«La Palabra de Dios y el corazón de san Lesmes»

por Natxo de Gamón,

El arzobispo preside la misa en honor de san Lesmes, patrón de Burgos

 

Escucha aquí el mensaje de Mons. Iceta

 

 

Queridos hermanos y hermanas:

 

Hoy, cuando celebramos el Domingo de la Palabra de Dios, recordamos a san Lesmes Abad, santo patrón de la ciudad de Burgos.

 

Natural de la ciudad francesa de Loudun, el abad benedictino llegó a Burgos en el siglo XI. Su encargo principal era llevar las riendas del monasterio de San Juan Evangelista, de la Orden de San Benito, así como de su hospital, que estaba destinado a atender a los peregrinos que realizaban el Camino de Santiago. Merced a su encomiable labor espiritual y caritativa, siendo siempre un mediador entre el Cielo y la Tierra, entre Dios y los peregrinos que atendía, se convirtió en una persona muy querida por todos los que acudían a su encuentro.

 

Este monje nos recuerda la importancia de la hospitalidad para acoger, siempre y sin descanso, a todos los que llaman a nuestra puerta: no sólo a los que están cerca de nuestra propia casa sino, también, a aquellos que se ven obligados –por la miseria, el hambre o la guerra– a desplazarse de su lugar de origen en busca de una vida mejor y más digna.

 

La vida de este monje nos recuerda la importancia de ser refugio, compañía, fidelidad, lugar seguro y hogar para todos, sin excepción. Como lo es Dios y como lo refleja su Palabra.

 

Este VI Domingo de la Palabra de Dios, instituido por el papa Francisco, nace para difundir el conocimiento de la Sagrada Escritura hasta el confín del mundo, de manera que cada página del Evangelio cale en nuestro corazón y lo conduzca hacia la vida eterna (cf. Sal 19).

 

Con el lema Espero en tu Palabra (Sal 119, 74), el Papa pone los ojos en un himno de esperanza que clama, en medio de la angustia, el miedo y la tribulación, a la misericordia de Dios. Si Cristo es nuestra esperanza (cf. 1 Tim 1, 1), como promulgaba una y otra vez la vida y obra de san Pablo, en ella hemos de morar sin despegar los ojos del Padre. Mantengamos firme la confesión de la esperanza, pues fiel es el Autor de la Promesa. Y Dios, al contrario que nosotros, no se contradice nunca (cf. Heb 10, 23).

 

Dice la Palabra que «quien se frota los ojos saca lágrimas y quien hurga el corazón hace brotar sentimientos» (Sir 22, 19). Así, en ese abrazo perpetuo que no conoce la infidelidad ni la injusticia, germina la confianza de saberse querido, protegido y cuidado.

 

Me viene a la mente la figura del centurión romano, quien le suplicó al Señor que curase a su criado gravemente enfermo, mientras le decía que –aunque su casa no estaba a la altura de su dignidad– solamente bastaba una palabra de Jesús para sanarle (cf. Mt 8, 8). Únicamente necesitaba una palabra del Señor, solamente una de Aquel que hace nuevas todas las cosas, para que su criado no perdiese la vida.

 

Esto nos enseña que abandonarnos a la voz delicada del Verbo, la Palabra, como también lo hizo nuestro santo patrón, san Lesmes, es el camino más perfecto del amor.

 

Y si a veces nos cuesta el abandono y nos sentimos «débiles, pobres, incapaces delante de las dificultades y del mal del mundo», la potencia de Dios «actúa siempre y obra maravillas justamente en la debilidad. Su gracia es nuestra fuerza (cf. 2 Cor 12, 9-10)», desveló el Papa Benedicto XVI, durante una catequesis semanal, pronunciada en enero de 2013.

 

Hoy, con la materna intercesión de la Madre del Verbo y con el recuerdo siempre presente de san Lesmes Abad, le pedimos al Señor que haga arder nuestro corazón, hasta que la Palabra se haga carne de nuestra carne y habite para siempre entre nosotros (cf. Jn 1, 14).

 

Con gran afecto, pido a Dios que os bendiga.

 

+ Mario Iceta Gavicagogeascoa

Arzobispo de Burgos

«La unidad deseada por Jesús»

por Natxo de Gamón,

Mons. Mario Iceta: «La unidad deseada por Jesús»

Mons. Mario Iceta: «La unidad deseada por Jesús». | Freepik.

