El arzobispo: «Necesitaría toda la eternidad para asumir lo que significa el misterio pascual»

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En el Domingo de Pascua, el arzobispo, don Fidel Herráez, ha afirmado la importancia del papel de la mujer «en la percepción, acogida, mediación y anuncio del Señor resucitado y de la vida nueva y definitiva que con él se anuncia». Lo ha dicho en la solemne eucaristía del día de Pascua que ha presidido a puerta cerrada en la Catedral: «Desde el comienzo ha sido así, comenzando por María, y se ha prolongado de forma importantísima a lo largo de estos más de veinte siglos» de historia de la Iglesia. «Es un don del Señor», ha enfatizado.

 

Para el pastor de la diócesis, la revelación de Jesús resucitado en primer lugar a María Magdalena es una «manifestación del amor». Así, cada uno de los testigos de la resurrección manifiesta su grado de amor y relación con Jesús: «Cuanto más amor, más se ve la presencia del Señor en sus vidas; cada uno se encuentra con él en distintas circunstancias y según su propia relación personal».

 

«Alegría mitigada»

 

Don Fidel ha revelado vivir en este domingo de Pascua «una sensación gozosa» y al mismo tiempo «de dolor»; una «alegría mitigada»: «Se lo digo sinceramente, consciente de tantas personas que están sufriendo, bien vosotros mismos o en seres queridos, con muertes, enfermedades u otras limitaciones», ha dicho. Por ello, ha puesto sus distintas «situaciones» ante «este Cristo resucitado, pidiéndole que os acompañe tal como él puede hacerlo».

 

En efecto, «vencida la muerte, Jesús nos ha abierto las puertas de la eternidad y esto es una realidad para nosotros, que entramos ya en camino de vida y resurrección». Una realidad –la del «misterio pascual»– «de tanta densidad y alcance» que, ha compartido, «necesitaría toda esta jornada para seguir asumiéndola un poco más» e, incluso, «todo el tiempo pascual y todos los años que Dios me quiera conceder y, después, toda la eternidad».

 

En su homilía, el arzobispo ha hecho un repaso a las lecturas de la liturgia del día, una invitación a reconocer cómo «Jesús pasó haciendo el bien y librándonos del mal y del maligno» y a «buscar los bienes de allá arriba»: «No estemos entretenidos ni perdiendo el tiempo: esto es de aquí abajo», ha exhortado a la par que ha animado a recorrer un «camino de vida y resurrección».

 

Concluido el Triduo Pascual, el arzobispo retransmitirá cada tarde, a las 19:00 horas desde su capilla en la Casa de la Iglesia, por el canal de YouTube de la diócesis de Burgos, tal como viene haciendo desde el pasado 19 de marzo.

 

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¡El Señor resucitó! ¡Aleluya!

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Escucha aquí el mensaje

 

En este día de Pascua, cuando culminan los días «santos» en los que hemos vivido interiormente el misterio central de la fe cristiana, quiero que os llegue, en primer lugar, mi cercanía y saludo pascual, con el deseo de que la esperanza y la paz del Señor Resucitado, estén en vuestros corazones, en vuestras familias y en vuestra vida. Sí: hoy la Iglesia renueva para nosotros el anuncio más importante y más hermoso: ¡Jesús ha resucitado! Y esta gozosa verdad fortalece y renueva nuestra alegría, nuestra fe y nuestra esperanza.

 

Hemos celebrado la Semana Santa de un modo diferente, como nunca hubiéramos podido imaginar; pero sé que no ha sido una Semana Santa indiferente, pues todo ello nos ha permitido descubrir aún mejor dimensiones profundas de nuestra experiencia cristiana a las que tal vez otras veces no habíamos prestado atención.

 

Recuerdo de modo especial a los cofrades, que adquirían un protagonismo tan especial acompañando a Jesús en su pasión, muerte y resurrección; estos días sin duda habrán podido detenerse de modo personal en las motivaciones que los empujaban a manifestar su fe procesionando por las calles. Y seguro que esta dura experiencia dará nuevo dinamismo a su compromiso cristiano como cofrades. Lo mismo puedo decir de nuestra comunidad cristiana. Hemos seguido algunos actos litúrgicos a través de medios diversos, desde el obligado confinamiento y, a veces, con situaciones personales o familiares de dolor, con angustia y con lágrimas. Todos hemos podido vivir de modo real lo que significa participar en los sufrimientos de Cristo. Hemos hecho nuestras las palabras de san Pablo: «Suplo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo por su cuerpo, que es la Iglesia» (Col 1,24). Estoy seguro de que esta experiencia nos ha hecho más sensibles y nos ha abierto a la comunión con los sufrimientos de los demás.

