necesidades de la gente, de los hermanos y al deseo de un mundo nuevo. Este es un tiempo oportuno para abrir nuestros corazones al Señor y a los demás, para hacernos preguntas concretas sobre cómo y por quién gastamos nuestras vidas».

 

La segunda actitud es la oración, que está estrechamente vinculada con la vigilancia y con la conversión del corazón, «pues ya es hora de despertar del sueño» (nos dice hoy San Pablo)… «dejemos pues las obras de las tinieblas y pongámonos las armas de la luz»…, «revestíos más bien del Señor Jesucristo» (Rom 13, 12-14). En la oración, como nos dice también el profeta Isaías, «el Señor nos instruirá en sus caminos y marcharemos por sus sendas» (Is 2,3-4). Es, pues, tiempo de rezar, de poner los pensamientos y el corazón en Jesús, suplicando su venida.

 

Y en tercer lugar, vivamos nuestra esperanza en clave eclesial. El Adviento es un tiempo favorable para caminar, personalmente y como comunidad diocesana, alegres y esperanzados. Durante este Adviento os invito a ir conformando los Grupos de la Asamblea diocesana para hacer juntos ese camino renovador que nos proponemos, buscando una Iglesia más misionera y más comprometida con el Reino de Dios en la tierra… «porque ahora la salvación está más cerca de nosotros que cuando abrazamos la fe» (Rom 13,11). El Adviento es un tiempo para que los cristianos nos unamos, con una mirada universal, a todos los hombres que buscan, que quieren y trabajan por un mundo más justo y fraterno, a cuantos albergan el deseo de la justicia y de la paz.

 

Que Santa María, Señora del Adviento, disponga nuestros corazones para acoger la venida del Señor, con la sencillez de su fe, la fuerza de su esperanza y la profundidad de su amor. ¡¡VEN, SEÑOR, JESÚS!!