 

Escucha aquí el mensaje de Mons. Iceta

 

Queridos hermanos y hermanas:

 

«La oración para recuperar la plena unidad es uno de nuestros deberes particulares. Tenemos obligación de tender intensamente a la reconstrucción de la unidad querida por Cristo y de orar por esta unidad, pues es don de la santísima Trinidad», dijo el papa san Juan Pablo II durante un encuentro ecuménico de oración celebrado en Wroclaw (Polonia), el 31 de mayo de 1997.

 

Hoy, cuando comenzamos la Semana de Oración por la Unidad de Cristianos, incorporamos nuestro corazón al de Cristo, para que la plegaria común nos sirva de inspiración en la profundización de la fraternidad mutua.

 

Esta Semana nació en un momento en el que las confesiones cristianas oraban juntas para lograr la plena unidad de la Iglesia. Una comunión que nos insta a orar por la unidad de todos los cristianos para comprender la oración que Jesús realizó hasta unirnos estrechamente a Él para ser, cada vez, más de Él.

 

El lema ¿Crees esto?, inspirado para esta jornada en el capítulo 11 del Evangelio de Juan, nace del diálogo que mantienen Jesús y Marta, cuando Él visita la casa de Marta y María tras la muerte de su hermano Lázaro en Betania.

 

El sentir irascible y plenamente humano de Marta expresa su decepción por la tardanza de Jesús en llegar. Al reprocharle que si hubiera estado allí, no habría muerto su hermano (cf. v. 21), pone en entredicho la fe de un mundo –el nuestro– que muchas veces tiembla ante el silencio inesperado de Dios.

 

Como Marta, «las primeras generaciones de cristianos no podían permanecer indiferentes o de brazos cruzados cuando las palabras de Jesús tocaban y escudriñaban sus corazones», expresa en su carta para esta semana el dicasterio para la promoción de la unidad de los cristianos. Porque «buscaban fervientemente dar una respuesta comprensible a la pregunta de Jesús: ‘¿Crees esto?‘».

 

El deseo de Jesús es la unidad, es el sueño que nos hace creer hasta que todos seamos uno en su amor y hasta que el mundo vea a Cristo en el devenir de nuestras vidas (cf. Jn 17, 20-26). Así, cuando Él le asegura a Marta que su hermano Lázaro resucitará (cf. Jn 11, 23), ella no termina de confiar en su palabra y le responde que eso no sucederá hasta el final de los tiempos. Ante esta situación, el Señor tiene que dar un paso más y declarar su poder sobre la vida y la muerte, revelando su verdadera identidad: «Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá; y ninguno de los que viven y tienen fe en mí morirá para siempre» (vv. 25-26).

 

Al final, Jesús interpela a Marta con la pregunta que da sentido a esta Jornada que celebramos: «¿Crees esto?» (v. 26). El Ecumenismo busca caminar hacia la unidad de los cristianos, hasta conseguir la comunión plena de las distintas confesiones cristianas.

 

«Sólo el amor que no vuelve al pasado para distanciarse o señalar con el dedo; sólo este amor, que en nombre de Dios pone al hermano ante la férrea defensa del propio sistema religioso, nos unirá», reveló el Papa Francisco, hace justamente un año, durante la celebración de esta Semana.

 

Le pedimos a la Virgen María, de quien dimana la bondad abundante de Dios, que interceda ante su Hijo para que todos los pueblos puedan vivir en paz, armonía y fraternidad estimulados por las obras concretas en favor de la deseada unidad de todos los que confiesan a Cristo.

 

Hoy es un día de gracia y oración para el Pueblo de Dios. Acojamos el don de la unidad que Él nos quiere regalar; sólo así podremos vernos libres de la tristeza de la separación y permanecer en su amor para procurar, en cada uno de nuestros hermanos, el fruto que el Señor nos quiere conceder a todos en abundancia (cf. Jn 15, 5-9).

 

Con gran afecto, pido a Dios que os bendiga.