 

En este contexto celebramos hoy la Pascua y proclamamos gozosos, como ha hecho la Iglesia desde su origen: ¡El Señor resucitó! ¡Aleluya! A algunos les puede sorprender que esta exclamación pueda surgir en medio del abatimiento y del desconsuelo. Quien sienta esa extrañeza no ha comprendido lo que es la fe cristiana. Porque nació de esa sorpresa: tras el aparente fracaso del calvario, los discípulos abatidos pudieron dirigir su invocación al Resucitado. Eso fue para los primeros cristianos el manantial de su alegría y de su esperanza.

 

Aquellos discípulos también se encontraban recluidos por el miedo y la frustración. Y a través de la historia podemos hacer memoria de situaciones duras y terribles en las que los cristianos han celebrado la Pascua: encarcelados y a la espera del martirio, en periodos de persecución, en épocas de peste y hasta en campos de concentración. En todas esas ocasiones la Pascua ha sido celebrada como acontecimiento de salvación, como el paso de la oscuridad de la noche a la luminosidad del amanecer: porque la muerte no es el final del camino, porque siempre hay una luz que rasga las tinieblas, porque la bondad no es destruida por el mal, porque la Vida es más fuerte que la muerte. Por eso, en presencia del Resucitado, seguimos proclamando: ¡Aleluya! ¡Este es el día en que actuó el Señor!

 

Esta celebración de la Pascua ha de purificar también nuestro sentido de la alegría y de la esperanza. Tendemos a confundirlas con manifestaciones externas o con la seguridad de nuestro bienestar. Pero la Pascua nos orienta a encontrarlas en la transfiguración de cada uno de nosotros: cuando descubrimos el sabor de la Vida que procede de Dios, cuando comprendemos que nuestra auténtica esperanza no se encuentra en los bienes perecederos, cuando confiamos nuestros muertos y todas las víctimas de la pandemia al Amor eterno y misericordioso de Dios. La experiencia de la Pascua no se produce de modo automático. Supone un camino, junto a Jesús, y una conversión, como en el caso de aquellos primeros discípulos que proclamaron: ¡El Señor resucitó! ¡Aleluya!

 

Hoy le decimos también a la Virgen dolorosa: ¡Alégrate, María! Pidámosle que nos conceda una espiritualidad pascual, para que de nuestra debilidad siga brotando una fe firme en que Jesús está en medio de nosotros y una generosa comunión con los que sufren, la cual irá siempre acompañada por la alegría y la esperanza.

Campanas para anunciar al mundo la victoria de Cristo resucitado

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Aranda de Duero vivirá un especial Domingo de Resurrección.

Aranda de Duero vivirá un especial Domingo de Resurrección, con una simbólica «bajada del ángel».

 

La diócesis de Burgos, como ya propuso hace unos días, se suma ahora a la llamada de la Conferencia Episcopal para hacer sonar las campanas de todos los templos a las doce del mediodía de mañana, Domingo de Pascua, unidos al papa Francisco en su bendición «urbi et orbi», que impartirá desde el Vaticano.

 

Se trata de un gesto que pretende, según la comisión ejecutiva de la Conferencia Episcopal, «mostrar la esperanza que brota de la fe en Cristo muerto y resucitado y se comparte en la caridad». «La expresión mayor del drama que estamos viviendo es la muerte de miles de personas en soledad y, a veces, en la desesperación y falta de consuelo de sus familiares», continúa la nota de los obispos. «La manera de despedir a los difuntos, celebrar ritos de esperanza y acompañar el duelo de sus deudos, está en el origen de la civilización», y la actual crisis provocada por el coronavirus «socava este pilar». Por eso, en el día en que los cristianos celebran la victoria de Cristo sobre la muerte, el volteo de campanas será un signo de esperanza en medio de tanto drama. A esa hora, la diócesis invita de forma especial a rezar en familia el «Regina Coeli», «orando unidos por el cese de la pandemia y porque la liberación que nos viene de la Pascua pueda llenarnos de paz y gozo».

 

El Domingo de los domingos

 

Así lo van a secundar de forma especial las parroquias de Aranda de Duero que, cada domingo de Pascua celebran su tradicional «bajada del ángel». Este año, ante la imposibilidad de celebrar procesiones a causa del «estado de alarma», los arandinos están llamados a salir a sus ventanas a las doce del mediodía para aplaudir a Cristo resucitado, mientras las campanas de la iglesia de Santa María voltearán con su sonido peculiar de los domingos de Resurrección.

 

Por otro lado, la diócesis invita a todos los burgaleses a vivir esta noche de Sábado Santo de una forma especial. Para ello, se anima a encender una vela –dejando toda la casa a oscuras– y permanecer un momento en silencio descubriendo que es Cristo quien ahuyenta la oscuridad. También se exhorta a cantar en familia el Aleluya Pascual, pues «es la Pascua del Señor, su paso por nuestras vidas». Por último, se pide colocar prudentemente la vela en las ventanas durante la noche, como un signo de la victoria de Jesús resucitado.

