Imagen del mes de febrero: El Papamoscas
En el mes en que los cristianos comenzarán el tiempo litúrgico de la Cuaresma, la imagen del Papamoscas recuerda que «el tiempo es tan largo como la gracia de Dios». Seguramente, la idea de construir un reloj mecánico entró en Castilla desde Europa, donde estos artilugios se pusieron de moda en la Baja Edad Media sustituyendo así a los antiguos relojes de sol, arena y agua, este último llamado clepsidra.
El Papamoscas se halla situado al principio de la nave central de la Catedral, a unos quince metros del suelo. Remata el arco ojival de una ventana abierta sobre el bello triforio gótico. Se trata de una figura humana de medio cuerpo que parece surgir de la esfera del reloj. Su rostro es bastante grotesco, con un tocado peculiar y rasgos de demonio. Va vestido con una llamativa casaca de tonos rojizos, con amplio cuello y ceñida por un cinturón verde. En su mano derecha sostiene una partitura musical. Con esta misma mano empuña la cadena del badajo de una campana. Cada hora hace sonar esa campana tantas veces como corresponda a la cifra de las horas. Simultáneamente abre y cierra la boca.
El reloj también es original por su péndulo, con incrustaciones de ágata, y por su esfera de lava esmaltada para resistir el paso del tiempo, ese tiempo que el Papamoscas va contando. Los números del reloj son romanos y están pintados en azul. Curiosamente, las manecillas que marcan las horas y los minutos en los relojes, en este también, suelen terminar en una flecha, quizás con la intención de que cada vez que miremos la hora recordemos que la «flecha» nos está apuntando y que «tempus fugit». El autómata toma el nombre del pájaro papamoscas cerrojillo. Este pájaro mantiene la boca abierta esperando que las moscas entren en ella.
Junto al Papamoscas, en un balconcillo, está su fiel ayudante, el Martinillo, figura de cuerpo entero, de más reducido tamaño que su jefe, rodeado por dos campanas. Provisto de un martillo en cada mano nos señala los cuartos de hora con uno, dos, tres o cuatro golpes de campana, según corresponda. Durante los siglos XVII y XVIII, el Papamoscas y Martinillo fueron restaurados en varias ocasiones.