 

+ Mario Iceta Gavicagogeascoa

Arzobispo de Burgos

«El Bautismo: el sello indeleble del amor de Dios»

por Natxo de Gamón,

«El Bautismo: el sello indeleble del amor de Dios»

 

Escucha aquí el mensaje de Mons. Iceta

 

Queridos hermanos y hermanas:

 

«El Bautismo de Jesús revela cómo es realmente la justicia de Dios». Con estas palabras del papa Francisco pronunciadas antes del rezo del Ángelus del año pasado, recordamos la festividad del Bautismo del Señor que celebramos hoy.

 

La renovación de nuestra vida bajo el agua de la fe nos injerta en el corazón del Padre, nos hace nacer a la vida eterna por el Espíritu Santo y nos sumerge en las profundidades del Señor para que seamos como Él.

 

Dios tuvo el valor de entregarnos a su Hijo para hacernos hijos. Fiel a este designio, el Verbo se hizo carne y vino a la tierra por amor, para habitar y colmar de sentido todos los recovecos de nuestra vida (cf. Jn 1, 1-18).

 

Ahora, bautizados y ungidos, hemos de obrar en el mundo «por la participación en la función real, profética y sacerdotal –recuerda san Josemaría Escrivá–, hecho una sola cosa con Cristo por la Eucaristía, sacramento de la unidad y del amor». Por eso, como Él, hemos de vivir de cara a los demás, «mirando con amor a todos y a cada uno de los que le rodean, y a la humanidad entera» (Es Cristo que pasa, 106).

 

En este día, con la mirada asentada en la orilla del río Jordán y el corazón situado cerca de Juan el Bautista, recordamos la misión del Señor, mientras se hacía uno de tantos y le pedía a Juan el regalo de la vulnerabilidad de Dios: «Él ha venido para llevar a cabo la justicia divina, que es salvar a los pecadores; ha venido para tomar sobre sus hombros el pecado del mundo y descender a las aguas del abismo, de la muerte, con el fin de recuperarnos e impedir que nos ahoguemos», destacaba el Papa Francisco en su mensaje.

 

Ante tanto don inmerecido por parte de Dios hacia sus hijos amados, ¿qué podemos hacer nosotros? Quizá, nos nace resistirnos a esta petición del Señor y decirle –como hizo Juan– que somos nosotros quienes necesitamos ser bañados por Él (cf. Mt 3, 14), pero al instante escuchamos cómo vuelve a pedirnos que le permitamos hacer lo que anhela su corazón, pues conviene que se cumpla así toda justicia (cf. Mt 3, 15).

 

Nosotros, por el Bautismo, como discípulos de Jesús, somos llamados a ser santos como Él, a no juzgar ni condenar a quienes piensan diferente a nosotros, a ser misericordiosos y delicados con aquellos que necesitan ser levantados de la fragilidad.

 

Decía san Josemaría Escrivá que, en el Bautismo, «nuestro Padre Dios ha tomado posesión de nuestras vidas, nos ha incorporado a la de Cristo y nos ha enviado el Espíritu Santo». Y si la fuerza y el poder de Dios iluminan la faz de la Tierra, «haremos que arda el mundo en las llamas del fuego que viniste a traer a la Tierra; y la luz de tu verdad, Jesús nuestro, iluminará las inteligencias, en un día sin fin» (Apuntes íntimos, n. 1741).

 

El Señor puso en nuestra alma un sello indeleble por medio del Bautismo. Con este gesto, no solamente nos convertimos en hijos amados de Dios, sino que, además, a partir de hoy, comenzamos un tiempo ordinario de amor y de esperanza.

 

Hoy, con María, quien nos devolvió la vida merced a su hijo Jesús, dejémonos conmover por aquellos que Dios pone en nuestro camino: los pobres, los enfermos, los frágiles, los desamparados y los más vulnerables. Una vez inmersos en el fuego de su amor, salgamos del barro que baña nuestra comodidad, percibamos cómo se abren los Cielos ante nuestros ojos y veamos al Espíritu de Dios descender en forma de paloma sobre nuestra debilidad.

 

Sólo desde ellos, los preferidos de Dios, podremos escuchar la voz del Padre, diciéndonos –una vez más– desde los Cielos: «Este es mi hijo amado, en quien me he complacido» (Mt 3, 15-17).

 

Con gran afecto, pido a Dios que os bendiga.