«Cristo sufre en los enfermos de coronavirus»

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Este año, la ausencia de los redobles de los tambores ha hecho más elocuente, si cabe, el silencio del Viernes Santo. Un silencio que, a pesar de ser dramático, «en contemplación y oración» se descubre cargado de esperanza, «la de del alba del Domingo del amor de Dios, del triunfo de su amor, de la luz que permite ver de modo nuevo la vida, las dificultades, el sufrimiento».

 

La homilía pronunciada por el arzobispo, don Fidel Herráez, en la celebración de la Pasión del Señor –desarrollada esta tarde a puerta cerrada en la Catedral– ha sido una invitación a «contemplar al Crucificado» con una «mirada profunda» para descubrir en él «el signo luminoso del amor, de la inmensidad del amor de Dios, lo que jamás hubiéramos podido imaginar, pedir o esperar». Para el pastor de la diócesis, la cruz «parece señalar la derrota definitiva de aquel que había traído la luz y hablado de la fuerza del perdón y la misericordia». Sin embargo, en ella se descubre un Dios que «se ha inclinado sobre nosotros hasta llegar al rincón más oscuro de nuestra vida para tendernos la mano, alzarnos y llevarnos hasta él».

 

En este contexto, el arzobispo ha indicado que los brazos de Jesús, clavados en la cruz, «se abren a cada ser humano y nos invitan a acercarnos a él con la seguridad de que nos va a acoger con un abrazo de infinita ternura». «Jesús sabe que su muerte se convierte en fuente de vida», ha asegurado.

 

Cristo sufre en los enfermos de coronavirus

 

Un mensaje de esperanza que se hace extensivo, y de modo particular, a los crucificados de hoy en día, pues «el rostro del crucificado se refleja en cada persona que sufre o enferma». «Cristo sigue sufriendo en los enfermos de coronavirus, en las personas solas, abandonadas, despreciadas», ha insistido.

 

En efecto, los que sufren de primera mano las consecuencias de la pandemia han estado muy presentes en la sobria celebración, en la que han acompañado al arzobispo tres sacerdotes del cabildo y dos técnicos que han hecho posible la retransmisión de la Pasión del Señor desde la Catedral a través del canal de YouTube de la diócesis. Don Fidel ha querido trasladar un saludo especial a «los enfermos, familiares, seres queridos, personal sanitario, entidades y responsables civiles que colaboran para que la sociedad continúe su marcha». También ha querido rezar de forma especial por las «602 personas, hijos de Dios y hermanos nuestros fallecidos en la última jornada» a causa de la pandemia por Covid-19.

 

Por último, el arzobispo ha animado a la adoración y contemplación ante la cruz y pedir en la oración: «Ilumina, Señor, nuestro corazón para que podamos seguirte por el camino de la cruz. Haz morir en nosotros el hombre viejo atado al egoísmo, al mal, al pecado y haznos hombres y mujeres nuevos, santos, transformados y animados por tu amor».

 

La Pasión de Lerma: declamada con poesías y desde casa

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El coronavirus hizo que anoche la tradicional Pasión Viviente de Lerma mudara de escenario y de guión. Cerca de cuarenta personas, de las casi 500 que cada año hacen posible esta representación, se han unido para revivir esta cita ineludible de la provincia, eso sí, adaptándola «al caso y a las posibilidades», tal como comenta Pedro Angulo, párroco de la localidad y uno de los artífices del proyecto.

 

«La idea nace de la imposibilidad de hacer la Pasión viviente en la calle. Así que lanzamos la idea de hacerla en nuestras casas. Seleccioné unas poesías de autores clásicos y modernos y la gente que participa en la Pasión se animó a recitar los versos», que han grabado con sus móviles para dar cuerpo a un vídeo difundido anoche en las redes sociales.

 

Organizados por la Asociación «El Arco», varios actores se ha apresurado a poner voz, sin adornos ni músicas, a poesías de escritores como Pedro Casaldáliga, Carlos Murciano, Lope de Vega o Gabriela Mistral, entre otros. «Cada uno desde su pasión particular», como prosigue el párroco de la Villa Ducal: «Pasión por Jesucristo, o por la poesía, o por colaborar siempre… y este año quizás es más Pasión, porque estamos con Jesús desarmados y desnudos. Tan desnudos que hemos querido prescindir de música para vivir el silencio de las calles estos días, tan desnudos que nos presentamos sin vestuario, tal y como somos y somos capaces de hacerlo».

 

Sin duda, una Pasión diferente, pero cargada, si cabe, de más contenido que nunca. «Por eso disculpad nuestros aciertos y aplaudid nuestros fallos», ruega el párroco lermeño.