Si algo se respira en la Real Hermandad de la Sangre del Cristo de Burgos y Nuestra Señora de los Dolores es ambiente familiar. En la parroquia de San Gil Abad ser cofrade parece ser algo que se hereda y familias enteras viven con naturalidad salir a las calles a procesionar sus pasos. Así al menos lo vive Beltrán. Tiene apenas ocho años, estudia en el colegio Saldaña y desde pequeño ha visto cómo su padre porta cada año al Santo Cristo de las gotas y a la Virgen Dolorosa. El gen de la Semana Santa también fluye por sus venas y él, además de ser cofrade desde los dos años, es miembro de su banda infantil –la única en la ciudad con estas características–, donde toca el tambor.
«Cada domingo ensayamos con la banda de pequeños, somos unos cuantos», relata. Su marcha favorita es la número seis, una compuesta por él mismo: «Si alguien tiene alguna idea de algún ritmo nuevo se lo dice a Edu, que es quien nos da permiso para inventar marchas», explica. «Le enseñamos nuestra idea y después él la explica a los demás». «Bueno, realmente no la compuse, me salió así un día mientras estábamos tocando», matiza. Y explica que tocar el tambor no es difícil y que le han bastado tan solo unos días de ensayo para adquirir destreza.
Su marcha, y otras más, han sonado hoy en la procesión infantil del Amor y la Esperanza que ha recorrido por segunda vez algunas calles del centro de Burgos, en la que también han participado los miembros más jóvenes de otras hermandades de la ciudad y el coro infantil de la Schola Cantorum. Como si se tratara de experimentados cofrades, los niños han portado a hombros la imagen de la Virgen del Socorro, una talla de vestir del siglo XVI. Antes de su salida, Enrique Ybáñez, uno de los sacerdotes de la parroquia, les ha explicado bien su cometido: «Jesús necesita de ti mucho más de lo que puedas imaginar. Por eso nos hemos preparado tanto y hemos esperado con ilusión esta procesión, porque Jesús nos necesita para llevarlo a los demás». Y si esa es una de las misiones de los cofrades, en Burgos hay cantera. El futuro está garantizado.
Pasa la media noche. El sutil golpe de un tambor a la puerta de la iglesia de San Cosme y San Damián apenas rompe el estremecedor silencio que reina en el lugar a causa del juramento que, instantes antes, han realizado miembros de diferentes hermandades y cofradías de la ciudad, vestidos con un sobrio hábito franciscano. La procesión del Silencio, tras dos años de pandemia, ha vuelto a las calles de la ciudad portando la imagen de un sobrio Cristo crucificado perteneciente a la escuela castellana de mitad del siglo XVI, que ha recorrido algunas calles de la zona sur de la ciudad hasta la Catedral, donde se ha elevado una oración por los difuntos, especialmente los de la pandemia.
El Cristo de la Salud se ha convertido en una talla de especial significado en lo que parece la desescalada final del coronavirus y que permite que los actos de piedad vuelvan de nuevo a las calles de la ciudad. El silencio impuesto hace dos años se ha asumido de nuevo no por decreto, sino por el deseo expreso de casi un centenar de penitentes que han querido con esta señal de duelo comenzar la Semana Santa, respetado por numerosas personas que han secundado el acto. «Si guardáis silencio, Dios Padre, que es todo amor, os lo premie. Y si no es así, el Señor, que es todo misericordia, os lo perdone», les ha exhortado el párroco de San Cosme, Máximo Barbero, antes de emprender la procesión, recuperada en 2016 tras siglos en el olvido y convertida en la más austera de la capital.
No ha sido el primer desfile en salir a las calles en la recuperada Semana Santa burgalesa. Horas antes, en el barrio de San Pedro de la Fuente, la cofradía de la Oración en el Huerto ha sacado en procesión la imagen de la Virgen de los Dolores, una talla de vestir de autor desconocido.
Mañana sábado, el programa de actos cuenta con otros tres desfiles: una procesión infantil con salida desde la iglesia de San Gil, una procesión penitencial por la barriada Juan XXIII y la salida de la Virgen de las Angustias, ya por la noche, de nuevo desde San Cosme y San Damián.
Alumnos de Concepcionistas han peregrinado durante dos jornadas a la Catedral, un templo que tiene un significado especial para la congregación, ya que su fundadora, santa Carmen Sallés, comenzó su obra en Burgos. Al llegar a esta ciudad, lo primero que hizo la religiosa fue acudir a orar en la Capilla del Santo Cristo.