+ Mario Iceta Gavicagogeascoa

Arzobispo de Burgos

«El mejor Tesoro de nuestras vidas»

por redaccion,

reyes magos

Escucha aquí el mensaje de Mons. Iceta

 

 

Queridos hermanos y hermanas:

 

Hoy, víspera de la Epifanía del Señor, celebramos la manifestación de Cristo a las naciones en las personas de los Magos de Oriente. Una manifestación ya no sólo al pueblo elegido, sino a toda la humanidad, que pone en boga la universalidad que Jesús, desde su nacimiento, revela: un Dios de todos y para todos, que no hace acepción de personas ni de culturas ni de razas, que llega a esta Tierra en humildad y pobreza y que entrega hasta la última gota de su sangre por la salvación del mundo.
El Evangelio nos muestra la imagen de unos Magos que vienen de Oriente con el único deseo de encontrar a Dios. Y a pesar de que no sabían nada de las Sagradas Escrituras, decidieron seguir el rastro de la estrella que les mostraba el camino hacia el que sería, sin ellos siquiera imaginarlo, el sentido de sus vidas. Y aunque el encuentro con el Rey de reyes era la razón de su alegría, el pasaje estuvo lleno de pruebas, contratiempos y desafíos; el frío de la noche y el calor del día, el miedo ante lo desconocido, el cansancio en medio de la incertidumbre…
Durante su travesía hasta el corazón del Hijo de Dios, pasarían por momentos en los que, incluso, dejarían de ver la estrella que les guiaba hasta el pesebre de Belén Y, sin embargo, no cesaron en su búsqueda, y ni siquiera se plantearon aminorar el paso por lo que les podría suceder; incluso el encuentro con el rey Herodes y su homicida voluntad de eliminar a quien osara poner en peligro su grotesco reinado. Porque se fiaban y esperaban, como anunciaría el profeta Isaías: «Caminarán los pueblos a tu luz, los reyes al resplandor de tu aurora» (Is 60, 3). Así, continuaron con su misión, por encima de cualquier impedimento, hasta que llegaron al portal, se postraron ante el Niño y le adoraron como se ama lo que más se espera.
Esta actitud de los Magos nos enseña una hermosa lección, y es que, en los momentos de incertidumbre, lucha interna y aflicción, ante tantas vicisitudes que la vida nos presenta, es preciso ponerse en marcha, confiar en Quien nos guía, vencer las comodidades y los miedos con actitud de servicio, alegría y entrega, y asumir los riesgos del camino. Sólo así, la recompensa de abrazar el Misterio tendrá el sentido que el corazón anhela.
En Dios, cada paso es una nueva oportunidad, una encrucijada vencida, una vida por vivir. Por eso, la Epifanía es una fiesta de caridad que nos recuerda que en Jesucristo se revela el lenguaje universal del amor de Dios, el de la apertura, el de la escucha, el de la confianza, el del encuentro.
Y lo es por amor: un amor que no conoce límites ni fronteras, que nos hace a todos coherederos, miembros del mismo cuerpo y partícipes de la misma promesa en Jesucristo, por el Evangelio (cf. Ef 3, 6).
Ahora, pues, de la mano de los Magos de Oriente y con el espíritu de san Pablo, quien se hacía llamar «el más insignificante de los santos», se nos da la gracia de anunciar a todos los pueblos la riqueza insondable de Cristo y de iluminar la realización del Misterio, escondido desde el principio de los siglos en Dios, el Creador de todo (cf. Ef 3, 8-9).
Hoy, con el oro, el incienso y la mirra que los Magos posaron a los pies de Jesús (cf. Mt 2, 1-12), conmemoramos la humildad de Dios y la grandeza del destino de la humanidad. Él se rebaja hasta el extremo y, despojado de cualquier privilegio, se encarna en la humildad más absoluta; y nosotros, frágiles siervos del Amor, sólo tenemos que acoger su pobreza hasta ser imagen viva de su bondad, de su fidelidad y de su belleza.
En el Niño de Belén se nos revela el rostro de Dios. Seamos, a imitación de la Virgen María, la primera Custodia de Cristo, el regalo más preciado para los demás. Recorramos el Camino de la Verdad para adorar al Mesías, que es la Vida. Y, después, vayamos a todos los pueblos a anunciar –con inmensa alegría– lo que hemos visto y oído: quienes buscan a Dios acaban encontrando el mejor Tesoro de sus vidas.
Con gran afecto, pido a Dios que os bendiga.

