Voluntared programa su segundo campamento urbano de verano

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La pandemia obligó el año pasado a Voluntared-Escuela Diocesana a ingeniárselas para ofrecer a niños y adolescentes la posibilidad de realizar actividades de tiempo libre cumpliendo con las medidas sanitarias en un entorno seguro. El éxito del primer campamento urbano fue tal que la institución diocesana vuelve a programar para este verano cuatro semanas de actividades lúdicas en el Seminario de San José.

 

Voluntared oferta distintas modalidades de inscripción, desde una semana al mes completo, con todas las garantías sanitarias cumpliendo con la legislación vigente marcada por la Junta de Castilla y León para este tipo de actividades de ocio y tiempo libre y con monitores especialistas titulados. Las actividades –destinadas a niñas y niños de 6 a 12 años– se desarrollarán en las instalaciones del Seminario en horario de 10:00 a 14:00 horas, con posibilidad de «servicio de madrugadores» desde las 08:00 y de «continuadores», hasta las 15:00 horas. El lugar cuenta con aulas para el desarrollo de talleres, espacios deportivos exteriores, sala de medios audiovisuales y piscina.

 

Estos campamentos urbanos se desarrollarán durante la semana (de lunes a viernes) con posibilidad de inscribirse semanalmente, con distintas tarifas en función de los días elegidos: 35 euros (del 1 al 3 de julio), 65 euros para una semana, 120 euros para dos semanas, 175 para tres semanas y 225 para el mes completo. Los precios incluyen todos los materiales necesarios para el desarrollo de las actividades. Para inscribirse u obtener más información acerca de estos campamentos, existen los teléfonos de contacto 657815016 y 947257707 o el email [email protected].

 

Monitor de tiempo libre

 

Junto a ello, Voluntared lanza un nuevo curso de monitor de ocio y tiempo libre adaptado al nuevo decreto de formación de la Junta de Castilla y León, con los nuevos contenidos vinculados al certificado de profesionalidad de dinamización de actividades de tiempo libre educativo infantil y juvenil. La titulación oficial obtenida acredita y tiene validez para trabajar en todo el territorio nacional.

 

El curso contará con un módulo teórico (de 150 horas, divididas en 60 horas en formato presencial cumpliendo con todas las medidas sanitarias y otras 90 en formato telemático a través de una plataforma virtual abierta las 24 horas del día) más otra fase práctica que habrá de sumar 160 horas. La fase teórica se desarrollará los días 30 de junio 1, 2, 5, 6, 7, 8 y 9 de julio en horario de 10:00 a 14:00 y de 16:00 a 20:00 horas.

 

Para poder participar en el curso (que tiene un precio de 245 euros, con posibilidades de descuento) solamente se requiere tener en posesión el título de la ESO, pudiendo comenzar la formación desde los 16 años. Para formalizar la ficha de inscripción basta con rellenar este formulario, al que Voluntared responderá con un email con las instrucciones de formalización de la matrícula y pago de la misma.

Un jubileo para sanar heridas y renovar la entrega sacerdotal

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Una intensa lluvia a mediodía ha impedido a los sacerdotes atravesar la Puerta Santa de la Catedral en el día su patrono, san Juan de Ávila. Con todo, los presbíteros de la archidiócesis, con el arzobispo a la cabeza, han procesionado junto a la puerta del Perdón mientras invocaban a los santos al comienzo de una celebración eucaristíca en la que también han rendido homenaje a quienes, de entre ellos, cumplían 25, 50, 60 y 70 años de vida ministerial.

 

Don Mario Iceta ha recordado a los sacerdotes que un jubileo sirve para «agradecer, para pasar por el corazón la vida que Dios nos ha dado». Pero también, ha trasladado, «para reconociliarnos con nuestra historia y sanar nuestras propias heridas», las de las expectativas defraudadas, las crisis existenciales, las enfermedades imprevistas o los destinos pastorales inesperados. «La vida nos lleva por vericuetos inesperados, pero el Señor nos ha llamado y acompañado y ha contado con nuestras debilidades, incluso con las componendas eclesiásticas». «Él realiza su obra con nosotros incluso de manera inconcebible y él sana las heridas generadas en estos años».

 

«Tiempo de entregarse»

 

Junto a ello, el arzobispo ha animado a los sacerdotes a no perder la esperanza y reconocer que el fruto de su ministerio es obra de Dios: «No es fácil evangelizar, pero el Señor no nos pide cuenta de resultados, nos pide fidelidad, testimonio», ha recalcado. «El fruto depende de él, lo nuestro es sembrar y con paciencia saber esperar».

