Las Clarisas de Medina de Pomar, volcadas con los servicios sanitarios

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Las 28 hermanas que componen la comunidad de Clarisas de Medina de Pomar se afanan desde hace semanas en confeccionar mascarillas que proporcionan a la residencia de ancianos de la localidad, al centro de salud del pueblo y a la propia policía local, que las utiliza para uso propio o para la distribución entre los vecinos que las solicitan, algunos de los cuales van a recogerlas, incluso, al mismo convento. Un trabajo añadido al habitual que ya realizan las religiosas, el servicio de lavandería de las ambulancias de la zona, que se ha visto reforzado en las últimas semanas a causa de la pandemia por Covid-19, implementando los días de labor destinados a esta misión.

 

La petición surgió de la propia residencia de ancianos del municipio. Su director, ante la falta de mascarillas para proteger a los residentes y trabajadores del centro, acudió solicitando ayuda a las religiosas, que no dudaron en colaborar. Así, a día de hoy, han hecho entrega de más de un millar de mascarillas de protección, que elaboran siguiendo los parámetros marcados por las autoridades sanitarias.

 

Para ello, aprovechan la tela de algodón con que las Clarisas de San Martín de Don –incorporadas el pasado verano a la comunidad de Medina– elaboraban los equipos de protección de los trabajadores de la central nuclear de Santa María de Garoña. Además, muchos vecinos y las mercerías del pueblo se han volcado con las religiosas, llevando hasta el convento las gomas necesarias para la confección de las mascarillas.

 

Las religiosas, además, se han puesto en contacto con la consejería de Sanidad de la Junta de Castilla y León mostrando su disponibilidad para la elaboración de otros equipos de protección, como batas o calzas, no habiendo recibido aún respuesta. Aún así, aseguran desde la comunidad, prestan ya su servicio a la Junta con el trabajo de lavandería de los equipos de las ambulancias de la zona norte de la provincia.

Imagen del mes de abril: Crucifixión del Señor de un códice del siglo XI

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Imagen de la «minatura».

 

En los manuscritos y libros ilustrados de la Edad Media, las miniaturas (cuyo nombre procede del latín «miniare», colorear con minia), o iluminaciones (del latín tardío illuminare-alumbrar), eran pinturas o dibujos de figuras que a veces se incluían en temas de carácter sacro. En el mes en que celebramos la Semana Santa, la imagen escogida es la de una Crucifixión en pergamino que se halla en la Catedral de Burgos en el códice de la Regla de la Cofradía de Santa María de la Creazón, de finales del siglo XV.

 

Esta cofradía fue fundada en el año 1260 por los criados de coro, de donde le viene el título de «Criazón» o «Creazón». Estos criados de coro eran clérigos que tenían como misión ayudar a los canónigos en el culto de la Catedral. Al principio, los cofrades no podían superar el número de treinta y todos pertenecían al servicio de la Iglesia Mayor de Santa María. Con el paso del tiempo, la cofradía se abrió a los clérigos de las parroquias de la ciudad, pasando su sede de la Catedral a la parroquia de Santiago de la Fuente. Sin embargo, siempre quedaron excluidos los capellanes de las Huelgas y del Hospital del Rey, así como los cofrades de Santa María la Real y de Santa Marina, establecidos en la parroquia de San Llorente. También se admitieron como miembros asociados a otros sacerdotes, incluso seglares, para que pudieran participar de los bienes espirituales de la hermandad. Los reyes, el obispo y el Cabildo de Burgos en pleno se contaban entre ellos.

 

El fin de esta fundación, según la regla cuyo original se conserva en el archivo municipal de Burgos, fue eminentemente cultual y de ofrecer sufragios por los difuntos, aunque no le faltaba su matiz benéfico-asistencial. Los cofrades se obligaban a celebrar cuatro misas al año en honor de Santa María, aplicadas por los reyes, el Papa, cardenales, arzobispos, obispo de Burgos, cabildo y cofrades vivos y otra misa de réquiem el tercer día de cada mes por los hermanos fallecidos. Se practicaba la misericordia con el cofrade menesteroso, utilizando fondos de la cofradía; también se atendía espiritualmente al cofrade en agonía y al ingresado en el hospital y asistían a su entierro.

 

El Códice de la Catedral, que se presenta en esta imagen, contiene la regla reformada de 1494, por haber quedado la primitiva anticuada. Esta reforma fue aprobada por el obispo Luis de Acuña el mismo año de su redacción y está adornada con ricas y variadas miniaturas.