+ Mario Iceta Gavicagogeascoa

Arzobispo de Burgos

 

«La Sagrada Familia de Nazaret, escuela y santuario del amor»

por redaccion,

«La Sagrada Familia de Nazaret escuela y santuario del amor»

Escucha aquí el mensaje de Mons. Iceta

 

Queridos hermanos y hermanas:

 

El nacimiento de Jesús dio plenitud y un nuevo sentido a la palabra familia. Hoy, fiesta de la Sagrada Familia de Nazaret, fijamos nuestra mirada en Jesús, María y José para ver la vida desde sus ojos, como nunca ha podido mirar nuestro corazón.

 

Esta familia «no se queda sólo en los altares, como objeto de alabanza y veneración», sino que «está cercana a toda familia humana; se hace cargo de los problemas profundos, hermosos y, al mismo tiempo, difíciles que lleva consigo la vida conyugal y familiar», señaló el papa san Juan Pablo II durante una audiencia general pronunciada en 1979.

 

De la humanidad que desprenden los Tres nace la primera Iglesia doméstica: un hogar de Amor Trinitario que es principio, belleza y camino del amor humano. Así, iluminados por este Misterio, podemos conocer la profundidad inmensa del bien que se esconde en la familia.

 

María es la Madre del amor y de la entrega, imagen y modelo de la Iglesia, la mujer que nace de la entraña delicada del Padre. Todo en Ella es un «sí» prolongado y pulcro que desentraña cada uno de los hilos del misterio: la Bienaventurada Virgen «avanzó en la peregrinación de la fe y mantuvo fielmente la unión con su Hijo hasta la Cruz» (Lumen Gentium, n. 58).

 

José es el Padre custodio, la fidelidad que no conoce límites, la entrega silenciosa y justa. Él, guardián del Redentor, es el patrono de la Iglesia universal. Tanto es así que la economía de la Salvación pasa por sus manos, trabajadas en el taller y en la vida diaria, al servicio de María y de Jesús, a quienes no deja de cuidar ni un solo instante. No es casualidad que el papa san Juan XXIII, gran devoto de san José, estableciese que en el Canon romano de la Misa se incluyese su nombre junto al de María y antes que el de todos los santos.

 

Y Jesús, el Verbo Encarnado, es el Hijo de Dios (cf. Lc 1, 35) y de María y José en virtud del vínculo matrimonial que los une, la Palabra que se hizo carne para habitar eternamente entre la pobreza de nuestro barro (cf. Jn 1, 14).

 

Los tres conforman el Misterio revelador del profundo amor que Dios profesa a la familia humana. Su presencia arroja una luz nueva sobre la familia como origen, creación y cuna, de donde brota el corazón humano que peregrina en la fe hacia la Vida Eterna.

 

Su mirada es escuela y camino de amor y santidad, la promesa que nos enseña a ser una verdadera familia cristiana, donde todos caben en la mesa y donde nadie se queda fuera para compartir un gesto de afecto y entrega. Su ejemplo es fidelidad, sacramento y bienaventuranza, porque permanecieron fieles a la llamada de Dios hasta el final, hasta sus últimas consecuencias.

 

Hoy, desde el corazón de María y José, donde nace la Vida, «el ‘sí’ de todas las antiguas promesas (cf. 2 Cor 1, 20)» (Redemptoris custos, n. 11) y el manantial de santificación singular, conmemoramos que todos formamos parte de la familia de Dios y que nadie queda fuera de este santuario de amor y fidelidad que es la Sagrada Familia de Nazaret.

 

En este día de la Sagrada Familia, se inaugura en nuestra archidiócesis el año jubilar que lleva como lema Peregrinos de Esperanza. La Eucaristía que celebraremos esta tarde a las 17:30h en la Catedral y a la que estáis todos invitados, nos pone en camino siguiendo la estela de luz y amor de la Sagrada Familia hacia la plenitud de nuestra vida y de la humanidad entera.

 

Aprovecho esta ocasión para desearos un feliz y venturoso año nuevo 2025 que estamos a punto de inaugurar. Dios os colme de toda clase de bendiciones y os custodie siempre en su amor.

 

Con gran afecto, os deseo un feliz día de la Sagrada Familia.

 

+ Mario Iceta Gavicagogeascoa

Arzobispo de Burgos