Maestros y maestras en sinodalidad

Isabel Álamo, Pedro Tomás Navajas, María Rosa Martín y Eloy Bueno participaron en el Sínodo Diocesano hace 25 años.
La Iglesia que camina en Burgos llega entrenada al Sínodo de la sinodalidad convocado por el papa Francisco. Y no sólo porque el anuncio de este acontecimiento llegó en la recta final de la Asamblea Diocesana, sino porque la diócesis burgalesa no partía de cero: hace ahora 25 años la Iglesia vivió su Sínodo Diocesano. Ha pasado un cuarto de siglo, tiempo suficiente para evaluar sus frutos y aprovechar sus lecciones para la experiencia actual.
Testigos de ello son las 24 personas que participan en la fase final de la Asamblea Diocesana y lo hicieron también entonces en la recta final del Sínodo. Cuatro de ellas han recordado aquel momento. Coinciden en señalar que aquel acontecimiento sigue siendo una referencia para la archidiócesis como germen de una mentalidad sinodal a la que debe mucho la celebración de la actual Asamblea Diocesana. «Si podemos seguir dando pasos en sinodalidad se debe a la siembra de aquel momento», asegura el carmelita Pedro Tomás Navajas.
El sacerdote Eloy Bueno –también miembro de la comisión teológica del Sínodo de los Obispos– subraya dos frutos importantes de aquella siembra: la apertura de la Iglesia burgalesa a conceptos como los de evangelización, compromiso, comunión o diálogo y la incorporación a la vida de la diócesis de una generación de jóvenes que ahora están al frente de numerosos servicios y alientan el camino del Pueblo de Dios.
Precisamente más jóvenes es lo que echa de menos en la actual Asamblea la religiosa del Niño Jesús Pobre María Rosa Martín. Recuerda un Sínodo efervescente, con más expectativas y esperanza en el futuro y mayor debate de las propuestas en su fase final. Reconoce entre sus frutos la formación de laicos que se desarrolló durante los cinco años posteriores, la creación del Departamento de Formación Sociopolítica y de la revista ‘Signos de los tiempos‘. Otra «madre sinodal», Isabel Álamo, añade la creación de órganos y foros como los Consejos y Asambleas parroquiales, arciprestales y diocesanos, el reconocimiento de ministerios laicales de lectura y distribución de la comunión a los enfermos y el reconocimiento de la importancia de la Doctrina Social de la Iglesia. «Se trató de la corresponsabilidad entorno a un proyecto común, ministerios laicales, protagonismo de la mujer…»
Aún así subraya que el Sínodo lanzó propuestas que están sin desarrollar, a las que la Asamblea puede dar nuevo impulso. En la misma línea, Pedro Navajas considera que si el Sínodo despertó ilusión, la Asamblea promete ser un periodo más fecundo: «Aunque todavía hay que avanzar, estamos viviendo una mayor experiencia de comunión. Veníamos de una fe muy aislada. Ahora veo en la Asamblea una presencia más significativa de los laicos y de las mujeres. Y grandes regalos que ha hecho el Señor a nuestra diócesis en personas cuya ilusión y ejemplo nos fortalecen a todos».
Que la Asamblea dé frutos reales dependerá en gran medida de otra lección aprendida del Sínodo: hay que concretar su aplicación en los próximos años. En palabras de Eloy Bueno, «el acontecimiento tiene que hacerse proceso». Y sin olvidar, advierte María Rosa Martín, una llamada que está resonando de manera insistente en la Asamblea: la importancia de la oración como motor de la misión. «Sin Dios nada podemos, ni asamblea ni sínodos. Don Mario nos lo ha recalcado: ‘rezad todo lo que vengáis a exponer aquí’. Porque todo lo que hagamos dará frutos si pasa por la oración y por la ayuda del Espíritu Santo».