Los escolares fueron acogidos en la Plaza de Santa María y desde allí fueron descubriendo los detalles de la fachada principal del tempo. Posteriormente pasaron por la Puerta del Perdón o Puerta Santa y una vez en el interior renovaron las promesas del bautismo, oraron ante la imagen de Santa María la Mayor y dedicaron un momento de reflexión orante en la capilla del Santo Cristo.
Con motivo del VIII centenario del fallecimiento de santo Domingo de Guzmán el centro diocesano de Peregrinaciones y Turismo programa un viaje a Italia del 11 al 18 de junio, recorriendo algunos de los lugares relacionados con la vida del santo burgalés. La peregrinación tiene un coste de 1.575 euros (más un suplemento de 230 euros en caso de necesitar habitación individual), que incluye seguro de viaje, alojamientos, comidas y visitas guiadas. Además, Presstour, la agencia organizadora del viaje, destinará un 0,7% del presupuesto a financiar proyectos de prevención de la soledad en ancianos vulnerables que lleva a cabo Cáritas Española. [Descargar aquí el programa completo].
El viaje comenzará su recorrido en Bolonia (con visita y celebración de la eucaristía en la tumba del santo) y concluirá en Roma, con visitas de Ferrara, Rávena, San Marino, Loreto, Asís y Orvieto, entre otros lugares. En la capital italiana, los peregrinos conocerá la Roma Imperial, las basílicas papales y los museos vaticanos, así como otros lugares de la Roma renacentista, con recorridos por la fuente de Trevi, piazza Spagna, el Pantheon y piazza Navona.
Para más información e inscripciones, pueden contactar con Julián Gumiel, en el teléfono 689977094.
Cae la tarde. José Manuel, Reme y su hija acuden al taller de una modista en el centro de Burgos para ultimar el hábito que lucirán la próxima Semana Santa. Los días apremian y aún quedan meter los bajos, arreglar la caída de la capa y dar las últimas puntadas a las mangas. El trabajo se acumula, y eso que el traje procesional lleva colgado en el armario dos años, esperando –quién sabe si con resignación– salir de una vez a la calle. En 2020 esta familia decidió ingresar en la cofradía de Nuestra Señora de la Misericordia y de la Esperanza, con sede en la parroquia de Nuestra Señora de Fátima de Burgos, a la que pertenecen, pero la pandemia impidió entonces su salida en procesión. Y el año pasado, la historia se repitió. Ahora, por fin, con el cese de las restricciones y la estabilización de los contagios, parece que sus ilusiones se van a cumplir.
Dicen que el hábito no hace al monje, aunque sí le puede ayudar. La RAE también define hábito como un «modo especial de proceder o conducirse adquirido por repetición de actos iguales o semejantes, u originado por tendencias instintivas». Y en el caso de José Manuel y su familia, ambos elementos van ligados. No solo porque vayan a estrenar el traje que lucirán en algunos desfiles procesionales, sino porque también comienzan de forma oficial una nueva vida como cofrades, cumpliendo con sus obligaciones y asistiendo a los actos de piedad en su parroquia y en las calles.
Aunque José Manuel y Reme formaban parte de las hermandades de San Pedro Mártir de Verona y de la Virgen de los Dolores, ambas de la localidad pacense de Alconera, de donde proceden, es ahora cuando desean vivir con más intensidad la Semana de Pasión. Desde la pasada Navidad asisten a reuniones para preparar su estreno en una Semana Santa muy diferente a la que ellos, que anteriormente residían a apenas 120 kilómetros de Sevilla, conocían. «Aquí en Burgos es todo mucho más austero, las imágenes, los pasos… Allí las procesiones eran más brillantes», recuerda. «Pero lo importante», subraya, «es la fe que tú tienes, me da igual que la imagen sea más fea o más guapa. La devoción tiene que ser la misma». José Manuel incide en que «ya solo el hecho de recibir el hábito y la medalla es muy emotivo».
Participar en las actividades de la cofradía les ha permitido abrir más círculos y hacer una vida más sociable en el barrio. «Cristianamente nos ilusiona, pero el tema social nos empujó. Y todo lo que conlleva llegar a la procesión es muy bonito», asegura.
La Cofradía de Nuestra Señora de la Misericordia y de la Esperanza, a la que se han alistado, es la más joven de la ciudad y la única del barrio de Gamonal. Nació en 2003 a petición del Consejo Pastoral de la Parroquia de Fátima y la imagen titular es obra del escultor murciano Francisco Conesa (2004). Se trata de una voluminosa talla policromada que mide 1,85 m y que representa a la Virgen cubierta por un manto de amplios pliegues. Su mano derecha, extendida en actitud de acogida, simboliza la misericordia, mientras la izquierda, elevada hacia el cielo, expresa la esperanza de la resurrección.