 

Detalles de la obra

 

En esta de la crucifixión aparece al fondo una vista panorámica de la ciudad de Jerusalén, rodeada de una orla con figuras humanas, animales y hojas; en las cuatro esquinas, los símbolos de los evangelistas y en el centro de la parte inferior dos ángeles sostienen el escudo de esta hermandad. A la derecha del Crucificado de tres clavos están María y María Magdalena con ropajes sobre tonos azulados. El color azul se conseguía por medio del lapislázuli, material siempre de elevado coste.

 

A la izquierda se halla el discípulo amado con un manto de color rojo, que resalta notablemente la importancia de su figura y con un libro debajo del brazo derecho. Un detalle a destacar de gran originalidad es la calavera, también en la parte izquierda, que ha perdido su dentadura de la parte inferior. Podría tratarse de Adán que, por la muerte de Jesús, ha quedado liberado de su pecado, simbolizado en la dentadura que le permitió pecar contra Dios, comiendo el fruto del árbol prohibido.

 

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Una oportunidad para vivir una Semana Santa «más auténtica y real, desde dentro»

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Sin duda, esta Semana Santa es atípica. Los templos sin feligreses y las calles sin procesiones ni otros actos de piedad marcan la tónica de estos días de Pasión, en los que España está sometida a un «estado de alarma» nunca antes visto. Con todo, aunque las puertas de las iglesias están cerradas al culto, sin embargo, las nuevas tecnologías posibilitan que numerosas personas se unan a las celebraciones que los sacerdotes siguen realizando durante estos días de confinamiento. También el arzobispo, don Fidel Herráez, ha abierto las puertas de su casa –al menos de forma virtual– a todos los burgaleses a través de las celebraciones que preside en el canal de YouTube de la diócesis de Burgos.

 

Aunque comenzó con las emisiones el pasado 19 de marzo, es hoy cuando ha presidido la primera de las celebraciones de esta Semana Santa con la eucaristía del Domingo de Ramos. En la breve reflexión que ha dirigido tras la lectura de la Pasión de San Mateo, el pastor de la diócesis ha asegurado que nuestra sociedad, «tan adelantada técnicamente», está «atemorizada y escondida», temerosa de «contagiarse y morir» por el influjo de «un virus, una molécula solo visible al microscopio». Una situación que influye también en el modo de celebrar la Semana de Pasión, y que puede ayudar a hacerlo de un modo «más auténtico y real, desde dentro».

 

El arzobispo ha tenido un recuerdo para esos cerca de 800 y 900 «hermanos nuestros» que agonizan y mueren cada día en los hospitales y les ha querido trasladar un mensaje de esperanza, igual que al resto de esta sociedad «que se muestra ahora tan frágil». Y es que estos días santos pueden ayudar a «celebrar y actualizar la presencia de Dios, que siendo el más grande y todopoderoso, siendo el amor sumo, se ha hecho uno de nosotros y ha asumido el dolor y la muerte para manifestarnos cuál es y dónde está la auténtica vida y felicidad humanas, aquí y más allá de aquí». Jesús ha asumido nuestra débil condición humana, apartada de él por el pecado, y enseñarnos el camino de la auténtica felicidad».

 

Otras celebraciones

 

El arzobispo también presidirá las principales celebraciones del Triduo Pascual a través del canal de YouTube de la diócesis y, en esta ocasión, a puerta cerrada desde la Catedral: el Jueves y Viernes Santo a las 17:00 horas; el Sábado Santo, vigilia pascual a las 22:00 horas; y el domingo de Pascua a las 19:00 horas.

La verdad profunda de la Semana Santa

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chamarilero semana santa

 

Escucha aquí el mensaje

 

A lo largo de las últimas semanas ya me he dirigido varias veces a todos vosotros para expresaros mi cercanía y mi oración, en medio del sufrimiento y la incertidumbre que en estos momentos nos invaden. Nuestra sociedad sufre y, en nombre de una Iglesia igualmente dolorida, quiero hacerme presente en medio de vosotros, de un modo especial en este Domingo de Ramos cuando comienza la Semana Santa. Vamos a recorrerla juntos, acompañando al Señor y viviendo la comunión eclesial, que es siempre un manantial de esperanza.

 

Nunca hubiéramos podido imaginar una Semana Santa envuelta en un silencio tan desconocido: sin celebraciones comunitarias en los templos, sin procesiones en nuestra calles, sin los pasos que con su dramatismo y belleza hacen visibles el acontecimiento de nuestra salvación… El Pueblo de Dios en camino parece recluirse en una soledad teñida de sufrimiento. La presencia en las iglesias y en los diversos actos, que siempre han tenido lugar en las calles, quedará sustituida por la televisión, la radio, las retransmisiones en streaming, la oración personal y comunitaria… Es el vínculo que nos rescata del aislamiento para que podamos sentirnos unidos y convocados a vivir interiormente esta Semana Santa que ahora se nos muestra en su realidad más genuina y verdadera.