 

En este sentido, ha pedido a los sacerdotes vivir en la «lógica del don y de la entrega», siendo conscientes de que «nuestra vida es para Dios y los demás, no para nosotros». «Hemos de acercarnos a nuestro ministerio con sencillez de corazón, porque la gracia no es nuestra, los sacramentos no son nuestros, los pobres, los jóvenes, los niños no son nuestros, son de Dios». «No hay tiempos muertos ni infecundos; el Señor da fecundidad a nuestra vida escondida». «Es tiempo de ofrecer, tiempo de entregarse», ha insistido, a la par que les ha animado a «tomar distancia de los bienes materiales» y vivir el celibato como una opción no para aislarse, sino para estar disponibles para los demás.

 

Homenaje

 

Al concluir la eucaristía, en la que han participado numerosos sacerdotes cumpliendo las medidas sanitarias y el arzobispo emérito de Burgos, don Fidel Herráez, y el obispo emérito de Jaén, don Ramón del Hoyo, el arzobispo ha hecho entrega de un obsequio a los sacerdotes que este año y el pasado cumplieron 25, 50, 60 y 70 años de vida ministerial. Ha sido la primera vez en la historia que toda la Iglesia ha celebrado a san Juan de Ávila, después de que el papa Francisco incluyera recientemente el nombre del también doctor de la Iglesia en el santoral eclesiástico mundial.

 

La Pastoral de la Salud celebra el Jubileo y la Pascua del Enfermo

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La Delegación de Pastoral de la Salud celebró ayer el Jubileo y la Pascua del Enfermo con una celebración presidida por el arzobispo, don Mario Iceta Gavicagogeascoa, acompañado por siete sacerdotes concelebrantes. Pese a la tarde desapacible, la asistencia fue muy numerosa: enfermos presentes y espiritualmente unidos por las redes sociales, Delegación y voluntarios de Pastoral de la Salud, asociaciones que atienden a los enfermos y la discapacidad, un nutrido grupo de profesionales de la salud y congregaciones religiosas y personas que acogen, cuidan y acompañan en diversas realidades al mundo del dolor.

 

En la celebración se tuvo presente el paso de la pandemia con todas sus consecuencias: «Año duro, porque a las enfermedades y muertes habituales se han añadido las enfermedades y muertes de la pandemia», señaló el arzobispo, quien matizó que «también encontramos motivos para la esperanza, para despertar nuestra sensibilidad y agradecimiento, porque el Señor siempre nos acompaña, ha enviado ángeles que nos han sostenido en el camino, como han sido las familias, profesionales de la salud, capellanes, cuidadores…, infinita legión de ángeles que nos han acompañado».

 

Con el pan y el vino se ofreció una urna donde las familias depositaron nombres de personas fallecidas por la pandemia y de otras que enfermaron o están enfermas por covid. Además, presentaron el dolor de las familias y también el corazón y las manos de los sanitarios que les han prestado cuidado y entrega. Una persona que padeció la enfermedad ofreció su testimonio, narró la confusión que vivió y cómo confiar en la presencia del Padre fue el apoyo para continuar el camino.

 

«Junto al dolor, nos sentimos agradecidos por la Esperanza que nos da Jesús Resucitado, que guía nuestra vida y nos regala Luz y amor», expresó la delegada de Pastoral de la Salud, Feli Pozo.

 

Finalmente, enfermos, familias y profesionales sanitarios se encomendaron a la patrona de la ciudad, Santa María la Mayor.

 

 

 

 

Pequeños monaguillos, grandes servidores

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El sábado 8 de Mayo, el seminario menor de San José acogió el Jubileo de monaguillos y monaguillas. Una cita enmarcada dentro del XXXI Encuentro diocesano de monaguillos, que a pesar de las restricciones, congregó a una treintena de niños y niñas servidores del altar de diversas parroquias de la ciudad y provincia.

 

El acto central ha consistido en el paso de la comitiva por la puerta santa de la Catedral, con la celebración posterior de una Eucaristía en la capilla del Santísimo Cristo de Burgos. A lo largo de la jornada realizaron catequesis, juegos, pruebas, y una pequeña representación teatral que giraba en torno a la figura del personaje bíblico de Samuel, niño servidor del templo de Jerusalén, que responde a la insistente llamada del Señor.

 

Antes y después de la comida no faltó tiempo para el deporte y la convivencia. Este encuentro fue un anticipo de lo que serán las próximas convocatorias de la delegación de Pastoral Vocacional y del seminario San José. El próximo sábado 5 de junio, se desarrollará una nueva edición del torneo San José, de fútbol, baloncesto y voleibol, con la oportunidad de disfrutar de la piscina del seminario. Durante la semana del 19 al 25 de julio, tendrá lugar un divertido campamento de monaguillos, con todas las garantías sanitarias y con la diversión asegurada.