 

Las actuales circunstancias presentan la Semana Santa en su cruda desnudez, y por eso en su verdad más profunda y más auténtica, sin ningún elemento que nos distraiga de lo esencial. Porque estos días se hace patente la actualidad desgarradora del misterio de nuestra redención. Jesús, en su vida y en su muerte, se identificó con los enfermos, con los desnudos, con los presos, con los pobres… «Lo que hicisteis a uno de estos mis hermanos, los más pequeños y vulnerables, a mí me lo hicisteis» (cf. Mt 25,40.45). Todos ellos quedaron convertidos en el sacramento vivo de su presencia. Por eso descubrimos su rostro torturado en la angustia de quienes mueren sin compañía, en el miedo de los ancianos abandonados, en la impotencia de los enfermos aislados, en la inseguridad de los profesionales que desgastan su vida en el campo de la sanidad, del orden público, de los servicios esenciales…

 

Nos disponemos, pues, a vivir la Semana Santa como una profunda experiencia interior, acompañando a Jesús en su agonía; y, como Jesús, invocando al Padre y dejando en sus manos nuestro desconcierto y el aliento de nuestra esperanza. Encontraremos a Dios sin duda de un modo nuevo: como el que acompaña a Jesús en el camino que a través del calvario conduce a la resurrección. Con la prepotencia apoyada en los avances científicos y técnicos de nuestros días, en la satisfacción de la sociedad del bienestar y en la seguridad que aportan los medios humanos, habíamos relegado a Dios a un plano secundario. Pero «no somos autosuficientes, solos nos hundimos», nos recordaba el Papa en la impresionante celebración del pasado día 27. Hemos de redescubrir a Dios en la fragilidad de nuestra vida. Y, a la vez, reconocer todo el espacio que hemos dejado al pecado y al mal en nuestro mundo. El pecado de acción, pero también el de omisión, por la frivolidad, por la banalidad, por la indiferencia que impregnaban nuestro comportamiento y nuestra mentalidad.

 

La pandemia que ha irrumpido en esta Cuaresma es una invitación a la conversión. Para que desde la mirada de Dios sepamos prepararnos para un mundo que ni podrá ni deberá ser como antes. «Tenemos un ancla -nos decía el Papa-: en su Cruz hemos sido sanados y abrazados para que nada ni nadie nos separe de su amor redentor». Los cristianos nunca podemos olvidar que hablamos de la Cruz del Resucitado. Recordamos a Jesús, en medio del horror que tuvo que padecer, porque resucitó desde una Gloria superior a la humana. Esa Gloria se manifiesta también hoy cuando transfigura la debilidad humana haciendo brotar lo mejor del corazón humano: tanta generosidad heroica, tanto servicio desinteresado, tanta compasión conmovedora… Esa dosis inmensa de santidad hará que la fuerza del Resucitado actúe como la savia que devuelva vida gozosa a la carne tan dolorida de nuestro mundo.

 

Nuestra Iglesia, también desde su profundo sufrimiento, está llamada a ser testigo de esperanza. Su misión es más necesaria que nunca. Debemos ser los nazarenos que acompañan el Paso del Señor entre los cansados y los abatidos. Como Iglesia en Asamblea Diocesana os invito a seguir profundizando en el encuentro con Jesús y a sentirnos unidos como comunidad eclesial, para que podamos salir al encuentro de quienes se hallan a la orilla del camino.

 

Acompañemos también a la Virgen Dolorosa, Madre de la Soledad, Señora de la Esperanza y Estrella de la mañana. Ella nos ayudará a estar junto a Jesús en el momento de la cruz y a esperar en el cenáculo la fuerza renovadora de la Resurrección.

Fallece el sacerdote burgalés Gonzalo Juarros Fernández

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gonzalo juarros

 

En el día de hoy, 4 de abril, ha fallecido a los 93 años de edad el sacerdote burgalés Gonzalo Juarros Fernández. Nacido en Masa el 5 de mayo de 1928, fue ordenado sacerdote de la diócesis de Burgos el 31 de mayo de 1952. Ejerció su ministerio presbiteral como párroco de Mahamud, Trespaderne y Medina de Pomar. Ya en Burgos capital, fue capellán de las Madres Trinitarias.

 

La diócesis llora la pérdida de este sacerdote, que siempre recalcó, siguiendo las enseñanzas del Concilio Vaticano II, la íntima fraternidad que une a todos los presbíteros en su misión en virtud de la ordenación sagrada. Nos unimos en oración con su familia de sangre para dar gracias a Dios por su vida y ponerlo en las manos del Padre, que le recibe ya para siempre en su Casa.

 

Descanse en paz.