 

Estos eventos organizados por la delegación de Vocaciones no son unos encuentros multitudinarios, sino una jornada «destinada a los monaguillos que participan de forma constante y habitual en las misas, y no a los chicos y chicas que echan una mano en las celebraciones de manera puntual», aunque estos también están invitados a asistir si lo desean.

La Pascua el enfermo, fuente de esperanza

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Queridos hermanos y hermanas:

 

Hoy, con el alma rozando –a media voz– lo que Dios va escribiendo en nuestras vidas, celebramos la Pascua del enfermo. Un momento realmente especial, en medio de esta pandemia que estamos padeciendo, para sostener la angustia de tantos Cristos rotos que, desde una cama de hospital, una residencia, una casa sin vestir, una soledad desnuda, anhelan una sola mirada nuestra para percibir que son queridos y que estamos dispuestos a alimentar la llama de su esperanza.

 

«Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré» (Mt 11, 28), entona la Palabra, en la voz delicada del Señor, para recordarnos que –del misterio de su Muerte y su Resurrección– brota un amor capaz dar sentido a todo: al hálito fatigoso del enfermo y al servicio generoso del cuidador. La enfermedad comienza a encontrar un rayo de sentido cuando se vive desde la oración del Padrenuestro, desde ese corazón traspasado que se dejó crucificar para enseñarnos que solo amando hasta el extremo, es posible ponerle nombre al dolor.

 

El Papa Francisco, en sucesivas ocasiones, ha señalado que «una sociedad es tanto más humana cuanto más sabe cuidar a los miembros que más sufren». Y hoy hemos de hacerlo, no por obligación, sino por amor. Porque también los enfermos son esenciales para nuestra vida y nos aportan mucho más de lo que nosotros podemos dar. Con ellos queremos caminar, procurando que nadie se sienta excluido ni abandonado, hasta transformar nuestro miedo en la confianza de caer en los brazos del Padre.

 

Ciertamente, hay muchos hermanos nuestros que –ante el cuidado y la enfermedad– experimentan el cansancio y la soledad. Sin embargo, no hemos de tener miedo a la debilidad, pues en ella encontramos la llave que abre el corazón de Dios. Y la debilidad del Padre, sin duda alguna, son sus hijos más heridos, más sufrientes, más enfermos. Decía san Pablo VI que «la alegría de ser cristiano, vinculado a la Iglesia en Cristo, es verdaderamente capaz de colmar el corazón humano». Y así es, aunque a veces servir duela; aunque, en algunos momentos, tengamos que pasar por la escuela del amor, que es la cruz. Y si creemos que no podemos, que nuestra pobreza oprime nuestra capacidad, el Señor Resucitado rompe las ataduras del mundo para cosernos con amor a su mano y para rescatarnos del barro frágil que nos hunde.

 

No olvidemos, como escribió san Agustín, que «Dios tuvo en la tierra un hijo sin pecado, pero nunca uno sin sufrimiento». Hoy, en la Pascua del Enfermo, los sacerdotes rememoramos, también, una tarea inmensamente bella con la Unción de los enfermos; siendo el consuelo espiritual al final de la vida, en el horizonte de la misericordia de Dios.

 

Recuerdo, a lo largo de mi vida sacerdotal, las veces que he acudido a administrar el sacramento de la Unción. Y he podido experimentar cómo es el Señor Jesús quien toma mis pobres manos y, en mi persona, acaricia y calma a quien está gravemente enfermo. Lo hace de la misma manera que lo hacía con cada uno de los enfermos que se encontraba en el camino, para recordarnos que nada (ni el pecado, ni la muerte, ni el abismo), podrá separarnos jamás de su amor.

 

Uno solo es nuestro maestro y todos nosotros somos hermanos (Mt 23, 8). Por tanto, cuidémonos mutuamente, porque es la expresión de nuestra vocación a amar como Jesús nos ha amado. En este tiempo de pandemia hemos echado de menos poder estar juntos, cogernos de la mano, abrazarnos, expresar con gestos corporales concretos el cariño y el afecto. Pero el deseo de sostenernos mutuamente ha espoleado la creatividad y la imaginación para, a pesar de la separación física, hacernos presentes de mil maneras para sostener la luz de la fuerza y la esperanza. La Virgen María, Madre de misericordia y salud de los enfermos, nos ha entregado al médico que cura, para siempre, todas las enfermedades.

 

Con gran afecto, recibid mi bendición y os deseo una entrañable jornada.

 

+ Mario Iceta Gavicagogeascoa

Arzobispo de Burgos